miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la piedra filosofal, capitulo 6

 El viaje desde el andén 9 y tres cuartos:


Aquí termina el capítulo —dijo Ernie Macmillan, dejando el libro en la tarima con un suspiro. Había sido un capítulo eterno.

¿Qué os parece si hacemos una pausa para estirar las piernas y descansar la mente? —dijo Dumbledore con una sonrisa.

Todo el mundo aceptó la propuesta con alivio. La lectura de cada capítulo se estaba haciendo eterna, lo que les obligaba a todos a quedarse sentados todo ese tiempo. Mucha gente se levantó y salió del comedor, mientras otros simplemente se reunían en grupos para seguir comentando los libros. Harry decidió que era el momento perfecto para ir a la lechucería, como llevaba pensando un rato. Leer el momento en el que Hagrid se la había regalado, recordarla dormidita en su jaula con la cabeza bajo el ala, la emoción que sintió al verla, recordar la compañía que le había hecho todos los años después en Privet Drive, donde era su única amiga… A regañadientes, Harry tuvo que admitir para sí mismo que se había puesto algo emocional, pero no tuvo reparos en echarle la culpa a los libros.

Les dijo a Ron y Hermione dónde iba y tuvo que repetirlo varias veces a diferentes personas antes de poder salir del comedor, porque tanto Lupin y Canuto como la señora Weasley no querían dejar que se marchara. Una vez les hubo tranquilizado a todos, subió rápidamente todas las escaleras hasta la lechucería sin encontrarse a nadie por el camino. Pensó en lo agradable que era caminar por los pasillos de Hogwarts sin tener que ir esquivando alumnos. Además, después de pasar tanto rato en el comedor con todos ellos, se agradecía el rato de silencio y tranquilidad.

Llegó a la puerta de la lechucería justo a tiempo para ver una figura siendo empujada con fuerza fuera de ella. Parado en medio del pasillo, la primera reacción de Harry fue ocultarse tras una de las armaduras que había a su izquierda. Sacó la varita, preparado para luchar en caso de que tuviera que hacerlo.

Un alumno, al que habían echado de la lechucería, estaba en el suelo, hecho un ovillo. Alguien salió de la lechucería y Harry se llevó a la boca la mano que no sujetaba la varita para evitar hacer algún sonido. Era uno de los encapuchados.

—Espero que hayas aprendido la lección —dijo con voz grave, de hombre. No había hechizado su voz como habían hecho anteriormente. Harry no pudo evitar pensar que esa voz le sonaba mucho.

—No tienes derecho a hacer esto—respondió con rabia el alumno que seguía en el suelo, sujetándose las costillas como si le dolieran. Levantó la cabeza en gesto de desafío y Harry pudo verle la cara. Era Nott.

—¿Ah, no? —el encapuchado sacó su varita con lentitud. Harry contuvo la respiración. —¿Sabes lo que podría hacer con esto?

Nott no respondió, pero se había puesto muy pálido de pronto.

—¿Eres consciente de lo que estabas a punto de hacer? —siguió hablando el encapuchado. Harry se preguntó si, desde el suelo donde estaba Nott, éste sería capaz de verle la cara. —Estabas a punto de echar a perder todo el plan. ¿Tienes idea de la cantidad de gente que podría haber muerto si yo no te hubiera encontrado, pedazo de imbécil?

La voz del encapuchado subió de volumen y Harry vio cómo apretaba los puños.

—Nadie dijo que no pudiéramos escribir a nuestros padres mientras durara la lectura—desafió Nott, con más valentía de la que probablemente sentía. Esa poca valentía se esfumó cuando el encapuchado se echó a reír, con una risa fría y sarcástica que a Harry le dio escalofríos.

—Lárgate —susurró el desconocido con odio. —Y dile a tus queridos compañeros hijos de mortífagos que no intenten hacer lo que tú querías hacer, porque la próxima vez no seré tan amable, ¿me entiendes?

Le dio una patada en las costillas. Nott gritó y luego se levantó a duras penas, mirando al encapuchado con odio, pero no contestó nada.

—¡Fuera! —gritó el encapuchado, empujándole hacia donde se encontraba Harry, que se escondió más detrás de la armadura. Nott se marchó cojeando y agarrándose las costillas. El encapuchado seguía ahí, de pie frente a la puerta de la lechucería, y Harry podía escuchar su respiración agitada. ¿Qué acababa de pasar?

—¿Quién está ahí? —preguntó de pronto el desconocido, haciendo que Harry se sobresaltara. Agarró la varita con más fuerza y trató de aguantar la respiración. Con un poco de suerte, el encapuchado pensaría que habían sido imaginaciones suyas y él podría bajar de nuevo al comedor…

Una mano apareció de la nada, cogiendo a Harry por el brazo y sacándolo con fuerza de detrás de la armadura. Durante unos segundos, Harry y el encapuchado se miraron (o más bien, Harry miró a la capucha que impedía ver la cara del desconocido mientras éste lo evaluaba).

—Nott iba a chivarse de todo —dijo de pronto el encapuchado, soltando a Harry. —Iba a mandarle una carta a su estúpido padre mortífago para contarle todo esto a Voldemort. Tenía que impedirlo.

Parecía que estaba buscando la aprobación de Harry, o quizá, pensó él, solo estaba intentando justificar para sí mismo el hecho de que acababa de pegar a un alumno.

—Eh… —Harry no sabía qué decir. Por un lado, le alegraba que el desconocido hubiera impedido que Nott le contara todo a su padre. Por otro, lo que acababa de ver era más que escalofriante, especialmente porque esa voz sonaba tan…. conocida.

—Yo no voy a contarle nada a nadie—dijo Harry tímidamente. —Solo quiero ver a mi lechuza un rato.

El encapuchado se relajó visiblemente y Harry lo escuchó suspirar con alivio.

—Puedes pasar a verla, Harry —contestó el desconocido. Harry supuso que sería estúpido por su parte sorprenderse de que el encapuchado supiera quién era, teniendo en cuenta que ellos eran los que habían traído los dichosos libros.

—Gracias—murmuró Harry, antes de echar a andar hacia la puerta de la lechucería. El interior, tan oscuro como siempre, no mostraba signos de que hubiera habido una pelea allí. O quizá era porque la lechucería estaba siempre tan hecha un desastre que no se notaban los restos de la pelea. Un borrón blanco se abalanzó sobre él, posándose en su hombro.

—Hola, Hedwig —sonrió Harry. —¿Cómo estás, pequeña?

La lechuza le picó afectuosamente en el lóbulo de la oreja y Harry le acarició las plumas con suavidad.

—Quieres mucho a tu lechuza, ¿eh? —Harry se giró al escuchar la voz del encapuchado, quien estaba a unos metros detrás de él, apoyado contra la pared.

Harry iba a replicar algo de mala gana, pero se dio cuenta de que el tono que había usado no había sido de burla, sino al contrario.

—Sí —respondió simplemente. —Fue la segunda amiga que tuve en toda mi vida. El primero fue Hagrid.

En cualquier otra situación no habría dado tanta información sobre sí mismo, pero suponía que todo eso el encapuchado ya lo sabía. No se equivocaba.

—Lo sé —susurró el encapuchado. Seguía sin hechizarse la voz, pero ni así era capaz Harry de adivinar quién era. —Oye… te agradecería que no contaras nada de lo que has visto a nadie. Ni siquiera a Ron, Hermione o Ginny.

—¿A Ginny? —preguntó Harry, confundido. No era especialmente cercano a ella. Vio que el encapuchado se tensaba un momento, antes de reír por lo bajo.

—Sí, a Ginny. En el futuro… bueno, sois más cercanos que ahora —aunque no le podía ver la cara, Harry estaba seguro de que el desconocido estaba sonriendo.

—Bueno, supongo que tiene sentido —Harry se encogió de hombros. —Es la hermana de Ron, así que supongo que es posible que en el futuro acabemos pasando más tiempo juntos. Sobre todo porque me invitan mucho a ir a su casa y eso.

El encapuchado asintió y Harry tuvo el extraño presentimiento de que se divertía.

—Sí, supongo que esos veranos en la Madriguera sirvieron para algo —ante la cara de confusión de Harry, el encapuchado se echó a reír. Harry se congeló.

Esa risa….

Conocía esa risa.

El encapuchado no pareció darse cuenta de la reacción de Harry y siguió riendo.

—En fin, creo que es hora de que me vaya. Seguro que ese idiota de Nott les está diciendo a todos que alguien le ha atacado en la lechucería —ahora el encapuchado rió con sarcasmo. —¿Cuánto crees que tarden en mandar a alguien a ver si estoy aquí?

—Entonces deberías irte —dijo Harry rápidamente, recuperándose del shock. —Yo también voy a bajar ya.

Le hizo una última caricia a Hedwig y la dejó en una de las barras. Con un rápido "hasta luego", salió corriendo de la lechucería. No se dio cuenta de que corría hasta que vio que estaba ya frente a las puertas del Gran Comedor. No le sorprendió ver que todo el mundo estaba en silencio y que solo una voz sobresalía entre el silencio.

—¡Lo digo en serio! ¡Uno de esos encapuchados me ha atacado! —gritaba Nott frente a todo el comedor.

—¿Qué pretendías hacer para que te tuvieran que atacar? —dijo Dean, mirando a Nott con asco.

—Creo que es más que obvio —contestó Fred por él. —Si le atacaron en la lechucería, es porque quería enviarle una lechuza a su papi mortífago para chivarse de todo.

Nott se puso rojo de rabia.

—Mis intenciones no son el tema en cuestión —dijo con toda la frialdad que pudo, la cual era poca, ya que temblaba de ira.

—En realidad, sí lo son —intervino Hermione. —Se nos ha prohibido a todos cualquier comunicación con el exterior, especialmente con cualquiera cercano al círculo de la persona que estamos tratando de derrotar. ¡Claro que iban a impedir que le escribieras a los mortífagos!

Nott la miró con odio.

—Siéntese —dijo McGonagall con severidad. —Yo misma subiré a la lechucería para asegurarme de que está vacía y de que nadie es capaz de hacer lo que usted trataba de hacer.

Toda la mesa de Slytherin la miró con rabia, pero nadie dijo nada. Era obvio para todos que más de un alumno había tenido la intención de hacer lo mismo que Theodore Nott. Harry solo esperaba que el encapuchado hubiera estado ahí todo el tiempo, ¿y si alguien ya había enviado una lechuza antes de que el encapuchado llegara?

La profesora McGonagall salió apresuradamente del Gran Comedor, con cientos de miradas siguiéndola. Harry pasó a su lado al entrar de nuevo, se dirigió a la mesa de Gryffindor y se sentó con sus amigos.

—Harry… —susurró Hermione con nerviosismo. —Tú también ibas a la lechucería. ¿Has visto algo?

—Eh… —Harry sopesó cuánto podía contar sin poner en peligro al encapuchado. —Vi cómo alguien echaba a Nott de la lechucería. A mí me dejó entrar a ver a Hedwig, pero se quedó allí mientras tanto. Supongo que es lógico que alguien vigilara la lechucería, ¿no?

—Y esa persona… ¿sabes quién es? ¿Se quitó la capucha? —preguntó Ron.

—No se quitó la capucha —respondió Harry secamente. Esperaba que no se dieran cuenta de que no había respondido a la primera pregunta, porque si lo hacían se vería obligado a mentirles. Por suerte para él, ninguno de sus amigos siguió haciendo preguntas, sino que se dedicaron a comentar el moratón que se le estaba formando a Nott en el pómulo.

Al cabo de unos minutos, la profesora McGonagall regresó de la lechucería, afirmando que estaba vacía y que había colocado diferentes encantamientos para evitar que nadie volviera a tratar de enviar información fuera del castillo. Tras esta advertencia, durante la cual miró muy severamente a toda la mesa de Slytherin, la profesora volvió a su asiento en la mesa de profesores.

—¿Habéis descansado todos lo suficiente? —preguntó Dumbledore con jovialidad. —¿Estáis todos? Bien, bien. ¿Quién quiere leer el siguiente capítulo?

—Yo lo haré —se ofreció Terry Boot, de Ravenclaw. Cuando todo el mundo se hubo sentado, algunos con snacks y bebidas sobre las mesas, Terry abrió el libro por la página que Dumbledore le había señalado.

—El siguiente capítulo se titula: El viaje desde el andén nueve y tres cuartos.

Hubo sonrisas y gestos de emoción por todo el comedor. Harry y Ron se sonrieron, sabiendo lo que iba a suceder en este capítulo.

—Hey, ¡en este capítulo salimos! —dijo Fred con emoción. George se echó a reír.

Harry los miró a los dos, recordando de pronto las palabras del encapuchado. "Fred morirá." Le dio un escalofrío.

El último mes de Harry con los Dursley no fue divertido.

—Como si alguno lo fuera—dijo Ron. Harry seguía demasiado inmerso en sus pensamientos como para contestar.

Es cierto que Dudley le tenía miedo y no se quedaba con él en la misma habitación,

—Definitivamente eso es una mejora —dijo Neville, quien tenía un sándwich entre sus manos. De dónde lo había sacado, Harry no tenía ni idea. Suponía que los elfos domésticos les habían llevado comida a los que la querían mientras él estaba en la lechucería.

y que tía Petunia y tío Vernon no lo encerraban en la alacena ni lo obligaban a hacer nada ni le gritaban. En realidad, ni siquiera le dirigían la palabra.

Hermione bufó.

Mitad aterrorizados, mitad furiosos, se comportaban como si la silla que Harry ocupaba estuviera vacía.

—Menudos inmaduros —murmuró la señora Weasley. Se escucharon comentarios similares por todo el comedor.

Aunque aquello significaba una mejora en muchos aspectos, después de un tiempo resultaba un poco deprimente.

Las miradas de pena regresaron, haciendo que Harry bufara.

Harry se quedaba en su habitación, con su nueva lechuza por compañía. Decidió llamarla Hedwig, un nombre que encontró en Una historia de la magia.

—¿Leíste los libros antes de venir a Hogwarts? —preguntó Ron con sorpresa y, para diversión de Harry, indignación.

—¿Qué pasa? Eran libros sobre magia, eran interesantes —Harry rió ante la expresión de indignación de Ron y de los gemelos. Hermione le sonrió con orgullo.

Los libros del colegio eran muy interesantes. Por la noche leía en la cama hasta tarde,

—Se me ha caído un mito —George se tapó la cara con las manos, fingiendo sentir una profunda decepción. Fred lo miró con cara solemne. Harry no pudo evitarlo y se echó a reír, a pesar de que todo el asunto del encapuchado todavía estaba demasiado reciente en su memoria. Decidió que lo mejor era dejar de pensar en ello.

mientras Hedwig entraba y salía a su antojo por la ventana abierta. Era una suerte que tía Petunia ya no entrara en la habitación, porque Hedwig llevaba ratones muertos.

Algunas personas pusieron muecas de asco, mientras otras muchas rodaban los ojos.

Cada noche, antes de dormir, Harry marcaba otro día en la hoja de papel que tenía en la pared, hasta el uno de septiembre.

—Oh, eso es adorable—le sonrió Cho Chang. Harry se sonrojó un poco.

—¿Todavía lo haces? —preguntó Parvati. Harry asintió, sin esperar la oleada de "awws" que se escucharon a continuación.

—Hombre, viviendo en una casa así, cualquiera contaría los días hasta poder salir —dijo Bill, de mal humor. A Harry todavía le sorprendía lo mucho que le había importado a Bill lo de los Dursley.

El último día de agosto pensó que era mejor hablar con sus tíos para poder ir a la estación de King's Cross, al día siguiente.

—Tendrías que habérselo dicho antes —le regañó Hermione. Harry se encogió de hombros.

—Me llevaron de todas formas —prefirió no decir que lo habían abandonado a su suerte en la estación, aunque sabía que después saldría en los libros.

Así que bajó al salón, donde estaban viendo la televisión.

A Arthur Weasley se le iluminó la cara, haciendo que Harry sonriera.

Se aclaró la garganta, para que supieran que estaba allí, y Dudley gritó y salió corriendo.

Muchos se echaron a reír. De nuevo, Harry se sorprendió al darse cuenta del odio que se había generado contra los Dursley. "Y todavía no han leído lo de los barrotes", pensó con nerviosismo. Esperaba que ese detalle no lo dieran los libros, aunque ya estaba perdiendo toda esperanza de conservar algo de su privacidad.

Hum... ¿Tío Vernon?

Tío Vernon gruñó, para demostrar que lo escuchaba.

Hum... necesito estar mañana en King's Cross para... para ir a Hogwarts.

Tío Vernon gruñó otra vez.

—¿Es que no sabe comunicarse como los humanos? —se quejó Angelina.

—Se ve que estaba practicando para comunicarse con el cerdo de su hijo —dijo Fred con una gran sonrisa. —¿Qué pasó al final con la cola de cerdo? No recuerdo que la tuviera cuando fuimos a tu casa antes de los mundiales.

Harry sonrió y señaló al libro, pensando que habría estado bien que la cola hubiera sido permanente.

¿Podría ser que me lleves hasta allí?

Otro gruñido. Harry interpretó que quería decir sí.

Muchas gracias.

—Pff, ni te dirige la palabra y encima le das las gracias —dijo Dean rodando los ojos.

Estaba a punto de volver a subir la escalera, cuando tío Vernon finalmente habló.

Qué forma curiosa de ir a una escuela de magos, en tren. ¿Las alfombras mágicas estarán todas pinchadas?

—¿Alfombras mágicas? —preguntó Hannah Abbott, muy confundida.

—Los muggles piensan que los magos pueden volar subidos en alfombras mágicas —explicó Colin Creevey. —Como en Aladdín.

—¿Aladdín? —repitió Ernie Macmillan con escepticismo.

—Sí, es un cuento muggle —intervino Hermione. —Como Blancanieves, la Cenicienta…

—¿Quieres decir que los muggles no tienen el cuento de Babbity Rabbity y su Cepa Carcajeante? —preguntó una niña de primero de Hufflepuff.

—No, los muggles tienen otros cuentos —respondió Colin, sonriéndole a la niña.

—¿Y tampoco el de El Mago y el Cazo Saltarín? —preguntó Neville. —Me gustaba mucho ese cuento cuando era pequeño.

—No, ni siquiera había escuchado nunca ese nombre —respondió Colin. A su lado, Dennis asentía.

—¿Entonces no conocéis la Fábula de los Tres Hermanos? —preguntó Ron, mirando a Harry y a Hermione con sorpresa.

—No, Ron, no conocemos ninguno de los cuentos que tú conoces—dijo Harry.

—Pues deberíais conocer ese —insistió Ron. —Es el mejor cuento del mundo. Sin ofender, Neville, pero es mucho mejor que el del mago y el cazo.

Neville sonrió y se encogió de hombros.

—Es cuestión de gustos —respondió simplemente.

—Mamá nos contaba esos cuentos cuando éramos pequeños —intervino Ginny. —¿Cómo son los cuentos muggles?

—Oh, están muy bien —aseguró Hermione.

—Sí, pero las películas siempre son mejores —añadió Dean. Muchos se quedaron confundidos.

—¿Películas? —preguntó Neville.

—Sí, hay veces que hacen películas de cuentos infantiles —respondió Hermione. —Las películas son… imágenes en movimiento, grabadas con unos aparatos muggles o hechas por ordenador.

—¿Cómo una foto? —sugirió Lee Jordan.

—No exactamente —siguió Hermione. —Es… complicado de explicar.

—Son muchas imágenes que no se mueven, puestas una detrás de otra de forma que parezca que los personajes se mueven —intentó explicar Dean.

—¿Puedo seguir leyendo? —interrumpió Terry Boot. Ernie lo miró con compasión, sabiendo bien lo que sentía. Todo el mundo se calló, aunque las dudas de muchos nacidos de magos sobre las películas y los cuentos no se habían disipado del todo.

Harry no contestó nada.

¿Y dónde queda ese colegio, de todos modos?

No lo sé —dijo Harry; dándose cuenta de eso por primera vez.

—Pff, Harry, ¿cómo puedes dejarlo todo para el final? —volvió a regañarlo Hermione. El chico rodó los ojos.

Sacó del bolsillo el billete que Hagrid le había dado—. Tengo que coger el tren que sale del andén nueve y tres cuartos, a las once de la mañana —leyó.

—Oh—dijo Lavender. —¡Hagrid no te ha dicho como entrar al andén!

Algunos parecieron preocupados, pero Harry solo sonrió.

Sus tíos lo miraron asombrados.

¿Andén qué?

Nueve y tres cuartos.

No digas estupideces —dijo tío Vernon—. No hay ningún andén nueve y tres cuartos.

—Sí que lo hay, imbécil —dijo Seamus rodando los ojos.

Eso dice mi billete.

Equivocados —dijo tío Vernon—. Totalmente locos, todos ellos.

Definitivamente, tío Vernon no se estaba ganando la simpatía de la gente del comedor.

Ya lo verás. Tú espera. Muy bien, te llevaremos a King's Cross. De todos modos, tenemos que ir a Londres mañana. Si no, no me molestaría.

¿Por qué vais a Londres? —preguntó Harry tratando de mantener el tono amistoso.

Moody asintió, satisfecho con la ligera manipulación de la situación que estaba haciendo Harry.

Llevamos a Dudley al hospital —gruñó tío Vernon—. Para que le quiten esa maldita cola antes de que vaya a Smeltings.

El comedor estalló en risas. Hagrid parecía muy orgulloso de sí mismo, a pesar de la mirada de Umbridge, quien parecía seguir empeñada en castigar a Hagrid por utilizar magia.

A la mañana siguiente, Harry se despertó a las cinco, tan emocionado e ilusionado que no pudo volver a dormir.

—A mí me pasó igual —confesó Dean.

—Yo me desperté a las cuatro —replicó Hermione en voz baja, sonrojándose levemente.

Se levantó y se puso los tejanos: no quería andar por la estación con su túnica de mago, ya se cambiaría en el tren.

Moody volvió a parecer satisfecho con ese razonamiento.

Miró otra vez su lista de Hogwarts para estar seguro de que tenía todo lo necesario, se ocupó de meter a Hedwig en su jaula y luego se paseó por la habitación, esperando que los Dursley se levantaranDos horas más tarde, el pesado baúl de Harry estaba cargado en el coche de los Dursley y tía Petunia había hecho que Dudley se sentara con Harry, para poder marcharse.

Algunos se rieron de Dudley.

Llegaron a King's Cross a las diez y media. Tío Vernon cargó el baúl de Harry en un carrito y lo llevó por la estación.

Ante las caras de extrañeza de todos a su alrededor, Harry mantuvo la suya impasible. No le hacía ninguna gracia lo que sabía que se iba a leer a continuación.

Harry pensó que era una rara amabilidad, hasta que tío Vernon se detuvo, mirando los andenes con una sonrisa perversa.

Bueno, aquí estás, muchacho. Andén nueve, andén diez... Tú andén debería estar en el medio, pero parece que aún no lo han construido, ¿no?

Las miradas de rabia hacia el libro aumentaron.

Tenía razón, por supuesto. Había un gran número nueve, de plástico, sobre un andén, un número diez sobre el otro y, en el medio, nada.

Que tengas un buen curso —dijo tío Vernon con una sonrisa aún más torva. Se marchó sin decir una palabra más.

Harry se volvió y vio que los Dursley se alejaban. Los tres se reían.

—¡SERÁN HIJOS DE…! —gritó Dean. Neville estaba poniéndose rojo de rabia.

—¡¿Cómo se atreven a abandonar así a un niño?! —gritó McGonagall, enfurecida.

—Tus tíos son unos… unos… —Ron no parecía ser capaz de encontrar una palabra adecuada. Por su parte, Hermione parecía estar lista para hechizar a alguien. Ginny se había puesto del color de su pelo y Fred y George se crujian los nudillos, a pesar de que todos ellos sabían que Harry había estado solo en el momento de cruzar la barrera.

—En serio, ¿cómo puedes vivir con esa gente? —preguntó Cho, consternada. Harry suspiró. En la mesa de profesores, la gente no estaba más calmada que los alumnos. La profesora McGonagall miraba a Dumbledore con tanta rabia contenida que Harry pensó que en cualquier momento sacaría su varita y le atacaría. Las profesoras Sprout y Sinistra parecían enfadadísimas, mientras que Hagrid apretaba los puños con tanta fuerza que el pequeño Flitwick lo miraba con cautela. Dumbledore había vuelto a perder el brillo de sus ojos. Harry no quiso mirar ni a Umbridge ni al ministro, pero no pudo evitarlo: el ministro tenía la cabeza agachada, de forma que Harry no sabía si estaba apenado por lo que acababa de leer o si estaba así porque sentía que, con cada cosa que se leía, su carrera como ministro estaba más en peligro. Por su parte, Umbridge tenía una pequeña sonrisa en sus asquerosos labios de sapo.

Entre insultos hacia los Dursley y gestos de odio, Terry Boot trató de seguir leyendo, pero le fue imposible decir más que unas pocas palabras. De nuevo, Harry tuvo que llamar al orden.

—¡Basta ya! —gritó lo suficientemente alto como para que todo el comedor lo escuchara. —Agradezco vuestra preocupación, pero os puedo asegurar que no me pasó nada porque se fueran. Es más —añadió. —Me alegro de que lo hicieran.

—¿Te alegras? —preguntó Justin, incrédulo.

—Sí —respondió Harry alegremente. —Ahora verás por qué.

Le hizo un gesto a Terry de que siguiera leyendo. El chico dejo salir un suspiro de alivio.

Harry sintió la boca seca. ¿Qué haría? Estaba llamando la atención, a causa de Hedwig. Tendría que preguntarle a alguien.

Detuvo a un guarda que pasaba, pero no se atrevió a mencionar el andén nueve y tres cuartos.

—Es lo más sensato —lo apoyó Kingsley. Harry le sonrió.

El guarda nunca había oído hablar de Hogwarts, y cuando Harry no pudo decirle en qué parte del país quedaba, comenzó a molestarse, como si pensara que Harry se hacía el tonto a propósito. Sin saber qué hacer, Harry le preguntó por el tren que salía a las once, pero el guarda le dijo que no había ninguno.

—Pues menuda suerte —interrumpió Hermione. —Quizá si hubiera habido otro tren a las once te habrías subido sin saber a dónde iba.

Al final, el guarda se alejó, murmurando algo sobre la gente que hacía perder el tiempo. Según el gran reloj que había sobre la tabla de horarios de llegada, tenía diez minutos para coger el tren a Hogwarts y no tenía idea de qué podía hacer.

Algunos miraron a Hagrid con reproche. El semi-gigante pareció avergonzado, pero se animó al ver que Harry le sonreía.

Estaba en medio de la estación con un baúl que casi no podía transportar, un bolsillo lleno de monedas de mago y una jaula con una lechuza. Hagrid debió de olvidar decirle algo que tenía que hacer, como dar un golpe al tercer ladrillo de la izquierda para entrar en el callejón DiagonSe preguntó si debería sacar su varita y comenzar a golpear la taquilla, entre los andenes nueve y diez.

—No es la entrada del callejón Diagón —dijo Ron con una sonrisa. Harry le sacó la lengua.

En aquel momento, un grupo de gente pasó por su lado y captó unas pocas palabras.

... lleno de muggles, por supuesto...

Harry se volvió para verlos. La que hablaba era una mujer regordeta, que se dirigía a cuatro muchachos, todos con pelo de llameante color rojo.

Los Weasley vitorearon. Harry vio cómo Molly se sonrojaba por su descripción.

Cada uno empujaba un baúl, como Harry, y llevaban una lechuza.

Con el corazón palpitante, Harry empujó el carrito detrás de ellos. Se detuvieron y los imitó, parándose lo bastante cerca para escuchar lo que decían.

—¿Nos espiaste? —dijo Fred con incredulidad.

—Lo siento —se disculpó Harry. —No sabía qué más podía hacer.

—No te preocupes, cielo —le tranquilizó Molly con una sonrisa amable. De pronto Harry se acordó de algo.

—Hagrid —llamó. El semi-gigante lo miró con curiosidad. —¿Recuerdas lo que te dije de que te agradecía que me hubieras enseñado la palabra muggle? Ahí tienes la razón.

Las caras de los alumnos y de Hagrid se tornaron en expresiones de comprensión.

Y ahora, ¿cuál es el número del andén? —dijo la madre.

—¿Cómo se te puede olvidar eso? —sonrió Arthur a su esposa, quien se sonrojó de nuevo.

¡Nueve y tres cuartos! —dijo la voz aguda de una niña, también pelirroja, que iba de la mano de la madre—. Mamá, ¿no puedo ir...?

Ahora fue el turno de Ginny de sonrojarse.

No tienes edad suficiente, Ginny Ahora estáte quieta. Muy bien, Percy, tú primero.

Las sonrisas de los Weasley se desvanecieron al instante.

El que parecía el mayor de los chicos se dirigió hacia los andenes nueve y diez. Harry observaba, procurando no parpadear para no perderse nada. Pero justo cuando el muchacho llegó a la división de los dos andenes, una larga caravana de turistas pasó frente a él y, cuando se alejaron, el muchacho había desaparecido.

—Qué mala suerte —se quejó Katie Bell.

Fred, eres el siguiente —dijo la mujer regordeta.

No soy Fred, soy George —dijo el muchacho—. ¿De veras, mujer, puedes llamarte nuestra madre? ¿No te das cuenta de que yo soy George?

Lo siento, George, cariño.

Estaba bromeando, soy Fred —dijo el muchacho, y se alejó.

Muchos se echaron a reír. Incluso la señora Weasley sonrió, aunque su expresión denotaba la exasperación que sentía cada vez que los hijos hacían esa broma. Fred y George chocaron los cinco.

Debió pasar, porque un segundo más tarde ya no estaba. Pero ¿cómo lo había hecho? Su hermano gemelo fue tras él: el tercer hermano iba rápidamente hacia la taquilla (estaba casi allí) y luego, súbitamente, no estaba en ninguna parte.

No había nadie más.

Discúlpeme —dijo Harry a la mujer regordeta.

—Así que así os conocisteis —sonrió Lupin. Molly, quien había vuelto a sonrojarse al volver a escuchar lo de "regordeta", asintió y miró a Harry con afecto.

Hola, querido —dijo—. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ron también es nuevo.

Señaló al último y menor de sus hijos varones. Era alto, flacucho y pecoso, con manos y pies grandes y una larga nariz.

Ron se puso tan rojo que Harry pensó que iba a estallar. Los que sí que estallaron fueron Hermione, Ginny y los gemelos, quienes no podían parar de reír. Dean y Seamus se unieron, así como muchos alumnos a lo largo del comedor.

—Menuda descripción—murmuró Ron, presa de la vergüenza. Harry se encogió de hombros.

Sí —dijo Harry—. Lo que pasa es que... es que no se cómo...

—Qué adorable —oyó que murmuraba Demelza Robins.

¿Como entrar en el andén? —preguntó bondadosamente, y Harry asintió con la cabeza.

No te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas miedo de chocar, eso es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nervioso. Ve ahora, ve antes que Ron.

Hum... De acuerdo —dijo Harry.

Empujó su carrito y se dirigió hacia la barrera. Parecía muy sólida.

Algunos rieron.

—Tranquilo, no te vas a chocar —rió Lee Jordan. Harry y Ron intercambiaron miradas cómplices.

—No estés tan seguro…—contestó Ron. Muchos los miraron con curiosidad, pero ellos no dijeron nada más.

Comenzó a andar. La gente que andaba a su alrededor iba al andén nueve o al diez. Fue más rápido. Iba a chocar contra la taquilla y tendría problemas. Se inclinó sobre el carrito y comenzó a correr (la barrera se acercaba cada vez más). Ya no podía detenerse (el carrito estaba fuera de control), ya estaba allí... Cerró los ojos, preparado para el choque...

—Qué pesimista —dijo Parvati rodando los ojos.

Pero no llegó. Siguió rodando. Abrió los ojos.

Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. Un rótulo decía: «Expreso de Hogwarts, 11 h». Harry miró hacia atrás y vio una arcada de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras «Andén Nueve y Tres Cuartos».

Lo había logrado.

Muchos le sonrieron.

El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud, mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las piernas de la gente. Las lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por encima del ruido de las charlas y el movimiento de los pesados baúles.

Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos asomados por las ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre los asientos que iban a ocuparHarry empujó su carrito por el andén, buscando un asiento vacío. Pasó al lado de un chico de cara redonda que decía:

Abuelita, he vuelto a perder mi sapo.

Oh, Neville —oyó que suspiraba la anciana.

Muchos se echaron a reír, mirando al pobre Neville, que se había sonrojado.

—¿Cuántas veces perdiste al sapo en un día? —preguntó Ron con incredulidad.

—Demasiadas —respondió Neville. —Lo volví a perder en el tren, y al bajar del tren otra vez…

Harry rió con los demás.

Un muchacho de pelos tiesos estaba rodeado por un grupo.

Déjanos mirar, Lee, vamos.

—¿"Muchacho de pelos tiesos"? No está mal —dijo Lee con una sonrisa.

El muchacho levantó la tapa de la caja que llevaba en los brazos, y los que lo rodeaban gritaron cuando del interior salió una larga cola peluda.

—¡Lee Jordan! ¿Se puede saber qué trajiste a Hogwarts? —inquirió la profesora McGonagall, alarmada.

—No se preocupe profesora, esa criatura ya no está en el castillo —prometió Lee, lo que no ayudo mucho a calmar a la profesora, quien le prometió que tendrían una charla al final del capítulo.

Harry se abrió paso hasta que encontró un compartimiento vacío, cerca del final del tren. Primero puso a Hedwig y luego comenzó a empujar el baúl hacia la puerta del vagón. Trató de subirlo por los escalones, pero sólo lo pudo levantar un poco antes de que se cayera golpeándole un pie.

—Inútil —dijo Malfoy, aunque Harry notó que lo dijo sin ganas. Lo más seguro era que llevaba tanto tiempo sin hablar que sentía que necesitaba meterse con Harry a la primera oportunidad que se presentase.

¿Quieres que te eche una mano? —Era uno de los gemelos pelirrojos, a los que había seguido a través de la barrera de los andenes.

Molly le sonrió a los gemelos.

Sí, por favor —jadeó Harry.

¡Eh, Fred! ¡Ven a ayudar!

Tanto Fred como George sonrieron con emoción al ver que al fin se iban a convertir en personajes del libro.

Con la ayuda de los gemelos, el baúl de Harry finalmente quedó en un rincón del compartimiento.

Gracias —dijo Harry, quitándose de los ojos el pelo húmedo.

¿Qué es eso? —dijo de pronto uno de los gemelos, señalando la brillante cicatriz de Harry

La sonrisa de Molly se transformó en un gesto severo.

—Espero que no le preguntarais…

Los gemelos tragaron saliva.

Vaya—dijo el otro gemelo—. ¿Eres tú...?

Es él —dijo el primero—. Eres tú, ¿no? —se dirigió a Harry.

¿Quién? —preguntó Harry.

Harry Potter —respondieron a coro.

Oh, él —dijo Harry—. Quiero decir, sí, soy yo.

Muchos rieron, incluido Harry.

Los dos muchachos lo miraron boquiabiertos y Harry sintió que se ruborizaba.

Los gemelos hicieron una mueca ante eso.

—Probablemente deberíamos disculparnos por eso —empezó Fred.

—Si te sirve de consuelo, ya no nos provocas tanta impresión —siguió George.

—Sí, ahora más bien nos provocas una sutil indiferencia.

—Excepto cuando ocupa el baño de la Madriguera, ahí lo que me provoca es cierto fastidio.

—Oh, y cuando juega al ajedrez con Ron lo que me provoca es mucha pena.

—Y vergüenza ajena, que no se te olvide.

—¿Podéis parar ya? —gruñó Harry, mientras los gemelos seguían haciendo una lista de los diferentes sentimientos que Harry les provocaba, ninguno de ellos bueno. Ron se inclinó para hablarle al oído.

—Así es como es tener hermanos —le susurró con una sonrisa. —Así que vete acostumbrando, porque cuanto más quieres a un hermano, menos cosas bonitas le dices.

Harry se sonrojó levemente ante esa confesión de Ron de que los gemelos lo consideraban como a un hermano.

—Ronnie, ¿qué le susurras al oído a Harry? —preguntó Fred con malicia en su mirada.

—Nada que te importe.

—Sea lo que sea, has hecho que se sonroje —siguió George, sonriendo de forma perversa. —Creo que ese tipo de conversaciones es mejor tenerlas en privado, no en medio del Gran Comedor.

—¿Qué tipo de conversaciones? —preguntó Harry. Todos en la mesa lo miraron como si tuviera tres cabezas, haciendo que el pobre se encogiera un poco en su asiento.

—Harry, ¿no ves lo que intentan insinuar? —dijo Hermione, incrédula. Ante la cara de confusión de Harry, la chica bufó para ocultar una risotada.

—Tienes la mente demasiado limpia, Harry —dijo Ginny con una risita.

—No se la ensuciéis —les dijo Hermione a los gemelos, poniéndose en modo "hermana mayor". —Dejad que sea inocente un poco más.

—¿Para qué ser inocente si ser un malpensado es mucho más divertido? —preguntó un Fred sonriente. Harry, quien todavía no había pillado a qué venía toda esta conversación, le hizo un gesto a Terry para que siguiera leyendo.

Entonces, para su alivio, una voz llegó a través de la puerta abierta del compartimiento.

¿Fred? ¿George? ¿Estáis ahí?

Ya vamos, mamá.

Con una última mirada a Harry, los gemelos saltaron del vagón.

Harry se sentó al lado de la ventanilla. Desde allí, medio oculto, podía observar a la familia de pelirrojos en el andén y oír lo que decían.

—¡Ya estás espiándonos otra vez! —dijo George con una risotada.

—Ahí ya no tienes excusa —siguió Ginny. A Harry le alivió ver que sonreía, al igual que todos los Weasley.

—Lo siento —volvió a disculparse. Molly volvió a hacer un gesto de "no es nada", sin dejar de sonreír.

La madre acababa de sacar un pañuelo.

Ron, tienes algo en la nariz.

Harry y Hermione rieron por lo bajo, mientras que Ron gruñó.

El menor de los varones trató de esquivarla, pero la madre lo sujetó y comenzó a frotarle la punta de la nariz.

Mamá, déjame —exclamó apartándose.

¿Ah, el pequeñito Ronnie tiene algo en su naricita? —dijo uno de los gemelos.

En el comedor, las risas y las burlas hacia Ron continuaron, haciendo que el chico le hiciera algunos gestos groseros a sus hermanos (tratando y consiguiendo que su madre no lo viera).

Cállate —dijo Ron.

¿Dónde está Percy? —preguntó la madre.

El buen humor de los Weasley se esfumó de nuevo. Harry pensó que, si cada vez que Percy fuera nombrado todos iban a reaccionar así, iba a ser insoportable leer los libros.

Ahí viene.

El mayor de los muchachos se acercaba a ellos. Ya se había puesto la ondulante túnica negra de Hogwarts, y Harry notó que tenía una insignia plateada en el pecho, con la letra P.

Por su parte, Percy no estaba en mucho mejor estado que su familia.

Cuando el ministro le había contado su conversación con el encapuchado del futuro y con el director Dumbledore, había considerado que la posibilidad de que una historia tan descabellada fuera cierta era inexistente. Pero el ministro había accedido a escuchar la lectura, y después de escuchar al director y al desconocido dar explicaciones el día anterior… Cada vez tenía más claro que la idea de que El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado hubiera regresado no era tan descabellada como había pensado. Y si era así…. Había roto la relación con su familia por nada.

¿Algún día le perdonarían? ¿Acaso merecía que le perdonaran?

No me puedo quedar mucho, mamá —dijo—. Estoy delante, los prefectos tenemos dos compartimientos...

Oh, ¿tú eres un prefecto, Percy? —dijo uno de los gemelos, con aire de gran sorpresa—. Tendrías que habérnoslo dicho, no teníamos idea.

Espera, creo que recuerdo que nos dijo algo —dijo el otro gemelo—. Una vez...

O dos...

Un minuto...

Todo el verano...

Oh, callaos —dijo Percy, el prefecto.

Los gemelos tenían expresiones muy serias en sus rostros. A Harry definitivamente no le gustaba verlos así, sin sus habituales sonrisas y bromas. De nuevo, su mente divagó hacia las palabras del encapuchado, y hacia lo que había sucedido esa mañana. Cerró los ojos un momento, dispuesto a dejar todo eso de lado para seguir la lectura.

Por suerte para él, nadie lo notó, ya que todas las personas a su alrededor estaban demasiado metidas en la confrontación con Percy. Nadie había dicho ni una sola palabra, pero la tensión podría haberse cortado con un cuchillo. Percy miraba al suelo fijamente, sin atreverse a levantar la mirada hacia su familia. Por su parte, los gemelos tampoco miraban hacia donde estaba él, mantenían sus expresiones serias fijas en diferentes puntos del comedor. Ron se había puesto algo rojo, pero tampoco decía nada. Hermione había alargado la mano para tomarle la suya, así que Harry supuso que ese gesto había contribuido a calmarlo. Ginny también se estaba poniendo roja. Por su parte, Molly parecía a punto de llorar, mientras que Arthur tenía una expresión impasible en su rostro. Bill y Charlie parecían enfadados y miraban a sus padres y a sus hermanos con cautela, pero tampoco dijeron nada.

Y de todos modos, ¿por qué Percy tiene túnica nueva? —dijo uno de los gemelos.

Porque él es un prefecto—dijo afectuosamente la madre—. Muy bien, cariño, que tengas un buen año. Envíame una lechuza cuando llegues allá.

Besó a Percy en la mejilla y el muchacho se fue.

Harry vio cómo Molly se limpiaba una lágrima con la manga de la túnica. Percy tenía la carne de gallina. Tomó aire, levantó la mirada y la dirigió por un momento a su familia, pero ver las lágrimas silenciosas de su madre y las reacciones de sus hermanos no ayudó para nada a hacerle sentir mejor, sino todo lo contrario. Rápidamente volvió a bajar la mirada antes de que ellos se dieran cuenta de que los observaba. De la mesa de Gryffindor, solo Harry vio a tiempo a dónde estaba mirando Percy.

Luego se volvió hacia los gemelos.

Ahora, vosotros dos... Este año os tenéis que portar bien. Si recibo una lechuza más diciéndome que habéis hecho... estallar un inodoro o...

¿Hacer estallar un inodoro? Nosotros nunca hemos hecho nada de eso.

Pero es una gran idea, mamá. Gracias.

—Así que fue idea de vuestra madre —rió Lee. Molly empalideció.

—¿Lo hicisteis?

—Eh… fue por una buena causa —se excusó Fred.

No tiene gracia. Y cuidad de Ron.

No te preocupes, el pequeño Ronnie estará seguro con nosotros.

Ron bufó.

—Sí, segurísimo —dijo con sarcasmo. —A ver, a ver… en primero, acabé siendo atacado por una pieza de ajedrez gigante. En segundo, terminé moviendo piedras en una cámara a kilómetros de Hogwarts con un profesor sin memoria y con mi hermana y mi mejor amigo en peligro de muerte. En tercero…

—Vale, vale—dijo Fred con una mueca.

—Lo pillamos —terminó George, que se había puesto algo pálido, al igual que su madre, quien había empalidecido aún más tras las palabras de Ron.

Por suerte para Ron, solo su familia, Harry y Hermione habían escuchado todo eso, ya que lo había dicho en voz baja.

Cállate —dijo otra vez Ron. Era casi tan alto como los gemelos y su nariz todavía estaba rosada, en donde su madre la había frotado.

Eh, mamá, ¿adivinas a quién acabamos de ver en el tren?

Harry se agachó rápidamente para que no lo descubrieran.

Aunque todos le habían dicho que no pasaba nada, Harry todavía se sentía avergonzado por haber espiado a los Weasley.

¿Os acordáis de ese muchacho de pelo negro que estaba cerca de nosotros, en la estación? ¿Sabéis quién es?

¿Quién?

¡Harry Potter!

Harry oyó la voz de la niña.

Mamá, ¿puedo subir al tren para verlo? ¡Oh, mamá, por favor...!

Ginny se puso más roja de lo que Harry nunca la había visto. La escuchó murmurar "madre mía…".

Ya lo has visto, Ginny y, además, el pobre chico no es algo para que lo mires como en el zoológico.

Harry miró a la señora Weasley con gratitud, que ella correspondió con una sonrisa.

¿Es él realmente, Fred? ¿Cómo lo sabes?

Se lo pregunté. Vi su cicatriz. Está realmente allí... como iluminada.

—¿Iluminada? —murmuró Harry, llevándose la mano a la frente inconscientemente. —Eso faltaba, que encima brillara.

Ron soltó una risotada que sonó muy extraña en el comedor, ya que nadie más había escuchado el comentario de Harry.

Pobrecillo... No es raro que esté solo. Fue tan amable cuando me preguntó cómo llegar al andén...

Eso no importa. ¿Crees que él recuerda cómo era Quien-tú-sabes?

—Buena pregunta —escuchó que decía un chico de séptimo a otro. Harry rodó los ojos.

La madre, súbitamente, se puso muy seria.

Te prohíbo que le preguntes, Fred. No, no te atrevas. Como si necesitara que le recuerden algo así en su primer día de colegio.

De nuevo, Harry volvió a agradecer a Molly con la mirada, pero no fue el único, ya que también lo hicieron Lupin y McGonagall, esta última con un gesto con la cabeza. Por su parte, Canuto apoyó la cabeza sobre la rodilla de Harry, como queriendo animarlo.

Está bien, quédate tranquila.

Se oyó un silbido.

Daos prisa —dijo la madre, y los tres chicos subieron al tren. Se asomaron por la ventanilla para que los besara y la hermanita menor comenzó a llorar.

Ginny, cuyo color había perdido un poco del rojo brillante de hacía un minuto, volvió a brillar con luz propia. Una luz muy roja.

No llores, Ginny, vamos a enviarte muchas lechuzas.

Y un inodoro de Hogwarts.

¡George!

Era una broma, mamá.

—Nunca me lo enviasteis —les dijo Ginny con una sonrisa, aunque el tono rojo brillante seguía ahí.

—Se lo tuvimos que enviar a otra persona —contestó George.

—Pero tranquila, siempre podemos dejarte uno en la sala común.

—No, gracias —rió ella.

El tren comenzó a moverse. Harry vio a la madre de los muchachos agitando la mano y a la hermanita, mitad llorando, mitad riendo, corriendo para seguir al tren, hasta que éste comenzó a acelerar y entonces se quedó saludando. Harry observó a la madre y la hija hasta que desaparecieron, cuando el tren giró.

Las casas pasaban a toda velocidad por la ventanilla. Harry sintió una ola de excitación. No sabía lo que iba a pasar... pero sería mejor que lo que dejaba atrás.

—Hombre, para ser mejor que los Dursley no hace falta ser muy bueno —replicó Ron. Seamus, Neville y Dean asintieron.

La puerta del compartimiento se abrió y entró el menor de los pelirrojos.

¿Hay alguien sentado ahí? —preguntó, señalando el asiento opuesto a Harry—. Todos los demás vagones están llenos.

—Oh, ese es el momento en el que os conocisteis, ¿verdad? —dijo Luna con una sonrisa. Ellos dos asintieron, sonriendo.

Harry negó con la cabeza y el muchacho se sentó. Lanzó una mirada a Harry y luego desvió la vista rápidamente hacia la ventanilla, como si no lo hubiera estado observando. Harry notó que todavía tenía una mancha negra en la nariz.

Ron gruñó.

Eh, Ron.

Los gemelos habían vuelto.

Mira, nosotros nos vamos a la mitad del tren, porque Lee Jordan tiene una tarántula gigante y vamos a verla.

—¡Jordan! —volvió a gritar McGonagall. Lee tragó saliva.

De acuerdo —murmuró Ron.

Harry —dijo el otro gemelo—, ¿te hemos dicho quiénes somos? Fred y George Weasley.

Los gemelos sonrieron e hicieron reverencias, sacando algunas risas de los estudiantes.

Y él es Ron, nuestro hermano.

Muchos le sonrieron a Ron, especialmente chicas. Nadie notó la cara de molestia de Hermione.

Nos veremos después, entonces.

Hasta luego —dijeron Harry y Ron. Los gemelos salieron y cerraron la puerta.

¿Eres realmente Harry Potter? —dejó escapar Ron.

Harry asintió.

Oh... bien, pensé que podía ser una de las bromas de Fred y George —dijo Ron—. ¿Y realmente te hiciste eso... ya sabes...?

Señaló la frente de Harry.

—¡Ronald Weasley! —le regañó la señora Weasley. —¿Es que no escuchaste lo que le dije a tus hermanos? ¡Nada de preguntas incómodas!

Ron rodó los ojos.

Harry se levantó el flequillo para enseñarle la luminosa cicatriz. Ron la miró con atención.

¿Así que eso es lo que Quien-tú-sabes...?

Sí —dijo Harry—, pero no puedo recordarlo.

¿Nada? —dijo Ron en tono anhelante.

Ahora sí que Ron no pudo evitar hacer una mueca. Sabiendo todo lo que sabía ahora, le parecía patético haber reaccionado de esa manera al conocer a Harry.

Bueno... recuerdo una luz verde muy intensa, pero nada más.

Muchas personas, todas aquellas que eran conscientes del color que tenía la maldición mortal, tuvieron escalofríos o hicieron muecas.

Vaya —dijo Ron. Contempló a Harry durante unos instantes y luego, como si se diera cuenta de lo que estaba haciendo, con rapidez volvió a mirar por la ventanilla.

Esta vez Molly sonrió, satisfecha de que su hijo se hubiera dado cuenta de que lo que estaba haciendo estaba mal y hubiera parado.

¿Sois una familia de magos? —preguntó Harry, ya que encontraba a Ron tan interesante como Ron lo encontraba a él.

Ron lo miró con sorpresa.

—¿Oh, el pequeño Ronnie te parecía interesante? —dijo Fred con una sonrisita.

—Claro que sí—respondió Harry rápidamente, evitando así que a los gemelos les diera tiempo a seguir con la broma. —Nunca había visto una familia de magos, ¿cómo no me iba a interesar?

Oh, sí, eso creo —respondió Ron—. Me parece que mamá tiene un primo segundo que es contable, pero nunca hablamos de él.

Hermione pareció sorprendida y dolida ante esa información. Al ver su cara, la señora Weasley añadió:

—El primo Phil es un squib. Hace mucho tiempo que decidió vivir como un muggle y desde entonces hemos perdido el contacto totalmente —Molly se encogió de hombros. —No tiene nada que ver con que sea mago o no, simplemente nunca hemos sido cercanos.

Hermone pareció mucho más tranquila tras escuchar la explicación.

Entonces ya debes de saber mucho sobre magia.

Era evidente que los Weasley eran una de esas antiguas familias de magos de las que había hablado el pálido muchacho del callejón Diagon.

Malfoy y los hijos Weasley se miraron con asco.

—Definitivamente esa no es la familia que tenía en mente cuando hice aquel comentario —dijo Draco con una mueca.

—No nos compares con los Malfoy, Harry —se quejó Ron. Harry sonrió a modo de disculpa.

Oí que te habías ido a vivir con muggles —dijo Ron—. ¿Cómo son?

Horribles... Bueno, no todos ellos. Mi tía, mi tío y mi primo sí lo son.

La cantidad de alumnos que asintieron a ese comentario fue inmensa.

Me hubiera gustado tener tres hermanos magos.

Cinco —corrigió Ron. Por alguna razón parecía deprimido—.

Todos los Weasley miraron a Ron con sorpresa. A Harry le sorprendió ver que hasta los gemelos parecían preocupados.

Soy el sexto en nuestra familia que va a asistir a Hogwarts. Podrías decir que tengo el listón muy alto. Bill y Charlie ya han terminado. Bill era delegado de clase y Charlie era capitán de quidditch. Ahora Percy es prefecto. Fred y George son muy revoltosos, pero a pesar de eso sacan muy buenas notas y todos los consideran muy divertidos. Todos esperan que me vaya tan bien como a los otros, pero si lo hago tampoco será gran cosa, porque ellos ya lo hicieron primero.

—¡Ron! —Molly parecía alarmada. —Ron, cariño, no… ya no piensas así, ¿verdad?

Había un deje de súplica en su voz. Todos los demás Weasley miraban a Ron como si nunca lo hubieran visto.

—Eh…—Ron se había puesto más rojo que nunca y parecía incapaz de articular palabra.

—Ron, que tus hermanos hayan conseguido esas cosas no significa que tus logros valgan menos —dijo Arthur seriamente, aunque Harry escuchó la preocupación en su voz.

—Eh… vale, papá —contestó Ron, evitando la mirada de todos. Era obvio que el asunto no estaba arreglado, algo que Arthur también debió notar porque dijo:

—Cuando acabe el capítulo hablaremos sobre todo esto.

Ron hizo un pequeño gesto de asentimiento con la cabeza, todavía sin mirar a sus padres ni hermanos. En realidad, su vista estaba clavada en una pequeña mancha en la mesa. Hermione estiró la mano para tomar la de Ron entre las suyas, algo que de nuevo pareció calmar un poco al chico. Harry notó por debajo de la mesa que a Ron le había dado un tic nervioso en la pierna, por lo que puso su mano con suavidad sobre su rodilla, tratando de demostrarle su apoyo. Ron ni siquiera pareció notarlo.

Además, nunca tienes nada nuevo, con cinco hermanos. Me dieron la túnica vieja de Bill, la varita vieja de Charles y la vieja rata de Percy.

Los Weasley, así como muchas personas a lo largo y ancho del comedor, miraron a Ron con más preocupación ahora, ya que la expresión del chico había demostrado por un momento un gran odio y asco. Harry suponía que, a pesar de que los Weasley estaban enterados de lo de Pettigrew, la declaración anterior del Ron del libro no les dejaba ver la causa real del repentino odio de Ron. Si Molly o Arthur hubieran mirado a Harry, habrían visto el odio en sus ojos, más potente que en los de Ron.

Ron buscó en su chaqueta y sacó una gorda rata gris, que estaba dormida.

Canuto gruñó, haciendo que algunos se sobresaltaran. Lo bueno de ello fue que los Weasley parecieron comprender al mismo tiempo a qué venía la cara de odio de Ron. Harry vio cómo las caras de Molly, Arthur, Bill, Charlie y los gemelos se teñían de alivio.

Se llama Scabbers y no sirve para nada, casi nunca se despierta. A Percy, papá le regaló una lechuza, porque lo hicieron prefecto, pero no podían comp... Quiero decir, por eso me dieron a Scabbers.

Ron hizo una mueca, que no pasó desapercibida para su repentinamente atenta familia. Por su parte, Percy empezaba a ser incapaz de mantener el semblante impasible. Por muy imbécil que hubiera sido, seguía siendo un Weasley y Ron era su hermano pequeño.

Las orejas de Ron enrojecieron. Parecía pensar que había hablado demasiado, porque otra vez miró por la ventanilla.

Harry no creía que hubiera nada malo en no poder comprar una lechuza. Después de todo, él nunca había tenido dinero en toda su vida, hasta un mes atrás, así que le contó a Ron que había tenido que llevar la ropa vieja de Dudley y que nunca le hacían regalos de cumpleaños. Eso pareció animar a Ron.

—Siento haberme animado al saber eso —se disculpó Ron sinceramente. —En aquel entonces… bueno, era un tema más delicado que ahora, supongo.

—Tranquilo —le sonrió Harry. Hermione no le había soltado la mano al pelirrojo y éste no parecía estar dispuesto a soltarla pronto.

... y hasta que Hagrid me lo contó, yo no tenía idea de que era mago, ni sabía nada de mis padres o Voldemort...

Ron bufó.

¿Qué? —dijo Harry.

Has pronunciado el nombre de Quien-tú-sabes —dijo Ron, tan conmocionado como impresionado—. Yo creí que tú, entre todas las personas...

—Oye —interrumpió Harry de pronto en voz alta, haciendo que todos se giraran hacia él. —Me acabo de dar cuenta de algo. Todos los que habéis leído habéis dicho el nombre de Voldemort sin problemas.

Terry Boot se llevó la mano a la boca de la sorpresa, al darse cuenta de que acababa de hacer exactamente eso. Todos aquellos alumnos que habían leído antes parecieron entrar en shock.

—¿Veis? —siguió Harry con una sonrisa. —No pasa nada por decir el nombre. No va a aparecer Voldemort de la nada con todo su séquito de mortífagos para atacaros. Solo es un nombre.

El silencio que había inundado el comedor tras las palabras de Harry no se extinguió, haciendo que él rodara los ojos.

—Sigue leyendo, anda —pidió Harry, exasperado. Los miembros de la orden parecían divertirse.

Lo que Harry no sabía era que, fuera del comedor, en una de las aulas que no se utilizaban, un grupo de cinco personas estaba rebatiendo sus palabras.

—"No va a aparecer Voldemort". Cuando lleguen al séptimo libro va a tener que comerse sus palabras —rió alguien.

—Sí, sí —dijo alguien de forma apresurada. —Pero vamos a centrarnos en el tema en cuestión. ¿Qué ha pasado en la lechucería?

—Al parecer Nott quería escribir a su papi mortífago para chafarnos el plan.

—Hasta ahí llegamos todos —respondió la misma persona de antes, exasperada. —Pero, ¿quién de vosotros lo ha impedido?

Se hizo el silencio. Se miraron los unos a los otros, con caras de desconcierto.

—¿No has sido tú? —preguntó alguien a la persona a su derecha, que negó con la cabeza.

—Entonces has sido tú —señaló a otra persona.

—No, yo he estado aquí todo el rato.

—Pero…. Nott dijo que un encapuchado le había atacado. Si no hemos sido ninguno de nosotros… ¿quién ha sido?

Volvieron a intercambiar miradas, esta vez con algo de pánico en ellas.

—Quizá algún alumno se pusiera una túnica con capucha solo para asustar a Nott e impedir que mandara la carta —sugirió alguien.

—Salieron muchos alumnos del comedor… quizá alguien vio salir a Nott y decidió seguirle.

—Es posible —accedió otra persona, pensativa. —Pero Nott dijo que esa persona estaba ya en la lechucería cuando él llegó. Si le siguió, ¿cómo consiguió llegar antes que él?

—Hay pasadizos que llevan allí.

—Pero muy pocos los conocen.

—¿Qué personas salieron del comedor?

—No pretenderás investigar a cada persona que salió, ¿verdad? Porque fueron muchísimas.

—¿Qué otra opción tenemos? Hay alguien por ahí haciéndose pasar por uno de nosotros.

—Pero nos ha ayudado. A todos se nos pasó vigilar la lechucería hoy… si no hubiera estado ese desconocido ahí, quién sabe lo que podría haber pasado.

—Lo mejor será controlar a los estudiantes de forma más estricta. Tenemos que crear unas nuevas reglas para los descansos.

—Por ejemplo, prohibir que salgan en grupos de más de 10 personas—sugirió alguien.

—Y que uno de nosotros vigile cada grupo.

—En ese caso — alguien cogió un pergamino y comenzó a hacer cuentas en él — podemos dejar salir 4 grupos de 10 personas, 40 personas en total cada vez, y que uno de nosotros se quede siempre monitorizando el comedor. No sé si así descubriremos quién se ha hecho pasar por uno de nosotros, pero al menos evitaremos que vuelvan a hacerlo.

—Buena idea. Y así nos ahorramos más problemas como lo de la carta de Nott.

Decidieron que expondrían las nuevas reglas cuando acabara el capítulo. En el comedor, la lectura continuaba con normalidad.

No estoy tratando de hacerme el valiente, ni nada por el estilo, al decir el nombre —dijo Harry—. Es que no sabía que no debía decirlo. ¿Ves lo que te decía? Tengo muchísimas cosas que aprender... Seguro —añadió, diciendo por primera vez en voz alta algo que últimamente lo preocupaba mucho—, seguro que seré el peor de la clase.

—Oh, Harry —dijo Hermione, mirándolo con empatía. —Yo tenía el mismo miedo antes de empezar las clases.

Algunos profesores asintieron, contentos de que Harry se hubiera preocupado por sus resultados académicos. Todos menos Snape, quién seguía pensando que, para haber estado tan preocupado, definitivamente no había estudiado lo suficiente para lograr calificaciones decentes.

No será así. Hay mucha gente que viene de familias muggles y aprende muy deprisa.

Para enfatizar su comentario, Ron miró a Harry y señaló a Hermione. Harry bufó.

—Ahora ya lo sé.

Mientras conversaban, el tren había pasado por campos llenos de vacas y ovejas. Se quedaron mirando un rato, en silencio, el paisaje.

A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer de cara sonriente, con hoyuelos, se asomó y les dijo:

¿Queréis algo del carrito, guapos?

Muchos sonrieron al recordar a la señora del carrito del tren. Para muchos, las horas que pasaban en el tren, comiendo dulces con sus amigos después de todo el verano o después de todo el curso, eran de las horas más agradables del año.

Harry, que no había desayunado, se levantó de un salto,

Molly frunció el ceño, pensando de nuevo en lo mal alimentado que los Dursley tenían a Harry.

pero las orejas de Ron se pusieron otra vez coloradas y murmuró que había llevado bocadillos.

En el comedor, sus orejas también se pusieron algo coloradas.

Harry salió al pasillo. Cuando vivía con los Dursley nunca había tenido dinero para comprarse golosinas y, puesto que tenía los bolsillos repletos de monedas de oro, plata y bronce, estaba listo para comprarse todas las barras de chocolate que pudiera llevar.

Muchos rieron.

—Como se nota que tenías once años —dijo Angelina con una gran sonrisa. —Te dan dinero y en lo primero que piensas es en comprar chocolate.

Pero la mujer no tenía Mars.

—¿Mars? —preguntó Neville.

—Dulces muggles—explicó Hermione.

En cambio, tenía Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores, chicle, ranas de chocolate, empanada de calabaza, pasteles de caldero, varitas de regaliz y otra cantidad de cosas extrañas que Harry no había visto en su vida.

—No son extrañas —se quejó un chico de cuarto de Slytherin.

—Para quienes se han criado con muggles sí que lo son —respondió Colin.

A Harry le sorprendió ver que nadie decía nada más. Un Slytherin y un Gryffindor acababan de comentar algo entre ellos sin provocar peleas y encima había sido algo que tenía que ver con las diferencias entre magos y muggles.

Como no deseaba perderse nada, compró un poco de todo y pagó a la mujer once sickles de plata y siete knuts de bronce.

—Eso no es bueno, Harry —le regañó la señora Weasley.

—Me daba mucha curiosidad probarlo todo —Harry se encogió de hombros.

Ron lo miraba asombrado, mientras Harry depositaba sus compras sobre un asiento vacío.

Tenías hambre, ¿verdad?

Muchísima —dijo Harry, dando un mordisco a una empanada de calabaza.

A algunos se les empezó a hacer la boca agua.

Ron había sacado un arrugado paquete, con cuatro bocadillos. Separó uno y dijo:

Mi madre siempre se olvida de que no me gusta la carne en conserva.

Molly se sonrojó.

Te la cambio por uno de éstos —dijo Harry, alcanzándole un pastel—. Sírvete...

No te va a gustar, está seca —dijo Ron—. Ella no tiene mucho tiempo — añadió rápidamente—... Ya sabes, con nosotros cinco.

Ron tuvo que aguantarse las ganas de pegarse golpes en toda la frente contra la mesa.

Vamos, sírvete un pastel —dijo Harry, que nunca había tenido nada que compartir o, en realidad, nadie con quien compartir nada.

La velocidad a la que volvieron las miradas de pena hizo que Harry tuviera que reprimir un gemido.

Era una agradable sensación, estar sentado allí con Ron, comiendo pasteles y dulces (los bocadillos habían quedado olvidados).

Harry y Ron miraron por un momento a Molly, sin saber si a ella le haría mucha gracia que hubieran dejado los bocadillos y se hubieran dedicado a comer chucherías. Pero Molly les sonrió a los dos con indulgencia, aunque en el fondo estaba decidida a hacer que esos dos comieran más sano en el futuro.

¿Qué son éstos? —preguntó Harry a Ron, cogiendo un envase de ranas de chocolate—. No son ranas de verdad, ¿no?—Comenzaba a sentir que nada podía sorprenderlo.

—¿Cómo van a ser ranas de verdad? —interrumpió Malfoy. —¿En serio eres tan estúpido?

Harry iba a replicar, pero una patada de Hermione hizo que se contuviera. No merecía la pena.

No —dijo Ron—. Pero mira qué cromo tiene. A mí me falta Agripa.

¿Qué?

Oh, por supuesto, no debes saber... Las ranas de chocolate llevan cromos, ya sabes, para coleccionar, de brujas y magos famosos. Yo tengo como quinientos, pero no consigo ni a Agripa ni a Ptolomeo.

—¿Solo te faltan esos dos? —preguntó Parvati, sorprendida.

—¡Yo tengo a agripa! —exclamó un chico de séptimo de Hufflepuff. A Ron se le iluminó la cara.

—¿Me lo cambias por otro? Te daré el que me pidas —a Harry le hizo gracia el tono casi suplicante que estaba usando Ron.

—Tienes a Bowman Wright, ¿no? —preguntó el chico, sonando tan esperanzado como Ron.

—Sí, tengo dos de él —respondió Ron con una amplia sonrisa. El Hufflepuff y él quedaron en que, al acabar el capítulo, irían a por sus cromos y harían el intercambio.

Harry desenvolvió su rana de chocolate y sacó el cromo. En él estaba impreso el rostro de un hombre. Llevaba gafas de media luna, tenía una nariz larga y encorvada, cabello plateado suelto, barba y bigotes. Debajo de la foto estaba el nombre: AlbusDumbledore.

—Cómo no —McGonagall rodó los ojos. —En las ranas de chocolate del tren siempre hay más de una del director —miró directamente a Dumbledore, con expresión severa pero divertida. —Me pregunto por qué será.

Dumbledore no hizo el más mínimo gesto de que fuera a contestarle, pero Harry vio que trataba de esconder una pequeña sonrisa.

¡Así que éste es Dumbledore! —dijo Harry.

¡No me digas que nunca has oído hablar de Dumbledore! —dijo Ron—. ¿Puedo servirme una rana? Podría encontrar a Agripa... Gracias...

Ron sonrió al pensar que en un rato podría tener a Agripa. ¡Al fin!

Harry dio la vuelta a la tarjeta y leyó:

Albus Dumbledore, actualmente director de Hogwarts. Considerado por casi todo el mundo Como el más grande mago del tiempo presente, Dumbledore es particularmente famoso por derrotar al mago tenebroso Grindelwald en 1945, por el descubrimiento de las doce aplicaciones de la sangre de dragón, y por su trabajo en alquimia con su compañero Nicolás Flamel.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas cómplices. A Hermione se le escapó una risita. Algunos los miraron con curiosidad.

El profesor Dumbledore es aficionado a la música de cámara y a los bolos.

Harry dio la vuelta otra vez al cromo y vio, para su asombro, que el rostro de Dumbledore había desaparecido.

¡Ya no está!

—Te sorprendes de las cosas más estúpidas, Potter —dijo Malfoy. De nuevo, otra patada en la espinilla por parte de Hermione hizo que no contestara al rubio.

Bueno, no iba a estar ahí todo el día —dijo Ron—. Ya volverá. Vaya, me ha salido otra vez Morgana y ya la tengo seis veces repetida... ¿No la quieres? Puedes empezar a coleccionarlos.

Los ojos de Ron se perdieron en las ranas de chocolate, que esperaban que las desenvolvieran.

Sírvete —dijo Harry—. Pero oye, en el mundo de los muggles la gente se queda en las fotos.

—¿De verdad?

—¿En serio?

Muchos alumnos de familias totalmente mágicas los miraron con extrañeza.

—Sí, la gente no se mueve en las fotos no mágicas —explicó Colin. Su cara se iluminaba cuando hablaba de fotografía. —Para mí fue toda una sorpresa descubrir que, si revelaba las fotos en la poción adecuada, saldrían con movimiento.

Harry escuchó a Hermione volver a murmurar algo como que "todos los nacidos de magos deberían tomar Estudios Muggles" y que "no sabían nada del resto del mundo".

¿Eso hacen? Cómo, ¿no se mueven? —Ron estaba atónito—. ¡Qué raro!

Harry miró asombrado, mientras Dumbledore regresaba al cromo y le dedicaba una sonrisita. Ron estaba más interesado en comer las ranas de chocolate que en buscar magos y brujas famosos, pero Harry no podía apartar la vista de ellos. Muy pronto tuvo no sólo a Dumbledore y Morgana, sino también a Ramón Llull, al rey Salomón, Circe, Paracelso y Merlín. Hasta que finalmente apartó la vista de la druida Cliodna, que se rascaba la nariz, para abrir una bolsa de grageas de todos los sabores.

Tienes que tener cuidado con ésas —lo previno Ron—. Cuando dice «todos los sabores», es eso lo que quiere decir. Ya sabes, tienes todos los comunes, como chocolate, menta y naranja, pero también puedes encontrar espinacas, hígado y callos. George dice que una vez encontró una con sabor a duende.

Fred y George se echaron a reír, así como más de la mitad del comedor.

—¿En serio te creíste eso? —le preguntó George, incrédulo. Ron se sonrojó.

—Tenía once años —se excusó, pero los gemelos no parecían dispuestos a tener eso en cuenta.

—Aunque existieran las grageas con sabor a duende, ¿cómo iba a saber George a qué sabe un duende? —le preguntó Ginny con una risita.

—Oh, callaos todos —se quejó Ron mientras los demás reían.

Ron eligió una verde, la observó con cuidado y mordió un pedacito.

Puaj... ¿Ves? Coles.

Pasaron un buen rato comiendo las grageas de todos los sabores. Harry encontró tostadas, coco, judías cocidas, fresa, curry, hierbas, café, sardinas y fue lo bastante valiente para morder la punta de una gris, que Ron no quiso tocar y resultó ser pimienta.

—No estaba tan mala—le confesó a Ron por lo bajo. —Picaba bastante, pero de sabor no estaba tan mal.

En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste. Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y colinas de color verde oscuro.

Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró el muchacho de cara redonda que Harry había visto al pasar por el andén nueve y tres cuartos. Parecía muy afligido.

Neville se sonrojó.

Perdón —dijo—. ¿Por casualidad no habréis visto un sapo?

Algunos rieron, recordando lo que había dicho Neville de la cantidad de veces que perdió a su sapo ese día.

Cuando los dos negaron con la cabeza, gimió.

¡La he perdido! ¡Se me escapa todo el tiempo!

Ya aparecerá —dijo Harry.

Sí —dijo el muchacho apesadumbrado—. Bueno, si la veis...

Se fue.

No sé por qué está tan triste —comentó Ron—. Si yo hubiera traído un sapo lo habría perdido lo más rápidamente posible.

Ron se disculpó con Neville con la mirada. Neville le sonrió, para nada ofendido.

Aunque en realidad he traído a Scabbers, así que no puedo hablar.

Ron gruñó.

—Preferiría traer cincuenta sapos antes que a Scabbers.

—Al menos ahora tienes a Pig —le consoló Hermione.

La rata seguía durmiendo en las rodillas de Ron.

Podría estar muerta y no notarías la diferencia —dijo Ron con disgusto—. Ayer traté de volverla amarilla para hacerla más interesante, pero el hechizo no funcionó. Te lo voy a enseñar, mira...

Fred y George intercambiaron miradas, recordando cierto "hechizo" que le habían enseñado a Ron.

Revolvió en su baúl y sacó una varita muy gastada. En algunas partes estaba astillada y, en la punta, brillaba algo blanco.

Los Weasley se removieron, incómodos.

Los pelos de unicornio casi se salen. De todos modos...

Acababa de coger la varita cuando la puerta del compartimiento se abrió otra vez.

Había regresado el chico del sapo, pero llevaba a una niña con élLa muchacha ya llevaba la túnica de Hogwarts.

Hermione tragó saliva y se sonrojó.

¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo. Tenía voz de mandona, mucho pelo color castaño y los dientes de delante bastante largos.

Hermione miró a Harry con reproche, mientras él se encogía de hombros en gesto de disculpa.

—Yo no decido cómo son las descripciones, Hermione —dijo por lo bajo. La chica lo evaluó por un instante antes de decir:

—Eso no lo sabemos. Eres el que más posibilidades tiene de haber escrito estos libros.

—Incluso si los hubiera escrito yo, que lo dudo mucho, habría sido mi yo del futuro —replicó Harry. —Así que mi yo de ahora no tiene culpa de nada. No te puedes enfadar conmigo.

Hermione le sonrió y lo miró con calidez, confundiendo a Harry.

—Eh… ¿no estás enfadada?

—Un poco —admitió la chica. —Pero con ese tono de niño pequeño que acabas de poner no puedo seguir enfadada contigo.

—¿Qué tono de niño pequeño? —preguntó Harry. Su cara de indignación hizo reír a Hermione.

—"No te puedes enfadar conmigo" —lo imitó Hermione con voz aguda y tono de burla. Harry gruñó, mientras Ron se echaba a reír.

Ya le hemos dicho que no —dijo Ron, pero la niña no lo escuchaba. Estaba mirando la varita que tenía en la mano.

Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces vamos a verlo.

Se sentó. Ron pareció desconcertado.

—Eso nunca cambiará —sonrió Ron. —Hace cinco años que te conocí y aún me sigues desconcertando.

Hermione le devolvió la sonrisa.

Eh... de acuerdo. —Se aclaró la garganta—. «Rayo de sol, margaritas, volved amarilla a esta tonta ratita.»

Muchos se echaron a reír. Ron volvió a sonrojarse.

Agitó la varita, pero no sucedió nada. Scabbers siguió durmiendo, tan gris como siempre.

—Ron —empezó Fred. —No deberías…

—Creer todo lo que te decimos—terminó George. Ron los miró mal.

—Ya no me creo nada —se quejó. —Pero tenía once años, dejadme en paz.

¿Estás seguro de que es el hechizo apropiado? —preguntó la niña—. Bueno, no es muy efectivo, ¿no? Yo probé unos pocos sencillos, sólo para practicar, y funcionaron. Nadie en mi familia es mago, fue toda una sorpresa cuando recibí mi carta, pero también estaba muy contenta, por supuesto, ya que ésta es la mejor escuela de magia, por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, espero que eso sea suficiente... Yo soy Hermione Granger. ¿Y vosotros quiénes sois?

Dijo todo aquello muy rápidamente.

—¿Os conocisteis en el tren? —preguntó Lavender, confundida. —Que yo recuerde no fuisteis juntos desde el primer día…

Hermione se había puesto roja al más puro estilo Weasley.

—Dios mío, no me extraña que pensarais que era una pesada—gimió. Los otros dos chicos le sonrieron.

—El primer paso para superarlo es reconocerlo —bromeó Harry, ganándose un manotazo en el brazo. Harry rió, frotándose la zona adolorida.

Harry miró a Ron y se calmó al ver en su rostro aturdido que él tampoco se había aprendido todos los libros de memoria.

Se escucharon risas.

Yo soy Ron Weasley —murmuró Ron.

Harry Potter —dijo Harry.

¿Eres tú realmente? —dijo Hermione—. Lo sé todo sobre ti, por supuesto, conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de lamagia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos delsiglo XX.

¿Estoy yo? —dijo Harry, sintiéndose mareado.

—Lo siento —se disculpó Hermione.

—No pasa nada.

Dios mío, no lo sabes. Yo en tu lugar habría buscado todo lo que pudiera —dijo Hermione—. ¿Sabéis a qué casa vais a ir? Estuve preguntando por ahí y espero estar en Gryffindor, parece la mejor de todas. Oí que Dumbledore estuvo allí, pero supongo que Ravenclaw no será tan mala...

—Es mucho mejor que Gryffindor —dijo un Ravenclaw de sexto al que Harry no conocía.

—Gryffindor es la mejor —dijo Oliver Wood.

—Slytherin es la única casa que merece la pena —intervino Montague, comentario al que siguió una oleada de vítores por parte de los Slytherin.

—Más quisierais—respondió Seamus.

—Basta —intervino McGonagall. —No es momento para discusiones. Siga leyendo, señor Boot.

De todos modos, es mejor que sigamos buscando el sapo de Neville. Y vosotros dos deberíais cambiaros ya, vamos a llegar pronto.

Y se marchó, llevándose al chico sin sapo.

Cualquiera que sea la casa que me toque, espero que ella no esté —dijo Ron.

—¡Ron!

—Lo siento —se disculpó el chico. —No sabía lo que decía. Me alegro de haber estado en la misma casa que tú, Hermione.

Ante esto, la chica pareció calmarse un poco, aunque aún se la veía algo enfadada.

Arrojó su varita al baúl—. Qué hechizo más estúpido, me lo dijo George. Seguro que era falso.

—No me digas—rió George. Ron le hizo un gesto muy feo con la mano, ganándose un grito de Molly.

¿En qué casa están tus hermanos? —preguntó Harry

Gryffindor —dijo Ron. Otra vez parecía deprimido—.

Las miradas de preocupación de los Weasley volvieron. Todos miraron a Ron, quien volvía a esquivar sus miradas.

Mamá y papá también estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que Ravenclaw sea tan mala,

Los Ravenclaw gruñeron.

pero imagina si me ponen en Slytherin.

—¿Por qué odiáis tanto a Slytherin? —interrumpió Daphne Greengrass. —En serio, no todas las personas que estamos en esta casa somos magos oscuros. Aquí también hay gente normal, ¿sabéis?

Muchos Slytherin asintieron, ofendidos. Nadie supo cómo contestarles.

¿Esa es la casa en la que Vol... quiero decir Quien-tú-sabes... estaba?

Ajá —dijo Ron. Se echó hacia atrás en el asiento, con aspecto abrumado.

—Aunque hubieras estado en otra casa… —empezó a hablar la señora Weasley, lentamente.

—Lo sé —la interrumpió Ron, quien seguía sin mirarla a la cara.

¿Sabes? Me parece que las puntas de los bigotes de Scabbers están un poco más claras —dijo Harry, tratando de apartar la mente de Ron del tema de las casas—.

Todos los Weasley, incluyendo a Ron, lo miraron con gratitud.

Y, a propósito, ¿qué hacen ahora tus hermanos mayores?

Harry se preguntaba qué hacía un mago, una vez que terminaba el colegio.

Charlie está en Rumania, estudiando dragones, y Bill está en África, ocupándose de asuntos para Gringotts —explicó Ron—. ¿Te enteraste de lo que pasó en Gringotts? Salió en El Profeta, pero no creo que las casas de los muggles lo reciban: trataron de robar en una cámara de alta seguridad.

—Vaya, dos alumnos de primero hablando sobre temas de actualidad —comentó la profesora Sprout. —Qué cosa tan rara.

—Que seamos de primero no significa que no sepamos nada del mundo —replicó una chica de primero de Gryffindor. La profesora le sonrió.

Harry se sorprendió.

¿De verdad? ¿Y qué les ha sucedido?

Nada, por eso son noticias tan importantes. No los han atrapado. Mi padre dice que tiene que haber un poderoso mago tenebroso para entrar en Gringotts,

—Cuánta razón tenía—dijo Harry, haciendo que Arthur sonriera y que algunos lo miraran con más curiosidad que antes.

pero lo que es raro es que parece que no se llevaron nada. Por supuesto, todos se asustan cuando sucede algo así, ante la posibilidad de que Quien-tú-sabes esté detrás de ello.

Harry y Ron se miraron con complicidad. Hermione tenía la boca abierta.

—Es increíble —acabó diciendo la chica. —La respuesta más obvia, la que un niño de primero era capaz de pensar, acabó siendo la acertada.

Por suerte para todos (sobre todo para la gente que odia los spoilers), eso último lo susurró, de forma que solo Harry y Ron la escucharon.

Harry repasó las noticias en su cabeza. Había comenzado a sentir una punzada de miedo cada vez que mencionaban a Quien-tú-sabes.

—¿En serio? —preguntó Ron, alarmado.

Harry sentía que necesitaba dar una explicación.

—Acababa de entrar al mundo mágico, aún no sabía nada de Voldemort, excepto que mató a mis padres y trató de matarme a mí, y que era un mago muy poderoso y oscuro que hizo cosas terribles—explicó Harry. Todos lo escuchaban atentamente. —Que cada vez que alguien dijera su nombre todo el mundo se asustara y se estremeciera hacía que diera más miedo del que realmente da. Lo he visto en persona. He luchado contra él y no me da ningún miedo. En serio, no tenéis por qué temer decir su nombre.

—Señor Potter—intervino Umbridge. —Todo eso de que luchó contra él… por favor, ahórreselo. Aún no se ha demostrado que nada de lo que usted dice que sucedió en aquella noche fatídica de junio sucedió en realidad.

—La gente del futuro le demostró a Fudge que Voldemort ha regresado—dijo Harry rotundamente. —Si usted aún se niega a creerlo, es problema suyo. Los libros confirmarán… todo lo que pasó esa noche.

El comedor quedó en silencio. Si Harry hubiera mirado a Cho, habría visto que la chica tenía lágrimas silenciosas en sus mejillas. Terry Boot, no soportando el silencio incómodo que se había formado, siguió leyendo.

Suponía que aquello era una parte de entrar en el mundo mágico, pero era mucho más agradable poder decir «Voldemort» sin preocuparse.

Debido al discursito de Harry, algunos estaban reflexionando acerca del tema.

¿Cuál es tu equipo de quidditch? —preguntó Ron.

Eh... no conozco ninguno —confesó Harry.

Harry escuchó a Wood gemir.

¿Cómo? —Ron pareció atónito—. Oh, ya verás, es el mejor juego del mundo... —Y se dedicó a explicarle todo sobre las cuatro pelotas y las posiciones de los siete jugadores, describiendo famosas jugadas que había visto con sus hermanos y la escoba que le gustaría comprar si tuviera el dinero. Le estaba explicando los mejores puntos del juego, cuando otra vez se abrió la puerta del compartimiento, pero esta vez no era Neville, el chico sin sapo, ni Hermione Granger.

Entraron tres muchachos, y Harry reconoció de inmediato al del medio: era el chico pálido de la tienda de túnicas de Madame Malkin.

Malfoy ahogó un gemido. No le gustaba recordar cómo había salido aquella visita al compartimento de Potter.

Miraba a Harry con mucho más interés que el que había demostrado en el callejón Diagon.

—Así que ahora es Malfoy quien te mira con interés, ¿eh? —preguntó Fred. A Harry no le gustó nada el tono en el que lo hizo, ni la mirada que le echó.

—¿Qué quieres decir? —preguntó. Hermione rodó los ojos.

—¿En serio sigues sin entender lo que están implicando? —preguntó la chica, exasperada.

—Harry, lo que querían decir es… —Dean se inclinó sobre la mesa para acercarse a Harry y susurrarle al oído rápidamente. Todos vieron con diversión cómo la cara de Harry se volvía roja, para luego ponerse blanca como el papel.

—¡¿Con Ron?! Ugh, ni de broma —se quejó Harry, haciendo que a muchos les diera la risa.

—¿Y con Malfoy? —siguió Fred, volviendo a poner esa mirada lasciva de antes (ahora que Harry al fin podía identificar el sentimiento).

Harry miró a Draco, quien, como todos, estaba escuchando la conversación entera y se encontraba mirándole directamente a él. Tras unos segundos, Harry le guiñó un ojo y fingió que le mandaba un beso, disfrutando de la reacción del Slytherin, quien se puso de un tono rosa brillante y dejó salir un gritito ahogado, acompañado de una expresión de shock y, en menor medida, de desagrado.

—Ni en tus mejores sueños, Potter —farfulló Malfoy, aunque tuvo que decirlo muy alto para que se le oyera entre la oleada de risas que había seguido al gesto de Harry.

—Más quisieras, Malfoy —contestó Harry, quien también reía. Draco gruñó y lo miró mal, aunque no tan mal como miró después a Crabbe y Goyle, quienes todavía no habían podido parar de reír.

Cuando las risas se hubieron apagado un poco, Terry Boot siguió leyendo con una sonrisa.

¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que Harry Potter está en este compartimento. Así que eres tú, ¿no?

Sí —respondió Harry. Observó a los otros muchachos. Ambos eran corpulentos y parecían muy vulgares.

Eso mató toda la risa de Crabbe y Goyle, quienes gruñeron a Harry.

Situados a ambos lados del chico pálido, parecían guardaespaldas.

—Es que es lo que son —dijo Angelina.

Oh, éste es Crabbe y éste Goyle —dijo el muchacho pálido con despreocupación, al darse cuenta de que Harry los miraba—. Y mi nombre es Malfoy, Draco Malfoy.

Ron dejó escapar una débil tos, que podía estar ocultando una risita. Draco (dragón) Malfoy lo miró.

El Malfoy actual bufó.

—Mi nombre no tiene nada de malo —se quejó. Exceptuando algunas risitas, nadie dijo nada.

Te parece que mi nombre es divertido, ¿no? No necesito preguntarte quién eres. Mi padre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y más hijos que los que pueden mantener.

Los Weasley miraron mal a Malfoy, quien los ignoró olímpicamente.

Se volvió hacia Harry.

Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacerte amigo de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarte en eso.

Extendió la mano, para estrechar la de Harry; pero Harry no la aceptó.

Creo que puedo darme cuenta solo de cuáles son los indebidos, gracias —dijo con frialdad.

La mesa de Gryffindor pareció especialmente contenta al leer esas palabras.

—¿Malfoy quería ser tu amigo? —preguntó Hannah Abbott, sorprendida. Harry se encogió de hombros, mientras que Draco fingía que miraba para otro lado.

Draco Malfoy no se ruborizó, pero un tono rosado apareció en sus pálidas mejillas.

Yo tendría cuidado, si fuera tú, Potter —dijo con calma—. A menos que seas un poco más amable, vas a ir por el mismo camino que tus padres. Ellos tampoco sabían lo que era bueno para ellos. Tú sigue con gentuza como los Weasley y ese Hagrid y terminarás como ellos.

—¡Serás imbécil! —exclamó Dean, indignado. El resto del comedor no estaba mucho mejor: los que no gritaban insultos contra el Slytherin lo miraban tan mal que, si las miradas mataran, Draco ya sería polvo bajo tierra.

El rubio los ignoró a todos lo mejor que pudo, aunque sus mejillas, que después del guiño de Harry se habían puesto rosas, no habían regresado a su color original todavía.

Harry y Ron se levantaron al mismo tiempo. El rostro de Ron estaba tan rojo como su pelo.

Repite eso —dijo.

Oh, vais a pelear con nosotros, ¿eh? —se burló Malfoy.

Molly estaba dividida entre regañar a su hijo por meterse en peleas antes incluso de llegar al colegio, o apoyarlo porque lo que había dicho Malfoy era horrible. Se decidió por lanzarle una simple mirada de advertencia a Ron.

Si no os vais ahora mismo... —dijo Harry, con más valor que el que sentía, porque Crabbe y Goyle eran mucho más fuertes que él y Ron.

—Al menos admites que eres un debilucho—dijo Malfoy, tratando de recobrar algo de la dignidad que se le estaba escapando desde hacía un rato.

—Bueno, tú tampoco eres más fuerte que Crabbe y Goyle —contestó Harry con frialdad. —Si lo fueras supongo que no necesitarías llevarlos a tus espaldas todo el rato. Oh, bueno, los necesitarías igual, ¿verdad? No tienes valor para pelear tú solito.

Draco lo miró con indignación, tan rosa como antes.

—Tengo más valor del que tú nunca tendrás, Potter.

—¿Ah, sí? Pues en cinco años todavía no lo he visto. Cuando quieras me lo demuestras, Malfoy —replicó Harry, molesto.

—Suficiente—intervino Snape. Ante la mirada severa de McGonagall, decidió no quitar puntos. Harry y Draco se callaron.

Pero nosotros no tenemos ganas de irnos, ¿no es cierto, muchachos? Nos hemos comido todo lo que llevábamos y vosotros parece que todavía tenéis algo.

—Encima son unos ladrones —bufó Fleur Delacour. Harry rodó los ojos al darse cuenta de la cantidad de chicos que se habían quedado mirándola después de que hablara.

Goyle se inclinó para coger una rana de chocolate del lado de Ron. El pelirrojo saltó hacia él, pero antes de que pudiera tocar a Goyle, el muchacho dejó escapar un aullido terrible.

—¿Qué le hicisteis? —preguntó Neville con sorpresa. Harry y Ron negaron con la cabeza, señalando el libro.

Scabbers, la rata, colgaba del dedo de Goyle, con los agudos dientes clavados profundamente en sus nudillos. Crabbe y Malfoy retrocedieron mientras Goyle agitaba la mano para desprenderse de la rata, gritando de dolor, hasta que, finalmente, Scabbers salió volando, chocó contra la ventanilla y los tres muchachos desaparecieron.

Mientras muchos alumnos reían y Crabbe y Goyle parecían avergonzados, Harry y Ron no parecían muy contentos.

—Me pregunto por qué lo hizo —dijo Ron, pensativo.

—Probablemente quería comerse las golosinas o algo —gruñó Harry, aunque en el fondo no podía evitar recordar que Scabbers no comió nada más. ¿Acaso Peter quiso defender a Ron y a Harry? Harry se negó a seguir pensando en ello. No merecía la pena.

Tal vez pensaron que había más ratas entre las golosinas, o quizás oyeron los pasos porque, un segundo más tarde, Hermione Granger volvió a entrar.

¿Qué ha pasado? —preguntó, mirando las golosinas tiradas por el suelo y a Ron que cogía a Scabbers por la cola.

Creo que se ha desmayado —dijo Ron a Harry. Miró más de cerca a la rata—. No, no puedo creerlo, ya se ha vuelto a dormir.

Y era así.

Ron miró a Harry, dispuesto a decir lo que él había pensado ya, pero Harry le hizo un gesto y Ron se calló.

¿Conocías ya a Malfoy?

Harry le explicó el encuentro en el callejón Diagon.

Oí hablar sobre su familia —dijo Ron en tono lúgubre—. Son algunos de los primeros que volvieron a nuestro lado después de que Quien-tú-sabes desapareció. Dijeron que los habían hechizado. Mi padre no se lo cree. Dice que el padre de Malfoy no necesita una excusa para pasarse al Lado Oscuro.

El comedor al completo estaba en silencio. Malfoy miraba a todos con la cabeza bien alta, como si estuviera preparado para cualquier comentario hiriente que alguien tratara de hacer sobre su familia y sus lealtades. Nadie dijo nada.

Se volvió hacia Hermione—. ¿Podemos ayudarte en algo?

Mejor que os apresuréis y os cambiéis de ropa. Acabo de ir a la locomotora, le pregunté al conductor y me dijo que ya casi estamos llegando. No os estaríais peleando, ¿verdad? ¡Os vais a meter en líos antes de que lleguemos!

Los profesores la miraron con aprobación, mientras que Harry y Ron rodaron los ojos.

Scabbers se estuvo peleando, no nosotros —dijo Ron, mirándola con rostro severo—. ¿Te importaría salir para que nos cambiemos?

—Eso, Hermione —dijo Fred. —No vayas a verle a Ron algo que no debería ser visto.

Hermione se puso muy roja y se encogió levemente en el asiento, evitando los ojos de Ron, quien había fulminado con la mirada a Fred y que estaba tan rojo como ella.

Muy bien... Vine aquí porque fuera están haciendo chiquilladas y corriendo por los pasillos —dijo Hermione en tono despectivo—. A propósito, ¿te has dado cuenta de que tienes sucia la nariz?

Ron le lanzó una mirada de furia mientras ella salía. Harry miró por la ventanilla.

—Definitivamente no empezasteis con muy bien pie —dijo Luna con su tono soñador. Harry asintió enérgicamente. Ron y Hermione todavía estaban demasiado avergonzados como para decir algo.

Estaba oscureciendo. Podía ver montañas y bosques, bajo un cielo de un profundo color púrpura. El tren parecía aminorar la marcha. Él y Ron se quitaron las camisas y se pusieron las largas túnicas negras. La de Ron era un poco corta para él, y se le podían ver los pantalones de gimnasia.

Molly y Arthur se sonrojaron, incómodos. Sin embargo, nadie dijo nada al respecto.

Una voz retumbó en el tren.

Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio.

El estómago de Harry se retorcía de nervios y Ron, podía verlo, estaba pálido debajo de sus pecas.

—Como todos el primer día —sonrió Neville. —Yo creía que me iba a desmayar.

Llenaron sus bolsillos con lo que quedaba de las golosinas y se reunieron con el resto del grupo que llenaba los pasillos.

El tren aminoró la marcha, hasta que finalmente se detuvo. Todos se empujaban para salir al pequeño y oscuro andén. Harry se estremeció bajo el frío aire de la noche. Entonces apareció una lámpara moviéndose sobre las cabezas de los alumnos, y Harry oyó una voz conocida:

¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! ¿Todo bien por ahí, Harry?

La gran cara peluda de Hagrid rebosaba alegría sobre el mar de cabezas.

Hagrid sonrió al recordar aquel día. Le había hecho mucha ilusión que Harry llegara a Hogwarts, y sus años desde entonces habían sido mucho más interesantes.

Venid, seguidme... ¿Hay más de primer año? Mirad bien dónde pisáis. ¡Los de primer año, seguidme!

Resbalando y a tientas, siguieron a Hagrid por lo que parecía un estrecho sendero. Estaba tan oscuro que Harry pensó que debía de haber árboles muy tupidos a ambos lados. Nadie hablaba mucho. Neville, el chico que había perdido su sapo, lloriqueaba de vez en cuando.

—¿Lo veis? —dijo Neville con una risita avergonzada. Muchos le sonrieron, incluido Harry.

En un segundo, tendréis la primera visión de Hogwarts —exclamó Hagrid por encima del hombro—, justo al doblar esta curva.

Se produjo un fuerte ¡ooooooh!

—Todos los años igual —rió Hagrid.

El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro. En la punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y torrecillas.

Harry sonrió al recordar aquel momento, cuando había visto por primera vez lo que sería el primer sitio que consideraría su hogar.

¡No más de cuatro por bote! —gritó Hagrid, señalando a una flota de botecitos alineados en el agua, al lado de la orilla. Harry y Ron subieron a uno, seguidos por Neville y Hermione.

¿Todos habéis subido? —continuó Hagrid, que tenía un bote para él solo—. ¡Venga! ¡ADELANTE!

Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago, que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más al risco donde se erigía.

¡Bajad las cabezas! —exclamó Hagrid, mientras los primeros botes alcanzaban el peñasco. Todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron a través de una cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco. Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y los guijarros.

¡Eh, tú, el de allí! ¿Es éste tu sapo? —dijo Hagrid, mientras vigilaba los botes y la gente que bajaba de ellos.

¡Trevor! —gritó Neville, muy contento, extendiendo las manos.

Algunos rodaron los ojos. Neville tenía expresión de querer decir "os lo avisé", aunque también se veía algo avergonzado.

Luego subieron por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo finalmente a un césped suave y húmedo, a la sombra del castillo. Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble.

¿Estáis todos aquí? Tú, ¿todavía tienes tu sapo?

—Por suerte sí —dijo Neville aliviado. Ese día no lo había perdido más veces (bueno, quizá una cuando ya se había hecho la ceremonia de selección, pero dudaba que eso fuera a salir en los libros).

Hagrid levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta del castillo.

—Aquí acaba —dijo Terry. Dumbledore se puso en pie y tomó el libro.

—Creo que otra pausa no vendría mal, ¿verdad? Ya va siendo hora de comer.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii



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