Reglas y conversaciones:
—Aquí acaba —dijo Terry. Dumbledore se puso en pie y tomó el libro.
—Creo que otra pausa no vendría mal, ¿verdad? Ya va siendo hora de comer.
Muchos alumnos asintieron enérgicamente, por lo que Dumbledore marcó la página y cerró el libro.
Nada más cerrar el libro, Harry vio cómo Ron miraba a su familia un momento antes de levantarse rápidamente de la mesa de Gryffindor y echar a andar a paso rápido hacia el chico de Hufflepuff con el que iba a intercambiar los cromos. Los Weasley lo miraron con preocupación, al igual que Hermione, pero Harry suspiró. Él sabía que para Ron no iba a ser nada fácil hablar con su familia sobre todos esos complejos que llevaba toda su vida alimentando. Seguramente trataría de perder el máximo tiempo posible con el Hufflepuff para no tener tiempo después para hablar con su familia.
Por su parte, Harry también tenía otras cosas en las que pensar. El encapuchado que había evitado que Nott mandara una carta a su padre todavía estaba muy presente en su mente, aunque tratara de olvidarlo. No había podido verle la cara, pero esa risa… Sabía a quién le había recordado, pero no podía estar seguro del todo, aunque su instinto le dijera que tenía razón. Decidió que la mejor opción era ignorarlo y fingir que no sabía nada.
Por el rabillo del ojo, vio cómo la gente se agolpaba a las puertas del comedor, tratando de salir. Entonces se dio cuenta de que las puertas estaban totalmente cerradas.
—¿Qué es esto? —preguntó un prefecto de Slytherin. —¿Quién ha cerrado las puertas?
Algunos profesores se acercaron a la puerta, confusos. El profesor Flitwick hizo una floritura con la varita, pero la puerta permaneció igual de cerrada que antes.
—¿Qué diantres significa esto, Dumbledore? —inquirió Fudge. —¿Desde cuándo no se puede salir del comedor?
—Hasta el capítulo anterior se podía —respondió la profesora Sprout, pensativa. Dumbledore pasó una mano por la madera de la puerta lentamente, pero justo en ese momento se escuchó una voz resonar por todo el comedor.
—Por favor, vuelvan a sus asientos —dijo esa voz, que estaba hechizada para que no se supiera siquiera si quien hablaba era hombre o mujer. Muchos miraron a su alrededor, tratando de averiguar de dónde venía, pero nadie tuvo éxito. Indecisos y desconfiados, muchos tardaron en cumplir las órdenes, pero al final hasta el mismísimo Dumbledore volvió a su asiento. Harry vio a Ron salir de entre la multitud y sentarse de nuevo a su lado con un gruñido.
Una vez estuvieron todos sentados, la voz volvió a sonar.
—A partir de ahora, entran en vigor una serie de reglas que es obligatorio que todos sigan—dijo. Todo el mundo estaba en completo silencio, algunos con caras de extrañeza, otros con curiosidad y sorpresa.
—¿Qué clase de reglas? —preguntó Fudge, incómodo.
—En primer lugar, nadie podrá salir del comedor sin nuestro consentimiento —dijo la voz, provocando gritos de protesta entre los estudiantes y profesores.
—¿Qué somos, prisioneros? —bufó McGonagall.
—¿Es que no es suficiente con que no podamos salir del castillo? —preguntó Dumbledore calmadamente, aunque Harry vio que había un brillo extraño en sus ojos. Definitivamente no le había hecho mucha gracia esa medida.
—Somos conscientes de lo extrema que es esta medida —se disculpó la voz. —Pero es necesaria para vuestra seguridad y para la del resto del mundo mágico y muggle. No podemos permitir que se repitan sucesos como los que han sucedido antes de la lectura del último capítulo.
Mucha gente fulminó a Nott con la mirada. El chico se encogió un poco en el asiento al principio, pero consiguió mantener la cabeza bien levantada, mostrando que no se dejaría achantar por nadie.
—Sin embargo, eso no significa que nadie pueda salir, sino que habrá un control más riguroso en ese sentido —explicó la voz. —A partir de ahora, solo podrán salir cuatro grupos de alumnos al mismo tiempo. Estos grupos pueden estar compuestos hasta un máximo de 10 personas, que deben permanecer juntas una vez fuera del comedor. De esta forma, solo puede haber un máximo de 40 personas fuera del comedor al mismo tiempo. Nuestra sugerencia es que los grupos se formen de acuerdo a cada casa, pero eso es decisión vuestra.
En ese momento, las puertas del comedor se abrieron y vieron que uno de los encapuchados estaba en el umbral.
—Ya le hemos enviado la orden a las cocinas para que preparen la comida, que se servirá en breve —explicó la voz, que no pertenecía a la persona del umbral. —Si alguien desea salir del comedor ahora, que forme un grupo con más gente que lo desee y se acerque a la puerta.
Mucha gente se levantó, cuchicheando con personas a su alrededor para formar los grupos. Ron se puso en pie enseguida, cruzó miradas con el Hufflepuff y echó a andar hacia su mesa, donde se unió a otros 8 Hufflepuffs que querían salir. Se formaron algunas discusiones en las casas donde más de 10 personas querían salir, por lo que la voz tuvo que intervenir de nuevo para decir que, una vez que volviera un grupo, otro podría salir.
Eventualmente, los grupos se formaron y Ron salió del comedor, bajo la atenta mirada de los Weasley. Harry y Hermione intercambiaron miradas.
—No volverá hasta que sea hora de seguir leyendo, ¿verdad? —susurró Hermione, preocupada. Harry asintió.
—Se ve que está dispuesto a saltarse la comida si es necesario —ambos eran conscientes de que, para que Ron renunciara a comer, debía tener muchas ganas de huir de su familia.
Como si los elfos domésticos hubieran oído a Harry decir la palabra "comida", las mesas de pronto se llenaron de platos llenos de muslos y alitas de pollo, pastel de riñones, algunos guisos y muchas otras cosas que hicieron que el estómago de Harry rugiera. Toda la gente que no había tenido más remedio que quedarse en el comedor se sentó a comer, charlando animadamente, comentando los libros y las nuevas reglas de los encapuchados.
—Cuando alguno de los grupos vuelva, deberíais salir vosotros —dijo de pronto Ginny, mirando directamente a Hermione y a Harry. —Sabéis que Ron no piensa volver al comedor hasta el último momento para evitar hablar con nosotros. No creo que sirva de nada que vaya yo sola a intentar convencerle de que entre, pero si vais vosotros dos…
—En realidad—la interrumpió Hermione. —No creo que Ron quiera hablar aquí dentro. Lo mejor sería que todos los Weasley salierais a buscarle y hablarais con él fuera de aquí.
—Pero si salimos nosotros se esconderá hasta que sea demasiado tarde —bufó Ginny. —Solo vosotros dos podríais convencerle de que nos hable.
Harry sabía que Ginny tenía razón, pero por otro lado no le agradaba mucho la idea de ir a buscar a un Ron que probablemente estaba de muy mal humor. Aun así, suspiró y aceptó que era lo que debía hacer. Ginny le sonrió, agradecida.
—Los grupos son de 10 —dijo de pronto Harry, contando con los dedos. —Así que… el señor y la señora Weasley, Bill, Charlie, Fred, George, Ginny, Hermione y yo. Aún nos sobra un hueco.
Por las caras de Hermione y Ginny, Harry supo que estaban pensando lo mismo que él: que ese hueco era el que le correspondía a Percy. Los tres miraron al Weasley que estaba sentado junto al ministro y se sorprendieron al ver su cara. Tenía el semblante serio y apagado y parecía estar extremadamente incómodo sentado junto al ministro de magia, algo que Harry jamás se habría imaginado que vería algún día.
—¿Crees que querrá venir? —preguntó Hermione con cautela. Ginny gruñó.
—¿Quién querrá venir a dónde? —se metió Fred, lo que llamó la atención de todos los que estaban alrededor y que antes estaban enfrascados en sus platos de comida.
—Estábamos hablando de que deberíamos salir a buscar a Ron —respondió Ginny, sirviéndose patatas en su plato. —Si vamos todos nosotros, incluidos Harry y Hermione, seremos 9. Nos preguntábamos si el idiota de Percy vendría, pero creo que esa es una pregunta tonta.
Ginny empezó a comerse sus patatas con rapidez, pinchándolas con más agresividad de la que era necesario. Los Weasley empezaron a discutir la mejor forma de conseguir hablar con Ron y Harry se dio cuenta de que todas ellas incluían que él y Hermione se acercaran a Ron primero.
Al cabo de un rato, uno de los grupos, compuesto por Ravenclaws, volvió al comedor. A Harry, Hermione y los Weasley ni siquiera les dio tiempo a levantarse, ya que otro grupo casi había corrido hacia la puerta. Harry nunca pensó que vería a Umbridge caminar tan rápido.
El grupo, formado por Dumbledore, Fudge, Umbridge, Percy, McGonagall, Snape y algunos profesores más, salió del comedor en menos de un minuto. Otros profesores se habían quedado dentro, evitando así dejar a los alumnos solos.
Fuera del comedor, el ambiente era muy tenso. Había una clara barrera entre Fudge y Umbridge y los demás. Caminaron hasta estar un par de pasillos alejados del comedor, donde se pararon frente a un aula vacía. Fudge se removió, incómodo.
—¿Qué está pasando, Dumbledore? —preguntó con voz ronca. Parecía tan perdido y abrumado que a McGonagall le costó mucho no rodar los ojos. El director lo miró de forma penetrante con sus ojos azules.
—Me temo que sé tanto de este asunto como usted, Cornelius —respondió calmadamente. —Pero me atrevería a decir que hay alguien aquí que podría darnos un par de respuestas.
Dumbledore se quedó mirando a una armadura en concreto, esperando algo. Los demás lo miraron con los ceños fruncidos y las cejas levantadas, todos excepto McGonagall y Snape, quien habló en voz alta.
—Quien esté ahí, que salga inmediatamente —dijo con su peculiar tono gélido. Para sorpresa de casi todos, una figura encapuchada salió de detrás de la armadura.
—Hola —dijo tras unos momentos de silencio atónito. —¿Me llamaban?
El encapuchado tenía la voz hechizada. Fudge pareció querer decir algo, pero su boca solo se abría y cerraba una y otra vez. Antes de que Dumbledore pudiera hablar, Umbridge se le adelantó.
—Las nuevas reglas que está tratando de imponer sobre todos nosotros son una completa falta de respeto —dijo con voz aguda. Para los que estaban allí resultaba obvio que la lectura de los libros le estaba pasando factura. El hecho de que la gente (especialmente Harry) no parara de dejarla mal en público estaba consiguiendo ponerla muy nerviosa y agitada.
—Estoy totalmente de acuerdo —contestó el encapuchado, sorprendiendo a los demás. —Pero por el momento son necesarias. Cuando consideremos que ya no lo son, no dude que las retiraremos inmediatamente.
—¿Por qué imponer una regla tan severa si después la van a retirar? —preguntó la profesora Sprout.
—La situación con el chico de Slytherin que salió del comedor nos ha hecho darnos cuenta de una serie de fallos en las medidas de seguridad que habíamos tomado —respondió el encapuchado tranquilamente, a pesar de que sus palabras provocaron el efecto contrario en sus oyentes.
—¿Fallos en la seguridad? —farfulló Fudge. —¿Qué quiere decir?
—No se preocupe por nada, señor ministro —respondió el encapuchado.
—Estoy de acuerdo, Cornelius —intervino Dumbledore. —Nuestra mejor opción ahora mismo es la de confiar en estas personas.
—¿Estas personas? —Fudge se había puesto blanco. —¿Hay más de ellos?
Señaló al encapuchado con un dedo tembloroso.
—Por favor —bufó McGonagall, ganándose una mirada de rabia de Umbridge. —¿No se ha dado cuenta de que está hablando en plural?
—¿Cuántas personas del futuro hay? —preguntó Percy.
—Somos unos cuantos —respondió el encapuchado vagamente. —Pero les aseguro que no tienen nada de lo que preocuparse. Mi recomendación ahora sería que volvieran al comedor, comieran algo y continuaran con la lectura. Todas las respuestas las encontrarán o bien en los libros, o bien al terminarlos.
—Pero no pueden mantener a los alumnos encerrados en el comedor —insistió la señora Pomfrey.
—No están encerrados. Cualquiera que necesite salir durante la lectura puede hacerlo, siempre y cuando no excedan el límite de 40 personas divididas en 4 grupos.
—No entiendo ese límite —intervino Fudge, tratando de retomar el control de la situación. —¿Por qué cuatro grupos?
Para sorpresa de todos, el encapuchado se echó a reír.
—Me alegra ver que está empezando a usar el cerebro, señor ministro —respondió, obviamente con una sonrisa que ellos no podían ver. Umbridge lo miró indignada.
—¿Cómo se atreve a hablarle así al ministro?
—¿Por qué cree usted que son 4 grupos? —preguntó el encapuchado, obviamente divertido e ignorando completamente a Umbridge. Fudge pareció pensarlo. Cerca de él, Snape y McGonagall rodaron los ojos.
—¿Hay cuatro de ustedes? —preguntó, dubitativo. —¿Y cada uno vigila un grupo?
—¿Nos han impuesto esa norma para poder espiarnos más fácilmente? —inquirió Umbridge. La indignación empezaba a convertirse en pura rabia.
—No se trata de espiar a nadie —respondió el desconocido. —Sino de controlar que nadie hace nada que no deba hacer.
—Es inaceptable —replicó Umbridge, pero tuvo que cerrar la boca al darse cuenta de que el ministro no iba a respaldarla en esta ocasión.
—Si no tienen nada más que hacer aquí fuera, vuelvo a recomendarles que vuelvan al comedor y le den la oportunidad a otras personas de poder salir —dijo el encapuchado, dando por terminada la conversación. A los demás no les quedó más remedio que volver al comedor. Cuando ya estaban en la puerta, Percy se paró en seco.
—Discúlpeme, señor ministro —empezó a hablar. —Tengo un asunto que atender aquí fuera. Enseguida volveré al comedor.
Tanto el ministro como los profesores lo miraron con sorpresa, pero Dumbledore sonrió y dijo:
—Por supuesto. No debería haber ningún problema, si he comprendido las normas correctamente.
Percy asintió y se alejó de la puerta del comedor, por donde los profesores y Fudge entraban ahora. Según las normas, pensó Percy, solo cuatro grupos de personas podían salir con el objetivo de que cada uno de los encapuchados los pudieran vigilar. Por tanto, si había tres grupos y un individuo, seguían habiendo 4 de esos desconocidos para hacer la vigilancia. Uno de ellos debía estar siguiéndole en ese mismo instante, probablemente el mismo con el que habían hablado.
No le preocupaba. Había algo que sentía que debía hacer, aunque no sabía si tenía el valor para ello. Era consciente de que las consecuencias que pudieran tener sus actos en los próximos minutos podrían ser catastróficas, pero debía correr el riesgo.
Percy echó a andar rápidamente en dirección a las cocinas con el objetivo de llegar a la sala común de Hufflepuff. Debido al tiempo que había sido prefecto se sabía el camino de memoria y podría haberlo hecho con los ojos cerrados. Tomó un par de atajos que sabía que poca gente conocía y, en cuestión de unos minutos, se encontraba frente a la puerta de la sala común. Ron debía estar dentro con el chico de Hufflepuff. Percy se quedó parado frente a la entrada, sin saber qué hacer. Aún estaba a tiempo de marcharse de allí y volver al comedor. Probablemente esa sería la opción más fácil. Una vocecilla en su cabeza le dijo que también era la opción más cobarde y, a pesar de que trató de ignorar esa voz, no pudo hacerlo. Así que allí estaba, de pie junto a la puerta, sin tomar una decisión.
—Entra de una vez—gruñó alguien a sus espaldas, haciendo que se sobresaltara. Se dio la vuelta con brusquedad, pero detrás de él no había nadie: el pasillo estaba tan vacío como cuando había llegado.
—¿Quién está ahí? Es… ¿es usted el de antes? —preguntó, tratando de poner su mejor tono autoritativo. —Salga de donde esté ahora mismo.
Se escuchó una risita. Después de eso, se hizo un silencio tan tenso que Percy empezó a sudar.
—No me haga repetirlo: salga de su escondite.
Nadie se movió durante unos momentos. De pronto, un haz de luz roja salió de detrás de una armadura e impactó en la pared contraria. Percy se agachó y sacó su varita, pero no le dio tiempo a usarla antes de que se produjera un estallido y el pasillo se llenara de humo. Cuando se disipó, vio que uno de los encapuchados estaba de pie en medio del pasillo, sujetando su varita con firmeza y en posición de estar preparado para luchar. Sin embargo, el desconocido no le miraba a él, sino que su atención estaba en la otra punta del pasillo, por donde había venido Percy.
—Maldita sea —bufó el encapuchado antes de echar a correr, alejándose de Percy. Antes de llegar al final del pasillo, paró en seco y se dio la vuelta.
—Deberías entrar ahí —dijo, con la voz hechizada. —Todo va a ir bien.
Después de eso, se marchó corriendo, varita en mano y dejando a Percy completamente confundido. Percy se puso en pie y se arregló la túnica y las gafas, que se le habían torcido. Decidió que debía reportar todo lo sucedido, pero antes…
Se acercó más a la puerta y, justo en ese momento, ésta se abrió para que salieran el grupo de Hufflepuff y Ron. Algunos parecían asustados, otros solo preocupados.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sido ese ruido? —preguntó un chico de sexto. Percy se encogió de hombros, su mirada clavada únicamente en Ron, quien lo miraba con recelo.
—Tengo que hablar contigo —dijo de forma directa, haciendo que Ron arqueara las cejas.
—¿Desde cuándo me hablas? —preguntó Ron con resentimiento. Percy hizo una mueca.
—Por favor —pidió. Quizá fue su tono, o quizá fue la desesperación en su mirada, pero algo hizo que Ron bufara y echara a andar por el pasillo. Percy suspiró, sintiéndose derrotado.
—¿Vienes o qué? —preguntó Ron, algo cabreado. Percy, comprendiendo al fin, siguió a Ron hasta un aula vacía. El grupo de Hufflepuff, incluido el chico con el que Ron había intercambiado el cromo, volvió al comedor.
—¿No pasará nada porque nos quedemos aquí? —preguntó Ron, sentándose sobre una de las mesas.
—Ni idea—dijo Percy, pensativo. —Depende de cuantos grupos de gente haya fuera del comedor ahora mismo.
Tras ese intercambio, se hizo el silencio. Percy nunca había presenciado un silencio tan incómodo.
—Si no tienes nada qué decirme, ¿para qué me has traído aquí? —gruñó Ron, haciendo amago de levantarse.
—¡No! —ante la mirada sorprendida de Ron, Percy se puso tan rojo como su pelo. Ron volvió a sentarse correctamente, mirando a Percy con curiosidad y recelo.
Percy suspiró y pareció recobrar el valor, porque levantó la mirada y la fijó directamente en los ojos de Ron.
—Te he traído aquí porque… tengo que hablar contigo de algo serio —empezó Percy, tragando saliva. Ron arqueó la ceja y lo miró con escepticismo, pero Percy lo ignoró. —Sé que no soy el mejor hermano del mundo.
—Oh, ¿así que ahora admites que eres parte de nuestra familia? Vaya, solo ha hecho falta que viniera gente del futuro a decirte que no estábamos locos para que volvieras a hablarnos —a Percy le dieron ganas de darse cabezazos contra la pared, pero se contuvo. Cuando decidió hablar con Ron, ya sabía que no iba a ser fácil y que probablemente su hermano pequeño lo mandaría a freír espárragos, pero sentía que debía hacerlo. Se lo debía a su familia.
—Me he portado como un imbécil, ¿vale? —exclamó Percy. Los ojos de Ron se abrieron tanto debido a la sorpresa que Percy pensó que le debía doler y todo. Antes de que Ron pudiera decir nada, Percy aprovechó la oportunidad y siguió hablando. —Escucha… sé que lo que os he hecho a todos no tiene perdón y la verdad es que no espero que me perdonéis después de lo estúpido que he sido, pero… sigo siendo tu hermano mayor.
Percy volvió a tragar saliva. Viendo que Ron seguía mirándolo sin decir nada, esperando a que continuara, respiró y tomó toda la valentía que pudo para seguir hablando.
—Después de lo que hemos leído en este capítulo… Espera, ¡espera!
Agarró a Ron por el brazo antes de que pudiera llegar a la puerta. Ron se había puesto totalmente rojo, aunque Percy no sabía si era de la rabia o de la vergüenza.
—No quiero hablar de lo que acabamos de leer—dijo Ron con más seriedad de la que Percy jamás había escuchado en su voz.
—No te voy a dar la charla, Ronald —contestó Percy, manteniendo en su lugar a un Ron que trataba de escapar. —Solo quería decirte que… durante mucho tiempo, yo también me consideraba el hermano inferior a los demás.
Ante esto, Ron dejó de forcejear para llegar a la puerta y dirigió a Percy una mirada de sorpresa e incredulidad.
—¿Tú? ¿El hermano inferior? ¿Pretendes que me lo crea?
Percy no sabía cómo reaccionar ante la rabia repentina de Ron, pero decidió que lo mejor sería ser completamente sincero con él.
—Piensa en ello, Ron. Bill y Charlie han tenido mucho éxito en Hogwarts y en sus trabajos, los dos son divertidos y le caen bien a la gente. Todos vosotros los adoráis —dijo con cierto tono de desesperación en su voz. —Fred y George… es lo mismo que tú decías en el libro: son muy divertidos y la gente los adora, aunque no saquen tan buenas notas. Y luego estáis tú y Ginny… ella siempre tiene un lugar especial por ser la más pequeña y ser la única chica, además de que es una buena rival para los gemelos cuando se pone a ello. Y tú…
La mirada dura de Ron demostraba que no creía que Percy fuera a ser capaz de decir nada bueno de él. Percy bufó.
—Tú has salvado al colegio de muchas catástrofes desde el primer año que llegaste aquí.
—Eso lo ha hecho Harry, no yo —gruñó Ron.
—¿Crees que él podría haberlo hecho solo? ¿Crees que tú no has ayudado en nada? —dijo Percy, tratando de mantener una voz calmada y fallando totalmente en ello. —¿Quién bajó en vuestro segundo curso a la Cámara de los Secretos para rescatar a Ginny? ¿Acaso fue Harry solo? No, Ron. Tú bajaste con él. ¿Cuántas personas se habrían atrevido a hacer eso?
—¿Y de qué sirvió que bajara? —gritó Ron de pronto. —¡No pude hacer nada! El túnel se derrumbó y Harry tuvo que ir solo a rescatar a Ginny mientras yo me quedaba moviendo piedras con Lockhart.
—Si el túnel no se hubiera derrumbado, ¿te habrías quedado atrás? —preguntó Percy, esta vez consiguiendo mantener el tono de calma con el objetivo de tranquilizar a Ron.
—¡Claro que no! —respondió el chico, enfadado solo con pensar en esa posibilidad.
—Exacto —dijo Percy con aire triunfal. —Si no hubiera sido por ese derrumbe, habrías ido a luchar junto a Harry sin siquiera dudarlo. ¿No te das cuenta? Estabas más que dispuesto a luchar contra un monstruo enorme con tal de salvar a Ginny. ¿Crees que no lo sabemos? ¿Crees que papá y mamá no lo saben?
Ron se quedó en silencio, pensativo, aunque Percy vio en sus ojos cierta reticencia a creerse lo que le estaba diciendo. Con un suspiro, se dio cuenta de que tendría que ser todavía más insistente para que Ron le hiciera caso.
—En tu tercer curso pasó lo mismo —siguió hablando Percy. —No sé cómo lo hacéis para estar siempre metidos en líos. Solo sé que ese año acabasteis Harry, Hermione y tú en la Casa de los Gritos, acompañados de un supuesto asesino, de un licántropo y de un hombre-rata.
El rostro de Percy se tornó en una mueca al pensar en Scabbers.
—Ese día yo me volví a quedar atrás —dijo Ron, abatido. —Fueron Harry y Hermione los que salvaron a Sirius mientras yo me quedaba en la enfermería con una pierna rota.
—¿Por qué tenías una pierna rota?
—Canuto me mordió.
Ante la ceja levantada de Percy, Ron se vio obligado a elaborar un poquito más.
—Quería coger a Scabbers, así que me cogió a mí también —se encogió de hombros. —Fui completamente inútil esa noche, como siempre.
—¿Sabes dónde estaba yo esa noche? —preguntó Percy. Ron levantó la mirada al darse cuenta del cambio en el tono de su hermano, cuya voz ahora sonaba ahogada por el remordimiento. —Estaba en la sala común estudiando tranquilamente y después me fui a la cama, sin saber que tres alumnos de mi casa, entre ellos mi hermano pequeño, estaban ahí fuera luchando contra un hombre lobo y contra los dementores. Y en tu segundo curso, mientras tú estabas en la Cámara de los Secretos intentando salvar a Ginny, yo estaba en la sala común, sin hacer nada, culpando al mundo porque el monstruo hubiera cogido a Ginny pero sin mover un dedo para ir a salvarla. Ni siquiera pude animar a Fred y a George, ¡estaba como en shock! Y en tu primer curso, cuando vosotros tres luchasteis contra Quirrell… estabas en primero, Ron. Eras un niño todavía y ya estabas luchando contra magos oscuros.
—Yo no luché contra él, fue Harry.
—Pero Hermione y tú fuisteis con él —insistió Percy. —¿Cuántos alumnos crees que se habrían atrevido a hacer algo así? Esa noche… yo ni siquiera me enteré de que algo raro estaba pasando. Se supone que tenía que cuidar de ti porque soy el hermano mayor y además era un prefecto, ¡tenía que cuidar de vosotros tres! Pensaba que estabais a salvo en vuestros dormitorios, y de pronto me avisa McGonagall de que estás en la enfermería y de que vosotros tres habíais hecho algo increíble.
Percy paró para tomar aire. Ron tenía la vista fija en un punto de la pared.
—Y no es solo todo eso, Ron —siguió Percy un momento después. —Incluso si no hubieras hecho todas esas cosas… todos en la familia te valoran por quién eres.
Ante eso, Ron levantó la mirada hacia Percy, como si no terminara de comprender lo que Percy quería decir.
—Seguramente no te acuerdas de esto, porque eras muy pequeño, pero una vez Fred y George se pasaron horas llorando porque creían que te habían hecho daño de verdad.
—¿Qué? —interrumpió Ron, con la ceja levantada. —No me los imagino llorando por algo así.
—Apenas tenías cuatro años —explicó Percy. —Incluso por aquel entonces, Fred y George solían meterse en líos. Un día aprovecharon que mamá estaba pendiente de Ginny para cogerte y llevarte fuera de casa, entre los árboles. Solo recuerdo que de pronto Fred estaba corriendo hacia la casa, gritando que habías muerto y que era su culpa. Mamá y papá le dijeron a Bill que cuidara de todos y ellos se marcharon. Volvieron a los diez minutos contigo llorando en los brazos de mamá y con Fred y George llorando todavía más en los brazos de nuestro padre.
—¿Qué había pasado? —preguntó Ron, curioso. Percy se encogió de hombros.
—Tenías fiebre —respondió simplemente. —Los gemelos no lo sabían, o quizá lo sabían pero no comprendían que podía ser peligroso llevarte fuera, con el frío que hacía. El caso es que te subió mucho la fiebre, hasta el punto de desmayarte. Ellos tenían unos seis años, así que es comprensible que se asustaran tanto cuando de pronto caíste al suelo, inconsciente.
—Nunca me han contado esa historia.
Percy bufó.
—¡Claro que no te la han contado! Estuvieron horas llorando, incluso mucho después de entender que ibas a estar bien —Percy le sonrió a Ron. —Nos hicieron prometer a todos que nunca te diríamos nada. Incluso con seis años eran unos orgullosos.
Ron soltó una risita.
—Acabas de romper esa promesa.
—Lo sé —dijo Percy encogiéndose de hombros. —Pero creo que ya era hora de que lo supieras. Todos en la familia se preocupan por ti y te valoran por quién eres y por cómo eres… Todos estaban muy preocupados cuando el Ron del libro dijo todas esas cosas.
—Pero el "yo" del libro sigue teniendo razón —insistió Ron. —Tú mismo has dicho que Bill y Charle han tenido mucho éxito y que Fred, George y Ginny van por el mismo camino. Y tú también, eras prefecto, premio anual y todas esas cosas. Mamá siempre ha querido que nos parezcamos más a ti.
—Es lógico que una madre desee que sus hijos saquen buenas notas, se porten bien y no se metan en líos. Supongo que por eso yo soy como soy —dijo Percy, volviendo a encogerse de hombros. —Pero incluso si no llegas a ser prefecto, o premio anual, o delegado o cualquiera de esas cosas, sigues siendo Ron y nuestro padre y nuestra madre te van a querer igual. La verdad es que… te envidio.
—¿Qué? —Ron lo miraba con perplejidad. —¿Por qué?
—Yo… —Percy tragó saliva. Era consciente de que no tenía por qué confesar esto, pero sentía que era lo correcto. —Siempre he intentado ser el hijo perfecto… y mira lo que ha pasado. Siempre quise que todos vosotros estuvierais orgullosos de mí, pero al final...
—Mamá te perdonará enseguida —gruñó Ron de mala gana. No le hacía mucha gracia que Percy volviera sin más después de todo lo que había hecho sufrir a su madre, pero estaba claro que Percy estaba arrepentido. —Papá… seguramente tarde más en perdonarte, pero también lo hará.
—¿Y los demás? ¿Y tú? —preguntó Percy. Por primera vez en toda la conversación, Ron vio un deje de esperanza en sus ojos.
—Fred y George van a tardar mucho en perdonarte —admitió Ron. —Bill y Charlie… no sé, seguramente menos que los gemelos. Y yo… también menos que los gemelos.
—Pero más que Bill y Charlie —añadió Percy, algo abatido.
—Seguramente —Ron se encogió de hombros. —De momento has empezado bien, aunque creo que deberíamos ir volviendo al comedor.
—No —dijo Percy tajantemente, haciendo que Ron se sorprendiera. —No hasta que te haya quedado claro lo que te quiero decir, Ron.
—¿Qué no soy un inútil total? —Ron rodó los ojos. —Eso me lo han dicho Harry y Hermione muchas veces.
—Pero nunca les has creído —dijo Percy, comprensivamente. —Hablando de Harry, creo que debería disculparme con él… por todas las cosas que he dicho y hecho.
—Tienes muchas personas con las que disculparte.
Percy hizo una mueca, pero estaba decidido a arreglar las cosas en la medida de lo posible.
—Entonces… ¿me vas a escuchar a mí? —preguntó Percy. —¿Vas a creer de una vez por todas que no eres un inútil, que no eres el hermano inferior a los demás?
—Tampoco lo eres tú—contestó Ron con rotundidad, sorprendiendo a Percy. —Supongo… que no hay ningún hermano inferior, ¿no?
—En realidad, Ronald, ahora mismo sí que lo hay —respondió Percy con una sonrisa triste. —Pero pienso hacer todo lo posible para remediar eso.
Tras unos instantes de silencio reflexivo, Percy siguió hablando.
—En fin, creo que ya te he dicho todo lo que tenía que decirte. Solo espero que me escuches, Ron. Has hecho cosas increíbles y sé que cuando leamos los libros aparecerán más cosas que yo ni siquiera sé, y estoy seguro de que en el futuro harás cosas aún más increíbles. Todos estamos orgullosos de ti, Ron.
Quizá fue por la sinceridad con la que estaba hablando Percy, o quizá fue porque todo el asunto le tocaba la fibra sensible, pero Ron se puso muy rojo y le dio la espalda a Percy, impidiendo que éste le viera la cara.
—¿Volvemos ya al comedor? —preguntó Percy al cabo de unos minutos, cuando Ron volvió a girarse, todavía muy rojo.
—Sí, con un poco de suerte todavía queda algo de comer —respondió Ron. Ambos echaron a andar hacia la puerta, pero antes de llegar Ron paró en seco.
—Espera —puso una mano en el hombro de Percy, haciendo que se detuviera. —Solo una cosa más. Creo que lo mejor será que te disculpes cuanto antes. No dejes que pase mucho más tiempo.
El chico asintió, tragando saliva. Los dos salieron del aula vacía y volvieron al comedor, sin encontrarse a nadie por el camino y sin saber que, en el momento en el que ellos entraron al comedor, una persona con capucha echó a correr hacia la otra punta de Hogwarts.
Dentro del comedor, todo el mundo se giró a mirarles cuando entraron. Poniendo sus mejores caras de póker, Ron se dirigió a la mesa de Gryffindor, mientras que Percy hizo amago de volver a su lugar junto al ministro. Un empujón de Ron hizo que Percy se desviara momentáneamente hacia la mesa de Gryffindor, pero, tras lanzarle a Ron una mirada de pánico, volvió a caminar rápidamente hacia el ministro. Ron se sentó junto a Harry con un suspiro.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Fred rápidamente, mirando a Ron como si le hubiera salido una segunda cabeza. —¿Por qué has entrado con él?
Ron era consciente de que toda su familia, además de todos los Gryffindor cercanos, estaban escuchando, así que se armó de valor para decir lo que tenía que decir.
—He entrado con él porque estábamos hablando ahí fuera —la mirada de ilusión y esperanza de Molly hizo que Ron recordara por qué había estado tan enfadado con Percy. —¿Queda algo de comer?
Cambió de tema rápidamente, centrándose en los platos que todavía quedaban sobre la mesa. Se sirvió comida a gran velocidad, bajo la atenta mirada de todos los Weasley. Harry vio cómo Fred y George intercambiaban miradas oscuras, mientras Charlie hacía un gesto de desconcierto y Bill miraba a un punto en la mesa con expresión pensativa. Arthur estaba muy serio, pero Molly tenía una pequeña sonrisa. Harry miró a Hermione, quien le devolvió la mirada demostrándole que ambos estaban igual de sorprendidos y confusos.
Al cabo de unos minutos los platos desaparecieron de todas las mesas, haciendo que Ron se alegrara de haber comido tan rápido. El Gran Comedor se quedó en silencio cuando Dumbledore se puso en pie, llamando la atención de todos.
—Ahora que todos hemos comido y bebido, considero que ya es hora de que se retome la lectura. ¿Quién quiere leer?
Un par de alumnos levantaron la mano, entre ellos Alicia Spinnet, quien fue elegida por Dumbledore. Caminó hacia la tarima y tomó el libro entre sus manos.
—El siguiente capítulo se titula…
—¡Un momento! —la interrumpió Dumbledore, haciendo que la chica se sobresaltara. —Oh, lo lamento, señorita Spinnet. Pero se me olvidaba algo. Creo que, para facilitar la lectura y hacerla más amena, deberíamos estar todos lo más cómodos posible. Así que, por favor, que todo el mundo se ponga en pie.
Dicho esto, hizo una floritura muy exagerada con su varita, haciendo que las cuatro mesas desaparecieran y, en su lugar, aparecieran unos enormes sofás y sillones llenos de almohadas. Hubo un revuelo entre los estudiantes mientras decidían dónde sentarse, luchando por los mejores cojines o por estar sentados con quienes querían. Harry se sentó en el sofá más cercano, que resultó ser enorme. A su izquierda se sentó Hermione, seguida de Neville y Luna, quien se había acercado desde la zona de Ravenclaw. Frente a ellos, en el suelo, estaban Wood, Angelina, Katie y los gemelos Weasley. Junto a ese grupo, divididos entre el suelo y un par de sofás, estaban Canuto, Lupin, Tonks, Moody y Kingsley, quien parecía muy cómodo sentado en un cojín en el suelo. A la derecha de Harry había un grupo compuesto casi completamente por pelirrojos, ya que Ron estaba justo a su lado, seguido de toda su familia, quienes estaban repartidos entre el suelo, el sofá y otro sofá más pequeño. Ginny estaba en el suelo, sentada justo enfrente de Harry. Al lado de ella estaban Dean, Seamus, Lavender y Parvati. Harry no pudo evitar sonrojarse al ver a Bill y a Fleur sentarse pegados el uno al otro en el extremo más lejano del sofá. No parecía que a Molly le hiciera mucha gracia. Ella y Arthur estaban en un pequeño sofá a la derecha de Ron, desde donde tenían cerca a todos sus hijos. Cuando todo el mundo se hubo puesto cómodo, Dumbledore se aclaró la garganta y le pidió a Alicia que comenzara a leer.
—Bueno —dijo la chica, algo nerviosa. —El capítulo se titula: El sombrero seleccionador.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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