domingo, 21 de noviembre de 2021

Leyendo la orden del fénix, capítulo 4

El número doce de Grimmauld Place: 


— ¿Quién quiere leer el siguiente? — preguntó Dumbledore.

Subió a la tarima un chico de Slytherin, de séptimo. Tomó el libro entre sus manos y, tras unos segundos de confusión, pasó de página.

— Eh…

— ¿Algún problema? — le preguntó el profesor Snape.

El Slytherin se giró para mirar al jefe de su casa, antes de anunciar frente a todo el comedor:

— Este capítulo no tiene título.

Los profesores intercambiaron miradas y, con toda la calma del mundo, Dumbledore respondió:

— Es comprensible. Por favor, continúe, señor Montague.

El chico, algo aturdido, ignoró los murmullos del resto del comedor y comenzó a leer.

¿Qué es la Orden del…? —preguntó Harry.

¡Aquí no, muchacho! —gruñó Moody—. ¡Espera a que estemos dentro!

Moody gruñó al recordar eso. Harry se sintió un poco avergonzado.

Moody le arrebató a Harry el trozo de pergamino y le prendió fuego con la punta de la varita. Mientras las llamas devoraban el mensaje, que cayó flotando al suelo, Harry volvió a mirar las casas que había a su alrededor. Estaban delante del número; miró a la izquierda y vio el número; a la derecha, sin embargo, estaba el número.

Hubo un momento de silencio.

— ¿Qué número? Esa frase no tiene sentido — se quejó Demelza.

— ¿Qué se supone que significa eso? — preguntó Lee Jordan.

No era el único que estaba confuso. Solo había que mirar las caras de muchos alumnos para saber que la gran mayoría no entendía nada. Harry, por su parte, sintió unas repentinas ganas de echarse a reír, pero se contuvo.

— Me temo que el libro no va a ofrecer ninguna información que permita identificar ese lugar — explicó Dumbledore, y el brillo de sus ojos demostraba que la situación le parecía divertida. — Y eso implica, por supuesto, que cualquier dato sobre las edificaciones cercanas también ha sido censurado.

Hubo una oleada de quejas, pero nadie se quejó más alto que la profesora Umbridge.

— El libro censura la información que le conviene a usted y a esa gente del futuro. ¡Es inadmisible!

— Considero que es más que comprensible que el libro no ofrezca información que pueda poner en peligro la seguridad de un grupo de personas — replicó Dumbledore. — Si no está de acuerdo con esa afirmación, Dolores, le invito a que discuta este asunto con nuestros visitantes.

Umbridge miró a Dumbledore con rabia y, apretando la mandíbula, se dejó caer sobre su asiento. Estaba claro que lo último que quería era volver a discutir con la gente del futuro, al menos hasta que su mejilla dejara de estar de un color rojo intenso. A Harry le sorprendió que la marca de la bofetada que había recibido Umbridge siguiera viéndose con tanta intensidad, pero, teniendo en cuenta lo fuerte que había sonado, quizá no era de extrañar que así fuera.

Pero ¿dónde está…?

Piensa en lo que acabas de memorizar —le recordó Lupin con serenidad. Harry lo pensó, y en cuanto llegó a las palabras, una maltrecha puerta salió de la nada entre los números

Montague hizo una pausa. Más despacio, articulando cada sílaba, leyó:

una maltrecha puerta salió de la nada entre los números… y…, y de inmediato aparecieron unas sucias paredes y unas mugrientas ventanas.

— Hay huecos ahí en medio — dijo el chico, señalando con el dedo a un punto de la página. — "Entre los números", hueco, "y", hueco.

Muchos alumnos parecieron más confusos que antes. Otros, simplemente tenían aspecto resignado.

— ¿Me estás diciendo que, en vez de escribir el libro sin poner esa información, han dejado el hueco en blanco en su lugar? — dijo Ernie, sorprendido. — Es un poco estúpido, ¿no?

— O quizá — lo interrumpió Umbridge, mirando con intensidad hacia el libro. — No se trata de huecos en blanco. ¡Potter!

Harry pegó un salto.

— Suba aquí de inmediato — dijo la profesora, poniéndose en pie y tomando el libro que sostenía Montague.

— ¿Qué pretende? — exclamó la profesora McGonagall, al tiempo que Sirius se ponía de pie.

— Simplemente, quiero hacer una comprobación — replicó Umbridge. — Potter, no me haga repetirlo.

Harry miró a sus amigos, que parecían tan confusos como él. Durante un momento, se planteó decirle a Umbridge que no tenía ninguna intención de hacerle caso y que se quedaría sentadito en su lugar, pero le pudo la curiosidad.

Por ello, subió a la tarima, sintiendo los ojos de todos sobre él mientras caminaba.

— Lea lo que pone — le ordenó Umbridge.

Harry le lanzó una mirada de reojo a Dumbledore, que tenía la vista fija en el suelo y jugaba con los dedos de las manos. Parecía muy relajado, al contrario que McGonagall, que estaba a punto de saltar de su asiento.

Hizo lo que le ordenaron. Tomó el libro y leyó para sí mismo lo que Montague acababa de leer.

"—Piensa en lo que acabas de memorizar —le recordó Lupin con serenidad. Harry lo pensó, y en cuanto llegó a las palabras «número 12 de Grimmauld Place», una maltrecha puerta salió de la nada entre los números 11 y 13, y de inmediato aparecieron unas sucias paredes y unas mugrientas ventanas."

En ese instante, Harry comprendió lo que sucedía.

— Lee en voz alta — le ordenó Umbridge.

Tratando de no sonreír, Harry leyó:

Piensa en lo que acabas de memorizar —le recordó Lupin con serenidad. Harry lo pensó, y en cuanto llegó a las palabras, una maltrecha puerta salió de la nada entre los números… y…, y de inmediato aparecieron unas sucias paredes y unas mugrientas ventanas.

— Tú puedes ver lo que hay escrito en esos huecos, ¿verdad? — le instó Umbridge. — No disimules, Potter.

— No sé de qué me habla — mintió Harry. — ¿Puedo sentarme ya?

Frustrada, Umbridge abrió la boca para replicar, pero Dumbledore se adelantó:

— No perdamos más el tiempo, por favor. Es lo más valioso que tenemos. Señor Montague, si no le importa, recupere el libro… Gracias.

Harry regresó a su asiento, al tiempo que Montague continuaba leyendo y Umbridge se veía obligada a sentarse de nuevo. Inmediatamente, se puso a murmurar con Fudge, que también tenía el ceño fruncido.

Era como si, de pronto, se hubiera inflado una casa más, empujando a las que tenía a ambos lados y apartándolas de su camino. Harry se quedó mirándola, boquiabierto. El equipo de música del número…

Montague titubeó.

… seguía sonando. Por lo visto, los muggles que había dentro no habían notado nada.

— ¿Qué has visto? ¿Puedes ver lo que pone en los huecos? — preguntó Hermione en voz baja, en el mismo instante en el que Harry se sentó.

Harry asintió.

— No he visto ningún hueco, pero estaba escrita la dirección completa.

Ron soltó una risita.

— Supongo que solo podemos leer esa información los que ya la conocemos — murmuró Hermione, más para sí misma que para sus amigos. — Quizá sea por el encantamiento Fidelio…

Fuera por lo que fuera, Harry se alegraba mucho de que Umbridge no tuviera acceso a la dirección de la casa de Sirius.

Vamos, deprisa —gruñó Moody, empujando a Harry por la espalda.

El chico subió los desgastados escalones de piedra sin apartar los ojos de la puerta que acababa de materializarse. La pintura negra estaba estropeada y arañada, y la aldaba de plata tenía forma de serpiente retorcida. No había cerradura ni buzón.

Algunos alumnos tenían caras de concentración, como si esperaran poder reconocer el lugar solo por la descripción de la puerta.

Lupin sacó su varita y dio un golpe con ella en la puerta. Harry oyó unos fuertes ruidos metálicos y algo que sonaba como una cadena. La puerta se abrió con un chirrido.

Entra, Harry, rápido —le susurró Lupin—, pero no te alejes demasiado y no toques nada.

— ¿Por qué no puede tocar nada? — murmuró Lavender.

Parvati negó con la cabeza, confusa.

Harry cruzó el umbral y se sumergió en la casi total oscuridad del vestíbulo. Olía a humedad, a polvo y a algo podrido y dulzón; la casa tenía toda la pinta de ser un edificio abandonado.

— ¿Podrido y dulzón? Qué asco — se quejó Romilda Vane.

Miró hacia atrás y vio a los otros, que iban en fila detrás de él; Lupin y Tonks llevaban su baúl y la jaula de Hedwig. Moody estaba de pie en el último escalón soltando las bolas de luz que el apagador había robado de las farolas: volvieron volando a sus bombillas y la plaza se iluminó, momentáneamente, con una luz naranja; entonces Moody entró renqueando en la casa y cerró la puerta, y la oscuridad del vestíbulo volvió a ser total.

— ¿Tiene que estar tan oscuro? Qué mal rollo — dijo un chico de segundo al que varios le dieron la razón.

Por aquí…

Le dio unos golpecitos en la cabeza a Harry con la varita; esta vez el muchacho sintió que algo caliente le goteaba por la espalda y comprendió que el encantamiento desilusionador había terminado.

— No suena muy agradable — dijo Luna.

— Es un poco raro — admitió Harry.

Ahora quédense todos quietos mientras pongo un poco de luz aquí dentro — susurró Moody.

Los murmullos de los demás le producían a Harry una extraña aprensión; era como si acabaran de entrar en la casa de alguien que estaba a punto de morir.

Sirius soltó un bufido, ganándose varias miradas curiosas.

Oyó un débil silbido, y entonces unas anticuadas lámparas de gas se encendieron en las paredes y proyectaron una luz, débil y parpadeante, sobre el despegado papel pintado y sobre la raída alfombra de un largo y lúgubre vestíbulo, de cuyo techo colgaba una lámpara de cristal cubierta de telarañas y en cuyas paredes lucían retratos ennegrecidos por el tiempo que estaban torcidos. Harry oyó algo que correteaba detrás del zócalo. Tanto la lámpara como el candelabro, que había encima de una desvencijada mesa, tenían forma de serpiente.

— ¿Por qué hay serpientes por todas partes? — preguntó Colin. — Parece que estéis en casa de alguien de Slytherin.

— Eso mismo me pregunto yo — se metió Pansy, que miraba a Harry con enfado. — ¿Es en serio? ¿Pertenece ese lugar a alguien de Slytherin?

Harry no respondió, ya que Sirius se le adelantó.

— Que la decoración no te confunda. Esa casa pertenece a un orgulloso Gryffindor.

Oyeron unos rápidos pasos y la madre de Ron, la señora Weasley, entró por una puerta que había al fondo del vestíbulo. Corrió a recibirlos con una sonrisa radiante, aunque Harry se fijó en que estaba mucho más pálida y delgada que la última vez que la había visto.

La señora Weasley se ruborizó, como cada vez que su aspecto era mencionado en el libro.

¡Oh, Harry, cuánto me alegro de verte! —susurró, y lo estrujó con un fuerte abrazo; luego se separó un poco de él y lo examinó con ojo crítico—. Estás paliducho; necesitas engordar un poco, pero me temo que tendrás que esperar hasta la hora de la cena. —Luego, dirigiéndose al grupo de magos que Harry tenía detrás, la señora Weasley volvió a susurrar con tono apremiante—: Acaba de llegar. La reunión ya ha comenzado.

Harry recordaba ese momento. Aquel abrazo y las dosis ingentes de comida que había recibido después… Daba igual lo que dijera tía Petunia. Puede que la señora Weasley no lo hubiera sacado de casa de los Dursley, pero estaba claro que se preocupaba por él.

Se sintió un poco mal por todo lo que había pensado anteriormente.

Los magos emitieron ruiditos de interés y de expectación y empezaron a desfilar hacia la puerta por la que la señora Weasley acababa de aparecer. Harry se puso también en marcha, siguiendo a Lupin, pero la señora Weasley lo retuvo.

No, Harry, la reunión es sólo para miembros de la Orden. Ron y Hermione están arriba; puedes esperar con ellos hasta que se acabe.

— Qué rabia — se quejó McLaggen. — ¿Entonces no nos vamos a enterar de lo que pasó en esa reunión?

— Pues que no la hubieran mencionado. Ahora me da curiosidad — resopló Leanne.

Luego cenaremos. Y habla en voz baja en el vestíbulo —añadió con un susurro apremiante.

¿Por qué?

No quiero que se despierte nada.

¿Qué es lo que…?

Lo mismo se preguntaban todos en el comedor.

— ¿Hay fantasmas desagradables o algo? — preguntó Katie.

— No exactamente — replicó Fred con una mueca.

Ya te lo explicaré más tarde, ahora debo darme prisa. Tengo que asistir a la reunión, pero antes te enseñaré dónde vas a dormir.

Se llevó un dedo a los labios y lo precedió de puntillas; pasaron por delante de un par de largas y apolilladas cortinas, detrás de las cuales Harry supuso que debía de haber otra puerta, y tras esquivar un gran paragüero que parecía hecho con la pierna cortada de un trol, empezaron a subir la oscura escalera y pasaron junto a una hilera de cabezas reducidas montadas en placas, colgadas en la pared.

— ¡Venga ya! — exclamó Dean. — Esa parece la casa de un mago oscuro.

— ¿Quién te dice que no lo es? — respondió Ron, haciendo que Dean, Seamus y Neville se quedaran con la boca abierta.

Harry las miró de cerca y vio que las cabezas eran de elfos domésticos. Todos tenían la misma nariz en forma de hocico.

Hermione se estremeció.

— Odio esa parte de la casa…

La perplejidad de Harry iba en aumento a cada paso que daba. ¿Qué demonios hacían en una casa que parecía la del más tenebroso de los magos?

— Limpiar — suspiró Ginny. — Y poco más.

Señora Weasley, ¿por qué…?

Ron y Hermione te lo explicarán todo, querido. Lo siento, pero tengo mucha prisa —le susurró la señora Weasley sin prestarle atención—. Mira —dijo cuando llegaron al segundo rellano—, tu puerta es la de la derecha. Ya te avisaré cuando termine la reunión.

Y dicho eso, bajó apresuradamente la escalera.

Harry notó que algunos miraban a la señora Weasley con reproche, como si el hecho de que no le hubiera dado la información a Harry en aquel momento les molestara.

Harry cruzó el lúgubre rellano, giró el pomo de la puerta, que tenía forma de cabeza de serpiente, y abrió la puerta.

— Hay serpientes por todas partes — dijo Hannah Abbott. — ¿En serio es la casa de un Gryffindor?

— Es la casa de uno que no pudo elegir la decoración — respondió Tonks.

— Algún día, me libraré de todas esas serpientes — susurró Sirius para que lo escucharan solo los que estaban a su alrededor. — Y les prenderé fuego.

— Preocúpate primero por quitar ese estúpido retrato — replicó Tonks en voz baja, a lo que Lupin asintió con vehemencia.

Vislumbró una habitación sombría con el techo alto y dos camas gemelas; entonces oyó un fuerte parloteo, seguido de un chillido aún más fuerte, y su visión quedó por completo oscurecida por una melena muy tupida.

Muchos parecieron confusos y Hermione se sonrojó.

Hermione se había abalanzado sobre él para darle un abrazo que casi lo derribó, mientras que la pequeña lechuza de Ron, Pigwidgeon, volaba describiendo círculos, muy agitada, por encima de sus cabezas.

Hubo algunos silbidos y más de una risita. Al mismo tiempo, Harry escuchó a varias personas comentar lo mona que era Pigwigdeon.

Montague tomó aire y, poniendo una voz aguda, leyó:

¡Harry! ¡Ron, ha venido Harry! ¡No te hemos oído llegar! ¿Cómo estás? ¿Estás bien? ¿Estás enfadado con nosotros? Seguro que sí, ya sé que en nuestras cartas no te contábamos nada, pero es que no podíamos, Dumbledore nos hizo jurar que no te diríamos nada, oh, tengo tantas cosas que contarte, y tú también… ¡Los dementores! Cuando nos enteramos, y lo de la vista del Ministerio… es indignante. He estado buscando información y no pueden expulsarte, no pueden hacerlo, lo estipula el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad en situaciones de amenaza para la vida…

Muchos se habían echado a reír, especialmente en la zona de Slytherin, pero también en la de Gryffindor.

— Madre mía, Hermione. ¿Es que no respiras? — rió Angelina, al tiempo que Montague recobraba el aliento.

— No lo dije todo tan rápido como él — se quejó ella.

— Bueno…

Hermione le lanzó a Ron una mirada de advertencia, y él pilló la indirecta y cerró la boca.

Déjalo respirar, Hermione —dijo Ron, sonriendo, al mismo tiempo que cerraba la puerta detrás de Harry. Había crecido varios centímetros durante el mes que habían pasado separados, y ahora parecía más larguirucho y desgarbado que nunca, aunque la larga nariz, el reluciente cabello pelirrojo y las pecas no habían cambiado.

Al igual que su madre, Ron se ruborizó intensamente.

— ¿Cómo puede haber crecido varios centímetros en un mes? — dijo Justin.

— Eso quisiéramos saber nosotros — se quejó Fred. — Bill, Percy y Ron se quedaron con los mejores genes.

— Pero al menos nosotros somos más guapos — añadió George, haciendo que Percy bufara.

Hermione, todavía radiante, soltó a Harry, y antes de que pudiera decir nada más se oyó un suave zumbido y una cosa blanca salió volando de lo alto de un oscuro armario y se posó con suavidad en el hombro de Harry.

¡Hedwig!

— Espero que no esté triste por lo de antes — dijo una niña de primero.

La lechuza, blanca como la nieve, hizo un ruidito seco con el pico y le dio unos cariñosos golpecitos con él en la oreja, mientras Harry le acariciaba las plumas.

— Parece que ha perdonado a Harry — se alegró Susan Bones.

Estaba muy enfadada —explicó Ron—. Nos mató a picotazos cuando nos trajo tus últimas cartas, mira esto…

Le enseñó a Harry el dedo índice de la mano derecha, donde tenía un corte ya casi curado pero profundo.

— Ouch, debió doler — dijo Tonks.

— Por eso está tan tranquila la lechuza — se rió Malfoy. — Se ha desquitado con Weasley.

Ron lo miró mal.

¡Oh, vaya! —exclamó Harry—. Lo siento, pero quería respuestas…

— Sigo sin entender por qué no te contaban nada — dijo Dennis.

— Porque el profesor Dumbledore lo ordenó — dijo un amigo suyo. — Pero no entiendo muy bien por qué lo hizo.

Y nosotros queríamos dártelas, Harry —dijo Ron—. Hermione estaba volviéndose loca, no paraba de decir que harías alguna tontería si seguías aislado y solo sin noticias, pero Dumbledore nos hizo…

—…jurar que no me contarían nada —acabó Harry—. Sí, Hermione ya me lo ha dicho.

— Uy, creo que se está enfadando — dijo Padma.

— Tiene motivos — replicó Cho.

Una cosa fría que salía del fondo de su estómago apagó el cálido sentimiento que había prendido en su interior al ver a sus dos mejores amigos. De pronto, pese a que llevaba un mes deseando verlos, sintió que habría preferido que Ron y Hermione lo dejaran en paz.

Se hizo un silencio incómodo y Harry deseó que la tierra lo tragase. No se atrevía a mirar a la cara a sus amigos, a pesar de que sabía que debía disculparse.

— Qué corte — murmuró Lavender.

Todo el comedor lo miraba.

Se produjo un tenso silencio durante el cual Harry siguió acariciando a Hedwig mecánicamente, sin mirar a los otros.

— Se van a pelear — dijo Jimmy Peakes, sorprendido.

Por lo visto, Dumbledore creía que eso era lo mejor —aclaró Hermione con ansiedad.

Ya —dijo Harry. Se fijó en que las manos de Hermione también tenían las marcas del pico de Hedwig, pero no lo lamentó.

Se escucharon jadeos y más de un grito ahogado.

— Lo siento — dijo Harry inmediatamente.

— No, no. No te preocupes — respondió Hermione, nerviosa. — Es comprensible...

— ¿Cómo que es comprensible? — exclamó una chica de tercero. — ¡Acaba de alegrarse de que su lechuza te hiciera daño!

— No se alegró, simplemente no lo lamentó — replicó Hermione.

— Es lo mismo.

— No lo es..

— ¡Qué más da! — intervino Seamus.

Creo que pensaba que donde estabas más seguro era con los muggles… — empezó a decir Ron.

¿Ah, sí? —se extrañó Harry, arqueando las cejas—. ¿Os han atacado unos dementores a alguno de vosotros este verano?

Algunos alumnos hicieron muecas. Otros, parecían divertirse ante el enfado de Harry y la incomodidad de Ron y Hermione.

Harry se fijó en el resto de Weasleys y vio que ninguno parecía enfadado por cómo le estaba hablando a Ron y a Hermione. La señora Weasley tenía aspecto de estar preocupada.

Pues no, pero por eso ordenó que fueras vigilado todo el tiempo por miembros de la Orden del Fénix…

Harry notó un gran vacío en el estómago, como si bajara por una escalera y se hubiera saltado un escalón. De modo que todo el mundo sabía que estaban vigilándolo, menos él.

— Creo que no teníais que haber dicho eso— murmuró Neville.

— Me iba a enterar de todas formas — replicó Harry.

Pues no ha funcionado muy bien, ¿no crees? —dijo Harry, haciendo todo lo posible para no alterar la voz—. Al fin y al cabo he tenido que cuidarme yo solito, ¿no?

— La verdad es que tiene motivos para estar enfadado — dijo Angelina. — Creo que yo habría perdido la cabeza si me hubieran pasado la mitad de cosas que a él en los últimos tres meses.

Dumbledore estaba furioso —comentó Hermione con una voz casi atemorizada —. Nosotros lo vimos. Cuando se enteró de que Mundungus había abandonado su puesto antes de que terminara su turno… Daba miedo verlo.

Algunos miraron a Dumbledore con cautela.

— Es fácil olvidar que es el mejor mago del mundo — se escuchó susurrar a Colin. — Parece un abuelito.

— No me lo imagino enfadado — confesó Romilda.

Pues mira, me alegro de que se marchara —replicó Harry con frialdad—. Si se hubiera quedado, yo no habría hecho magia y seguramente Dumbledore me habría dejado en Privet Drive todo el verano.

— Entiendo por qué piensas así, Harry — habló Dumbledore, sin mirarle a la cara. — Perote aseguro que ese no era el plan acordado. No habrías pasado todo el verano en Privet Drive.

Harry no contestó. Tenía todavía frescas en su memoria las palabras de tía Petunia, y recordar todo lo que había sucedido en verano no le estaba ayudando a olvidarlas.

¿No estás…, no estás preocupado por la vista del Ministerio de Magia? — preguntó Hermione con voz queda.

No —mintió Harry desafiante.

— Encima le miente a sus amigos — bufó un chico de tercero.

— Cállate — le soltó Ron, haciendo que el chico pegara un salto en el asiento. — A quien se atreva a juzgar a Harry por lo dijo en aquella conversación, le lanzo un maleficio.

Miró fijamente a un grupito de cuarto que le habían estado lanzando a Harry unas miradas muy desagradables desde hacía varios minutos.

Por su parte, Harry sintió una oleada de gratitud hacia Ron, lo que a su vez le hizo sentirse peor por haber tomado tan en serio las palabras de tía Petunia. Estaba hecho un lío.

Se apartó de ellos, mirando alrededor, con Hedwig acurrucada en su hombro, pero aquella habitación no era lo más apropiado para subirle la moral. Era húmeda y oscura. Un lienzo en blanco con un marco decorado era lo único que alegraba la desnudez de las desconchadas paredes, y cuando Harry pasó por delante de él le pareció oír a alguien que, escondido, reía por lo bajo.

— ¿Estabas perdiendo la cabeza o había alguien en el lienzo? — preguntó Wood.

— Lo segundo, creo — replicó Harry.

¿Y se puede saber por qué Dumbledore tenía tanto interés en mantenerme escondido? —preguntó Harry, que seguía intentando controlar su voz y adoptar un tono despreocupado—. ¿Se molestaron en preguntárselo, por casualidad?

— No sonaste despreocupado — le informó Ron.

— Claro que le preguntamos — dijo Hermione a la vez. — Pero nadie nos decía nada.

Entre los profesores y los miembros de la Orden, el ambiente comenzaba a tensarse. Estaba claro que varios de ellos no estaban de acuerdo con la forma en la que Dumbledore había mantenido a Harry al margen de todo. Darse cuenta de ello animó un poco a Harry.

Levantó la cabeza justo a tiempo para ver cómo sus amigos intercambiaban una mirada que significaba que estaba comportándose como ellos habían imaginado. Eso no ayudó a mejorar su estado de ánimo.

— Deja de darte cuenta de todo — se quejó Hermione.

— Pues dejad de ser tan obvios — replicó Harry.

Le dijimos a Dumbledore que queríamos contarte lo que estaba pasando — contestó Ron—. Se lo dijimos, Harry. Pero ahora Dumbledore está muy ocupado, sólo lo hemos visto dos veces desde que vinimos aquí, y no tenía mucho tiempo para nosotros; nos hizo jurar que no te contaríamos nada importante cuando te escribiéramos. Dijo que las lechuzas podían ser interceptadas

— Bueno, en eso tiene razón — dijo Terry, que tenía el ceño fruncido. — Pero…

— ¿Pero qué? — le preguntó Padma.

— Bueno… Si había gente vigilando la casa de Potter, ¿por qué no podían decírselo? ¿No podían… no sé, aprovechar un momento en el que estuviera en el jardín para contarle lo que sucedía? Lo que quiero decir es que no tenían por qué usar lechuzas teniendo a gente tan cerca de la casa.

— Incluso podrían haber utilizado a la señora Figg — añadió Cho. — Creo que habría sido mucho menos desagradable descubrir que ella era una squib en su salón, tomando una taza de té, que en medio de un callejón después de haber sido atacado por dementores.

Varias personas estuvieron de acuerdo, y Harry se sintió muy agradecido con todos ellos. Resultaba un alivio escuchar que él no era el único que había cuestionado las decisiones de Dumbledore y que había sentido que, de haberlo querido, el director podría haberse comunicado con él.

Recordaba lo que le habían explicado tanto Dumbledore como los encapuchados: que el director temía que Voldemort pudiera, de alguna forma, usar a Harry para sacar información sobre los planes de Dumbledore. Por eso debía aprender Oclumancia.

Entendía por qué el director evitaba mirarlo a los ojos, y por qué se había mostrado tan distante. Pero, al mismo tiempo, las soluciones que ofrecían Terry y Cho eran tan… simples, tan fáciles. Y no requerían que Harry hablara cara a cara con Dumbledore.

De todos modos habría podido mantenerme informado si se lo hubiera propuesto —replicó Harry de manera cortante—. No irás a decirme que no conoce formas de enviar mensajes sin lechuzas, ¿no?

— Exacto — se oyó decir a Cho.

Dumbledore se mantuvo en silencio.

Hermione miró a Ron y dijo:

Yo también lo pensé. Pero él no quería que supieras nada.

Quizá piense que no se puede confiar en mí —dijo Harry, observando con atención sus expresiones.

Varias personas miraron a Dumbledore, como esperando a que negara esa afirmación. Viendo que tenía la atención de todos, el director decidió hablar:

— Confío plenamente en Harry Potter. No fue una cuestión de falta de confianza, sino de seguridad. Espero que lo comprendáis.

A juzgar por las miradas de muchos, no lo comprendían.

No seas idiota —contestó Ron, que parecía muy desconcertado.

O que no sé cuidar de mí mismo.

¡Claro que no piensa nada de eso! —exclamó Hermione agitada.

— Pero Harry tenía todos los motivos del mundo para creerlo — dijo Bill. — Está claro que las cosas se podrían haber hecho mucho mejor.

¿Entonces por qué tenía que quedarme en casa de los Dursley mientras vosotros dos participabais en todo lo que estaba pasando aquí? —preguntó Harry; las palabras salieron atropelladamente de su boca, y a medida que las pronunciaba, el volumen de su voz iba aumentando—. ¿Por qué vosotros dos estáis al corriente de lo que está ocurriendo?

— Es que es injusto — se quejó una niña de primero.

¡Eso no es cierto! —lo interrumpió Ron—. Mamá no nos deja acercarnos a las reuniones; dice que somos demasiado pequeños…

Pero sin poder contenerse más, Harry se puso a gritar.

¡AH, YA!, NO HABÉIS ESTADO EN LAS REUNIONES, ¡QUÉ BIEN! PERO HABÉIS ESTADO AQUÍ, ¿VERDAD? ¡HABÉIS ESTADO JUNTOS!

Muchos jadearon y exclamaron.

— ¡Ha explotado! — chilló un Gryffindor de segundo que Harry no sabía si estaba emocionado o preocupado.

— ¡Díselo, Harry! ¡Suéltalo todo! — lo animaron varias voces.

— ¡Ellos no tienen la culpa! — se oía decir a otras personas.

¡YO, EN CAMBIO, LLEVO UN MES ATRAPADO EN CASA DE LOS DURSLEY! ¡Y YO HE HECHO COSAS MUCHO MÁS IMPORTANTES QUE VOSOTROS DOS, Y DUMBLEDORE LO SABE!

— ¡Ahí se ha pasado! — exclamó una Ravenclaw. — No tiene por qué menospreciar los logros de sus amigos.

— Pero no ha dicho ninguna mentira — replicó otra, también de Ravenclaw. — Siempre es Potter quien hace la parte más difícil.

¿QUIÉN SALVÓ LA PIEDRA FILOSOFAL? ¿QUIÉN SE DESHIZO DE RIDDLE? ¿QUIÉN OS SALVÓ LA VIDA CUANDO OS ATACARON LOS DEMENTORES?

— ¡Se está pasando! — exclamó una chica de segundo.

— De eso nada, se lo merecen — replicó un Slytherin de cuarto.

— ¡Claro que no!

— ¡Potter se ha pasado de la raya!

— ¿Acaso importa? — se metió Ron, zanjando la discusión. — Lo atacaron unos dementores y se pasó semanas encerrado en una habitación, todo eso después de lo que pasó en junio. ¡Normal que estallara!

— ¿Cómo puedes defenderlo? — dijo un chico de tercero. — ¡Te está gritando!

— ¿Estás sordo o se te ha olvidado lo que he dicho antes? — replicó Ron, enfadado. — Al que juzgue a Harry por las cosas que dijo ese día, le hecho un maleficio. ¿Quieres ser el primero?

El chico se calló, pero miraba a Ron como si estuviera loco. Por su parte, Ron soltó un bufido exasperado y le puso a Harry una mano en hombro, de forma casi protectora.

Después de todo lo que le había dicho tía Petunia, a Harry ese gesto le dejó sin habla. Querría haberle dicho algo a Ron, quizá darle las gracias, pero no fue capaz de hilar palabra.

Harry soltó todos y cada uno de los amargos y resentidos pensamientos que había tenido durante el último mes: su frustración ante la ausencia de noticias, la ofensa que le producía saber que todos habían estado juntos sin él, la rabia que experimentaba porque habían estado vigilándolo y nadie se lo había dicho… Todos los sentimientos de los que se avergonzaba a medias se desbordaron por fin.

— Harry tenía muchos motivos para estar enfadado — dijo Hermione en voz alta, aprovechando que el grito de Ron había hecho que regresara el silencio. — Si nosotros no lo juzgamos por lo que dijo ese día, todos vosotros tenéis todavía menos derecho a hacerlo.

Estaba claro por las caras de algunos que no todo el mundo estaba de acuerdo, pero nadie le llevó la contraria a la chica. De nuevo, Harry sintió que debía decir algo, pero no supo qué. Las palabras de tía Petunia, nadie te quiere, seguían en su cabeza y contrastaban demasiado con la manera en la que sus amigos lo estaban defendiendo.

Hedwig se asustó con el ruido y voló hasta lo alto del armario; Pigwidgeon, alarmada, gorjeó y empezó a volar aún más deprisa por encima de sus cabezas.

— Ay, pobrecitas — se lamentó Lavender.

¿QUIÉN TUVO QUE PASAR POR DELANTE DE DRAGONES Y ESFINGES Y DE TODO TIPO DE BICHOS REPUGNANTES EL AÑO PASADO? ¿QUIÉN VIO QUE ÉL HABÍA REGRESADO? ¿QUIÉN TUVO QUE HUIR DE ÉL? ¡YO!

Ron estaba allí plantado con la boca abierta, atónito y sin saber qué decir, mientras que Hermione parecía a punto de llorar.

— Potter debería disculparse — se escuchó decir a Marietta.

— No creo que haga falta — le contestó Cho.

PERO ¿POR QUÉ TENÍA QUE SABER YO LO QUE ESTABA PASANDO? ¿POR QUÉ IBA A MOLESTARSE ALGUIEN EN CONTARME LO QUE SUCEDÍA?

Harry, nosotros queríamos contártelo, de verdad… —empezó Hermione.

NO CREO QUE ESO OS PREOCUPARA MUCHO, PORQUE SI NO ME HABRÍAIS ENVIADO UNA LECHUZA, PERO CLARO, DUMBLEDORE OS HIZO JURAR…

— Se está quedando a gusto — bufó Seamus. Viendo la cara de Harry, añadió: — No me malinterpretes. Yo también habría gritado.

— Yo seguramente habría hecho explotar un par de cosas — dijo Fred. — O toda la casa.

Es verdad, Harry, nos…

HE PASADO CUATRO SEMANAS CONFINADO EN PRIVET DRIVE, ROBANDO PERIÓDICOS DE LOS CUBOS DE BASURA para ver si me enteraba de lo que estaba pasando…

— Sigo sin entender que no te dejaran ver las noticias — bufó Angelina.

— A los Dursley no hay que entenderlos, solo tenerlos lo más lejos posible — replicó Ron.

Harry se planteó decir en ese momento algo tipo "Pues están aquí en Hogwarts escuchando todo lo que decimos", solo para ver el caos, pero se contuvo.

Nosotros queríamos…

SUPONGO QUE OS HABRÉIS REÍDO DE LO LINDO, ¿VERDAD?, AQUÍ ESCONDIDOS, JUNTITOS…

No, Harry, en serio…

— Estaba celoso — saltó una chica de segundo. — ¡Está celoso porque Ron y Hermione estaban juntos!

— ¡Eso es que le gusta Hermione!

Ambas chicas se deshicieron en risitas.

— O quizá tenía envidia de que sus amigos tuvieran acceso a más información que él, mientras a él lo tenían encerrado con gente que lo odia — respondió Justin con sarcasmo.

Las chicas lo miraron muy mal.

¡Lo sentimos mucho, Harry! —dijo Hermione desesperada; tenía los ojos bañados en lágrimas—. Tienes toda la razón. ¡Yo también estaría furiosa si me hubiera pasado a mí!

Harry la fulminó con la mirada, respirando entrecortadamente; luego volvió a apartarse de ellos y se puso a dar vueltas por la habitación.

Harry miró a Hermione, tratando de disculparse con la mirada, y ella le sonrió débilmente.

Hedwig ululó con tristeza desde lo alto del armario.

— Qué pena me da Hedwig, debía estar muy confusa — dijo Parvati.

Hubo una larga pausa, sólo interrumpida por el lastimero crujido de las tablas de madera bajo los pies de Harry.

A ver, ¿qué es esta casa? —preguntó.

El cuartel general de la Orden del Fénix —contestó Ron de inmediato.

— ¡Aleluya! Al fin vamos a tener respuestas — exclamó Zacharias Smith.

-¿Y piensa alguien decirme qué demonios es la Orden del Fénix?

Es una sociedad secreta —se apresuró a responder Hermione—. La dirige Dumbledore; él fue quien la fundó. La forman los que lucharon contra Quien-tú-sabes la última vez.

Fudge y Umbridge estaban más atentos que nunca. La avidez con la que Umbridge miraba hacia el libro era espeluznante.

¿Quiénes? —inquirió Harry, y se detuvo con las manos metidas en los bolsillos.

Bastante gente…

Nosotros hemos conocido a unos veinte —le contó Ron—, pero creemos que son más.

— Veinte — farfulló Fudge. — Así que es cierto. Estabas reuniendo gente para ir contra los deseos del ministerio.

Dumbledore le sonrió amablemente.

— Si los deseos del ministerio implican esconder el regreso de Lord Voldemort, no queda otra alternativa más que actuar a sus espaldas. No crees, ¿Cornelius?

Fudge murmuró algo que Harry no escuchó.

¿Y bien? —preguntó Harry, mirándolos con atención.

Esto… —dijo Ron—. ¿Qué?

¡Voldemort! —exclamó Harry enfurecido, y Ron y Hermione hicieron una mueca de dolor—. ¿Qué pasa? ¿Qué está tramando? ¿Dónde está? ¿Qué vamos a hacer para detenerlo?

— Pobrecitos, menudo interrogatorio — dijo Susan con una mueca.

— Que les den. ¡Quiero respuestas! — se quejó un chico de sexto.

Ya te lo hemos dicho, la Orden no nos deja participar en sus reuniones — comentó Hermione, nerviosa—. Así que no tenemos muchos detalles; pero sí una idea general —se apresuró a añadir al fijarse en la expresión de los ojos de Harry.

Muchos parecieron decepcionados.

— Vamos, que no nos vamos a enterar de nada nuevo — bufó un chico de séptimo.

Verás, Fred y George han inventado unas orejas extensibles —explicó Ron—. Son muy útiles.

¿Orejas…?

Hubo un murmullo de interés.

— Espero que no se les haya ocurrido traer semejante invento al colegio — exclamó Umbridge.

— Por supuesto que no, profesora — mintió Fred.

— Jamás se nos pasaría por la cabeza — añadió George, y Umbridge los fulminó a ambos con la mirada.

Extensibles, sí. Pero últimamente hemos tenido que dejar de usarlas porque mamá nos descubrió y se puso hecha una fiera. Fred y George tuvieron que esconderlas todas para que mamá no las tirara a la basura. Pero las usamos bastante antes de que mamá se diera cuenta de lo que estábamos haciendo. Ahora sabemos que algunos miembros de la Orden están siguiendo a unos conocidos mortífagos, están vigilándolos…

La señora Weasley no parecía nada contenta. Todos sus hijos evitaron hacer contacto visual con ella excepto los dos mayores, que parecían divertirse.

Otros se dedican a reclutar a más gente para la Orden… —intervino Hermione.

Y otros montan guardia no sé dónde —concluyó Ron—. Siempre están hablando de las guardias.

No será que me vigilan a mí, ¿verdad? —dijo Harry con sarcasmo.

— Seguro — murmuró Neville.

¡Ah, claro! —aseguró Ron como si acabara de comprenderlo.

Harry soltó un bufido. Se puso a pasear de nuevo por la habitación, mirando a cualquier sitio menos a Ron y a Hermione.

Hubo alguna risita aislada.

— ¿En serio nunca se plantearon que a quien vigilaban era a Potter? — se oyó decir a alguien de segundo. — Qué pocas luces.

Entonces, ¿qué habéis estado haciendo vosotros dos, si no os dejaban entrar en las reuniones? —preguntó—. Decíais que estabais muy ocupados.

Harry no se esperaba que esa frase fuera seguida de silbidos, risitas y burlas.

— ¿Qué hacíais, eh? — les sonrió un Hufflepuff de sexto al que Harry no conocía.

— Estaban los dos solos y muy ocupados. Yo lo veo claro — reía uno de séptimo, y los silbidos aumentaron.

Ron y Hermione se pusieron muy rojos y, al mismo tiempo, la señora Weasley soltó un bufido.

Y lo estábamos —contestó Hermione—. Hemos descontaminado esta casa; llevaba muchos años vacía y se había criado de todo.

Los ánimos se hundieron un poco.

— ¿En serio? ¿Estuvisteis todo el verano limpiando? — dijo Angelina, decepcionada. — Qué mal, esperaba que fuera algo más interesante.

Hemos conseguido limpiar a fondo la cocina, casi todos los dormitorios y creo que mañana nos toca el sa… ¡Aaaaah!

Con dos fuertes estampidos, Fred y George, los hermanos gemelos de Ron, se habían materializado de la nada en medio de la habitación. Pigwidgeon gorjeó, más alterada que las otras veces, y echó a volar para reunirse con Hedwig en lo alto del armario.

— ¡Tenéis que dejar de hacer eso! — exclamó la señora Weasley. — Algún día le va a dar un infarto a esa pobre lechuza. ¡O a mí!

Algunas personas reían.

¡Parad de hacer eso! —ordenó Hermione a los gemelos, que tenían el mismo cabello pelirrojo que Ron, aunque más tupido y ligeramente más corto.

¡Hola, Harry! —lo saludó George con una radiante sonrisa—. Nos pareció oír tu dulce voz.

No reprimas tu rabia, Harry, suéltalo todo —le aconsejó Fred, también sonriente—. Quizá haya una o dos personas a ochenta kilómetros de aquí que no te han oído.

— ¿Significa eso que los adultos también lo escucharon todo? — preguntó un niño de primero. — Porque sería genial que lo hubieran hecho.

— Estábamos en una reunión — contestó Lupin. — No oímos nada.

Veo que habéis aprobado los exámenes de Aparición —comentó Harry malhumorado.

Con muy buena nota —confirmó Fred, que tenía en la mano una cosa que parecía un trozo de cuerda muy largo de color carne.

— ¿Es la oreja extensible? — preguntó Justin, impresionado.

Fred y George asintieron.

Habríais tardado unos treinta segundos más si hubierais bajado por la escalera —dijo Ron.

El tiempo es galeones, hermanito —repuso Fred—. Bueno, Harry, estás dificultando la recepción. Éstas son las orejas extensibles —añadió ante la expresión de desconcierto de Harry, y le mostró la cuerda que tenía en la mano y que, según vio Harry, empezó a arrastrarse hasta el rellano—. Estamos intentando oír lo que pasa abajo.

Molly se llevó las manos a la cabeza, exasperada.

— Fue muy amable por vuestra parte esperar a que Harry terminara de gritar — dijo Katie. Viendo las caras de confusión de algunos, añadió: — Harry necesitaba desahogarse. Si lo hubieran interrumpido a mitad, creo que habría sido peor para él.

— Estoy seguro de que no lo pensaron tanto — respondió Ron. — Solo esperaron a dejar de oír gritos para que no les gritara también a ellos.

Fred y George no dijeron nada y, viendo la mirada que interacambiarton, Harry se preguntó si Katie tendría un poco de razón.

Tened mucho cuidado —les recomendó Ron mirando la oreja—; si mamá vuelve a encontrar una de ésas…

Vale la pena correr el riesgo; la reunión de hoy es importante —dijo Fred. Entonces se abrió la puerta y por ella entró una larga cabellera pelirroja.

¡Hola, Harry! —saludó alegremente la hermana pequeña de Ron, Ginny—. Me pareció oír tu voz.

— Eso significa "Te he escuchado gritar durante un buen rato pero voy a fingir que no lo he hecho" — dijo Colin, sonriente.

Con una sonrisita, Ginny asintió, y Harry soltó un bufido.

Miró a Fred y a George, y añadió—: No vais a conseguir nada con las orejas extensibles. Mamá le ha hecho un encantamiento de impasibilidad a la puerta de la cocina.

Hubo quejas entre el alumnado. La decepción generalizada era más que obvia.

¿Cómo lo sabes? —preguntó George alicaído.

Tonks me ha explicado cómo descubrirlo —le contó Ginny—. Sólo tienes que lanzar algo contra la puerta, y si no logra hacer contacto quiere decir que la han impasibilizado.

La señora Weasley le lanzó a Tonks una mirada reprobatoria.

He estado lanzándole bombas fétidas desde lo alto de la escalera, pero salían despedidas antes de tocarla, de modo que no hay forma de que las orejas extensibles puedan pasar por dbajo.

— ¡Ginny! — exclamó la señora Weasley, al tiempo que varios alumnos se echaban a reír (y varios Weasleys también).

Ginny puso cara de inocente.

Fred exhaló un hondo suspiro.

¡Qué lástima! Estaba deseando averiguar qué ha estado haciendo Snape.

Snape arqueó una ceja. Era evidente que no se había esperado que su nombre apareciera en ese momento.

¡Snape! —saltó Harry—. ¿Está aquí?

Sí —contestó George, que cerró la puerta con cuidado y se sentó en una de las camas; Fred y Ginny lo siguieron—. Ha venido a dar parte. Es confidencial.

¡Imbécil! —exclamó Fred sin darse cuenta.

— ¡Fred! — lo regañó su madre, a la vez que una gran cantidad de alumnos se echaba a reír con disimulo.

— Castigado, señor Weasley — gruñó Snape.

— ¡Estaba de vacaciones! — protestó él, pero Snape no cambió de opinión.

Ahora está en nuestro bando —le recordó Hermione en tono reprobatorio.

Eso no significa que no sea un imbécil. Basta con ver cómo nos mira —opinó Ron, soltando un bufido.

— Eso será otro castigo para un Weasley — dijo Snape, fulminando a Ron con la mirada.

Ron murmuró algo y Harry alcanzó a escuchar las palabras "grasiento" y "estúpido".

A Bill tampoco le cae bien —intervino Ginny, como si eso zanjara el asunto.

Bill sonrió al escuchar eso.

— Cómo no, para Ginny siempre es Bill quien tiene razón — suspiró Charlie dramáticamente.

— No te quejes — dijo Ron. — A ti te hace más caso que a mí.

Ginny no dijo nada, pero no paró de sonreír. Estaba preciosa cuando sonreía así.

Harry se atragantó con su propia saliva. Ron le dio un par de palmaditas en la espalda mientras él tosía y se preguntaba de dónde diablos salían esos pensamientos sobre Ginny. Empezaba a ser preocupante.

Vale, podía admitirlo mentalmente (¡pero jamás en voz alta!): Ginny era muy guapa. Era popular, jugaba al quidditch muy bien y era muy agradable. Eso no eran opiniones, eran hechos, y no pasaba nada porque Harry admitiera para sí mismo esa serie de hechos perfectamente comprobables y demostrables.

Sobre el sueño que había tenido sobre ella, o sobre la sesión de Oclumancia que habían compartido… bueno, sobre eso no quería pensar mucho, porque sentía que se le estaba yendo la cabeza.

Ron lo asesinaría si supiera las cosas que estaba pensando.

Harry todavía no estaba seguro de que se le hubiera pasado el enfado, pero su sed de información estaba venciendo el impulso de seguir gritando. Se dejó caer en una cama, enfrente de los demás.

¿Bill también está aquí? —preguntó—. ¿No estaba trabajando en Egipto?

Una gran cantidad de gente se giró para examinar a Bill con la mirada. El chico le sonrió a un grupo especialmente descarado de Ravenclaw, haciendo que varias de ellas se ruborizaran. A su lado, Fleur parecía divertirse.

Solicitó un puesto de oficinista para poder volver a casa y colaborar con la Orden —aclaró Fred—. Dice que echa de menos las tumbas, pero —compuso una sonrisita de suficiencia— esto tiene sus compensaciones.

¿Qué quieres decir?

¿Te acuerdas de Fleur Delacour? —dijo George—. Ha aceptado un empleo en Gringotts para «pegfeccionag» su inglés…

Fleur arqueó una ceja y miró a George, que evitó el contacto visual.

Y Bill le ha dado un montón de clases particulares —añadió Fred con tono burlón.

Volvieron a escucharse silbidos y risas.

— ¡Lo sabía! — chilló una chica de tercero. — ¡Están sentados muy juntos!

Fleur se quedó mirándola como si fuera un insecto, y la chica apartó la mirada de inmediato y cerró la boca.

— Espero que no estén juntos, ¡él se merece algo mejor! — se oyó decir a una chica de segundo en lo que pretendía ser (y fallaba estrepitosamente) una serie de susurros.

— ¡Si ni siquiera lo conoces! — le respondió una amiga suya.

— ¡Pero Delacour es un poco creída!

— Se os escucha perfectamente — les informó George, haciendo que ambas se sobresaltaran. Miraron a Fleur con algo que parecía miedo, pero la chica las ignoró totalmente.

Charlie también ha entrado en la Orden —prosiguió George—, pero todavía está en Rumania. Dumbledore quiere que entren en la Orden todos los magos extranjeros que sea posible, y Charlie intenta captarlos en sus días libres.

— Gente del extranjero… Por Merlín — bufó Fudge. — No has perdido el tiempo.

— Al contrario que otros — dijo la profesora McGonagall, implacable. Fudge se puso verde.

¿Eso no podía hacerlo Percy? —preguntó Harry. La ultima noticia que tenía del tercero de los hermanos Weasley era que trabajaba en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional del Ministerio de Magia.

Al oír las palabras de Harry, los Weasley y Hermione intercambiaron miradas cómplices y llenas de misterio.

Percy se tensó. Era obvio lo que venía a continuación.

El resto de Weasleys también parecían nerviosos, especialmente los padres.

Pase lo que pase, no menciones a Percy delante de mis padres —advirtió Ron a Harry con voz tensa.

¿Por qué no?

Porque cada vez que alguien nombra a Percy, papá rompe lo que tenga en las manos y mamá se pone a llorar —contestó Fred.

Hubo murmullos, y muchas miradas. La señora Weasley suspiró, entristecida al recordar lo sucedido, y el señor Weasley se mantuvo totalmente impasible.

Percy parecía querer que la tierra se lo tragase.

Ha sido espantoso —añadió Ginny con tristeza.

Me parece que nos hemos librado de él —dijo George con una expresión muy desagradable en la cara.

— O quizá no — dijo George, dándole una fuerte (quizá demasiado fuerte) palmada a Percy en la espalda.

Percy tosió, pillado por sorpresa, y evitó la mirada de todos.

¿Qué ha pasado? —preguntó Harry.

Percy y papá discutieron —comenzó Fred—. Nunca había visto a papá discutir así con nadie. Normalmente es mamá la que grita.

— No me imagino al señor Weasley gritando — admitió Angelina.

— No le pega — dijo Alicia.

Arthur les sonrió amablemente a ambas. Mirándole a los ojos, estaba claro que el recuerdo de lo sucedido con Percy todavía le molestaba.

Percy tenía la vista clavada en el suelo y el cuerpo muy, muy tenso.

Fue la primera semana después de terminar el curso —continuó Ron—. Estábamos a punto de venir a reunirnos con los de la Orden. Percy llegó a casa y nos dijo que lo habían ascendido.

¿Bromeas? —dijo Harry.

— ¿Cómo es posible, después de lo de Crouch? — preguntó Seamus.

Percy no dijo nada, y Harry notó que Fudge se removía un poco en su asiento, nervioso.

Aunque sabía que Percy era una persona muy ambiciosa, tenía la impresión de que el hermano de Ron no había logrado mucho éxito con su primer empleo en el Ministerio de Magia. Percy había cometido el grave descuido de no darse cuenta de que su jefe estaba en manos de lord Voldemort (pese a que en el Ministerio nadie lo habría creído, pues todos pensaban que el señor Crouch se había vuelto loco).

— Ya lo sabemos — se quejó un Slytherin de sexto.

Sí, a todos nos sorprendió —afirmó George—, porque Percy se metió en un buen lío por lo de Crouch, y hubo una investigación y todo. Dijeron que Percy debería haberse dado cuenta de que Crouch estaba chiflado y que habría tenido que informar a algún superior. Pero ya conoces a Percy: Crouch lo había dejado al mando, y él no iba a protestar.

Durante un momento, Percy abrió la boca como si fuera a decir algo, pero decidió no hacerlo.

Entonces, ¿cómo es que lo han ascendido?

Eso fue exactamente lo que nos preguntamos nosotros —respondió Ron, que parecía encantado de poder mantener una conversación normal ya que Harry había parado de gritar—.

Harry hizo una mueca al escuchar eso.

Llegó a casa muy satisfecho de sí mismo, más satisfecho incluso de lo habitual, no sé si podrás imaginártelo; y le dijo a papá que le habían ofrecido un cargo en la oficina del propio Fudge. Un cargo muy importante para tratarse de alguien que sólo hacía un año que había salido de Hogwarts: asistente junior del ministro. Creo que esperaba que papá se quedara muy impresionado.

— Es imposible que le dieran ese cargo a alguien que acaba de salir del colegio — suspiró la profesora Sprout. — Por muy competente que sea el alumno, semejante puesto es demasiado…

El hecho de que varias personas le dieran razón a la profesora hizo que Percy agachara todavía más la cabeza, avergonzado y herido.

Pero papá no se quedó nada impresionado —comentó Fred con gravedad.

¿Por qué no? —preguntó Harry.

Verás, por lo visto Fudge se pasea hecho una furia por el Ministerio vigilando que nadie tenga ningún contacto con Dumbledore —explicó George.

Fudge se limpió una gota de sudor con el dorso de la mano.

Es que últimamente Dumbledore no está muy bien visto en el Ministerio — agregó Fred—. Todos creen que sólo causa problemas al decir que Quien-tú-sabes ha regresado.

Papá dice que Fudge ha dejado muy claro que todo el que tenga algo que ver con Dumbledore ya puede ir vaciando su mesa —dijo George.

— El ministro está siendo irracional — dijo Angelina en voz alta. — Creo que le daba tanto miedo que Quien-Vosotros-Sabéis hubiera regresado, que prefirió arruinar la reputación y silenciar a quienes sabían la verdad, antes que enfrentarse a la realidad.

— Yo solo actué teniendo en cuenta las pruebas que… — empezó a decir Fudge.

— ¿Qué pruebas? — saltó George. — La mayor prueba era Barty Crouch y dejaste que se lo cargaran.

— George… — le advirtió el señor Weasey en voz baja, y George se calló.

— ¡No le hables así al ministro! — saltó Umbridge, furiosa.

— Haya silencio, por favor — intervino el director. Le lanzó una mirada a Fudge antes de decir: — Las decisiones que Cornelius ha tomado durante estos meses no son tan relevantes como las que habrá de tomar a partir de ahora. Tened eso en cuenta.

Se hizo el silencio y Montague siguió leyendo.

El problema es que Fudge sospecha de papá, pues sabe que se lleva bien con Dumbledore, y siempre ha creído que papá es un poco raro por su obsesión con los muggles.

Arthur hizo una mueca al escuchar eso.

Pero ¿eso qué tiene que ver con Percy? —preguntó Harry confundido.

A eso quería llegar. Papá cree que Fudge sólo quiere tener a Percy en su oficina porque pretende utilizarlo para espiar a nuestra familia y a Dumbledore.

— Uf, eso debió doler — dijo Ernie.

Percy no dijo nada, pero no hizo falta. Su expresión lo decía todo.

Harry emitió un débil silbido.

Me imagino que eso a Percy le encantó.

Ron soltó una risa un tanto sarcástica.

Se puso hecho una fiera. Dijo… Bueno, dijo un montón de cosas terribles. Dijo que había tenido que luchar contra la mala reputación de papá desde que entró a trabajar en el Ministerio, y que papá no tiene ambición y que por eso siempre hemos sido… Bueno, ya sabes, que por eso nunca hemos tenido mucho dinero…

Se oyeron susurros y a Harry le pareció que más de una persona insultaba a Percy.

— ¡Qué desagradecido! — dijo Lisa Turpin. — ¿Así trata a su familia?

— Yo creo que le dolió en el ego — sugirió una chica de séptimo. — Esperaba que sus padres estuvieran orgullosos de él y lo que se encontró fue que pensaban que el puesto no se lo habían dado por sus capacidades, sino para utilizarlo de espía. Tuvo que ser muy doloroso darse cuenta de que era cierto.

Percy hizo una mueca.

— ¡Pero si es obvio! — se quejó un chico de segundo.

— Todo es muy obvio cuando lo estás leyendo en un libro y viéndolo desde fuera — le recordó el profesor Flitwick. — Desde dentro, es fácil cegarse y ser incapaz de ver las cosas que otros consideran evidentes.

¿Qué? —se extrañó Harry, incrédulo, mientras Ginny hacía un ruido de gato enfadado.

Eso sacó un par de risitas a algunos, y Harry sonrió. Ginny se ruborizó.

Ya, ya —musitó Ron con un hilo de voz—. Y eso no es todo. Dijo que papá era un idiota por relacionarse con Dumbledore, que Dumbledore iba a tener graves problemas y papá se iba a hundir con él, y que él, Percy, sabía dónde estaba su lealtad: con el Ministerio. Y que si papá y mamá iban a convertirse en traidores al Ministerio, él pensaba asegurarse de que todo el mundo supiera que ya no pertenecía a nuestra familia. Hizo el equipaje aquella misma noche y se marchó. Ahora vive aquí, en Londres.

— Pues menudo imbécil — soltó Ritchie Coote, provocando que un amigo suyo le diera un codazo.

— Córtate — le susurró, pero era tarde. Percy lo había escuchado perfectamente.

Harry maldijo por lo bajo. Percy siempre había sido el que menos le gustaba de todos los hermanos de Ron, pero jamás habría imaginado que pudiera decirle semejantes cosas al señor Weasley.

Muchos se quedaron mirando a Harry y a Percy, como si esperaran que hubiera una pelea. Harry se preguntó si tenía que disculparse, pero pensó que él no tenía la culpa de que Percy fuera el Weasley que menos le gustaba.

— ¿Te caen mejor Bill y Charlie? — preguntó una niña de primero de Hufflepuff. — Si apenas los conoces…

— Pero Harry piensa que Bill es guay, ¿recuerdas? — se metió Fred, sonriendo.

Harry gimió. Si regresaban las bromas sobre ese tema, le lanzaría una maldición a alguien.

— No puedes comparar a los hermanos que exploran tumbas malditas en Egipto y crían dragones con Percy — se oyó decir a una chica de segundo, y a Harry le pareció un comentario un poco cruel, aunque muy cierto.

Percy no dijo nada para defenderse. De hecho, la tensión que tenía en el cuerpo parecía haberse desinflado, y ahora solo parecía abatido.

Mamá lo ha pasado muy mal —prosiguió Ron—. Ya te imaginas, llorando y eso. Vino a Londres para intentar hablar con Percy, pero él le cerró la puerta en las narices. No sé qué hace Percy cuando se encuentra a papá en el trabajo, supongo que ignorarlo.

— Perdón por eso — murmuró Percy.

Su madre parecía estar a punto de llorar con tan solo recordarlo. El señor Weasley seguía con la misma expresión seria que antes.

Pero Percy tiene que saber que Voldemort ha regresado —opinó Harry—. No es idiota, tiene que saber que vuestros padres no se expondrían a perderlo todo si no tuvieran pruebas.

Sí, bueno, tu nombre también salió en la discusión —siguió explicando Ron, y le lanzó a Harry una mirada furtiva—. Percy dijo que la única prueba que tenían era tu palabra, y…, no sé…, no creía que eso fuera suficiente.

— Parece que el desagrado es mutuo — dijo Padma.

— No me imaginaba que Potter se llevara mal con un Weasley — Roger Davies estaba muy sorprendido.

Percy se toma muy en serio todo lo que dice El Profeta —añadió Hermione con aspereza, y los demás asintieron.

¿De qué estás hablando? —quiso saber Harry, mirando alrededor. Todos lo observaban con recelo.

¿No…, no recibías El Profeta? —preguntó Hermione, nerviosa.

— Sí, pero es un idiota que solo lee la primera plana — bufó Angelina.

— Hey — se quejó Harry.

¡Sí, claro! —respondió Harry.

¿Lo has… leído bien? —insistió ella, aún más nerviosa.

No de cabo a rabo —confesó Harry, poniéndose a la defensiva—. Si tenían que informar de algo relacionado con Voldemort, lo harían en la primera plana, ¿no?

— Se puso a la defensiva porque sabía que tenía que habérselo leído mejor — dijo un chico de segundo.

— Creo que es mejor que no lo hiciera — dijo otro. — Estar encerrado con sus tíos y leyendo cómo el mundo mágico te critica constantemente… No sé, creo que yo no podría aguantarlo.

Los otros hicieron una mueca de dolor al oír aquel nombre. Hermione prosiguió:

Bueno, tendrías que haberlo leído de cabo a rabo para pillarlo, pero… Bueno, el caso es que te mencionan un par de veces por semana.

Pero yo lo habría visto…

— ¿Por qué asumes que si te mencionan debe ser en la primera página? — dijo Pansy. — Te lo tienes un poco creído, ¿no?

Harry ni se molestó en contestar.

Si sólo leías la primera plana no —dijo Hermione, moviendo negativamente la cabeza—. No estoy hablando de grandes artículos. Sólo te incluían de pasada, como si fueras un personaje de chiste.

¿Qué demonios…?

Es muy desagradable, la verdad —prosiguió Hermione con una voz que denotaba una calma forzada—. Están siguiendo los pasos de Rita.

Fudge parecía cada vez más incómodo. El asunto de El Profeta iba a tener grandes repercusiones entre todos los que estaban escuchando la lectura. ¿Quién se lo tomaría en serio después de saber lo manipulada que estaba la información de ese diario? Harry esperaba que todos recordaran eso cuando la lectura acabara.

Pero ella ya no escribe para el periódico, ¿verdad?

Oh, no, Rita ha cumplido su promesa. Porque no tiene alternativa, claro — añadió Hermione con satisfacción—. Pero ella sentó las bases de lo que ellos intentan hacer ahora.

— ¿Sigues teniéndola en un tarro? — preguntó Colin.

— Claro que no, ya lo dije — bufó Hermione.

¿Y se puede saber qué intentan hacer? —preguntó Harry, impaciente.

Bueno, ya sabes que en sus artículos decía que te habías derrumbado por completo y que ibas por ahí diciendo que te dolía la cicatriz y todo eso, ¿no?

Sí —dijo Harry, que recordaba a la perfección las historias que Rita Skeeter había contado de él.

— Es impresionante lo rápido que pasó de retratarlo como un héroe a decir que estaba como una regadera — dijo Ernie.

Pues ahora te describen como un pobre iluso que sólo quiere llamar la atención y que se cree un gran héroe trágico o algo así —explicó Hermione, muy deprisa, como si de esa forma sus palabras fueran a dolerle menos a su amigo—.

Algunos rieron por lo bajo. Hermione, por otro lado, miró a Harry como pidiéndole disculpas, pero él negó con la cabeza. No consideraba que Hermione tuviera que disculparse por intentar que el golpe fuera rápido, al contrario.

No paran de incluir comentarios insidiosos sobre ti. Si aparece alguna historia rocambolesca, dicen algo como: «Una historia digna de Harry Potter», y si alguien sufre un accidente divertido, escriben: «Esperemos que no le quede una cicatriz en la frente, o luego tendremos que idolatrarlo como a…»

Yo no quiero que me idolatren… —saltó Harry acalorado.

— Hay que admitir que algunos de esos comentarios tenían gracia — dijo un chico de segundo.

Inmediatamente, otros seis o siete alumnos lo mandaron a callar de mala manera. El chico se quedó un poco aturdido, pero no más que Harry, quien no se había esperado ver a ese grupo de desconocidos defendiéndolo con tanta fuerza.

Ya lo sé —lo interrumpió Hermione, asustada—. Ya lo sé, Harry. Pero ¿no ves lo que están haciendo? Quieren minar tu credibilidad. Me apuesto algo a que Fudge está detrás de todo esto. Quieren hacer creer a los magos de a pie que no eres más que un niño estúpido, un poco ridículo, que va por ahí contando cuentos chinos porque le gusta ser famoso y quiere que se hable de él.

Las miradas acusatorias que cayeron sobre Fudge hicieron que el ministro fijara los ojos en un punto de su reposabrazos y fingiera examinar una mancha, con tal de no hacer contacto visual con nadie.

Yo nunca he buscado… Yo no quería… ¡Voldemort mató a mis padres! — farfulló Harry—. ¡Me hice famoso porque él mató a mi familia y porque no consiguió matarme a mí! ¿Quién va a querer ser famoso por algo así? ¿No se dan cuenta de que preferiría no haber…?

Ya lo sabemos, Harry —dijo Ginny de todo corazón.

El ambiente en el comedor se tornó solemne.

Y como es lógico no han mencionado ni una sola palabra del ataque de los dementores —añadió Hermione—. Alguien se lo ha prohibido. Y eso sí habría sido una historia sonada: dementores sueltos… Ni siquiera han informado de que violaste el Estatuto Internacional del Secreto. Creíamos que lo harían, porque eso encaja perfectamente con esa imagen de ti, de fanfarrón estúpido. Creemos que están aguardando el momento de tu expulsión; entonces se van a poner las botas… Si te expulsan, claro —especificó—. Pero no deberían echarte; si se atienen a sus propias normas no pueden hacerlo, no tienen argumentos.

— Tiene mucho sentido — dijo Katie. — Si publicaban la noticia en ese momento, el foco de atención estaría en el hecho de que había dos dementores sueltos. Si esperaban a que Harry fuera expulsado…

— Podían hacer un especial entero sobre cómo El Niño Que Vivió se había puesto a hacer magia ilegal frente a muggles, sin siquiera tener que especificar el contexto — terminó Angelina por ella. Parecía asqueada.

Umbridge mantenía una expresión neutral, pero Fudge estaba cada vez más verde.

Había vuelto a salir el tema de la vista, y Harry no quería pensar en eso. Intentó hablar de otra cosa, pero no hizo falta que buscara nuevos temas de conversación porque en ese instante se oyeron pasos que subían por la escalera.

¡Oh!

Fred le dio un fuerte tirón a la oreja extensible; se oyó otro estampido, y él y George se desaparecieron. Pasados unos segundos, la señora Weasley entró por la puerta del dormitorio.

La señora Weasley suspiró al escuchar eso.

La reunión ha terminado, ya podéis bajar a cenar. Todos se mueren de ganas de verte, Harry. Por cierto, ¿quién ha dejado esas bombas fétidas frente a la puerta de la cocina?

Crookshanks —dijo Ginny descaradamente—. Le encanta jugar con ellas.

— ¡Ginny! — exclamó la señora Weasley, haciendo que su voz sonara sobre las risas de todos.

— Ups — sonrió ella y, de nuevo, trató de parecer inocente. Mientras su madre le lanzaba una mirada exasperada, Harry escuchó a Lavender decir que le sorprendía que Hermione no se hubiera enfadado porque Ginny le hubiera echado la culpa a su gato.

¡Ah! —dijo la señora Weasley—. Creía que quizá hubiera sido Kreacher; siempre está haciendo cosas raras. Bueno, no olvidéis bajar la voz cuando paséis por el vestíbulo. Ginny, llevas las manos sucias, ¿qué has estado haciendo? Ve y lávatelas antes de cenar, por favor.

Hubo más risas, y la señora Weasley se ruborizó al darse cuenta de lo fácil que había sido engañada.

Ginny sonrió a los otros y salió con su madre de la habitación, dejando solos a Harry, Ron y Hermione. Ron y Hermione se quedaron mirando a Harry con aprensión, como si temieran que empezara a gritar de nuevo ahora que se habían ido los demás.

— Pobrecitos, ellos no tuvieron la culpa de nada — se quejó una chica de sexto.

— Parece que van a volver a pelear — dijo otra.

— Nah, no creo — se metió Lee Jordan.

Al verlos tan nerviosos, Harry se sintió un poco avergonzado.

Mirad… —masculló, pero Ron negó con la cabeza, y Hermione dijo en voz baja:

Ya sabíamos que te enfadarías, Harry, no te culpamos de nada, de verdad, pero tienes que entenderlo, nosotros intentamos persuadir a Dumbledore…

— Oh, parece que Harry iba a disculparse — dijo Alicia.

— Qué mono — añadió Romilda, de forma totalmente innecesaria, en opinión de Harry.

Sí, ya lo sé —dijo Harry de manera cortante. Buscó un tema de conversación que no estuviera relacionado con el director del colegio, porque cada vez que pensaba en Dumbledore le hervía la sangre. —¿Quién es Kreacher? —preguntó.

Ahora, las miraditas pasaban de Dumbledore a Harry, una y otra vez. Como ninguno de los dos dijo nada, Montague siguió leyendo.

El elfo doméstico que vive aquí —contestó Ron—. Un auténtico chiflado.

Hermione miró a Ron frunciendo el entrecejo.

No es ningún chiflado, Ron.

Su única ambición es que le corten la cabeza y la coloquen en una placa, como hicieron con su madre —repuso Ron con enojo—. ¿Te parece eso normal, Hermione?

— A mí también me parece que está chiflado — dijo Dennis, impresionado.

— Te puedo asegurar que lo está — le contestó Sirius.

Hermione lo miró mal, pero no le llevó la contraria.

Bueno, mira, si es un poco raro, él no tiene la culpa.

Ron miró al techo y luego a Harry.

Hermione todavía anda liada con el PEDDO.

Medio comedor se echó a reír a carcajadas. Hermione se ruborizó.

¡No lo llames así! —protestó Hermione con indignación—. Es la pe, e, de, de, o, Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros. Y no soy sólo yo, Dumbledore también dice que hemos de ser amables con Kreacher.

— Me sigue pareciendo una tontería — declaró Pansy en voz alta.

— Y a mí sigue sin parecérmelo — replicó Hermione, cortante.

Vale, vale —admitió Ron—. Vamos, estoy muerto de hambre.

Salió seguido de sus amigos y fueron hasta el rellano, pero antes de que empezaran a bajar la escalera…

¡Un momento! —dijo Ron por lo bajo, y extendió un brazo para impedir que Harry y Hermione siguieran caminando—. Todavía están en el vestíbulo, quizá oigamos algo.

— Espero que no lo intentarais… — dijo la señora Weasley, pero solo tuvo que ver la cara de Ron para saber que era una batalla perdida.

Se asomaron con cautela por encima del pasamanos. El lúgubre vestíbulo que había debajo estaba abarrotado de magos y de brujas, entre ellos la guardia de Harry. Susurraban con emoción. En el centro del grupo, Harry vio la oscura y grasienta cabeza y la prominente nariz del profesor de Hogwarts que menos le gustaba: el profesor Snape.

Snape gruñó al escuchar su descripción. Entre los alumnos, muchos trataron de disimular las risas, aunque sin éxito. Harry estaba seguro de que Snape estaba anotando mentalmente los nombres de todos los que reían para vengarse después.

Harry se inclinó un poco más sobre el pasamanos. Le interesaba mucho saber qué hacía Snape en la Orden del Fénix…

— Cómo no — bufó Malfoy. — ¡Qué obsesión tienes con el profesor Snape!

— Es casi tan fuerte como la que tú tienes con Harry — replicó Fred, provocando risas y que Malfoy lo mirara muy mal.

En ese instante un delgado trozo de cuerda de color carne descendió ante los ojos de Harry. Miró hacia arriba y vio a Fred y a George en el rellano superior, bajando con cuidado la oreja extensible hacia el oscuro grupo de gente que había abajo. Pero, al cabo de un momento, todos empezaron a desfilar hacia la puerta de la calle y se perdieron de vista.

¡Maldita sea! —oyó Harry susurrar a Fred mientras recogía de nuevo la oreja extensible.

La señora Weasley suspiró.

— Sois unos cotillas — dijo Tonks, sonriente. — Os entiendo, la verdad.

Oyeron también cómo se abría la puerta de la calle, y luego cómo se cerraba.

Snape nunca come aquí —le dijo Ron a Harry en voz baja—. Por suerte. ¡Vamos!

— Preferiría morir de hambre — gruñó Snape.

— Y yo preferiría prenderle fuego a la casa antes que invitarte a cenar — murmuró Sirius.

Y no olvides hablar en voz baja en el vestíbulo, Harry —le susurró Hermione. Cuando pasaban por delante de la hilera de cabezas de elfos domésticos colgadas en la pared, vieron a Lupin, a la señora Weasley y a Tonks junto a la puerta de la calle, cerrando mediante magia los numerosos cerrojos y cerraduras en cuanto los restantes magos hubieron salido.

— Eso es que el profesor Lupin y Tonks sí que se quedan a cenar — dijo un chico de primero. — ¡Genial! Me caen bien.

Tonks sonrió, muy contenta, y Lupin pareció gratamente sorprendido.

Comeremos en la cocina —susurró la señora Weasley al reunirse con ellos al pie de la escalera—. Harry, querido, si quieres cruzar el vestíbulo de puntillas, es esa puerta de ahí…

¡PATAPUM!

¡Tonks! —gritó la señora Weasley, exasperada, y se dio la vuelta para mirar a la bruja.

— Oh, no — Tonks pareció algo avergonzada.

Entre los estudiantes, la confusión era total.

¡Lo siento! —gimoteó Tonks, que estaba tumbada en el suelo—. Es ese ridículo paragüero, es la segunda vez que tropiezo con…

Pero sus últimas palabras quedaron sofocadas por un espantoso, ensordecedor y espeluznante alarido.

— ¿Quién gritaba? — preguntó Daphne, sorprendida.

Las apolilladas cortinas de terciopelo en que Harry se había fijado al llegar a la casa se habían separado, pero no había ninguna puerta detrás de ellas. Durante una fracción de segundo, Harry creyó que estaba mirando por una ventana, una ventana detrás de la cual una anciana con una gorra negra gritaba sin parar, como si estuvieran torturándola; pero entonces cayó en la cuenta de que no era más que un retrato de tamaño natural, aunque el más realista y desagradable que había visto en su vida.

Harry notó que la gente se relajaba.

— Solo es un retrato — se quejó Zabini. — Me esperaba algo más interesante.

La anciana echaba espuma por la boca, sus ojos giraban descontrolados y tenía la amarillenta piel de la cara tensa y tirante; los otros retratos que había en el vestíbulo detrás de ellos despertaron y empezaron a chillar también, hasta tal punto que Harry cerró con fuerza los ojos y se tapó las orejas con las manos para protegerse del ruido.

— Para ser un retrato, la verdad es que da muy mal rollo — admitió Dean.

Varias personas le dieron la razón, especialmente las de cursos inferiores.

Lupin y la señora Weasley fueron corriendo hacia el retrato e intentaron cerrar las cortinas y tapar a la anciana, pero no podían con ellas y la anciana cada vez gritaba más fuerte y movía sus manos como garras; parecía que intentaba arañarles la cara.

— Qué desagradable — gimió Parvati.

— Pues en vida era incluso peor — susurró Sirius, para que solo los que estaban cerca lo escucharan. Lupin le dio un par de palmaditas en el hombro.

¡Cerdos! ¡Canallas! ¡Subproductos de la inmundicia y de la cochambre! ¡Mestizos, mutantes, monstruos, fuera de esta casa! ¿Cómo os atrevéis a contaminar la casa de mis padres?

— ¡Ah! ¡Que es la dueña! — exclamó Hannah.

— ¿Pero el dueño no era un Gryffindor? — preguntó Justin, confuso.

Tonks seguía disculpándose por su torpeza mientras levantaba la enorme y pesada pierna de trol del suelo; la señora Weasley desistió de su intento de cerrar las cortinas y echó a correr por el vestíbulo, haciéndoles hechizos aturdidores a los otros retratos con su varita; y un hombre de largo cabello negro salió disparado por una puerta que Harry tenía enfrente.

¡Cállate, vieja arpía! ¡Cállate! —bramó, y agarró la cortina que la señora Weasley acababa de soltar.

Algunos miraron a Sirius, ya que no había muchos más hombres de pelo largo y negro en el comedor.

La anciana palideció de golpe.

¡Tú! —rugió, mirando con los ojos como platos a aquel hombre—. ¡Traidor, engendro, vergüenza de mi estirpe!

— ¿De su estirpe? ¿Es que son familia? — notó Angelina.

— Debe ser la casa de alguien de la Orden — replicó Katie.

Más miradas se dirigieron hacia Sirius, que no dijo nada.

¡Te digo que te calles! —le gritó el hombre, y haciendo un esfuerzo descomunal, Lupin y él consiguieron cerrar las cortinas.

Cesaron los gritos de la anciana, y aunque todavía resonaba su eco, el silencio fue apoderándose del vestíbulo.

Jadeando ligeramente y apartándose el largo y negro cabello de la cara, Sirius, el padrino de Harry, se dio la vuelta.

Hubo jadeos, así como muchas caras de comprensión por parte de aquellos que no lo habían adivinado.

— ¡Es la casa de Black! — exclamó un chico de tercero.

— ¿Pero Black era Gryffindor? ¿No es de Slytherin? — preguntó una niña de primero.

— ¡Claro que no! ¿No te acuerdas? Era amigo del padre de Potter. Estaban todos en Gryffindor, con el profesor Lupin.

A pesar de las explicaciones, mucha gente todavía parecía confusa.

Hola, Harry —lo saludó con gravedad—. Veo que ya has conocido a mi madre.

— ¿Esa era su madre? — exclamó Seamus.

— Una señora muy simpática, desde luego — murmuró Tonks. — Yo me llevo genial con ella.

— Casi tan bien como yo — ironizó Sirius.

Hubo una oleada de miradas sorprendidas y curiosas que se dirigían hacia Sirius, pero él las ignoró todas.

— Ese es el final — dijo Montague, marcando la página.

Dumbledore se levantó de inmediato.

— Creo que es un buen momento para hacer un pequeño descanso — anunció. — Nos volveremos a ver dentro de media hora.

Las puertas del comedor se abrieron solas y, sin más demora, muchos estudiantes se dirigieron hacia ellas. Todos iban hablando, comentando lo que acababan de leer, y Harry sintió un poco de frustración al notar que varias personas ni siquiera se molestaban en disimular que lo estaban mirando a él.

— ¿Podemos hablar?

Harry se sobresaltó. Había estado tan pendiente de un grupo de Hufflepuff que lo miraba y murmuraba que no había notado que Sirius se le había acercado, y estaba frente a él.

— Eh…

Tragó saliva. Durante un rato, había podido apartar de su mente las palabras de tía Petunia (¡y su presencia en Hogwarts!), así como el roce que había tenido con Sirius. Ahora, no podía seguir ignorando la situación.

Por ello, respiró hondo y asintió con valentía. Se levantó y siguió a Sirius fuera del comedor. Ron le dio una palmadita en el hombro a modo de apoyo, y Ginny murmuró "Suerte".

Pero ninguno de ellos los siguió, y Harry no estaba seguro de si habría preferido que lo hicieran o no.

Al salir del Gran Comedor, Sirius y él tuvieron que sortear varios grupos de estudiantes, algunos de los cuales parecían sentir mucha curiosidad por saber a dónde iban. Harry siguió a Sirius hasta las escaleras y, en silencio, emprendieron el camino hacia arriba, buscando un aula vacía.

La encontraron en el sexto piso, en un pasillo estrecho y alejado del resto del colegio. Había varios centímetros de polvo acumulado sobre las mesas vacías, por lo que Harry supuso que esa era otra de las aulas que habían caído en desuso.

Mantuvo la vista en el suelo y esperó. Ni él ni Sirius tomaron asiento.

— ¿Estás bien?

La pregunta le pilló por sorpresa. Había esperado que Sirius le preguntara directamente por qué le había contestado mal en el comedor.

— Eh… Sí.

Sirius dio un paso hacia él y levantó suavemente con un dedo la barbilla de Harry, obligándolo a mirarle a la cara.

— Puedes decirme la verdad. Sé que ha pasado algo cuando has salido del comedor.

Harry volvió a apartar la mirada, sin saber qué decir.

— Escucha… — Sirius suspiró y se pasó la mano por el pelo. — Quiero que sepas que tienes toda la razón. Es cierto que no estuve ahí para ti cuando lo necesitabas…

— Sirius, no…

— Escúchame — le pidió su padrino, y Harry se calló. — Me merecía ese comentario. Me merezco cada reproche que me hagas, Harry. Soy consciente de lo diferentes que podrían haber sido las cosas si yo hubiera reaccionado con más calma la noche en la que tus padres… Debí haberme quedado contigo. Lo siento.

Harry no sabía qué decir, pero sí sabía que no quería escuchar más.

— Lo que he dicho antes… No pretendía hacerte sentir mal. Lo dije sin pensar….

— Pero lo dijiste porque lo piensas — replicó Sirius. — Y tienes razón.

— Fue tía Petunia — soltó Harry. Había estado guardando ese secreto durante un buen rato y no podía más. — Me dijo… Me dijo cosas que me afectaron, por eso te hablé así.

Sirius lo miró con el ceño fruncido.

— ¿Qué quieres decir con eso? ¿Te escribió una carta?

— Está aquí, en Hogwarts — respondió Harry, abatido. — Los encapuchados han traído a los Dursley.

Sirius jadeó. Al instante, Harry supo que había cometido un error al decírselo.

— ¿Están aquí? ¿Dónde? — exclamó, dando un paso hacia la puerta. — ¡¿Dónde están?! Voy a darle a Dursley una patada en el…

— ¡Para! — Harry lo agarró del brazo, frenando su avance. — No sé dónde están, pero no les hagas nada. No quiero verles.

— Pero…

— Por favor — pidió Harry, y Sirius dejó de intentar llegar hasta la puerta.

— ¿Hablaste con ella? ¿Cómo…? — una expresión de comprensión cruzó su rostro. — Fue ella quien leyó el primer capítulo del libro, ¿verdad? Por eso le molestaba tanto que se criticara a Dudley…

Harry asintió.

— Me di cuenta al escuchar su voz — admitió.

Sirius soltó un bufido lleno de incredulidad.

— ¿Y por qué no dijiste nada? Me habría encantado decirle un par de cosas.

— Quería asegurarme primero — respondió Harry, y era cierto. — Por eso la seguí fuera del comedor.

— ¿Qué fue lo que te dijo?

Harry hizo una mueca.

— Da igual.

— No, no da igual. Si te afectó, será por algo.

Harry habría deseado poder desaparecer de allí. No sabía hasta qué punto era buena idea contarle a Sirius toda la verdad sobre su conversación con tía Petunia, pero tampoco veía qué beneficios traería una mentira.

— Ha estado escuchando muchas de las cosas que se han dicho en el comedor — contestó finalmente. — Lo que habéis dicho sobre que nunca volveré con los Dursley…

— Nunca volverás — afirmó Sirius. — Eso tenlo claro.

— Ella no se lo cree — replicó Harry.

— ¿Y tú?

Harry titubeó, y eso fue más que suficiente.

— Harry, no vas a volver con los Dursley. ¿En serio crees que voy a permitirlo después de lo que hemos leído? — dijo Sirius. — ¡Y también están los Weasley! Creo que Molly se cortaría un brazo antes que dejar que vuelvas a Privet Drive.

— Tía Petunia dijo que, si hubierais querido sacarme de allí, lo habríais hecho ya — respondió Harry lentamente, cuidando sus palabras. No quería revelar de más, porque si le decía a Sirius que su tía había afirmado que nadie le quería, la respuesta tenía el potencial de resultar muy dolorosa.

— Pues tía Petunia puede meterse sus opiniones por donde le quepan — resopló Sirius. — Si de mí dependiera, este verano lo habrías pasado entero conmigo. Dumbledore insistió en que esas protecciones que tienes con tu tía eran muy importantes y no permitió que te fueras de allí, pero no podrá volver a impedirlo.

— ¿Y si lo intenta? — preguntó Harry, sin poder contenerse.

— Pues tendrá que enfrentarse a toda la Orden — replicó Sirius. — Creo que entre McGonagall y Molly Weasley podrían hacerlo pedacitos.

Harry sabía que no era así, pero resultaba reconfortante pensar que ambas mujeres pelearían para que él no regresara con los Dursley.

— Además, nos vamos a cargar a Voldemort — prosiguió Sirius, intentando sonar animado. — Así que ya no necesitarás esas protecciones. Ya no habrá excusa que valga.

Tras unos segundos de silencio, Harry asintió.

— Hey — Sirius dio un paso hacia él y puso las manos sobre su rostro, envolviéndolo con más suavidad de la que cualquiera habría esperado de él. — No tienes por qué creerme. Te lo demostraré cuando llegue el momento.

Y Harry decidió creer en sus palabras.


— Por el momento, todo está procediendo de acuerdo al plan — habló Snape.

Se encontraba de pie en el despacho del director, quien revisaba en ese momento un trozo de pergamino.

— Así es. Por el momento… ¿Estás preparado para lo de esta noche, Severus?

— Por supuesto.

Dumbledore asintió, tras lo que dobló el pergamino y lo guardó en un cajón del escritorio.

— Lamento tener que pedirte tanto.

— Cumpliré con mi deber — dijo Snape por toda respuesta.

El director suspiró. Estando allí en el despacho, con la sola compañía de Severus Snape, Dumbledore parecía mucho más viejo que de costumbre.

— La lectura avanza a buen ritmo, aunque agradecería que la profesora Umbridge dejara de antagonizar a todo el mundo — dijo. — Y creo que Harry también lo agradecería. Lo último que necesita es más estrés. No me esperaba lo que le ha dicho a Sirius, aunque quizá no debería haberme sorprendido.

— Parece que la relación de Potter con su querido padrino se ha resentido durante la lectura — dijo Snape. Por su tono de voz, estaba claro que no sentía ninguna pena.

Dumbledore le lanzó una mirada severa.

— No resulta sorprendente, por desgracia. Todos los adultos de su vida le han fallado. Incluso los que prometieron protegerle.

Snape se quedó en silencio.

— No pienses que he olvidado todo lo que hemos leído, Severus — prosiguió Dumbledore. — Amenazar a Harry con poner veritaserum en su bebida… Humillarlo en clase frente a sus compañeros… Sabía que no te llevabas bien con el muchacho, pero siempre pensé que por lo menos cumplirías con tus obligaciones como profesor. El resentimiento te ciega.

— Potter no es ningún santo. Has escuchado cómo entró en mi despacho, robó ingredientes e hizo una poción multijugos estando solo en segundo año — replicó Snape. — Y cómo durmió a Crabbe y Goyle y los encerró en un armario.

—Puede que Harry haya cometido algunas imprudencias, pero siempre ha tenido un buen motivo para hacerlo. Dime, Severus. ¿Cuál ha sido tu motivo para tratarlo así durante tantos años? — contestó Dumbledore. Fue quizá la decepción en su tono lo que hizo que Snape cerrara la boca en vez de replicar de nuevo. — He tenido que hablar con Minerva para evitar que tomara represalias contra ti. Y no es la única profesora que está enfadada, desde luego… Escucha bien la lectura, Severus. Espero que te des cuenta de que el chico no es James, de una vez por todas.

Snape asintió.

— ¿Puedo marcharme?

Mirándolo con tristeza, Dumbledore asintió.

Severus Snape salió del despacho tan rápido como pudo y se encaminó hacia las mazmorras. Era consciente de que tenía poco tiempo antes de que la lectura se retomara, pero necesitaba unos minutos para sí mismo.

Por supuesto, había sido consciente de que muchos profesores no estaban nada contentos con su trato hacia Potter. Minerva, especialmente, había expresado en numerosas ocasiones lo horrible que le parecía y lo enfadada que se encontraba. Todos le repetían que Harry Potter no era James Potter, que lo había juzgado mal y que el trato que le daba al chico era inaceptable.

Ninguna de esas ideas era innovadora. Todas habían cruzado su mente en algún punto de la lectura y, por más que lo había intentado, no había logrado deshacerse de ellas.

Era cierto que Potter tenía menos similitudes con su padre de las que había juzgado a simple vista. De hecho, había muchos aspectos sobre Potter que no había juzgado correctamente, si todo lo que se había leído era cierto.

Llegó al aula de pociones y cerró la puerta tras de sí, disfrutando del eco que provocó al encontrarse las mazmorras completamente vacías. Caminó hacia una de las mesas y tomó asiento, teniendo cuidado de evitar tocar una mancha pegajosa que tenía aspecto de ser bilis de armadillo.

Dime, Severus. ¿Cuál ha sido tu motivo para tratarlo así durante tantos años?

El motivo había sido simple. Harry Potter era un chico arrogante y temerario, tan presuntuoso como su padre. Rompía las normas y todos se lo perdonaban por ser famoso. Se creía el rey del colegio y no sentía respeto por los profesores. Si el resto del profesorado quería tratarlo como la celebridad que era en vez de como a un alumno más, estaban en su derecho de hacerlo, pero Severus no participaría.

Sí, había sido muy simple. Pero ahora no podía olvidar la imagen de un chico de once años encerrado en una alacena bajo las escaleras, en la oscuridad, siendo denegado algo tan básico como comida y agua. No podía olvidar la gatera que se había descrito en todo detalle, por la que Petunia Dursley había introducido una simple lata de sopa fría que el chico había tenido que compartir con su lechuza. Y, definitivamente, no podría olvidar el momento en el que Vernon Dursley se había asomado por la ventana, había visto a su sobrino en el parterre de flores y lo había estrangulado.

Severus no era un buen hombre. Había hecho cosas más que cuestionables en el pasado y, si era sincero, la docencia jamás habría sido su carrera elegida de no ser por la presión de Dumbledore. Nunca había querido ser profesor, pero lo era y, por tanto, tenía ciertas responsabilidades hacia los alumnos.

Sabía que no te llevabas bien con el muchacho, pero siempre pensé que por lo menos cumplirías con tus obligaciones como profesor. El resentimiento te ciega.

Potter no se había criado siendo mimado y agasajado como si de un rey se tratase. Ni siquiera había tenido una infancia normal, con unos guardianes que lo cuidaran y lo protegieran. Lo que Potter había vivido en casa no era tan diferente a lo que el propio Snape había vivido, y admitir eso resultaba mucho más difícil de lo que cualquiera habría imaginado. Había pasado años asumiendo que el chico era tan arrogante porque sus familiares lo habían maleducado así. Se había formado una narrativa que encajaba perfectamente con la imagen que quería darle a Potter… pero que nunca fue real.

Quizá la arrogancia que Potter había mostrado en tantas ocasiones no era eso, sino desafío ante los adultos que jamás habían logrado protegerlo. Y quizá la temeridad que mostraba, esas ganas locas de meterse en líos y ponerse en peligro, no derivaba de un deseo de llamar la atención, sino de la aceptación de que ningún adulto iba a protegerle o a solucionar los problemas que se le presentaban.

En primer año, cuando Potter había intentado avisar a Minerva de lo que sucedía con la piedra, solo había encontrado negación. En segundo, cuando había tratado de avisar a Lockhart acerca de la localización de la cámara de los secretos, se había topado con la realidad de que Gilderoy no era más que un fraude. ¿Quién podía juzgar a Potter, o a Weasley, por saltarse las normas y bajar a la cámara? Si no lo hubieran hecho, Ginny Weasley habría muerto.

Había tantas cosas que había asumido sobre la vida y la personalidad de Potter… tantas cosas que había asumido mal. Resultaba muy extraño relacionar al Potter que había creído conocer durante cinco años con el chico que aparecía en los libros.

Lo que Potter había vivido en casa... No era posible negar que se trataba de, como mínimo, negligencia por parte de sus guardianes. No se atrevía a utilizar en su mente las palabras maltrato o abuso, porque la idea de que Potter pudiera haber estado en dicha situación y que alguien como él no se hubiera dado cuenta...

Puede que Albus tuviera razón. El resentimiento hacia James Potter le había cegado. El chico se parecía a Lily mucho más de lo que había pensado...

Durante un momento, se preguntó qué le diría Lily si supiera cómo había tratado a su hijo durante años.

Yo nunca he buscado… Yo no quería… ¡Voldemort mató a mis padres! ¡Me hice famoso porque él mató a mi familia y porque no consiguió matarme a mí! ¿Quién va a querer ser famoso por algo así? ¿No se dan cuenta de que preferiría no haber…?

A Potter nunca le había gustado la fama. Esa era quizá una de las cosas que más le costaba aceptar a Severus.

En cuanto terminara la misión que tenía esa noche, se bebería un buen vaso de whiskey. O dos.

Seguro que tendría pesadillas.


° LA HISTORIA NO ME PERTENECE LA PUEDES ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTOR; Luxerii 

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Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

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