La orden del fénix:
A Potter nunca le había gustado la fama. Esa era quizá una de las cosas que más le costaba aceptar a Severus.
En cuanto terminara la misión que tenía esa noche, se bebería un buen vaso de whiskey. O dos.
Seguro que tendría pesadillas.
Harry habría deseado que el descanso durara media hora más.
La charla con Sirius le había dejado mucho más tranquilo que antes, aunque su cabeza continuaba siendo un remolino de ideas, temores y emociones. Puede que Sirius le hubiera asegurado que las palabras de tía Petunia habían sido falsas, pero tenía otros asuntos en mente aparte de ese. La profecía, y el hecho de que todavía no la había compartido con nadie, ocupaban un lugar especial en el fondo de su consciencia.
Aun así, se obligó a no pensar en ello. Todavía tenía todo el día por delante para aclarar sus ideas al respecto. ¿Debería contarles la profecía a sus amigos, o sería mejor esperar a que el libro inevitablemente lo hiciera por él? ¿Y a Sirius? ¿Lo sabían el resto de profesores? ¿Lo sabía la Orden? Tenía tantas preguntas que sentía que le iba a estallar la cabeza.
Regresó al comedor junto a su padrino, donde ambos retomaron sus asientos en la zona ocupada por, en su mayoría, miembros de Gryffindor y de la Orden del Fénix. Ron y Hermione no estaban allí.
— ¿Dónde están…? — le preguntó Harry a Ginny.
Ella se encogió de hombros.
— Han dicho algo de ir a dar una vuelta. Creo que querían estar un rato solos.
Harry se ruborizó. No quería pensar en qué estarían haciendo Ron y Hermione a solas. Todavía le costaba hacerse a la idea de que eran pareja.
No había tenido tiempo para asimilarlo. Las últimas semanas habían sido un golpe tras otro, una locura tras otra. Viajes en el tiempo, libros prohibidos, gente encapuchada, Sirius siendo descubierto por el ministro, la Oclumancia, la profecía. Y eso sin contar todos los cambios a nivel personal. Había dado su primer beso… y la persona con la que había sido ya ni siquiera le gustaba. ¿Cómo era posible que todo hubiera sucedido tan rápido? Dos semanas atrás, la idea de besar a Cho le habría resultado tremendamente atractiva. Ahora, si pensaba en besar a alguien…
— Hace un poco de calor aquí, ¿no? — dijo Ginny, haciendo que Harry se sobresaltara.
— ¿Eh?
— Tienes la cara roja — replicó ella. Miró alrededor y añadió: — Con tanta gente junta, la verdad es que podrían apagar unas cuantas velas. Hace algo de calor.
Harry tragó saliva. Estaba de acuerdo, desde luego, pero quizá no por los mismos motivos.
Y esa era otra locura más. Por si no había suficiente con profecías y encapuchados misteriosos, encima le estaba empezando a gustar Ginny Weasley.
No, no era eso. El estrés estaba haciéndole pensar cosas raras. Vale, no podía negar que Ginny era mucho más guapa de lo que jamás había notado. Puede que hubiera tenido un sueño raro con ella, pero no significaba nada. Era la hermana de Ron y la hija menor de la familia que lo había acogido con los brazos abiertos. No, no y no.
— ¿Has hablado con Sirius? — le preguntó Ginny.
— Sí, hace un rato — dijo Harry, sintiéndose muy estúpido.
Se alegró mucho cuando vio que Ron y Hermione entraban al comedor.
— ¿Dónde estabais? — les preguntó en cuanto tomaron asiento a su lado.
— Dando una vuelta — replicó Hermione rápidamente. Ron no dijo nada. Tenía una sonrisa en la cara tan estúpida como Harry se sentía.
— Ah…
Hermione cambió rápidamente de tema, preguntándole por su charla con Sirius. Harry aceptó el cambio con entusiasmo. Les dijo que todo iba bien y continuaron charlando hasta que Dumbledore regresó al comedor y todo el mundo comenzó a sentarse.
Dumbledore se quedó de pie en la tarima.
— Espero que el descanso haya sido beneficioso para todos — habló. — Hoy tenemos mucho que leer, así que no hay tiempo que perder. ¿Algún voluntario para leer el siguiente?
Varias personas levantaron la mano y el director escogió a una chica de segundo de Gryffindor a la que Harry conocía de vista.
Muy emocionada, la niña subió a la tarima y tomó el libro que Dumbledore le tendía.
— La Orden del Fénix — leyó, y se hizo el silencio. Había en el ambiente cierta emoción que no había estado presente en capítulos anteriores. Parecía que la Orden causaba mucha curiosidad, especialmente al ministro y a Umbridge.
—¿Tu…?
—Sí, mi querida y anciana madre —afirmó Sirius—. Llevamos un mes intentando bajarla, pero creemos que ha hecho un encantamiento de presencia permanente en la parte de atrás del lienzo. Rápido, vamos abajo antes de que despierten todos otra vez.
— ¿No se puede deshacer ese encantamiento? — preguntó un chico de primero, de Ravenclaw.
— No es imposible, pero tampoco es sencillo — replicó el profesor Flitwick. — Especialmente si el mago o bruja que utilizó el hechizo original era poderoso.
— Era poderosamente asquerosa, eso desde luego — gruñó Sirius por lo bajo. Tonks soltó una risita.
—Pero ¿qué hace aquí un retrato de tu madre? —preguntó Harry, desconcertado, mientras salían por una puerta del vestíbulo y bajaban un tramo de estrechos escalones de piedra seguidos de los demás.
—¿No te lo ha dicho nadie? Ésta era la casa de mis padres —respondió Sirius—. Pero yo soy el único Black que queda, de modo que ahora es mía.
— ¿Por qué no has cambiado la decoración? — preguntó Colin. — Suena horrible.
— Suena horrible porque es horrible — replicó Ron. — Tendrías que ver las cabezas de elfos colgando de la pared.
Colin hizo una mueca.
— Conseguir que la casa fuera segura tenía más prioridad que hacer que fuera bonita — contestó Sirius, quizá porque notó que Colin no era el único que sentía curiosidad.
Se la ofrecí a Dumbledore como cuartel general; es lo único medianamente útil que he podido hacer.
— Qué amargo suena eso — murmuró Angelina.
Harry, que esperaba un recibimiento más caluroso, se fijó en lo dura y amarga que sonaba la voz de Sirius. Siguió a su padrino hasta el final de la escalera y por una puerta que conducía a la cocina del sótano.
— Perdón por eso — dijo Sirius, haciendo una mueca. — Con tantos meses de encierro… No es que estuviera de muy buen humor.
La cocina, una estancia grande y tenebrosa con bastas paredes de piedra, no era menos sombría que el vestíbulo. La poca luz que había procedía casi toda de un gran fuego que prendía al fondo de la habitación. Se vislumbraba una nube de humo de pipa suspendida en el aire, como si allí se hubiera librado una batalla, y a través de ella se distinguían las amenazadoras formas de unos pesados cacharros que colgaban del oscuro techo.
Ernie soltó un bufido.
— Hasta los cacharros de cocina parecen tenebrosos en esa casa — dijo, y Justin soltó una carcajada.
Habían llevado muchas sillas a la cocina con motivo de la reunión, y estaban colocadas alrededor de una larga mesa de madera cubierta de rollos de pergamino, copas, botellas de vino vacías y un montón de algo que parecían trapos. El señor Weasley y su hijo mayor, Bill, hablaban en voz baja, con las cabezas juntas, en un extremo de la mesa.
Algunos se emocionaron al ver que Bill iba a salir en el libro. Parecía haberse vuelto popular, especialmente entre las chicas.
La señora Weasley carraspeó. Su marido, un hombre delgado y pelirrojo que estaba quedándose calvo, con gafas con montura de carey, miró alrededor y se puso en pie de un brinco.
Hubo alguna risita tras la mención de la calvicie del señor Weasley, pero él se lo tomó con humor (aunque Harry notó que las orejas se le habían puesto rojas).
—¡Harry! —exclamó el señor Weasley; fue hacia él para recibirlo y le estrechó la mano con energía—. ¡Cuánto me alegro de verte!
Detrás del señor Weasley, Harry vio a Bill, que todavía llevaba el largo cabello recogido en una coleta, enrollando con precipitación los rollos de pergamino que quedaban encima de la mesa.
— ¿Seguía siendo tan guay como lo recordabas? — le preguntó Fred con una sonrisita.
Harry le dio un puñetazo en el hombro.
—¿Has tenido buen viaje, Harry? —le preguntó Bill mientras intentaba recoger doce rollos a la vez—. ¿Así que Ojoloco no te ha hecho venir por Groenlandia?
Hubo risas, aunque Harry notó que más de una persona le lanzaba miradas alarmadas a Moody.
—Lo intentó —intervino Tonks; fue hacia Bill con aire resuelto para ayudarlo a recoger, y de inmediato tiró una vela sobre el último trozo de pergamino—. ¡Oh, no! Lo siento…
—Dame, querida —dijo la señora Weasley con exasperación, y reparó el pergamino con una sacudida de su varita.
Tonks se ruborizó.
— Sí que es torpe… — se oyó decir a Romilda Vane.
Con el destello luminoso que causó el encantamiento de la señora Weasley, Harry alcanzó a distinguir brevemente lo que parecía el plano de un edificio.
— Cotilla — dijo Alicia Spinnet sin maldad.
— Si hay algo que he aprendido con estos libros es que Harry es un cotilla — añadió Angelina, y ambas se echaron a reír al ver la cara llena de indignación de Harry.
La señora Weasley vio cómo Harry miraba el pergamino, agarró el plano de la mesa y se lo puso en los brazos a Bill, que ya iba muy cargado.
—Estas cosas hay que recogerlas enseguida al final de las reuniones —le espetó, y luego fue hacia un viejo aparador del que empezó a sacar platos.
— Pensaba que Bill era su favorito — se escuchó decir a una de Hufflepuff.
— ¿Cómo puede ser su favorito teniendo un hijo que cría dragones? — replicó su amiga, y Harry vio que Charlie intentaba no reírse.
Bill sacó su varita, murmuró: «¡Evanesco!» y los pergaminos desaparecieron.
—Siéntate, Harry —dijo Sirius—. Ya conoces a Mundungus, ¿verdad?
Aquella cosa que Harry había tomado por un montón de trapos emitió un prolongado y profundo ronquido y despertó con un respingo.
Hubo risitas.
— Vaya pintas debía tener — dijo Parvati, impresionada.
—¿Alguien ha pronunciado mi nombre? —masculló Mundungus, adormilado—. Estoy de acuerdo con Sirius… —Levantó una mano sumamente mugrienta, como si estuviera emitiendo un voto, y miró a su alrededor con los enrojecidos ojos desenfocados.
Sirius soltó un bufido.
— Parece que admira a Black — dijo un chico de sexto.
— Y que tiene poco criterio — añadió un amigo suyo.
Ginny soltó una risita.
—La reunión ya ha terminado, Dung —le explicó Sirius mientras todos se sentaban a la mesa—. Ha llegado Harry.
—¿Cómo dices? —inquirió Mundungus, mirando con expresión fiera a Harry a través de su enmarañado cabello rojo anaranjado—. Caramba, es verdad. ¿Estás bien, Harry?
—Sí —contestó él.
— Tiene gracia que precisamente él preguntara eso — gruñó la señora Weasley.
Mundungus, nervioso, hurgó en sus bolsillos sin dejar de mirar a Harry, y sacó una pipa negra, también mugrienta. Se la llevó a la boca, la prendió con el extremo de su varita y dio una honda calada. Unas grandes nubes de humo verdoso lo ocultaron en cuestión de segundos.
— ¿Huele tan mal como suena? — preguntó Seamus, asqueado.
— Peor — replicó Ron.
—Te debo una disculpa —gruñó una voz desde las profundidades de aquella apestosa nube.
—Te lo digo por última vez, Mundungus —le advirtió la señora Weasley—, ¿quieres hacer el favor de no fumar esa porquería en la cocina, sobre todo cuando estamos a punto de cenar?
—¡Ay! —exclamó Mundungus—. Tienes razón. Lo siento, Molly.
La nube de humo se esfumó en cuanto Mundungus se guardó la pipa en el bolsillo, pero el acre olor a calcetines quemados permaneció en el ambiente.
— Qué asco — se quejó Lavender. — ¡Encima tenía que ser en la cocina!
—Y si pretendéis cenar antes de medianoche voy a necesitar ayuda —añadió la señora Weasley sin dirigirse a nadie en particular—. No, tú puedes quedarte donde estás, Harry, querido. Has hecho un largo viaje.
— Retiro lo de antes — volvió a escucharse a la chica de Hufflepuff. — Su favorito es Harry, sin duda.
— Pues yo sigo prefiriendo al que cría dragones — replicó su amiga.
— Pero Harry se cargó a un basilisco con una espada.
— ¿Y qué? Los dragones son más peligrosos.
— ¡De eso nada!
La profesora McGonagall tuvo que mandarlas a callar.
—¿Qué quieres que haga, Molly? —preguntó Tonks con entusiasmo dando un salto.
La señora Weasley vaciló, un tanto preocupada.
—Pues…, no, Tonks, gracias, tú descansa también, ya has hecho bastante por hoy.
Se oyeron risitas.
—¡Nada de eso! ¡Quiero ayudarte! —insistió la bruja de muy buen humor, y derribó una silla cuando corría hacia el aparador, de donde Ginny estaba sacando los cubiertos.
— ¿Es una maldición o algo? — preguntó un niño de primero. — Puede cambiar de forma pero, a cambio de ese poder, es torpe de narices.
— No es ninguna maldición — replicó la profesora McGonagall, exasperada.
— No, solo soy torpe — añadió Tonks. — Es lo que hay. Ojalá fuera una maldición, ¡al menos tendría excusa!
Al poco rato, varios cuchillos enormes cortaban carne y verduras por su cuenta, supervisados por el señor Weasley, mientras su mujer removía un caldero colgado sobre el fuego y los demás sacaban platos, más copas y comida de la despensa.
— ¿Los cuchillos cortaban solos? — exclamó una chica de segundo, hija de muggles. — ¿No es peligroso?
— Es más peligroso que los uses tú mismo, te puedes cortar — replicó un chico de Hufflepuff.
Harry se quedó en la mesa con Sirius y Mundungus, que todavía lo miraba parpadeando con aire lastimero.
—¿Has vuelto a ver a la vieja Figgy? —le preguntó Mundungus.
— Parece que tiene confianza con ella — dijo Padma, sorprendida.
—No —contestó Harry—. No he visto a nadie.
—Mira, yo no me habría marchado —se disculpó Mundungus, inclinándose hacia delante con un dejo suplicante en la voz—, pero se me presentó una gran oportunidad…
— Excusas — bufó la profesora Sprout. — Nunca debió dejar su puesto, por muy buena que fuera la oferta.
Varios profesores le dieron la razón.
Harry notó que algo le rozaba la rodilla y se sobresaltó, pero sólo era Crookshanks, el gato patizambo de pelo rojizo de Hermione, que se enroscó alrededor de las piernas de Harry, ronroneando, y luego saltó al regazo de Sirius, donde se acurrucó. Sirius le rascó distraídamente detrás de las orejas al mismo tiempo que giraba la cabeza, todavía con gesto torvo, hacia Harry.
— No me acordaba de que Black era amigo del gato — confesó una chica de Ravenclaw. — Quién habría dicho que algún día vivirían en la misma casa.
—¿Has pasado un buen verano hasta ahora?
—No, ha sido horrible —contestó el muchacho.
— ¡Al fin se lo dice a alguien! — exclamó una chica de séptimo.
Por primera vez, algo parecido a una sonrisa pasó de manera fugaz por la cara de Sirius.
—No sé de qué te quejas, la verdad.
Hubo jadeos.
—¿Cómo dices? —saltó Harry sin poder dar crédito a lo que acababa de oír.
— Vale, no debí decir eso — se disculpó Sirius, a quien medio comedor observaba con mucho menos respeto que antes. — No tenía ni idea de lo malas que habían sido tus vacaciones en realidad. Sabía lo de los dementores, pero no el resto.
Harry podía comprenderlo, aunque debía admitir que aquel comentario le había molestado en su día.
—A mí, personalmente, no me habría importado que me atacaran unos dementores. Una pelea a muerte para salvar mi alma me habría venido de perlas para romper la monotonía. Tú dices que lo has pasado mal, pero al menos has podido salir y pasearte por ahí, estirar las piernas, meterte en alguna pelea… Yo, en cambio, llevo un mes entero encerrado aquí dentro.
— No es una competición por ver quién lo ha pasado peor — bufó la señora Weasley.
— Lo que tenías que hacer era apoyar a tu ahijado, no autocompadecerte.
— No me estaba autocompadeciendo — replicó Sirius.
— Sí lo hacías — se metió Lupin. Sirius le lanzó una mirada traicionada, pero Lupin simplemente se encogió de hombros y añadió: — A veces, solo hace falta escuchar. Ya tendrás tiempo de compartir tus penurias en otro momento
A Sirius no le hizo gracia ese comentario, pero Harry estaba de acuerdo con Lupin.
—¿Cómo es eso? —preguntó Harry con el entrecejo fruncido.
—Porque el Ministerio de Magia sigue buscándome, y a estas alturas Voldemort ya debe de saber que soy un animago; Colagusano se lo habrá contado, de modo que mi enorme disfraz no sirve de nada. No puedo hacer gran cosa para ayudar a la Orden del Fénix…, o eso cree Dumbledore.
— Es una lástima — dijo Hannah. — Imagina pasar años aprendiendo cómo convertirte en animago y que después no te sirva para ocultarte.
— Suena muy frustrante — dijo Susan.
El tono un tanto monótono con que Sirius pronunció el nombre de Dumbledore hizo comprender a Harry que Sirius tampoco estaba muy contento con el director. De pronto, Harry sintió un renovado cariño hacia su padrino.
Hubo muchas risas incrédulas y algunos miraron a Harry y al director como si esperaran que se fuera a formar una pelea.
Sirius, por su parte, también sonreía.
— Estar enfadados con la misma persona une mucho a la gente — afirmó.
—Al menos tú sabías qué estaba pasando —dijo más animado.
— Me alegra haber servido para animarte, Harry, aunque sea de una manera un tanto inusual — dijo Dumbledore, y Harry sintió las mejillas arder. Se preguntó si debía disculparse, pero decidió no hacerlo. Después de todo, había tenido motivos más que válidos para estar enfadado con el director.
—Sí, claro —repuso Sirius con sarcasmo—. Yo sólo tenía que oír los informes de Snape, aguantar sus maliciosas insinuaciones de que él estaba ahí fuera poniendo su vida en peligro mientras yo me quedaba aquí cómodamente sentado y sin pegar golpe…, y sus preguntas acerca de cómo iba la limpieza…
Dumbledore suspiró.
— Sería mucho más sencillo si pudierais dejar atrás las rencillas y trabajar en equipo.
— Antes se congelará el infierno — murmuró Sirius. Snape, por su parte, los ignoró a ambos.
—¿Qué limpieza? —preguntó Harry.
—Hemos tenido que convertir esta casa en un sitio habitable —contestó Sirius, haciendo un ademán que abarcó la desangelada cocina—. Hacía diez años que nadie vivía aquí, desde que murió mi querida madre, exceptuando a su viejo elfo doméstico, pero como se ha vuelto loco hace una eternidad que no limpia nada.
— ¿Diez años? Así que la madre murió cuando él estaba en Azkaban — dijo Terry Boot.
Sirius asintió.
— ¿Te dejaron salir para ir al entierro? — preguntó Dennis con curiosidad.
— No habría ido ni aunque me lo hubieran permitido — resopló Sirius.
—Sirius —dijo Mundungus, que al parecer no había prestado ninguna atención a la conversación y había estado examinando con minuciosidad una copa vacía—. ¿Esto es de plata maciza?
—Sí —respondió Sirius, mirándola con desagrado—. La mejor plata del siglo quince labrada por duendes, con el emblema de los Black grabado en relieve.
Hubo murmullos llenos de admiración.
—Ya, pero eso se podrá quitar —murmuró Mundungus, abrillantando la copa con el puño.
— ¿Acaso pretende robar las copas? — bufó Parvati.
— Sin duda — respondió Padma.
—¡Fred, George! ¡No! ¡He dicho que los llevéis! —gritó la señora Weasley. Harry, Sirius y Mundungus se volvieron y de inmediato se apartaron de la mesa.
Fred y George habían encantado un gran caldero de estofado, una jarra de hierro de cerveza de mantequilla y una pesada tabla de madera para cortar el pan, junto con el cuchillo, que en ese momento volaban a toda velocidad hacia ellos.
Fred y George intercambiaron miradas. La señora Weasley frunció el ceño al recordar aquel momento.
El caldero patinó a lo largo de la mesa y se detuvo justo en el borde, dejando una larga y negra quemadura en la superficie de madera; la jarra de cerveza de mantequilla cayó con un gran estruendo y su contenido se derramó por todas partes; el cuchillo del pan resbaló de la tabla, se clavó en la mesa y se quedó temblando amenazadoramente justo donde hasta unos segundos antes Sirius había tenido la mano.
— ¡Qué cerca! — exclamó un chico de tercero.
— ¿Qué necesidad había de utilizar la magia en ese momento? — bufó la profesora McGonagall.
—¡Por favor! —gritó la señora Weasley—. ¡No hacía falta! ¡Ya no lo aguanto más! ¡Que ahora os permitan hacer magia no quiere decir que tengáis que sacar la varita a cada paso!
Varios profesores asintieron.
—¡Sólo pretendíamos ahorrar un poco de tiempo! —se disculpó Fred, y corrió a arrancar el cuchillo del pan de la mesa—. Perdona, Sirius, no era mi intención…
Harry y Sirius se echaron a reír;
— Tenéis un sentido del humor un poco raro — dijo la profesora Umbridge. — La gente que a la que le gusta hacer volar a los cuchillos no suele ser muy estable mentalmente.
Harry ni se molestó en responder.
Mundungus, que se había caído hacia atrás volcando también la silla, empezó a maldecir tan pronto como se hubo levantado del suelo; Crookshanks había soltado un fuerte bufido y había corrido a refugiarse debajo del aparador, donde se veían sus enormes ojos amarillos, que relucían en la oscuridad.
— Pobrecito el gato — se lamentó una niña de primero.
Por Mundungus nadie sintió lástima.
—Niños —los regañó el señor Weasley dejando el caldero de estofado en el centro de la mesa—, vuestra madre tiene razón; ahora que habéis alcanzado la mayoría de edad se supone que tenéis que dar ejemplo de responsabilidad…
La profesora Umbridge soltó un bufido, como si el concepto de que Fred y George pudieran ser un ejemplo de responsabilidad fuera irrisorio.
—¡Ninguno de vuestros hermanos ha causado nunca estos problemas! —dijo, rabiosa, la señora Weasley a los gemelos mientras con un porrazo ponía otra jarra de cerveza de mantequilla, que también se derramó, encima de la mesa—. ¡Bill no se pasaba el día apareciéndose a cada momento! ¡Charlie no encantaba todo cuanto encontraba! ¡Percy…!
Se detuvo en el acto y contuvo la respiración al mismo tiempo que le dirigía una mirada asustada a su marido, cuyo rostro, de pronto, se había quedado inexpresivo.
Se hizo el silencio. Percy se puso blanco y evitó la mirada de sus padres. El señor Weasley parecía tranquilo, aunque más serio de lo normal.
—Vamos a comer —dijo Bill con rapidez.
—Esto tiene un aspecto estupendo, Molly —intervino Lupin, sirviéndole el estofado con un cucharón y acercándole el plato desde el otro lado de la mesa.
La señora Weasley le sonrió a Lupin, agradecida.
Durante unos minutos sólo se oyó el tintineo de platos y cubiertos y el ruido de las sillas arrastrándose, y todos se pusieron a comer. Entonces la señora Weasley miró a Sirius y le dijo:
—Se me olvidó comentarte, Sirius, que hay algo atrapado en ese escritorio del salón que no para de vibrar y tamborilear. A lo mejor sólo es un boggart, desde luego, pero quizá deberíamos pedirle a Alastor que le echara un vistazo antes de soltarlo.
Al escuchar la mención al boggart, la señora Weasley se estremeció. Su marido le dio la mano.
—Como quieras —contestó Sirius con indiferencia.
—Y las cortinas están llenas de doxys —añadió la señora Weasley—. He pensado que mañana podríamos ocuparnos de ellas.
—Será un placer —dijo Sirius. Harry detectó el sarcasmo en su voz, pero no estaba seguro de que los demás también lo hubieran percibido.
— Por supuesto que notaba el tono en el que respondía — dijo la señora Weasley. — Pero había que solucionar esos problemas, por muy aburridos que a él le parecieran.
Sirius no replico nada y Harry lo agradeció, porque no quería volver a verlo pelear con la señora Weasley.
Enfrente de Harry, Tonks distraía a Hermione y a Ginny transformando su nariz entre bocado y bocado: apretaba mucho los ojos y ponía la misma expresión de dolor que había adoptado en el dormitorio de Harry; de ese modo, hinchaba la nariz hasta convertirla en una protuberancia picuda que se parecía a la de Snape,
Hubo risitas. Snaoe miró mal a Tonks y luego, por algún motivo, a Harry.
la encogía hasta reducirla al tamaño de un champiñón pequeño y luego hacía que le saliera un montón de pelo por cada orificio nasal. Por lo visto, era un entretenimiento habitual a la hora de las comidas, porque Hermione y Ginny pronto empezaron a pedir sus narices favoritas.
— ¿Tenéis narices favoritas? — dijo Lavender, asombrada.
— La de cerdo es muy graciosa — replicó Ginny.
—Haz esa que parece un morro de cerdo, Tonks. Tonks complació a su público, y Harry, al levantar la cabeza, tuvo por un momento la impresión de que una versión femenina de Dudley le sonreía desde el otro lado de la mesa.
Muchos se echaron a reír, incluida Tonks.
El señor Weasley, Bill y Lupin discutían acaloradamente sobre duendes.
—Todavía no han dicho nada —apuntó Bill—. Aún no sé si creen o no que ha regresado. Es posible que prefieran no tomar partido y que quieran mantenerse al margen.
—Estoy seguro de que nunca se pasarían al bando de Quien-tú-sabes —afirmó el señor Weasley haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Ellos también han sufrido pérdidas; ¿te acuerdas de lo de aquella familia de duendes a la que mató la última vez, cerca de Nottingham?
— Oh, no — exclamó Hermione.
— Y no fue solo esa familia — añadió Lupin. — Los duendes perdieron mucho más de lo que parece.
—Creo que depende de lo que les ofrezcan —opinó Lupin—. Y no me refiero al dinero. Si les ofrecen las libertades que les hemos negado durante siglos, seguro que se lo pensarán. ¿Todavía no has tenido suerte con Ragnok, Bill?
Entre los Slytherin, se podía escuchar un murmullo continuo.
—De momento sigue en contra de los magos —respondió Bill—, y no para de protestar por lo del asunto Bagman; dice que el Ministerio hizo una maniobra de encubrimiento. Mira, esos duendes no le robaron el oro…
— Ya sale Bagman otra vez — se quejó una chica de tercero. — ¡Qué mal me cae!
Hacia la mitad de la mesa un estallido de carcajadas ahogó el resto de las palabras de Bill. Fred, George, Ron y Mundungus se retorcían de risa en sus sillas.
—… y entonces… —decía Mundungus mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas—, entonces me dice, en serio, me dice: «Oye, Dung, ¿de dónde has sacado esos sapos? ¡Porque un hijo de mala bludger me ha robado a mí los míos!» Y yo le contesto: «¿Te han robado los sapos, Will? ¡No me digas! Y ahora, ¿qué? ¿Piensas comprarte unos cuantos?» Y esa gárgola inútil, chicos, podéis creerme, va y me compra sus propios sapos por mucho más dinero del que le habían costado la primera vez…
— No parece muy buena persona — dijo Luna.
— Es despreciable — afirmó Tonks, aunque sonreía. — Es difícil odiarle, pero hay que admitir que no es el mejor ejemplo a seguir...
—Gracias, Mundungus, pero creo que podemos pasar sin los detalles de tus negocios —dijo la señora Weasley con aspereza mientras Ron se inclinaba sobre la mesa, riendo a carcajadas.
—Perdona, Molly —se apresuró a decir Mundungus, secándose las lágrimas y guiñándole un ojo a Harry—, pero es que Will se los había robado a Warty Harris, o sea, que en realidad yo no hice nada malo.
— Si se los robó a alguien, hizo algo malo — resopló Susan. — Da igual que fueran robados. A mí tambien me cae mal ese tal Fletcher.
—No sé dónde aprendiste los conceptos del bien y del mal, Mundungus, pero creo que te perdiste un par de lecciones fundamentales —respondió la señora Weasley con frialdad.
— Está claro que no eres la única — le dijo Ernie a Susan.
La señora Weasley no le llevó la contraria a Ernie, lo que, en opinión de Harry, dejaba muy clara cuál era su visión de Mundungus.
Fred y George escondieron la cara detrás de sus copas de cerveza de mantequilla; George no paraba de hipar. Por algún extraño motivo, la señora Weasley le lanzó una mirada muy desagradable a Sirius antes de levantarse e ir a buscar un enorme pastel de ruibarbo que había de postre. Harry miró a su padrino.
—A Molly no le cae bien Mundungus —le dijo Sirius en voz baja.
— A nadie le cae bien — dijo Lupin. — Pero tiene sus ventajas tenerlo en la Orden.
Muchos parecían confusos.
—¿Cómo es posible que pertenezca a la Orden? —preguntó Harry, también en voz baja.
—Porque es útil —contestó Sirius—. Conoce a todos los sinvergüenzas; es lógico, puesto que él también lo es. Pero también es muy fiel a Dumbledore, que una vez lo sacó de un apuro. Conviene contar con alguien como Dung, porque él oye cosas que nosotros no oímos. Pero Molly cree que invitarlo a cenar es ir demasiado lejos. Todavía no lo ha perdonado por haber abandonado su puesto cuando se suponía que estaba vigilándote.
— Y nunca lo perdonaré — bufó ella.— Es un ladrón, un estafador y encima no se puede confiar en él ni cuando le ha dado su palabra al mismísimo Dumbledore. Si por mí fuera, no volvería a dirigirle la palabra.
Tras tres raciones de pastel de ruibarbo con crema, a Harry empezó a apretarle la cintura de los vaqueros (lo cual resultaba un tanto alarmante, pues los había heredado de Dudley).
Algunos rieron. Otros, parecieron alarmados.
— ¿De qué año? Eso también importa — dijo Hermione.
Harry hizo memoria.
— De cuando Dudley tenía... ¿doce? No lo sé.
Dejó la cuchara en el plato en el momento en que se hizo una pausa en la conversación general: el señor Weasley estaba recostado en el respaldo de la silla, saciado y relajado; Tonks, cuya nariz había recuperado su aspecto habitual, bostezaba abiertamente; y Ginny, que había conseguido hacer salir a Crookshanks de debajo del aparador, estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo, lanzándole al gato corchos de cerveza de mantequilla para que fuera a buscarlos.
— Suena muy relajante — dijo Cho.
— Me está dando sueño solo con la descripción — dijo Justin, bostezando.
—Creo que ya es hora de acostarse —dijo la señora Weasley con un bostezo.
—Todavía no, Molly —intervino Sirius, apartando su plato vacío y volviéndose para mirar a Harry—. Mira, estoy sorprendido. Creía que lo primero que harías en cuanto llegaras aquí sería empezar a hacer preguntas sobre Voldemort.
La señora Weasley frunció el ceño al recordar aquella noche.
La atmósfera de la habitación cambió con aquella rapidez que Harry asociaba a la llegada de dementores. Hasta hacía unos segundos había reinado un ambiente relajado y soñoliento, pero de pronto se había vuelto tenso. Un escalofrío recorrió la mesa cuando Sirius pronunció el nombre de Voldemort. Lupin, que se disponía a beber un sorbo de vino, bajó con lentitud la copa y adoptó una expresión vigilante.
En el comedor, el cambio en la atmósfera también se había notado, aunque de una forma bastante más sutil. Fudge y Umbridge se habían inclinado hacia delante en sus asientos.
—¡Lo he hecho! —repuso Harry indignado—. Les he preguntado por él a Ron y a Hermione, pero me han dicho que como ellos no pertenecían a la Orden no…
—Y tienen razón —lo interrumpió la señora Weasley—. Sois demasiado jóvenes.
—Sigo sin estar de acuerdo — bufó Ron. — Nos hemos enfrentado a cosas peligrosas. Podíamos escuchar esas conversaciones.
— No sabía lo del perro de tres cabezas, ni lo de las tarántulas — admitió la señora Weasley. — Pero sigo opinando que sois demasiado jóvenes para ser parte de la Orden.
Ninguno de sus hijos estaba de acuerdo.
Estaba sentada, muy tiesa, en su silla, con los puños apretados sobre los reposabrazos; ya no había ni rastro de somnolencia en ella.
— Ahí va a haber pelea — murmuró Angelina.
—¿Desde cuándo tiene uno que pertenecer a la Orden del Fénix para hacer preguntas? —terció Sirius—. Harry se ha pasado un mes encerrado en esa casa de muggles. Creo que tiene derecho a saber qué ha pasa…
—¡Un momento! —le cortó George.
—¿Por qué Harry puede hacer preguntas? —quiso saber Fred enojado. —¡Nosotros llevamos un mes intentando sonsacaros algo y no habéis soltado prenda! —protestó George.
— Esa injusticia aún me duele — se quejó George.
— Tú ya no puedes quejarte. Lo de ocultar cosas no se te da nada mal — se quejó Ron en voz baja. George rodó los ojos.
—«Sois demasiado jóvenes, no pertenecéis a la Orden» —dijo Fred con una vocecilla aguda increíblemente parecida a la de su madre—. ¡Harry ni siquiera es mayor de edad!
Algunos rieron ante la descripción de su voz.
—Yo no tengo la culpa de que no os hayan contado a qué se dedica la Orden — comentó Sirius con calma—, eso lo han decidido vuestros padres. Harry, por otra parte…
—¡Tú no eres nadie para decidir lo que le conviene a Harry! —saltó la señora Weasley. Su rostro, por lo general amable, había adoptado una expresión amenazadora—. Supongo que no habrás olvidado lo que dijo Dumbledore.
— ¡Guau! — exclamó Colin.
— ¡Pelea, pelea!
— ¡No sabía que se llevaban tan mal!
—¿A qué te refieres en concreto? —preguntó Sirius con educación, pero con el tono de quien se prepara para pelear.
—A lo de que no teníamos que contarle a Harry más de lo que necesita saber — dijo la señora Weasley poniendo mucho énfasis en las dos últimas palabras.
Harry recordó lo frustrado que se había sentido al escuchar esas palabras la primera vez. Comprendía por qué la señora Weasley quería protegerlo, pero estaba harto de secretos.
Ron, Hermione, Fred y George giraban la cabeza de un lado a otro, de Sirius a la señora Weasley, como si estuvieran mirando un partido de tenis. Ginny estaba arrodillada en medio de un montón de corchos de cerveza de mantequilla abandonados, y escuchaba la conversación con la boca entreabierta. Lupin no apartaba los ojos de Sirius.
— ¿Pensaba que Black podía ponerse violento? — preguntó la profesora Umbridge.
Lupin no respondió.
—No pretendo contarle más de lo que necesita saber, Molly —aseguró Sirius— Pero dado que fue él quien vio regresar a Voldemort —una vez más, un estremecimiento colectivo recorrió la mesa después de que Sirius pronunciara ese nombre—, tiene más derecho que nadie a…
— En eso tiene razón — dijo Dean. — Sí alguien merece saberlo todo, es Harry.
—¡Harry no es miembro de la Orden del Fénix! —dijo la señora Weasley—. Sólo tiene quince años y…
—Y se ha enfrentado a situaciones más graves que muchos de nosotros —afirmó Sirius.
— ¡El basilisco!
— ¡Olvídate ya del basilisco, lo de los cien dementores fue más impresionante!
— ¿Y lo de las tarántulas?
— ¡Y el troll! ¡Y Fluffy!
— Nada de eso se compara con lo del año pasado. ¡Se batió en duelo con Quien-Ya-Sabeis!
Harry se ruborizó e hizo un esfuerzo por ignorar la discusion. McGonagall tuvo que volver a llamar a la calma.
—¡Nadie pone en duda lo que ha hecho! —exclamó la señora Weasley elevando la voz; sus puños temblaban sobre los reposabrazos de la silla—. Pero sigue siendo…
—¡No es ningún niño! —soltó Sirius con impaciencia.
— Los quince es una edad curiosa — habló Dumbledore. — Tan mayor para algunas cosas, tan pequeño para otras.
Nadie le hizo caso.
—¡Tampoco es ningún adulto! —insistió la señora Weasley, cuyas mejillas estaban poniéndose coloradas—. ¡Harry no es James, Sirius!
Se escucharon jadeos y algún que otro gritito ahogado.
—Sé perfectamente quién es, Molly, muchas gracias —dijo Sirius en un tono frío.
Pero estaba claro por la mirada de algunas personas que Molly Weasley no era la única que pensaba así. Era especialmente notable entre los profesores, cuyas expresiones no lograban esconder lo que realmente pensaban.
Harry no estaba de acuerdo. Sirius no lo veía como a un sustituto de su padre o algo así. Y, aunque así fuera, tampoco veía qué tenía de malo.
—¡No estoy muy segura! —le espetó la señora Weasley—. A veces, por cómo le hablas, se diría que crees que has recuperado a tu amigo.
—¿Y qué hay de malo en eso? —preguntó Harry.
—¡Lo que hay de malo, Harry, es que tú no eres tu padre, por mucho que te parezcas a él! —le respondió la señora Weasley sin apartar los ojos de Sirius—. ¡Todavía vas al colegio, y los adultos responsables de ti no deberían olvidarlo!
— Harry, mereces que te valoren por quién eres, no por quiénes son tus padres — dijo la señora Pomfrey. — Eso es lo que tiene de malo que te vean como a una especie de reemplazo.
— Sé perfectamente que Harry no es James — gruñó Sirius. — Agradecería que la gente dejara de hacer suposiciones sobre lo que soy, lo que creo y lo que pienso.
—¿Significa eso que soy un padrino irresponsable? —preguntó Sirius elevando la voz.
—Significa que otras veces has actuado con precipitación, Sirius, y por eso Dumbledore no para de recordarte que debes quedarte en casa y…
— Eso es un sí — susurró Seamus.
—¡Si no te importa, vamos a dejar a un lado las instrucciones que he recibido de Dumbledore! —gritó Sirius.
Dumbledore tenía una expresión sombría en el rostro desde que la pelea había comenzado.
—¡Arthur! —exclamó la señora Weasley buscando con la mirada a su marido— ¡Apóyame, Arthur!
El señor Weasley no habló de inmediato. Se quitó las gafas y se puso a limpiarlas parsimoniosamente con su túnica sin mirar a su mujer. No contestó hasta que se las hubo colocado de nuevo con mucho cuidado.
— Eso es que no quería defender a su mujer — se oyó decir a una chica de cuarto.
— No es así — replicó el señor Weasley.— A veces, tomar unos segundos para pensar con claridad puede ser de vital importancia. Hay que pensar antes de hablar.
La chica se quedó muy cortada.
—Dumbledore sabe que la situación ha cambiado, Molly. Está de acuerdo en que habrá que informar a Harry, hasta cierto punto, ahora que va a quedarse en el cuartel general.
—¡Sí, pero eso no es lo mismo que invitarlo a preguntar todo lo que quiera!
Harry todavía sentía que era injusto que no le dejaran preguntar lo que quisiera. De hecho, ahora que sabía lo de la profecía, le parecía incluso más indignante.
—Personalmente —terció Lupin con voz queda, apartando por fin la vista de Sirius, mientras la señora Weasley giraba con rapidez la cabeza hacia él, creyendo que por fin iba a tener un aliado— creo que es mejor que nosotros le expliquemos a Harry los hechos, no todos, Molly, sino la idea general, a que obtenga una versión tergiversada a través de… otros.
— ¿De quiénes? — preguntó Neville, confuso.
Su expresión era afable, pero Harry estaba seguro de que por lo menos Lupin sabía que algunas orejas extensibles habían sobrevivido a la purga de la señora Weasley.
— Ah...
Neville no fue el único que lo entendió en ese momento, a juzgar por las expresiones de muchos alumnos.
—Bueno —cedió ésta, respirando hondo y recorriendo la mesa con la mirada por si alguien le ofrecía su apoyo, lo cual no ocurrió—; bueno…, ya veo que mi opinión queda invalidada. Sólo voy a decir una cosa: Dumbledore debía de tener sus razones para no querer que Harry supiera demasiado, y hablo como alguien que desea lo mejor para Harry…
Había tenido razón, pensó Harry. Dumbledore no quería que Harry supiera nada porque tenía esa extraña conexión con Voldemort y quizá él podría intentar acceder a esa información. Por eso estudiaba Oclumancia (o lo intentaba: seguía sin entender de qué le servían los ejercicios respiratorios).
Aún así, Harry consideraba que, mejor que ocultarle la información, habría sido la opción de empezar a enseñarle Oclumancia mucho antes.
—Harry no es hijo tuyo —dijo Sirius en voz baja.
—Como si lo fuera —repuso la señora Weasley con fiereza—. ¿A quién más tiene?
—¡Me tiene a mí!
Harry se ruborizó. Ahora, con algo de distancia, podía apreciar mejor lo que tanto la señora Weasley como Sirius habían dicho.
—Sí —respondió la señora Weasley torciendo el gesto—, pero no te ha resultado nada fácil cuidar de él mientras estabas encerrado en Azkaban, ¿verdad?
Sirius hizo ademán de levantarse de la silla.
— Ese ha sido un golpe bajo — se quejó un chico de tercero.
— Ella tampoco lo cuidó — bufó una de segundo.
—Molly, tú no eres la única de los que estamos aquí que se preocupa por Harry —intervino Lupin con dureza—. Siéntate, Sirius. —A la señora Weasley le temblaba el labio inferior. Sirius volvió a sentarse con lentitud en la silla, pálido como la cera —. Creo que Harry tiene derecho a opinar en este asunto —continuó Lupin—. Es lo bastante mayor para decidir por sí mismo.
— Al fin alguien le pregunta su opinión a Harry — suspiró la señora Pomfrey.
—Quiero saber qué ha estado pasando —dijo Harry de inmediato.
No miró a la señora Weasley. Le había conmovido que hubiera dicho que lo consideraba casi como un hijo suyo, pero también estaba un poco harto de sus mimos. Sirius tenía razón: ya no era un crío.
La señora Weasley pareció dolida y Harry se sintió fatal.
— No es que no valore... Quiero decir...
— No pasa nada, cielo — le dijo ella, pero Harry no soportaba lo triste que se veía.
— Lo siento. No es que esté harto, es que ya no soy un niño. Tengo derecho a saber qué pasa con Voldemort — intentó explicarse, aunque le costaba encontrar las palabras. No soportaba la idea de que la señora Weasley estuviera triste por su culpa. — Que no me entere de las cosas no va a evitar que me acaben afectando.
Ahora que sabía la profecía, era más consciente que nunca de la veracidad de esa frase.
— Lo entiendo — contestó la señora Weasley, y le sonrió con cariño.
— Pues yo no estoy de acuerdo — dijo la profesora Vector. — A los quince, todavía sois niños.
Hubo protestas entre todos los estudiantes de quinto. El profesor Dumbledore tuvo que pedir silencio antes de que la lectura pudiera continuar.
—Muy bien —dijo la señora Weasley con la voz quebrada—. Ginny, Ron, Hermione, Fred y George: salid ahora mismo de la cocina.
Hubo un repentino revuelo.
—¡Nosotros somos mayores de edad! —gritaron Fred y George al unísono.
Fred gruñó al recordar eso.
—Si a Harry le dejan, ¿por qué a mí no? —protestó Ron.
—¡Mamá, yo quiero oírlo! —gimoteó Ginny.
— Qué injusto — bufó Ginny.
—¡No! —sentenció la señora Weasley, levantándose y echando chispas por los ojos—. Os prohíbo terminantemente…
—Molly, a Fred y a George no puedes impedírselo —dijo el señor Weasley con tono cansino—. Son mayores de edad.
—Todavía van al colegio.
—Pero legalmente ya son adultos —replicó el señor Weasley de nuevo con la misma voz cansada.
Fred y George le hicieron un gesto de agradecimiento a su padre, que les sonrió.
La señora Weasley estaba colorada de ira.
—Pero ¿cómo…? Bueno, está bien, Fred y George pueden quedarse, pero Ron…
—¡De todos modos, Harry nos lo contará todo a Hermione y a mí! —aseguró Ron con vehemencia—. ¿Verdad? —añadió con aire vacilante mirando a su amigo.
— ¿Vacilante? — repitió Demelza.
— Hombre, Harry les acababa de gritar nada más llegar a la casa — dijo Lee. — Yo también dudaría.
Durante una fracción de segundo Harry estuvo a punto de decirle a Ron que no pensaba contarle ni una sola palabra, que así se enteraría de lo que era quedarse en la inopia y podría ver si le gustaba.
Ron hizo un ruido muy raro con la garganta. Entre los alumnos, algunos jadearon o miraron a Harry con sorpresa.
Pero ese malvado impulso se desvaneció cuando Harry y Ron se miraron.
—Pues claro —afirmó Harry.
Ron y Hermione sonrieron radiantes.
Ron suspiró, aliviado. Varias personas sonrieron.
— No importa lo que pase, al final siempre mantenéis la amistad — dijo una chica de séptimo. — Es muy bonito.
Varias estuvieron de acuerdo con ella. Harry no quiso mirar a sus amigos, porque se sentía avergonzado y porque era consciente de que les estaba ocultando algo muy grande. ¿Seguirían a su lado cuando supieran que, algún día, tendría que luchar contra Voldemort? Si fueran conscientes de lo que le esperaba... ¿lo abandonarían?
—¡Muy bien! —gritó la señora Weasley—. ¡Muy bien! ¡Ginny! ¡A la cama!
Ginny no obedeció sin quejarse. Pudieron oír cómo protestaba y despotricaba contra su madre mientras subía la escalera, y cuando llegó al vestíbulo, los ensordecedores chillidos de la señora Black se añadieron al barullo.
— Me enteré de todo después — dijo Ginny en voz alta. Su madre gruñó.
Lupin salió corriendo para tapar el retrato. Sirius esperó a que éste hubiera regresado a la cocina, hubiera cerrado la puerta tras él y se hubiera sentado de nuevo a la mesa, y entonces habló:
—Está bien, Harry… ¿Qué quieres saber?
Muchos parecieron emocionados. Al fin iban a tener algunas respuestas.
Harry respiró hondo y formuló la pregunta que lo había obsesionado durante un mes.
—¿Dónde está Voldemort? —preguntó, ignorando los nuevos estremecimientos y las muecas de dolor que provocó al pronunciar otra vez ese nombre—. ¿Qué está haciendo? He mirado las noticias muggles y todavía no he visto nada que llevara su firma, ni muertes extrañas ni nada.
— Porque no ha habido nada que reportar — dijo Umbridge.
Todo el mundo la ignoró.
—Eso es porque todavía no ha habido ninguna muerte extraña —le explicó Sirius —, al menos que nosotros sepamos. Y sabemos bastante.
—Más de lo que él cree —añadió Lupin.
— ¿Y eso? — preguntó Zacharias Smith.
— Deben tener a alguien infiltrado o algo así — dijo Colin, emocionado.
—¿Cómo puede ser que haya dejado de matar gente? —preguntó Harry. Sabía que Voldemort había matado más de una vez en el último año.
—Porque no quiere llamar la atención —contestó Sirius—. Eso sería peligroso para él. Verás, su regreso no fue como él lo había planeado. Lo estropeó todo.
Eso confundió a mucha gente.
—O, mejor dicho, tú se lo estropeaste todo —apuntó Lupin con una sonrisa de satisfacción.
—¿Cómo? —preguntó Harry, perplejo.
— Supongo que que sobrevivieras y alertaras a todo el mundo de su regreso no estaba precisamente en sus planes — ironizó Angelina.
—¡Él no esperaba que sobrevivieras! —dijo Sirius—. Nadie, aparte de sus mortífagos, tenía que saber que él había regresado. Pero tú sobreviviste para atestiguarlo.
—Y la última persona que él quería que se enterara de su regreso era Dumbledore —añadió Lupin—. Y tú te encargaste de que Dumbledore lo supiera de inmediato.
— Menos de dos horas después de su regreso, concretamente — dijo Tonks.
—¿De qué ha servido eso? —continuó Harry.
—¿Lo dices en broma? —se extrañó Bill, incrédulo—. ¡Dumbledore era la única persona a la que Quien-tú-sabes había tenido miedo!
—Gracias a ti, Dumbledore pudo llamar a la Orden del Fénix una hora después del regreso de Voldemort —aclaró Sirius.
— ¿Para qué sirve esa Orden? ¿Qué es lo que hacen? — preguntó un chico de segundo.
—Seguro que lo explican ahora — replicó otro.
—¿Y qué ha hecho la Orden del Fénix hasta ahora? —preguntó Harry mirando a todos los presentes.
—Trabajar duro para asegurarnos de que Voldemort no pueda llevar a cabo sus planes —respondió Sirius.
— ¿Trabajar duro?
Pero ninguno de los miembros de la Orden especificó en qué consistía exactamente "trabajar duro".
—¿Cómo sabéis cuáles son sus planes? —preguntó rápidamente Harry.
—Dumbledore tiene una idea aproximada —dijo Lupin—, y en general las ideas aproximadas de Dumbledore resultan ser muy exactas.
Algunos miraron a Dumbledore con apreciación. Él no dijo nada.
—¿Y qué se imagina Dumbledore que está planeando?
—Bueno, en primer lugar quiere reconstruir su ejército —explicó Sirius—. En el pasado disponía de un grupo muy numeroso: brujas y magos a los que había intimidado o cautivado para que lo siguieran, sus leales mortífagos, una gran variedad de criaturas tenebrosas. Tú oíste que planeaba reclutar a los gigantes; pues bien, ellos son sólo uno de los grupos detrás de los que anda. Como es lógico, no va a tratar de apoderarse del Ministerio de Magia con sólo una docena de mortífagos.
Fudge se atragantó con su propia saliva.
— ¿Apoderarse del Ministerio? — farfulló. — Locuras. Puras locuras.
Umbridge miró mal a Dumbledore, pero no dijo nada.
—Entonces, ¿vosotros intentáis impedir que capte a más seguidores?
—Hacemos todo lo que podemos —respondió Lupin.
—¿Cómo?
—Bueno, lo principal es convencer a cuantos más mejor de que es verdad que Quien-tú-sabes ha regresado, y de ese modo ponerlos en guardia —dijo Bill—. Pero no está resultando fácil.
— Pues no ha surgido mucho efecto — dijo McLaggen. — Hasta que no han llegado los libros, nadie se lo creía.
Hubo murmullos y Harry sabía que el chico tenía razón.
—¿Por qué?
—Por la actitud del Ministerio —terció Tonks—. Ya viste a Cornelius Fudge después del regreso de Quien-tú-sabes, Harry. Y no ha modificado en absoluto su postura. Se niega rotundamente a creer que haya ocurrido.
Fudge se puso verde otra vez. Harry se preguntó si su desayuno iba a hacer una reaparición.
—Pero ¿por qué? —se extrañó Harry, desesperado—. ¿Por qué es tan idiota? Si Dumbledore…
— ¡Potter! ¿Cómo se atreve a insultar al ministro? — saltó Umbridge.
Sin embargo, Fudge estaba tan concentrado en no perder el estómago que no le hizo ni caso.
—Precisamente: has puesto el dedo en la llaga —lo interrumpió el señor Weasley con una sonrisa irónica—. Dumbledore.
—Fudge le tiene miedo —dijo Tonks con tristeza.
— ¡No es eso! — farfulló de nuevo, pero no resultaba creíble.
—¿Que le tiene miedo a Dumbledore? —repitió Harry, incrédulo.
—Tiene miedo de sus planes —explicó el señor Weasley—. Fudge cree que Dumbledore se ha propuesto derrocarlo y que quiere ser ministro de Magia.
— Menuda chorrada — dijo Lee Jordan.
— Es totalmente ridículo, desde luego — bufó la profesora McGonagall.
—Pero Dumbledore no quiere…
—Claro que no —dijo el señor Weasley—. A él nunca le ha interesado el cargo de ministro, aunque mucha gente quería que lo ocupara cuando Millicent Bagnold se jubiló. Fue Fudge quien ocupó el cargo de ministro, pero nunca ha olvidado del todo el enorme apoyo popular que recibió Dumbledore, a pesar de que éste ni siquiera optaba al cargo.
— Todo eso son... Solo son suposiciones — se defendió Fudge.
— ¿Acaso no son ciertas? — preguntó la profesora Sprout, y Fudge la miró mal.
—En el fondo, Fudge sabe que Dumbledore es mucho más inteligente que él y que es un mago mucho más poderoso; al principio siempre estaba pidiéndole ayuda y consejos —prosiguió Lupin—. Pero por lo visto se ha aficionado al poder y ahora tiene mucha más seguridad. Le encanta ser ministro de Magia y ha conseguido convencerse de que el listo es él y de que Dumbledore no hace más que causar problemas porque sí.
— ¡Menuda falta de respeto! — chilló Umbridge. — Y encima viene del licántropo. ¿Cómo se atreve?
— El licántropo tiene nombre — se enfadó Sirius. — Si quiere respeto, respete a los demás.
— Cállese, prófugo — le espetó ella.
— Cállese usted, mujer sapo — replicó él.
Umbridge jadeó.
— Ya basta. No tenemos tiempo para esto — se metió Dumbledore. — Por favor, continúe...
Le indico a quien leía que retomara la lectura, mientras Sirius y Umbridge se fulminaban con la mirada.
—¿Cómo puede pensar eso? —dijo Harry con enojo—. ¿Cómo puede pensar que Dumbledore sería capaz de inventárselo todo, o que he sido yo quien se lo ha inventado?
—Porque aceptar que Voldemort ha vuelto significaría asumir que el Ministerio tendrá que enfrentarse a unos problemas a los que no se enfrenta desde hace casi catorce años —contestó Sirius con amargura—. Fudge no puede asimilarlo, así de sencillo. Para él es mucho más cómodo convencerse de que Dumbledore miente para desestabilizarlo.
Era impresionante ver cómo el respeto que quedaba por Fudge se iba desvaneciendo de los rostros de los estudiantes. Harry casi lo estaba disfrutando, si no fuera porque venía acompañado de cierta sensación amarga. Habría deseado que todos vieran a Fudge por lo que era mucho antes, meses atrás
—Ya ves cuál es el problema —continuó Lupin—. Mientras el Ministerio siga insistiendo en que no hay motivo alguno para temer a Voldemort, resulta difícil convencer a la gente de que ha vuelto, sobre todo cuando, en realidad, a la gente no le interesa creerlo. Por si fuera poco, el Ministerio está presionando duramente a El Profeta para que no informe de nada de lo que ellos llaman «rumores sembrados por Dumbledore», de modo que la comunidad de magos, en general, no sabe nada de lo que ha pasado, y eso los convierte en blancos fáciles para los mortífagos si éstos están utilizando la maldición Imperius.
— Así que el Ministerio sólo ha estado poniéndoselo más fácil a Quien-Vosotros-Sabeis — dijo Katie.
— Es horrible — se lamentó Cho.
—Pero vosotros se lo contáis a la gente, ¿no? —preguntó Harry mirando sucesivamente al señor Weasley, Sirius, Bill, Mundungus, Lupin y Tonks—. Les contáis que ha regresado, ¿verdad?
Todos sonrieron forzadamente.
— Eso es que no — dijo uno de primero.
—Bueno, como todo el mundo piensa que soy un asesino loco y el Ministerio le ha puesto un elevado precio a mi cabeza, no puedo pasearme por las calles y empezar a repartir panfletos, ¿no crees? —respondió Sirius con nerviosismo.
Algunos rieron por lo bajo al imaginarlo.
—Y yo tampoco tengo muy buena prensa entre la comunidad —añadió Lupin— Es el inconveniente de ser un hombre lobo.
—Tonks y Arthur perderían su empleo en el Ministerio si empezaran a irse de la lengua —añadió Sirius—, y para nosotros es muy importante tener espías dentro del Ministerio porque, como podrás imaginar, Voldemort debe tenerlos.
Fudge jadeó, pero no dijo nada.
Harry estaba seguro de que, si Fudge seguía al mando cuando todo acabara, el señor Weasley perdería su puesto de trabajo.
—Pero hemos logrado convencer a un par de personas —informó el señor Weasley—. Tonks, por ejemplo; era demasiado joven para entrar en la Orden del Fénix la última vez, pero contar con la ayuda de aurores es fundamental. Kingsley Shacklebolt también ha sido una ayuda muy valiosa; se encarga de la caza de Sirius, y ha informado al Ministerio de que Sirius está en el Tibet.
— ¡Shacklebolt! — exclamó Umbridge.
Kingsley sonrió y se encogió de hombros.
—Pero si ninguno de vosotros está extendiendo la noticia de que Voldemort ha vuelto… —empezó a decir Harry.
—¿Quién ha dicho que ninguno de nosotros esté propagando la noticia? —lo atajó Sirius—. ¿Por qué crees que Dumbledore tiene tantos problemas?
—¿Qué quieres decir?
—Están intentando desacreditarlo —explicó Lupin—. ¿No leíste El Profeta la semana pasada?
— Ni la pasada ni ninguna — dijo Hermione.
Harry gruñó. Ya sabía que había sido un error.
Dijeron que no lo habían reelegido para la presidencia de la Confederación Internacional de Magos porque está haciéndose mayor y está perdiendo los papeles, pero no es verdad; los magos del Ministerio no lo reeligieron después de que pronunciara un discurso anunciando el regreso de Voldemort. Lo han apartado del cargo de Jefe de Magos del Wizengamot, es decir, el Tribunal Supremo de los Magos, y ahora están planteándose si le retiran también la Orden de Merlín, Primera Clase.
— ¡Qué mal! — exclamó Dennis.
—Pero Dumbledore dice que no le importa lo que hagan mientras no lo supriman de los cromos de las ranas de chocolate —añadió Bill con una sonrisa.
— Ciertamente, así es — sonrió Dumbledore. — Creo que no me equivoco al decir que ese ha sido mi mayor logro en la vida. Me dolería perderlo.
Algunos parecían asombrados.
—No tiene gracia —dijo el señor Weasley con severidad—. Si Dumbledore sigue desafiando al Ministerio, podría acabar en Azkaban, y lo peor que podría pasarnos sería que lo encerraran. Mientras Quien-tú-sabes sepa que Dumbledore está en activo y al corriente de sus intenciones, tendrá que andarse con cuidado. Si quitaran a Dumbledore de en medio…, entonces Quien-tú-sabes tendría vía libre para actuar.
El comedor se tensó. Esa idea resultaba aterradora para la mayoría.
Harry se fijó en Malfoy en ese momento y se alegró al ver que no parecía nada contento. Quizá, después de todo, había decidido no apoyar a Voldemort...
—Pero si Voldemort está intentando reclutar a más mortífagos, acabará sabiéndose que ha regresado, ¿no? —dijo Harry, desesperado.
—Voldemort no se presenta en las casas de la gente y se pone a aporrear la puerta, Harry —replicó Sirius—. Los engaña, les echa maldiciones y los chantajea. Está acostumbrado a operar en secreto. Además, captar seguidores sólo es una de las cosas que le interesan. Aparte de eso tiene otros planes, unos planes que puede poner en marcha con mucha discreción, y de momento está concentrándose en ellos.
— ¿Qué planes? — preguntó Ernie, tratando de sonar valiente y fallando en el intento.
— Jamás nos lo dijeron — gruñó Fred.
—¿Qué busca, aparte de seguidores? —preguntó Harry rápidamente. Le pareció que Sirius y Lupin intercambiaban una brevísima mirada antes de que Sirius contestara:
—Cosas que sólo puede conseguir furtivamente. —Como Harry seguía con expresión de perplejidad, su padrino añadió—: Como un arma. Algo que no tenía la última vez.
Eso despertó la curiosidad de muchos. El silencio era total, porque no querían perderse ni una sola palabra.
—¿Cuando tenía poder?
—Sí.
—Pero ¿qué clase de arma? —insistió Harry—. ¿Algo peor que la Avada Kedavra?
— ¿Puede haber algo peor? — preguntó un chico de primero.
— Por supuesto — replicó Snape.
—¡Basta!
La señora Weasley, que estaba junto a la puerta, habló desde las sombras. Harry no había notado que había vuelto después de acostar a Ginny. Estaba cruzada de brazos y los miraba furiosa.
—Todos a la cama, ahora mismo —añadió mirando a Fred, George, Ron y Hermione.
Muchos parecieron desinflarse debido a la decepción. Estaba claro que ahí terminaba la ronda de preguntas.
—No puedes mangonearnos… —empezó a decir Fred.
—Cuidado conmigo —gruñó la señora Weasley. Temblaba ligeramente cuando miró a Sirius y dijo—: Ya le habéis dado mucha información a Harry. Lo único que falta es que lo reclutéis en la Orden.
— No les des ideas... — dijo McGonagall.
—¿Por qué no? —se apresuró a decir Harry—. Quiero entrar en la Orden, quiero luchar.
Harry hizo una mueca. Ahora que sabía que tendría que luchar sí o sí, no sabía cómo sentirse al respecto.
—No. —Esa vez no fue la señora Weasley la que habló, sino Lupin—. La Orden está compuesta sólo por magos mayores de edad —aclaró—. Magos que ya han terminado el colegio —añadió al ver que Fred y George abrían la boca—. Pertenecer a la Orden implica peligros que ninguno de vosotros podría imaginar siquiera… Creo que Molly tiene razón, Sirius. Ya hemos hablado bastante.
— Jo, apenas han dicho nada — se quejó Demelza.
Sirius se encogió un poco de hombros, pero no discutió. La señora Weasley les hizo señas imperiosamente a sus hijos y a Hermione. Éstos se levantaron uno por uno, y Harry, admitiendo la derrota, los siguió.
Muchos parecieron lamentar que ya hubiera acabado la conversación. Todos querían respuestas.
— Así acaba el capítulo — anunció la chica, marcando la página.
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