jueves, 6 de enero de 2022

Leyendo la orden del fénix, capítulo 9

 Las tribulaciones de la Señora Weasley:


Y sin mirar siquiera una vez a Harry, salió majestuosamente de la mazmorra.

— ¿Por qué no miraba a Harry? — preguntó Parvati.

— ¿Estaba enfadado? — dijo a la vez Neville.

El director no les contestó, a pesar de que muchos alumnos sentían curiosidad.

— Ese es el final — anunció Baddock.

— ¿Le importaría leer el título del siguiente? — pidió Dumbledore. El chico asintió y dijo:

El próximo capítulo se titula: Las tribulaciones de la señora Weasley.

Todo el mundo se giró para mirar a la señora Weasley, que parecía muy confusa.

— ¿Alguien quiere leer este capítulo? — preguntó Dumbledore.

Harry casi esperaba que la señora Weasley levantara la mano, pero no lo hizo. En su lugar, varios estudiantes se ofrecieron voluntarios y el director eligió a un chico de Hufflepuff para leer.

El chico subió a la tarima, tomó el libro y repitió:

— Las tribulaciones de la señora Weasley.

Harry podía escuchar a los señores Weasley murmurar.

La súbita partida de Dumbledore pilló por sorpresa a Harry, que se quedó sentado donde estaba, en la silla con cadenas, debatiéndose entre la conmoción y el alivio.

— Sigo sin entender por qué se ha ido así — dijo Parvati.

— No tiene sentido — asintió Lavender.

Los miembros del Wizengamot empezaron a levantarse, hablando entre ellos, mientras recogían sus papeles y los guardaban. Harry también se levantó. Nadie le prestaba la más mínima atención, excepto la bruja con cara de sapo que había estado sentada a la derecha de Fudge, y que en ese instante lo miraba a él en lugar de a Dumbledore desde el estrado.

Umbridge le echó una mirada fulminante.

Harry no le hizo caso e intentó captar la mirada de Fudge o la de Madame Bones, porque quería preguntarles si ya podía marcharse;

— ¿Acaso no era obvio? — gruñó Umbridge.

pero el ministro parecía decidido a hacer caso omiso de Harry, y Madame Bones estaba muy ocupada con su maletín, así que el muchacho dio unos pasos vacilantes hacia la salida y, como nadie lo llamó, echó a andar muy deprisa.

— Huye tan rápido como puedas — murmuró Neville.

Los últimos metros los hizo corriendo; abrió la puerta de un tirón y casi chocó con el señor Weasley, que estaba de pie fuera, pálido y con gesto preocupado.

Dumbledore no me ha dicho…

¡Absuelto! —gritó Harry cerrando la puerta tras el—. ¡Absuelto de todos los cargos!

Muchas personas sonrieron al escuchar eso.

— ¿Por qué Dumbledore no le dijo nada? — preguntó Dean.

— Tendría prisa — replicó Wood, aunque no parecía muy seguro.

El señor Weasley sonrió, radiante, y agarró al chico por los hombros.

¡Eso es fantástico, Harry!

Ahora que podía escucharlo todo desde la calma del comedor, Harry se sintió muy agradecido hacia el señor Weasley por su preocupación.

Bueno, era evidente que no podían declararte culpable con las pruebas que tenían, pero, aun así, no puedo decir que no estuviera… —Pero el hombre no terminó la frase porque la puerta de la sala del tribunal acababa de abrirse otra vez. Los miembros del Wizengamot comenzaron a desfilar por ella—. ¡Por las barbas de Merlín! —exclamó el señor Weasley, sorprendido, y apartó a Harry para dejarlos pasar—. ¿Te ha juzgado el tribunal en pleno?

Creo que sí —contestó Harry.

— Es totalmente absurdo — replicó McGonagall, quien seguía indignada con el tema. — Un juicio penal por un delito de magia en menores de edad… ¡A quién se le ocurre!

— Está claro lo que el ministro pretendía — se oyó decir a la profesora Trelawney. — Al igual que esa mujer — señaló a Umbridge. — Solo querían ensuciar el nombre de Potter una vez más. Pero él se libró. ¡Ja!

— Le recomiendo que cierre la boca si quiere pasar sus últimos días en el castillo en paz — le respondió Umbridge.

— ¿Es eso una amenaza? — La profesora Trelawney no parecía nerviosa, y solo entonces se dio cuenta Harry de que, frente a ella, se hallaban dos copas de jerez vacías. — Porque yo también puedo amenazarla. ¡Hip!

Umbridge la miró con desprecio.

— ¿Qué clase de profesora bebe frente a sus alumnos? Es un insulto a la profesión.

— No hable usted de insultos a la profesión, dolores — la cortó McGonagall. — Madley, siga leyendo.

El chico hizo caso antes de que Umbridge pudiera volver a pelear con Trelawney.

Uno o dos magos saludaron a Harry al pasar, y otros, entre ellos Madame Bones, dijeron al señor Weasley: «Buenos días, Arthur.» Sin embargo, la mayoría esquivó su mirada.

— No me sorprende. ¿Cómo podían mirarle a la cara después de haber participado en ese juicio? — bufó una chica de Hufflepuff.

— Creo que ese no es el motivo por el que no lo miraban... —le dijo una amiga suya.

— Se habían tragado todas las mentiras de Fudge y querían verlo condenado — resopló Roger Davies.

— Quizá algunos pensaban así, pero seguro que más de uno no lo miraba por vergüenza —insistió la primera chica.

Cornelius Fudge y la bruja con cara de sapo fueron de los últimos en abandonar la mazmorra.

— ¿Quiere dejar de referirse a mí de esa manera? — estalló Umbridge.

El chico que estaba leyendo la miró con una expresión de pánico.

— Es que es lo que pone — se defendió.

— ¡Pues cámbielo y diga mi nombre!

— Me temo que cambiar las palabras del libro está prohibido — intervino Dumbledore con calma. — Como usted bien nos ha recordado en varias ocasiones, debo añadir.

— ¡No es lo mismo! Es completamente innecesario leer ese apelativo cada vez que se me menciona — Umbridge estaba furiosa. Harry debía admitir que resultaba entretenido verla tan enfadada.

— También era innecesario nombrar el lugar del cuartel general de la Orden, pero usted se enfadó mucho cuando los libros omitieron ese detalle — le recordó Dumbledore.

— ¡No tiene nada que ver!

Sin embargo, el chico siguió leyendo por orden del director y Umbridge se vio obligada a callarse,

—Está roja de ira — susurró Ron. — Cinco galeones a que no aguanta leer todo el libro.

— Yo digo que solo llegará a la mitad — respondió Harry en voz baja.

— Pues yo creo que leerá los siete libros enteros — se metió Hermione. — Habiendo llegado tan lejos… dudo que se marche sin saber qué sucede en el futuro.

Fudge se comportó como si el señor Weasley y Harry fueran parte de la pared, pero la bruja, una vez más, miró de arriba abajo a Harry al pasar a su lado.

A Harry le dio un escalofrío.

El último en salir fue Percy. Al igual que había hecho Fudge, ignoró por completo a su padre y a Harry; pasó sin decir nada con un gran rollo de pergamino y un puñado de plumas de recambio en las manos, con la espalda rígida y la barbilla levantada. Los labios del señor Weasley se tensaron ligeramente, pero aparte de eso no dio señales de haber visto a su tercer hijo.

— ¡Menudo imbécil!

— ¡Ha ignorado a su propio padre!

— Pobre señor Weasley.

— Tiene que ser deprimente tener un hijo así.

— Bueno, al menos le quedan otros cinco.

A Percy le ardía la cara. Estaba tan rojo que Harry pensó que iba a desmayarse. Entre el resto de los Weasley, el ambiente era más tenso de lo que Harry habría esperado. Después de todo, Percy ya había pedido perdón y estaba tratando de arreglar las cosas… pero la tensión que había en ese momento demostraba que no todo estaba arreglado y que, probablemente, tomaría más tiempo del que todos habían anticipado.

Voy a acompañarte ahora mismo para que puedas contarles a todos la buena noticia —dijo el señor Weasley a Harry haciéndole señas para que lo siguiera tan pronto como Percy se perdió de vista por la escalera que conducía a la novena planta —. Te dejaré en casa aprovechando que tengo que ir a ver ese inodoro público de Bethnal Green. Vamos…

— Qué amable — dijo Luna.

¿Y qué tendrá que hacer con el inodoro? —preguntó Harry, sonriente.

De pronto, todo parecía muchísimo más gracioso de lo habitual. Estaba empezando a convencerse de que lo habían absuelto y de que, por lo tanto, volvería a Hogwarts.

— Lo de los inodoros no tiene ninguna gracia — bufó una chica de segundo. — Pobres muggles.

— Oh, vamos. Solo es un inodoro — se quejó un chico, también de segundo.

Oh, bastará con un sencillo antiembrujo —dijo el señor Weasley mientras subían la escalera—, pero el problema no está tanto en tener que reparar los daños causados, sino en la actitud que hay detrás de ese acto de vandalismo, Harry. Hay magos que se divierten fastidiando a los muggles, y eso es la expresión de algo mucho más profundo y feo, y yo personalmente…

— ¿Ves? — interrumpió la chica de antes. — No es solo por el inodoro, es por lo que hay detrás. ¿Por qué tienen que burlarse de los muggles?

— Hay personas con vidas tan vacías que disfrutan haciendo daño a los demás — dijo la profesora Sprout. — Si no tienes nada bueno que hacer, márchate, y si no tienes nada bueno que decir, cierra la boca. El mundo sería mucho mejor si todos tuviéramos eso en mente.

Harry no podía estar más de acuerdo. Pensó en todas las personas que lo habían tratado mal durante los últimos meses; todos aquellos que habían creído ciegamente las mentiras que El Profeta publicaba sobre él. ¿Cuántas veces le habían insultado en los pasillos? ¿Cuántas veces había escuchado risitas y murmullos al pasar?

El señor Weasley se interrumpió a media frase. Acababan de llegar al pasillo de la novena planta y Cornelius Fudge estaba plantado a pocos metros de ellos, hablando en voz baja con un individuo alto que tenía el cabello rubio y lacio y el rostro pálido y anguloso.

— Debe ser un Malfoy — dijo inmediatamente Angelina.

Harry miró a Malfoy y vio que se había enderezado en su asiento y miraba hacia el libro con aprensión.

El individuo se volvió al oír pasos y también interrumpió la conversación; entrecerró los ojos, grises y de fría mirada, y los clavó en la cara de Harry.

Vaya, vaya… Patronus Potter —dijo Lucius Malfoy con descaro.

Hubo risitas, para sorpresa de Harry.

— ¿Patronus Potter? ¿Es que no se le ocurría nada mejor? — bufó Fred, asombrado.

— Si lo que intenta es intimidar, no lo está haciendo muy bien — rió Alicia.

Malfoy se había ruborizado y evitaba las miradas de todos los que reían.

Harry se quedó sin aliento, como si el aire se hubiera solidificado. Había visto por última vez aquellos ojos de mirada gélida a través de las ranuras de la máscara de un mortífago y había escuchado, también por última vez, aquella voz burlándose de él en un oscuro cementerio, mientras lord Voldemort lo torturaba.

El ambiente cambió de golpe, como si el comedor al completo se hubiera quedado sin aliento al mismo tiempo que Harry.

— Había olvidado que Lucius Malfoy estaba allí — dijo Lavender, nerviosa. Se quedó mirando a Malfoy, que tenía la cabeza alta y la vista puesta en el libro.

Amos Diggory le lanzó una mirada indescifrable a Malfoy. Harry se preguntaba qué estaría pasando por su cabeza.

Harry no podía creer que Lucius Malfoy se atreviera a mirarlo a la cara; no podía creer que estuviese allí, en el Ministerio de Magia, ni que Cornelius Fudge estuviera hablando con él cuando sólo hacía unas semanas que Harry le había dicho a Fudge que Malfoy era un mortífago.

— ¡Es verdad! Fudge lo sabía — exclamó Dennis.

— No creía que fuera cierto — se defendió Fudge. — No había pruebas.

— ¡Excusas! — saltó Hermione, haciendo que Harry se sobresaltara. — No le interesaba admitir que Malfoy era un mortífago porque no quería perder sus donaciones.

— Eso no es… — farfulló Fudge, pero McGonagall lo interrumpió.

— Por supuesto, eso es exactamente lo que sucedió.

Harry escuchó entonces una voz preguntar en voz alta:

— Malfoy, ¿tú sabías lo de tu padre?

Era un chico de Hufflepuff el que hablaba, de séptimo. Harry lo conocía, porque era uno de los amigos de Cedric. 

Draco se quedó en silencio. De hecho, todo el comedor pareció quedarse en silencio en ese instante.

— ¿Vas a responder? Te he hecho una pregunta — El Hufflepuff miraba a Malfoy como si fuera un insecto desagradable.

Harry habría esperado que Malfoy no contestara, pero las palabras que salieron por su boca le dejaron completamente asombrado:

— Siempre he sabido las orientaciones políticas de mi padre. Pero no, no supe lo que pasó esa noche de junio hasta… mucho después.

Fue como si a Fudge le hubieran atizado con una sartén. Harry tampoco lo asimilaba. ¿Acababa Malfoy de admitir frente a todo el comedor que su padre era un mortífago? ¿Había confirmado que todo lo que estaban leyendo sobre Lucius Malfoy, cada palabra, era cierta?

Draco le mantenía la mirada al chico de Hufflepuff con más valor del que Harry habría esperado de él. Se quedaron así durante unos momentos, rodeados del silencio cargado del resto del comedor, hasta que el Hufflepuff asintió y apartó la vista.

Harry vio cómo Malfoy parecía desinflarse un poco, quizá de alivio.

Entre los Slytherin, las reacciones eran variadas: algunos intercambiaban miradas, otros susurraban. Pansy miraba a Malfoy con una expresión preocupada, Crabbe y Goyle no parecían haberse enterado de mucho y Zabini observaba a Malfoy con interés. Nott, sin embargo, lo miraba con desprecio, al igual que otros tantos alumnos de su misma casa.

Malfoy no los miraba a ellos. Había en su rostro algo decidido y ansioso que Harry no era capaz de entender del todo. ¿Acaso la insistencia de los encapuchados había funcionado? ¿Estaba Malfoy planteándose rechazar el camino de su padre y cambiarse de bando?

El ministro me estaba contando que te has librado de una buena, Potter — comentó el señor Malfoy arrastrando las palabras—. Es asombroso cómo te las ingenias para escabullirte de las situaciones comprometidas… Como una culebra, diría yo.

— Aquí la única serpiente es él — se quejó Lee Jordan.

Varias personas le dieron la razón.

El señor Weasley sujetó a Harry por un hombro en señal de advertencia.

Sí —afirmó Harry—. Es verdad, se me da muy bien escabullirme.

— Como el día que se escapó de las garras de Quien-Ya-Sabéis delante de sus narices — dijo Ernie. — Seguro que recordar eso le sienta muy bien.

Lucius Malfoy miró al señor Weasley.

¡Mira por dónde, Arthur Weasley! ¿Qué haces aquí, Arthur?

Trabajo aquí —contestó éste en tono cortante.

Varias personas se echaron a reír.

— Qué bien me cae el señor Weasley — se oyó decir a un chico de tercero. Arthur sonrió y Molly pareció orgullosa.

¿Aquí? —se extrañó el señor Malfoy, arqueando las cejas y mirando hacia la puerta que el señor Weasley tenía a sus espaldas—. Creía que estabas arriba, en la segunda planta… ¿No te dedicabas a llevarte artefactos muggles a escondidas y hechizarlos?

— Ha visto que no podía con Harry, así que se está metiendo con el señor Weasley — dijo Susan, asqueada.

— No me extraña que su hijo sea como es — se oyó decir a alguien de Ravenclaw. Harry miró a Malfoy en ese momento y vio que mantenía una expresión totalmente neutral. Solo muchos años de observar a Malfoy le permitían notar lo mucho que ese comentario le había molestado.

No —se limitó a decir el señor Weasley, y clavó aún más los dedos en el hombro de Harry.

¿Y usted qué hace aquí, por cierto? —le preguntó Harry a Lucius Malfoy.

No creo que los asuntos privados que hay entre el ministro y yo sean de tuincumbencia, Potter —contestó Malfoy alisándose la parte delantera de la túnica. Harry oyó con claridad el débil tintineo de un bolsillo lleno de oro—.

Hubo jadeos y bufidos indignados por todas partes.

— Comprar al ministro, eso es lo que hace allí — resopló Tonks.

— Las donaciones que recibe el ministerio no me benefician solo a mí — se defendió Fudge. Seguía muy pálido y sudoroso después de todo lo leído. — Toda la sociedad mágica...

— No quiera vendernos que ese dinero llega a toda la sociedad — gruñó Moody. Su ojo mágico dejó de dar vueltas y se centró en Fudge, lo que pareció dejar al ministro sin valor para responder.

Francamente, que seas el alumno favorito de Dumbledore no significa que debas esperar la misma indulgencia por parte de los demás… ¿Subimos a su despacho, ministro?

Desde luego —respondió Fudge dándoles la espalda a Harry y al señor Weasley—. Por aquí, Lucius.

— Para ser el alumno favorito de Dumbledore, la verdad es que no lo está tratando muy bien — dijo Dennis.

— Ni siquiera lo ha mirado ni le ha dirigido la palabra en todo lo que va de libro — exclamó Romilda Vane.

Dumbledore no dijo nada y Harry podía notar cómo la molestia hacia el director seguía aumentando. Por un lado, se sentía agradecido al ver que no era el único al que las acciones de Dumbledore en los últimos meses le habían desagradado... por otro, ahora que conocía los motivos, se sentía un poco frustrado.

Echaron a andar hablando en voz baja, y el señor Weasley no soltó el hombro de Harry hasta que los otros dos entraron en el ascensor.

Si tienen asuntos que tratar, ¿por qué no estaba esperando Malfoy frente al despacho de Fudge? —estalló Harry—. ¿Qué hacía aquí abajo?

— Seguro que quería enterarse del resultado de la vista — dijo Hannah.

— Menudo cotilla — bufó Susan.

Intentar colarse en la sala del tribunal, supongo —respondió el señor Weasley, muy agitado, al mismo tiempo que giraba la cabeza para asegurarse de que nadie podía oírlos—. Debía de querer enterarse de si te habían expulsado o no. Cuando te lleve a casa le dejaré una nota a Dumbledore; le conviene saber que Malfoy ha estado hablando con Fudge otra vez.

— ¿Por qué le conviene? Eran asuntos privados — bufó Fudge.

— Que el ministro tenga asuntos privados con un mortífago nos concierne a todos — le cortó la señora Pomfrey.

¿Y qué asunto privado debe de ser ese del que tienen que tratar?

Oro, supongo —contestó el señor Weasley, enojado—. Malfoy lleva años haciendo generosas donaciones de todo tipo. Así se congracia con la gente que le interesa… y de ese modo puede pedir favores, retrasar leyes que no le conviene que aprueben… ¡Ah, sí, Lucius Malfoy está muy bien relacionado!

Si Malfoy se sentía avergonzado, no lo demostró. Harry pensó que quizá a Draco no le importaba que se supiera que su padre tenía dinero e influencia en el ministerio. Era todo lo relacionado con Voldemort lo que parecía causarle un conflicto.

Llegó el ascensor, que iba vacío, con excepción de una nube de memorándum que revolotearon alrededor de la cabeza del señor Weasley mientras él pulsaba el botón del Atrio y se cerraban las puertas. Irritado, el hombre movió la mano para apartarlos.

Señor Weasley —dijo Harry lentamente—, si Fudge se reúne con mortífagos como Malfoy, si los ve a solas, ¿cómo podemos saber que no le han echado una maldición Imperius?

Fudge jadeó.

— ¡Por supuesto que no!

Las caras de pánico de muchos estudiantes provocaron que Dumbledore se viera obligado a hablar.

— Os puesto asegurar que nadie en este comedor está bajo la maldición Imperius — dijo en voz alta.

Algunos parecieron más calmados. Otros, sin embargo, miraban a Fudge con recelo.

— A lo mejor Umbridge está bajo la influencia del Imperius — susurró Colin. — Eso explitaría por qué es tan malvada.

— Lo dudo. Creo que es así de asquerosa por sí misma — replicó Ginny, también susurrando.

No creas que no se nos ha ocurrido ya, Harry —respondió el señor Weasley en voz baja—. Pero Dumbledore cree que de momento Fudge actúa por voluntad propia, lo cual, como también dice Dumbledore, no supone un gran consuelo. Pero ahora más vale que no hablemos de eso, Harry.

— Es incluso peor — dijo Bill. — Un Imperius se puede deshacer en un momento, pero las convicciones erróneas de alguien son mucho más difíciles de cambiar.

Se abrieron las puertas y salieron al Atrio, que en ese instante estaba casi desierto. Eric, el mago de seguridad, volvía a estar escondido tras El Profeta. Cuando ya habían pasado la fuente dorada, Harry se acordó de algo.

Un momento —le pidió al señor Weasley, y sacando su monedero del bolsillo, volvió junto a la fuente.

— ¿Va a donar los diez galeones de verdad? — exclamó un niño de primero. — ¡Es mucho dinero!

— Pero lo prometió, tiene que hacerlo — replicó una chica de Hufflepuff.

Miró el hermoso rostro del mago, pero visto de cerca Harry lo encontró débil y estúpido.

Fudge jadeó, como si Harry lo hubiera insultado a él personalmente.

La bruja lucía una sonrisa insulsa de aspirante a reina de un concurso de belleza, y por lo que Harry sabía de los duendes y los centauros, no era nada probable que los pillaran contemplando con tanto embeleso a ningún humano.

— Cuánta razón — dijo Hagrid.

Sólo la actitud de repulsivo servilismo del elfo doméstico resultaba convincente.

Hermione soltó un bufido indignado y comenzó a murmurar algo.

Sonriendo al pensar en lo que diría Hermione si viera la estatua del elfo,

Ron sonrió y Hermione, sorprendida, dejó de murmurar.

Harry le dio la vuelta al monedero y vació no sólo diez galeones, sino todo su contenido en el estanque.

— ¿En serio? ¡Guau! — exclamó Colin.

— ¿Cuánto dinero era? — preguntó Seamus, impresionado.

Harry se encogió de hombros. No tenía ni idea.

¡Lo sabía! —gritó Ron lanzando puñetazos al aire—. ¡Siempre te libras de todo!

Estaba clarísimo que tendrían que absolverte —dijo Hermione, que cuandoHarry entró en la cocina parecía a punto de desmayarse de la ansiedad, y que en ese instante se tapaba los ojos con una mano temblorosa—. No podían acusarte de nada.

Katie sonreía.

— Qué monos. Estaban muriéndose de la preocupación.

Pues estáis todos muy aliviados teniendo en cuenta que creíais que me absolverían —comentó Harry, sonriente.

— Ahí tiene razón — se rió Lee Jordan.

La señora Weasley se secaba las lágrimas con el delantal, y Fred, George y Ginny se habían puesto a bailar una especie de danza guerrera al son de una canción que decía:

¡Se ha librado! ¡Se ha librado! ¡Se ha librado!

Eso hizo reír a mucha gente, incluido a Harry.

— Me lo esperaría de los gemelos, pero no me imagino a Ginny Weasley bailando con ellos y armando tanto jaleo — se oyó decir a una chica de sexto de Ravenclaw.

Ginny se quedó mirándola, pero fue Fred quien hablo:

— ¿Qué esperabas? ¿Que Ginny fuera cono Percy? Lleva siendo nuestra mano derecha desde que nació — dijo, señalándose a sí mismo y a George.

Muchos parecían sorprendidos.

¡Basta! ¡Calmaos! —gritó el señor Weasley, aunque él también sonreía—. Oye,Sirius, hemos visto a Lucius Malfoy en el Ministerio…

¿Qué? —saltó Sirius.

¡Se ha librado! ¡Se ha librado! ¡Se ha librado!

¡Callaos, vosotros tres!

Algunos rieron por lo bajo al escuchar la regañina.

Sí. Lo hemos visto hablando con Fudge en la novena planta; luego han subido juntos al despacho de Fudge. Dumbledore debería saberlo.

Desde luego —coincidió Sirius—. Se lo diremos, no te preocupes.

Fudge parecía indignado, pero no dijo nada. Umbridge fulminaba a Sirius con la mirada.

Bueno, tengo que irme, hay un inodoro que vomita esperándome en Bethnal Green. Molly, llegaré tarde, debo cubrir a Tonks, pero quizá Kingsley venga a cenar…

— ¿Cubrir a Tonks? ¿Dónde? Si ya no vigilaban a Potter — dijo Roger Davies.

Ninguno de los miembros de la Orden contestó.

Se ha librado, se ha librado, se ha librado…

¡Basta! ¡Fred, George, Ginny! —chilló la señora Weasley cuando su marido salió de la cocina—.

Hubo más risitas. Ginny, Fred y George parecían orgullosos.

Harry, querido, ven y siéntate, come algo, que apenas has desayunado.

— Tenía que estar muriéndose de hambre — dijo Dean, sonriente.

Ron y Hermione se sentaron enfrente de Harry, que no los había visto tan contentos desde su llegada a…

— Hay un hueco ahí — dijo el chico que leía.

— Ignóralo — le ordenó McGonagall, y el chico continuó.

y el vertiginoso alivio del muchacho, que su encuentro con Lucius Malfoy había estropeado un poco, volvió a dispararse. De pronto la sombría casa resultaba más cálida y acogedora; hasta Kreacher le pareció menos feo cuando éste metió la nariz en la cocina para investigar el origen de todo aquel alboroto.

— Debías estar muy contento para que Kreacher no te pareciera tan feo —dijo George.

— Venga ya, no puede ser para tanto —replicó Alicia. — Pobre elfo.

— No, en serio — la cortó Fred. — Es horrible. Es el elfo más feo que he visto en mi vida.

— ¡Fred! Deja de meterte con Kreacher — lo defendió Hermione.

— ¿Qué más da? No nos oye — contestó él.

De pronto, Harry se preguntó si Kreacher estaría solo en Grimmauld Place. ¿Sabía dónde estaban los miembros de la Orden? ¿Le importaría acaso?

Claro, cuando Dumbledore se puso de tu lado, no había forma de que te condenaran —observó Ron alegremente mientras servía enormes cucharadas de puré de patatas en los platos.

Sí, Dumbledore me echó una mano —afirmó Harry. Tenía la impresión de que habría resultado muy desagradecido, por no decir infantil, que dijera: «Pero me habría gustado que me hubiera dicho algo. O que por lo menos me hubiera mirado.»

— Si no hubiera escuchado cada detalle de la vista, habría pensado que estabas siendo un poco infantil — admitió Wood. — Pero está clarísimo que el profesor Dumbledore estaba evitando mirarte.

— Lo que no entiendo es por qué — dijo Angelina, frustrada.

Y cuando estaba pensándolo, la cicatriz de la frente empezó a arderle tanto que tuvo que tapársela con una mano.

Muchos jadearon y se oyeron gritos ahogados por todo el comedor.

— ¿Quién-Tú-Sabes estaba allí? — chilló una niña de primero.

¿Qué ocurre? —preguntó Hermione, alarmada.

La cicatriz —murmuró Harry—. Pero no es nada… Ahora me pasa con mucha frecuencia.

Los ánimos se calmaron un poco, pero muchos seguían preocupados y alterados.

— ¿Es normal que duela tanto? — preguntó Justin.

Harry asintió.

Los demás no se habían dado cuenta, pues todos se servían comida mientras seguían saboreando la absolución de Harry. Fred, George y Ginny seguían cantando y Hermione estaba muy nerviosa, pero antes de que pudiera decir algo, Ron se le adelantó:

Seguro que Dumbledore vendrá esta noche para celebrarlo con nosotros.

— Yo lo dudo mucho — dijo Parvati. Parecía molesta con el director.

No creo que pueda venir, Ron —intervino la señora Weasley al mismo tiempo que ponía un inmenso plato de pollo asado delante de Harry—. Ahora está muy ocupado.

Parvati hizo un gesto como diciendo "Lo sabía".

Se ha librado, se ha librado, se ha librado…

¡Callaos! —rugió la señora Weasley.

— Qué pesados — se quejó Marietta.

En los días que siguieron, a Harry no se le escapó que en…

— Hay otro hueco — murmuró el chico de Hufflepuff.

A Harry le hacía mucha gracia que los encapuchados ni se hubieran molestado en rellenar con cualquier tontería los huecos en los que se debería mencionar el nombre de Grimmauld Place.

había una persona a la que no parecía alegrarle mucho saber que él regresaría a Hogwarts. Al enterarse de la noticia, Sirius interpretó bien su papel expresando su satisfacción, estrujándole la mano y sonriendo encantado como todos los demás.

Eso pareció sorprender a muchos. De hecho, incluso Sirius arqueó una ceja al oírlo.

Sin embargo, poco después se mostró más malhumorado y hosco que antes; cada vez hablaba menos, incluso con Harry, y pasaba mucho tiempo encerrado en la habitación de su madre con Buckbeak.

— ¿Es que acaso quería que expulsaran a Harry? — exclamó Padma.

— No es eso — se defendió Sirius, pero tampoco lo hizo con demasiado ímpetu. A Harry le pareció que tenía aspecto culpable.

¡No te sientas culpable! —exclamó Hermione con contundencia unos días más tarde, después de que Harry les confesara a Ron y a ella sus sentimientos mientras limpiaban un mohoso armario del tercer piso—. Tu lugar está en Hogwarts, y Sirius lo sabe. La verdad, creo que su actitud es muy egoísta.

Hermione se ruborizó, pero mantuvo la cabeza alta, segura de sus palabras. Sirius hizo una mueca.

— Sé que tu sitio está en Hogwarts, Harry... No te voy a negar que la idea de tenerte allí todo el año fuera tentadora, pero sé que tienes que quedarte aquí...

Harry asintió. En parte, podía comprender perfectamente a su padrino. Grimmauld Place era tan deprimente... ¿Quién podía culparle por haber querido compañía?

No seas tan dura, Hermione —dijo Ron con el entrecejo fruncido mientras intentaba arrancarse un poco de moho que se le había pegado en el dedo—; a ti tampoco te haría ninguna gracia tener que quedarte encerrada en esta casa sin ninguna compañía.

¡Tendrá compañía! —replicó Hermione—. Ahora esta casa es el cuartel general de la Orden del Fénix, ¿no? Lo que pasa es que se había hecho ilusiones de que Harry viniera a vivir con él.

Algunos miraban con pena a Sirius; otros, con dureza.

— Que se sienta solo no justifica que quisiera que expulsasen a Harry — se quejó Terry Boot.

— Ha estado doce años en Azkaban y luego en esa casa tenebrosa. Yo creo que es normal que quisiera compañía — lo defendió Cho.

No, no lo creo —intervino Harry retorciendo su bayeta—. Cuando le pregunté si me dejaría venir a vivir aquí, no me dio una respuesta clara.

— No fue porque no quisiera — exclamó Sirius.

A su lado, Lupin suspiró.

Porque no quería hacerse más ilusiones —sugirió Hermione hábilmente—. Y seguro que él también se sentía un poco culpable porque creo que, en el fondo, confiaba en que te expulsaran. Así los dos seríais unos marginados.

— ¡Que borde! — se quejó Jimmy Peakes.

— Pero tiene razón — replicó Dean. —Sin ofender... —Miró a Sirius con algo de aprensión, pero él no parecía enfadado. Más bien, tenía una expresión pensativa en el rostro... y también culpable. Harry supuso que las palabras de Hermione habían sido más acertadas de lo que ambos querrían admitir.

¡No digas tonterías! —saltaron Harry y Ron al unísono, pero Hermione sólo se encogió de hombros.

Como queráis. Pero en parte creo que la madre de Ron está en lo cierto, y que a veces Sirius se hace un lío y no sabe si tú eres tú o tu padre, Harry.

— Se está quedando a gusto — exclamó Marietta.

— Solo está diciendo la verdad —la defendió Angelina. — Lo siento mucho, señor Black, pero después de escuchar todo lo que se ha leído...

— Entiendo que penséis así — la corto Sirius. Todo el mundo se quedó en silencio. AHarry empezó a latirle el corazón con fuerza, aunque no habría sabido decir por qué. — Y también entiendo por qué dijiste esas cosas, Hermione.

La chica estaba roja de vergüenza, pero quedaba claro que mantenía sus palabras.

Despacio, como si le costara, Sirius hablo:

— Más de una persona me ha dicho que confundo a Harry con James, así que supongo que algo debo estar haciendo mal — dijo finalmente. Miró entonces a Harry, que supo inmediatamente que, por su mente, estaba pasando la conversación que habían tenido aquella mañana. Ciertamente, algo estaba haciendo mal Sirius si Harry tenía ataques de ansiedad con solo pensar en sus reacciones... y si no se creia que realmente lo quisiera.

Ninguno de los dos dijo esas palabras, pero su significado cruzó por sus mentes en el mismo instante.

¿Insinúas que está tocado del ala? —replicó el muchacho acaloradamente.

No, sólo creo que ha pasado mucho tiempo solo —se limitó a decir Hermione.

— Gracias por defenderme, Harry — dijo Sirius.

Harry asintió. Hermione no dijo nada más, pero tampoco hizo falta. En el comedor, el ambiente era extraño: se dividía entre los que miraban a Sirius con molestia y los que no parecían especialmente interesados en el tema.

Entonces la señora Weasley entró en el dormitorio.

¿Todavía no habéis terminado? —preguntó, metiendo la cabeza en el armario.

¡Pensaba que habías venido a decirnos que descansáramos un poco! —protestóRon—. ¿Sabes la cantidad de moho que hemos sacado desde que llegamos aquí?

— El suficiente como para llenar el estadio de quidditch — murmuró Fred.

— No exageres — replicó Charlie.

¿No teníais tantas ganas de ayudar a la Orden? —dijo la señora Weasley—.Pues podéis colaborar convirtiendo el cuartel general en un sitio habitable.

Me siento como un elfo doméstico —refunfuñó Ron.

¡Mira, ahora que entiendes lo tristes que son sus vidas, quizá colabores un pocomás con la PEDDO! —sugirió Hermione, esperanzada, mientras la señora Weasley los dejaba de nuevo solos—.

— Dudo mucho que eso suceda — se oyó decir a uno de Ravenclaw.

Tal vez no sea mala idea demostrar a la gente lo espantoso que es pasarse el día limpiando; podríamos organizar una limpieza benéfica de la sala común de Gryffindor, y todos los donativos irían a parar a la PEDDO. Así conseguiríamos mentalizar a la gente y al mismo tiempo recogeríamos fondos.

— No participaría nadie— dijo un chico de tercero sin piedad.

— Yo sí — se apresuró a decir Katie, quizá porque vio la expresión dolida de Hermione.

Yo estoy dispuesto a pagarte para que dejes de hablar del PEDDO —masculló Ron con fastidio, pero procurando que sólo Harry oyera el comentario.

Hermione jadeó.

— ¡Ron!

— Ups — Ron le lanzó una mirada de auxilio a Harry, que no supo cómo responder. Hermione estaba indignada.

— ¡Es un tema muy importante!

— Ni siquiera sus amigos se la toman en serio — se oyó decir a Pansy. — Qué triste.

Hermione estuvo a punto de replicar, pero Ron se adelantó:

— Al menos ella tiene amigos de verdad. ¿Puedes decir lo mismo?

Se oyeron risitas por todo el comedor y Pansy, ofendida, miró muy mal a Ron.

— Claro que tengo amigos — bufó ella.

— He dicho de verdad — replicó él, y las risas aumentaron. Pansy estaba furiosa, pero el Hufflepuff siguió leyendo y ya no pudo contestarle a Ron.

A medida que se acercaba el final de las vacaciones, Harry cada vez fantaseaba más sobre Hogwarts; estaba ansioso por volver a ver a Hagrid,

Hagrid sonrió.

por jugar al quidditch, incluso por pasear por los huertos hasta los invernaderos de Herbología;

Esta vez fue el turno de la profesora Sprout de sonreír.

sería un placer salir de aquella polvorienta y mohosa casa donde la mitad de los armarios todavía estaban cerrados con llave y donde Kreacher, escondido, te lanzaba insultos al pasar, aunque Harry no comentaba nada de todo eso cuando Sirius podía oírlo.

— No me habría molestado que lo dijeras — dijo Sirius, aunque Harry tuvo la sensación de que no era del todo honesto.

Lo cierto era que vivir en el cuartel general del movimiento antiVoldemort no era ni tan interesante ni tan emocionante como Harry se había imaginado antes de pasar por esa experiencia.

— Te lo advertimos — le dijo Hermione.

Harry rodó los ojos.

Aunque miembros de la Orden del Fénix entraban y salían con regularidad (a veces se quedaban a comer o a cenar, y otras, sólo el tiempo necesario para hablar con alguien en voz baja), la señora Weasley se encargaba de que Harry y los demás no oyeran nada (con orejas extensibles o sin ellas), y nadie, ni siquiera Sirius, creía que Harry necesitara saber nada más de lo que le habían contado la noche de su llegada.

— ¿Significa eso que no nos vamos a enterar de nada más? — dijo Anthony Goldstein.

— Antes de que lleguemos a Hogwarts, no — replicó Hermione.

Muchos parecieron alicaídos.

El último día de las vacaciones, Harry estaba limpiando los excrementos de Hedwig de lo alto del armario cuando Ron entró en su dormitorio con un par de sobres.

Han llegado las listas de libros —anunció lanzándole una carta a Harry, que estaba subido a una silla—. Ya era hora, pensaba que se habían olvidado; normalmente llegan mucho antes…

Harry tragó saliva. Esperaba que no se mencionara cómo se había sentido cuando Ron había recibido la placa de prefecto…

Harry metió los últimos excrementos en una bolsa de basura y la lanzó por encima de la cabeza de Ron a la papelera que había en un lado, la cual se la tragó y soltó un fuerte eructo.

Un par de niños de primero rieron por lo bajo.

Entonces abrió el sobre. Contenía dos trozos de pergamino: uno era la nota habitual que le recordaba que el curso empezaba el uno de septiembre, y en el otro estaban detallados los libros que necesitaría para el próximo curso.

Sólo hay dos nuevos —comentó leyendo la lista—. Libro reglamentario de hechizos, 5° curso, de Miranda Goshawk, y Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard.

— Parece que quinto será un año barato — sonrió un chico de cuarto.

¡CRAC!

Fred y George se habían aparecido al lado de Harry. Él ya estaba tanacostumbrado a que lo hicieran que ni siquiera se cayó de la silla.

— Por el amor de… — la señora Weasley estaba exasperada.

Nos gustaría saber quién ha elegido el libro de Slinkhard —comentó Fred. —Porque eso significa que Dumbledore ha encontrado un nuevo profesor deDefensa Contra las Artes Oscuras añadió George.

Y ya era hora, por cierto —dijo Fred.

Muchas miradas se dirigieron directamente a Umbridge. Ninguna de ellas era especialmente amable.

¿Qué quieres decir? —le preguntó Harry saltando de la silla.

Verás, hace unas semanas captamos con las orejas extensibles una conversación de papá y mamá —le explicó Fred—, y por lo que decían, a Dumbledore le estaba costando mucho trabajo encontrar a alguien que estuviera dispuesto a dar esa asignatura este año.

— Normal — resopló Ernie. — Todos acaban mal.

— Ese puesto está gafado — añadió Justin.

Lo cual no es de extrañar, teniendo en cuenta lo que les ha pasado a los cuatro anteriores —apuntó George.

Uno despedido, uno muerto, uno sin memoria y uno encerrado nueve meses en un baúl —contó Harry ayudándose con los dedos—. Sí, ya te entiendo.

— En orden: Lupin, Quirrell, Lockhart y Moody — dijo Demelza Robins. — Me preguntó qué le pasará a Umbridge.

— ¡No me pasará absolutamente nada! — exclamó ella. — Lo de que el puesto está gafado son falacias. Es la excusa que utiliza Dumbledore para justificar sus horridas elecciones de profesorado.

Harry vio a McGonagall rodar los ojos.

¿Qué te pasa, Ron? —le preguntó Fred a su hermano.

Ron no contestó, y Harry se dio la vuelta y vio que su amigo estaba de pie, muy quieto, con la boca un poco abierta, contemplando la carta que había recibido de Hogwarts.

Eso despertó la curiosidad de muchos.

¿Qué pasa? —insistió Fred, y se colocó detrás de Ron para ver el trozo de pergamino por encima de su hombro. Fred también abrió la boca—. ¿Prefecto? — dijo, mirando la nota con incredulidad—. ¿Tú, prefecto?

Ron se ruborizó. Al mismo tiempo, medio comedor comprendió lo que estaba sucediendo.

Molly sonreía con ganas.

George se abalanzó sobre su hermano menor, le arrancó el sobre que tenía en la otra mano y lo puso boca abajo. Harry vio que una cosa de color escarlata y dorado caía en la palma de la mano de George.

No puede ser —murmuró éste en voz baja.

— Pues sí que era — rió Katie.

Tiene que haber un error —aseguró Fred arrancándole la carta de la mano a Ron y poniéndola a contraluz, como si buscara una filigrana—. Nadie en su sano juicio nombraría prefecto a Ron. —Los gemelos giraron la cabeza al unísono y se quedaron mirando a Harry—. ¡Estábamos seguros de que te nombrarían a ti! — exclamó Fred con un tono que sugería que Harry los había engañado.

— ¡Qué cruel! — dijo Hannah. — Claro que Harry también lo merecía, pero Ron se lo ha ganado.

Ron le sonrió, agradecido.

¡Creíamos que Dumbledore se vería obligado a nombrarte a ti! —dijo George con indignación.

¡Después de ganar el Torneo de los tres magos! —añadió Fred.

— El único premio del torneo eran los mil galeones — les recordó Charlie. — Ser prefecto no tiene nada que ver con eso.

Supongo que todo el jaleo lo ha perjudicado —le comentó George a su gemelo.

Sí —repuso Fred—. Sí, has causado demasiados problemas, amigo. Bueno, al menos uno de vosotros dos tiene claro cuáles son sus prioridades. —Y se acercó a Harry y le dio una palmada en la espalda mientras le lanzaba una mirada mordaz a Ron—. Prefecto… El pequeño Ronnie, prefecto…

— Sois muy crueles con Ron — dijo Lavender, enfadada. — ¿Por qué os molesta tanto que sea prefecto? ¿Estáis celosos?

— ¡Claro que no! — jadeó Fred. — Si me hubieran nombrado prefecto, habría devuelto la insignia.

— No te lo crees ni tú — replicó Lavender.

Ron parecía muy contento de que alguien lo defendiera.

¡Oh, no va a haber quien aguante a mamá! —gruñó George poniéndole lainsignia de prefecto en la mano a Ron, como si pudiera contaminarse con ella.

La señora Weasley se estaba enfadando cada vez más.

— Esa no es forma de tratar a vuestro hermano.

Ron, que todavía no había dicho nada, cogió la insignia, se quedó mirándola un momento y luego se la mostró a Harry. Parecía que le pedía una confirmación de su autenticidad. Harry la cogió. Había una gran «P» superpuesta en el león de Gryffindor. Había visto una insignia idéntica en el pecho de Percy en su primer día en Hogwarts.

Algunos miraron a Ron, buscando la insignia en su túnica. El chico estaba cada vez más rojo.

En ese momento la puerta se abrió de par en par y Hermione irrumpió en la habitación con las mejillas coloradas y el pelo por los aires. Llevaba un sobre en la mano.

¿Vosotros… también…? —Vio la insignia que Harry tenía en la mano y soltó un chillido—. ¡Lo sabía! —gritó emocionada blandiendo su carta—. ¡Yo también, Harry, yo también!

— Uy, esto no es bueno — murmuró Katie.

No —se apresuró a decir Harry, y le puso la insignia en la mano a Ron—. No es mía, es de Ron.

¿Cómo dices?

El prefecto es Ron, no yo.

¿Ron? —se extrañó la chica, y se quedó con la boca abierta—. Pero… ¿estás seguro? Quiero decir…

Se puso muy roja cuando Ron la miró con expresión desafiante.

Hermione miró de reojo a Ron y murmuró:

— Perdón por eso…

— No pasa nada — replicó él, con la voz algo ronca.

El sobre va dirigido a mi nombre —afirmó él.

Yo… —balbuceó Hermione muy apabullada—. Yo… Bueno… ¡Vaya! ¡Felicidades, Ron! Es totalmente…

Inesperado —acabó George haciendo un movimiento afirmativo con la cabeza.

No —dijo Hermione ruborizándose aún más—, no, no es nada inesperado. Ronha hecho cantidad de… Es verdaderamente…

— Ni siquiera se le ocurría nada que decir — bufó una chica a la que Harry reconoció como Melissa Brant. Tenía la vista puesta en Hermione y los ojos llenos de odio. — Sin Ron, no habríais superado el tablero de ajedrez enorme que protegía la piedra y Quien-Ya-Sabéis habría regresado hace años. ¡Él también bajó a la cámara de los secretos! Y se puso en pie con una pierna rota para defender a Harry de un asesino. ¿Por qué lo valoráis tan poco?

Hermione no supo qué responder, y los gemelos intercambiaron miradas. Ron parecía muy incómodo.

La puerta que había a su espalda se abrió un poco más y la señora Weasley entró en la habitación cargada de ropa recién planchada.

Ginny me ha dicho que por fin han llegado las listas de libros —comentó echando un vistazo a los sobres mientras iba hacia la cama y empezaba a ordenar la ropa en dos montones—. Si me las dais, iré al callejón Diagon esta tarde y os compraré los libros mientras vosotros hacéis el equipaje. Ron, tendré que comprarte más pijamas, éstos se te han quedado al menos quince centímetros cortos. No puedo creer que hayas crecido tanto… ¿De qué color los quieres?

Escuchar a la señora Weasley hablar de pijamas con la tensión que se había formado entre sus hijos resultaba un tanto extraño.

Cómpraselos rojos y dorados para que hagan juego con su insignia —dijo George con una sonrisita de suficiencia.

¿Para que hagan juego con qué? —preguntó la señora Weasley, distraída, mientras doblaba unos calcetines granates y los colocaba en el montón de ropa de Ron.

Con su insignia —respondió Fred como quien quiere liquidar un asuntodesagradable cuanto antes—. Su preciosa y reluciente nueva insignia de prefecto.

— Estabais muy celosos — dijo Brant. — No hay otra explicación.

— De eso nada — replicó Fred.

— Tenéis que admitir que os pasasteis con Ron — les dijo la señora Weasley. — Deberíais pedirle disculpas.

— Solo estábamos bromeando — se quejó George, pero la mirada de su madre hizo que cerrara la boca. Tanto él como Fred murmuraron su disculpa.

Las palabras de Fred tardaron un momento en llegar al cerebro de la señoraWeasley, pero fulminaron su preocupación por los pijamas de su hijo.

Su… Pero si… Ron, tú no… —Ron le enseñó la insignia y la señora Weasley soltó un chillido muy parecido al de Hermione—. ¡No puedo creerlo! ¡No puedo creerlo! ¡Oh, Ron, qué maravilla! ¡Prefecto! ¡Como todos en la familia!

¿Y quiénes somos Fred y yo, los vecinos de enfrente? —preguntó George, indignado, cuando su madre lo apartó de un empujón y se lanzó a abrazar a su hijo menor.

Muchos se echaron a reír al escuchar eso, pero nadie tan fuerte como Melissa Brant.

— ¡Ahí lo tenéis! Como sois los únicos en la familia que no fuisteis prefectos, intentasteis hacer sentir mal a Ron.

— Que no es eso — volvió a decir Fred, exasperado.

— ¿Quién es esa chica y por qué te defiende tanto? — le preguntó George a Ron, que murmuró algo y se encogió de hombros. Hermione fulminaba a Brant con la mirada.

¡Ya verás cuando lo sepa tu padre! ¡Ron, estoy tan orgullosa de ti, qué noticia tan fabulosa, quizá acaben nombrándote delegado, como a Bill y a Percy, es el primer paso! ¡Oh, qué gran noticia en medio de todos estos problemas, estoy encantada, oh, Ronnie!

A espaldas de su madre, Fred y George se pusieron a fingir que vomitaban, pero la señora Weasley no se dio ni cuenta porque estaba abrazada a Ron, cubriéndole la cara de besos. Ron estaba más colorado que su insignia.

— Vais a estar fregando suelos todo el verano — gruñó la señora Weasley.

Los gemelos suspiraron, aceptando su destino.

Mamá…, no… Mamá, contrólate… —balbuceó intentando apartarla. La señora Weasley lo soltó y, casi sin aliento, dijo:

Bueno, ¿qué quieres que te regalemos? A Percy le regalamos una lechuza, pero tú ya tienes una, claro.

— ¿Pig cuenta como una lechuza? — dijo un chico de sexto.

— Que sea pequeña no significa que no sirva — la defendió Lavender.

¿Qué quieres decir? —preguntó el chico, que no podía dar crédito a sus oídos.

¡Mereces una recompensa por esto! —afirmó la señora Weasley con cariño—¿Qué te parece una túnica de gala nueva?

Nosotros ya le hemos comprado una —dijo Fred con amargura, como si lamentara sinceramente tanta generosidad.

— Ni siquiera fue idea vuestra — bufó Ron.

— Pero te compramos la más elegante que encontramos — replicó George.

O un caldero nuevo. El de Charlie está tan viejo que está agujereándose. O una rata nueva; siempre te gustó Scabbers…

— Ugh. Me había olvidado de Scabbers — dijo una chica de tercero, estremeciéndose.

Mamá —aventuró Ron esperanzado—, ¿podéis comprarme una escoba? —El rostro de la mujer se ensombreció un poco, pues las escobas eran caras—. ¡No hace falta que sea muy buena! —se apresuró a añadir Ron—. Me conformo con que sea nueva…

Hubo risitas por la zona de Slytherin. Ron las ignoró, pero el color de sus orejas demostraba que las había escuchado perfectamente.

Por otro lado, había cierta tensión entre Ron y Hermione en ese momento. No se miraban. Harry se preguntó si leer la reacción de Hermione causaría una pelea entre los dos. Ahora que estaban saliendo… Harry no quería imaginar qué pasaría si se pelearan de verdad.

La señora Weasley vaciló, pero acabó sonriendo.

Claro que sí, hijo mío… Bueno, será mejor que me dé prisa si también tengo que comprar una escoba. Ya os veré más tarde… ¡El pequeño Ronnie, prefecto! Y no os olvidéis de hacer el equipaje… ¡Prefecto! ¡Oh, qué nerviosa estoy!

Volvió a besar a Ron en la mejilla, aspiró ruidosamente por la nariz y salió a toda velocidad de la habitación.

— El pequeño Ronnie — se reía Seamus.

Ron estaba muy rojo.

Fred y George se miraron.

No te importará que nosotros no te besemos, ¿verdad, Ron? —dijo Fred conuna voz falsamente nerviosa.

Si quieres, podemos hacerte una reverencia —añadió George.

— No tiene gracia — dijo Hannah. Miraba a los gemelos con reproche. Sin embargo, las risitas que se escuchaban por todo el comedor mostraban que mucha gente no estaba de acuerdo con ella.

Dejadme en paz —replicó Ron frunciendo el entrecejo.

Y si no te dejamos en paz, ¿qué? —dijo Fred dibujando una maliciosa sonrisa. ¿Vas a castigarnos?

Me encantaría ver cómo lo intenta —se burló George.

La señora Weasley estaba enumerando por lo bajo todas las cosas que iba a obligar a los gemelos a limpiar una vez estuvieran en casa. No estaba exagerando al decir que iba a tenerlos todo el verano fregando suelos.

¡Podría hacerlo si no os andáis con cuidado! —intervino una enojadaHermione.

Fred y George rompieron a reír, y Ron murmuró:

Déjalo ya, Hermione.

Vamos a tener que ir con mucho cuidado, George —dijo Fred fingiendo que temblaba—, con estos dos vigilándonos…

Sí, por lo visto se nos ha acabado lo de hacer el gamberro —añadió George moviendo la cabeza.

Y con otro sonoro ¡crac!, los gemelos se desaparecieron.

— Normalmente me caéis bien, pero ahí os habéis pasado — dijo Susan Bones en voz alta. Tenía el ceño fruncido y parecía muy decepcionada.

— Pobre Ron. Vaya forma de arruinar un buen momento — suspiró Alicia al mismo tiempo.

— Tampoco es para tanto — se quejó Fred, pero Angelina le lanzó una mirada mordaz y no se atrevió a seguir protestando.

Ron parecía mucho más animado después de escuchar a las chicas defendiéndolo.

¡Vaya par! —exclamó Hermione, furiosa, mirando al techo, a través del cual oían a Fred y a George, que se reían a carcajadas en la habitación del piso de arriba. No les hagas caso, Ron, lo que ocurre es que están celosos.

— Qué manía — bufó George. — No son celos.

— Pues yo sigo pensando que sí — replicó Hermione.

No lo creo —dijo Ron mirando también hacia el techo—. Siempre han dichoque sólo nombran prefectos a los imbéciles… —Luego, con un tono de voz más alegre, continuó—: Pero ¡ellos nunca han tenido escobas nuevas! Me habría gustado ir con mamá y elegirla… Ella no me puede comprar una Nimbus, pero ha salido una Barredora nueva que me encantaría… Sí, creo que voy a decirle que me gustaría que me comprara una Barredora, para que lo sepa…

Salió corriendo de la habitación, y Harry y Hermione se quedaron solos.

Fred y George tenían aspecto huraño. Harry pensó que, si antes no habían estado celosos, ahora sí lo estaban.

Por algún extraño motivo, a Harry no le apetecía nada mirar a Hermione. Se volvió hacia su cama, cogió el montón de ropa limpia que la señora Weasley había dejado encima y fue hacia su baúl.

Muchos parecieron confundidos y Harry sintió como si le cayera una piedra muy pesada en el estómago. Había sido demasiado optimista al creer que los libros no revelarían los pensamientos tan egoístas que había tenido aquel día…

Harry… —empezó a decir la muchacha con timidez.

Felicidades, Hermione —dijo Harry tan efusivamente que no parecía su voz; y, todavía sin mirarla, añadió—: Es fantástico. Prefecta. Genial.

— ¡El que está celoso es Potter! — exclamó Zacharias, asombrado.

— No me lo esperaba — dijo Padma al mismo tiempo.

Ron tenía el ceño fruncido y Hermione parecía un poco preocupada. Harry intentó no cruzar miradas con ninguno de los dos.

Gracias —contestó Hermione—. Esto… Harry, ¿me prestas a Hedwig para que pueda contárselo a mis padres? Se pondrán muy contentos. Bueno, creo que entenderán lo que significa que me hayan nombrado prefecta.

¡Sí, claro! —exclamó Harry con aquella espantosa voz efusiva que no le pertenecía—. ¡Cógela!

— ¿Es que no se alegraba por ella? ¡Qué mal amigo! — se escuchó decir a una chica de Hufflepuff.

— Cuando llegues a quinto lo entenderás — dijo otra. — Es difícil ver a tus amigos convertirse en prefectos y que a ti te dejen de lado…

— Además — se metió Katie. — El caso de Harry es especial. Los tres van siempre juntos, todo el mundo lo sabe. Hacer prefectos a dos de ellos mientras ignoras al tercero… No sé, creo que el director no pensó muy bien lo que hacía.

Katie le lanzó una mirada de disculpa a Dumbledore, pero él no hizo ningún gesto que demostrara su opinión al respecto.

Se inclinó sobre su baúl, puso las túnicas en el fondo y fingió que buscaba algo dentro, mientras Hermione iba hacia el armario y llamaba a Hedwig. Pasaron unos momentos; Harry oyó que se cerraba la puerta, pero siguió doblado por la cintura,escuchando; lo único que oía eran las risitas del cuadro en blanco de la pared y los eructos de la papelera del rincón.

— Ese cuadro me cae mal — gruñó Dean.

Se enderezó y giró la cabeza. Hermione se había marchado y Hedwig no estaba. Harry volvió con lentitud a su cama y se sentó en ella, clavando la vista en las patas del armario.

Había olvidado por completo que elegían a los prefectos en quinto. Había estado tan preocupado con la posibilidad de que lo expulsaran del colegio que no se había parado a considerar que las insignias debían de estar viajando hacia sus destinatarios.

— Tenías otras cosas en las que pensar — dijo Sirius. — Ni siquiera sabías si volverías a Hogwarts.

Pero si lo hubiera recordado…, si hubiera pensado en ello… ¿qué expectativas habría tenido?

«Ésta no, desde luego», dijo una discreta pero sincera voz en su cerebro.

Se oyeron murmullos. Muchos los miraban a él y a sus amigos, queriendo ver cada una de sus reacciones. Harry trató de que su expresión fuera totalmente neutral, aunque no estaba seguro de estar consiguiéndolo.

Harry hizo una mueca y se tapó la cara con ambas manos. No podía engañarse a sí mismo: si hubiera sabido que una insignia de prefecto iba en camino, se habría imaginado que sería para él, no para Ron.

Hubo jadeos.

— ¡Qué mal amigo!

— No me lo esperaba de Potter.

— ¡Para una vez que Weasley consigue algo que Potter no, va y se enfada!

— ¡Qué fuerte!

Pero a Harry no le importaba lo más mínimo lo que dijera la gente en el comedor. Solo le importaba la opinión de Ron, que se había quedado con una expresión muy rara.

¿Lo convertía eso en una persona tan arrogante como Draco Malfoy? ¿Se consideraba superior a los demás? ¿De verdad creía que era mejor que Ron?

«No», dijo la voz, desafiante.

Las exclamaciones disminuyeron, pero muchos seguían mirando a Harry como si acabara de cometer la mayor ofensa posible. La expresión de Ron también cambió, relajándose un poco. Harry decidió tomarlo como una buena señal.

¿Era eso cierto?, se preguntó Harry, angustiado, poniendo a prueba sus sentimientos.

— El hecho de que te angustiara creerte mejor que tu amigo debería decirte algo… — dijo Lupin.

«Yo soy mejor en quidditch —afirmó la voz—. Pero no soy mejor en nada más.» Era la pura verdad, pensó Harry; no era mejor que Ron en clase.

— Eso no te lo niego. El quidditch se me da fatal — murmuró Ron. Harry tragó saliva.

— De eso nada — replicó, en voz baja. — Solo necesitas relajarte.

Pero Ron no parecía muy convencido.

Pero ¿y fuera de clase? ¿Y las aventuras que él, Ron y Hermione habían vivido juntos desde quellegaron a Hogwarts, arriesgándose muchas veces a cosas peores que la expulsión? «Bueno, Ron y Hermione casi siempre estaban conmigo», aseguró la voz.

— Pero no estaban en los grandes momentos — se metió Romilda Vane. — No se enfrentaron a Quien-Tú-Sabes en el cementerio ni lucharon contra el basilisco.

«Pero no siempre —discutió Harry—. Ellos no pelearon conmigo contra Quirrell. Ellos no se enfrentaron a Ryddle ni al basilisco, ni se libraron de los dementores la noche que Sirius escapó, ni estaban conmigo en el cementerio la noche que regresó Voldemort…»

Y volvió a asaltarlo aquella sensación de injusticia que había tenido la noche de su llegada a la casa.

— No es que no aprecie… — empezó a decir Harry, nervioso.

— Lo sabemos, Harry — lo interrumpió Hermione con suavidad. — Tienes motivos para sentirte así. Te has enfrentado a cosas peores que nosotros.

Harry miraba a Ron, que estaba callado.

«Es evidente que yo he hecho muchas más cosas —pensó Harry con indignación. ¡He hecho muchas más cosas que ellos dos!»

Se oyeron murmullos y Harry llegó a escuchar las palabras "mal amigo" de nuevo.

«Pero, a lo mejor —aventuró la vocecita con imparcialidad—, Dumbledore noelige a los prefectos por haberse metido en un montón de situaciones peligrosas… Quizá los elija por otros motivos… Ron debe de tener algo que tú no tienes…»

— Muchas cosas, de hecho — se metió Melissa Brant. — Es mucho mejor amigo, y un gran estratega. No lo aprecias lo suficiente.

— En serio, ¿quién es esa tipa? — le susurró Fred a Ron, que volvió a murmurar algo ininteligible.

Harry abrió los ojos y miró entre sus dedos las patas con forma de garras del armario, recordando lo que había dicho Fred: «Nadie en su sano juicio nombraría prefecto a Ron…»

Harry soltó una breve risotada.

Ron jadeó. El silencio en el comedor era aplastante.

Un segundo más tarde estaba asqueado de símismo.

A Harry le latía muy rápido el corazón. Lo último que quería era perder a Ron por un par de pensamientos egoístas que había tenido.

Sin embargo, esa última frase parecía haber vuelto a calmar a Ron, que observaba el libro con interés. Hermione parecía preocupada y pasaba la mirada de Ron a Harry una y otra vez.

Ron no le había pedido a Dumbledore que le diera una insignia de prefecto. Ron no era culpable de nada. ¿Iba a deprimirse Harry, el mejor amigo que Ron tenía en el mundo, porque él no tenía una insignia? ¿Iba a reírse con los gemelos a espaldas de Ron, iba a estropearle la fiesta a su amigo cuando, por primera vez, lo había superado a él en algo?

— Harry, eres mucho mejor persona de lo que tú mismo crees — dijo Tonks.

— Es perfectamente normal sentir celos cuando las personas a tu alrededor consiguen cosas que tú no tienes — habló Lupin con calma. Muchos alumnos lo escuchaban atentamente. — Lo que importa es cómo reaccionas a esos sentimientos. Si dejas que te absorban y afecten a tus acciones hacia los demás, has perdido la batalla.

— Exacto — intervino la señora Pomfrey. — No se trata de no tener sentimientos negativos, sino de saber manejarlos.

Harry se sintió un poco mejor después de escuchar eso.

Entonces Harry volvió a oír los pasos de Ron por la escalera. Se levantó, se colocó bien las gafas y sonrió cuando Ron entró dando saltos por la puerta.

— Muy bien… — murmuró Hermione, mirando hacia el libro con cierto orgullo que pilló a Harry por sorpresa.

¡La he pillado! —exclamó alegremente—. Dice que si puede me comprará la Barredora.

Qué bien —dijo Harry, y sintió un gran alivio al comprobar que su voz había dejado de sonar efusiva—. Oye, Ron… Bueno, te felicito, amigo.

— La verdad es que Potter fue más maduro de lo que me esperaba — admitió una chica de tercero a la que Harry había escuchado gritar lo mal amigo que era hacía tan solo dos minutos.

Harry se atrevió a mirar de reojo a Ron, que parecía bastante tranquilo.

La sonrisa de los labios de Ron se esfumó de inmediato.

¡Nunca pensé que fueran a dármela a mí! —aseguró, haciendo un gesto negativo con la cabeza—. ¡Estaba convencido de que te la darían a ti!

No, yo he causado demasiados problemas —afirmó Harry, repitiendo las palabras de Fred.

— ¿Por qué no se la dieron a Potter? — preguntó Justin. — ¿El profesor Dumbledore estaba intentando castigarlo por algo?

— Por supuesto que no — habló Dumbledore finalmente, y todo el comedor se quedó en silencio. — Ciertamente, tanto Ron como Harry habrían merecido esa placa. Ambos han hecho mucho por el colegio.

Hizo una pausa. Cuando fue obvio que la lectura no iba a continuar hasta que diera una respuesta satisfactoria, Dumbledore añadió:

— De entre los dos, pensé que Ron Weasley haría un mejor trabajo. Y Harry tiene una vida lo suficientemente complicada sin darle más responsabilidades.

Contra eso último nadie podía decir nada.

Harry volvió a mirar de reojo a Ron.

— ¿Todo bien? — susurró, lleno de nervios.

Ron asintió. Se miraron a los ojos por primera vez desde que llegaron las placas en el libro.

— No me enteré de que estabas celoso — dijo Ron en voz baja, tratando de que el resto del comedor no los escuchara. Harry sabía que Hermione y Ginny estaban atentas a cada palabra. — Supongo que eso te hace mejor amigo que a mí, después de lo del año pasado…

Harry recordaba con claridad aquellas semanas en las que Ron no le había dirigido la palabra tras comenzar el Torneo de los Tres Magos.

— ¿Estamos en paz?

Ron asintió y ambos sonrieron.

Hermione parecía muy aliviada.

Ya. Sí, debe de ser por eso… Bueno, será mejor que hagamos el equipaje, ¿no?

Parecía mentira cómo se habían esparcido sus cosas desde que habían llegado a la casa. Les llevó casi toda la tarde recoger sus libros y sus objetos personales, que estaban desperdigados por todas partes, y meterlos en los baúles del colegio.

— Suele pasar — suspiró una chica de sexto.

Harry se fijó en que Ron llevaba su insignia de prefecto de un lado a otro: primero la dejó en la mesilla de noche, luego se la puso en el bolsillo de los vaqueros, y por fin la sacó y la dejó sobre sus túnicas dobladas, como si quisiera ver cómo quedaba el rojo sobre el negro.

Muchas personas rieron por lo bajo. Ron se ruborizó.

Pero cuando Fred y George entraron en la habitación y amenazaron con pegársela en la frente con un encantamiento de presencia permanente, Ron laenvolvió con ternura con sus calcetines granates y la guardó bajo llave en el baúl.

— ¡Qué ridículo! — McLaggen se lo estaba pasando en grande. A pesar de que George también se había burlado de Ron, le lanzó una mirada asesina a Cormac.

La señora Weasley regresó del callejón Diagon hacia las seis, cargada de libros y con un largo paquete envuelto con papel marrón que Ron le quitó de las manos con un gemido de deseo contenido.

No la desenvuelvas ahora; está llegando la gente para cenar y os quiero a todos abajo —dijo la señora Weasley, pero en cuanto se perdió de vista, Ron arrancó el papel en un arrebato de euforia y, extasiado, examinó centímetro a centímetro su nueva escoba.

La única persona más emocionada que Ron era Oliver, que se inclinó hacia delante para escuchar bien cualquier descripción de la escoba. A su lado, Katie se reía.

Abajo, en el sótano, la señora Weasley había colgado una pancarta roja sobre la mesa, llena a rebosar de comida, que decía:

FELICIDADES

RON Y HERMIONE

NUEVOS PREFECTOS

Harry no la había visto de tan buen humor en todas las vacaciones.

— No habíamos tenido mucho que celebrar — suspiró la señora Weasley.

Me ha parecido buena idea celebrar una pequeña fiesta en lugar de servir la cena en la mesa —explicó a Harry, Ron, Hermione, Fred, George y Ginny cuando entraron en la sala—. Tu padre y Bill están en camino, Ron. Les he enviado una lechuza y están entusiasmados —añadió, radiante.

Fred puso los ojos en blanco.

Algunos miraron mal a Fred. La mayoría de gente parecía alegrarse por Ron.

Sirius, Lupin, Tonks y Kingsley Shacklebolt ya estaban allí, y Ojoloco Moody entró poco después de que Harry se sirviera una cerveza de mantequilla.

¡Oh, Alastor, me alegro de verte! —exclamó la señora Weasley jovialmente, mientras Ojoloco se quitaba la capa de viaje haciendo un movimiento con los hombros—. Hace mucho tiempo que queríamos pedírtelo… ¿Podrías echarle un vistazo al escritorio del salón y decirnos qué hay dentro? No hemos querido abrirlo por si se trata de algo peligroso.

— Tratándose de esa casa, fue la decisión más prudente — dijo la profesora Sprout con una mueca.

No te preocupes, Molly… —El ojo de color azul eléctrico de Moody giró hacia arriba y se clavó en el techo de la cocina—. En el salón… —gruñó mientras se le contraía la pupila—. ¿Ese escritorio del rincón? ¡Ah, sí, ya lo veo! Sí, es un boggart… ¿Quieres que suba y me deshaga de él, Molly?

No, no, ya lo haré yo más tarde —dijo la señora Weasley sin dejar de sonreír —.

A la señora Weasley le dio un escalofrío.

— Una pregunta — dijo Terry Boot, mirando a Moody. — ¿Qué forma tenía el boggart? Supongo que, si no puede verte, no adopta la forma de tu mayor miedo… ¿Qué forma tiene un boggart cuando no intenta imitar nada?

La pregunta despertó el interés de muchos alumnos, incluida Hermione.

— Es difícil de definir — replicó Moody. A Harry le sorprendió que respondiera, pues no solía hacerlo. — Los boggart son de naturaleza cambiante. Podría describir cómo era ese boggart en concreto, pero eso no serviría de nada, porque no hay garantías de que el resto de boggarts sean exactamente iguales.

Muchos parecieron asombrados.

Ahora tómate algo. Verás, hoy hemos organizado una pequeña fiesta… —Señaló la pancarta roja—. ¡El cuarto prefecto de la familia! —añadió con orgullo, alborotándole el pelo a Ron.

Hubo alguna risita y Harry escuchó a alguien decir "Qué mono".

Conque prefecto… —gruñó Moody observando a Ron con su ojo normal mientras el mágico giraba y se quedaba mirando hacia la sien. Harry tuvo la desagradable sensación de que lo contemplaba a él, y fue hacia donde estaban Sirius y Lupin—.

Moody no lo confirmó, pero tampoco lo negó.

Bueno…, felicidades —dijo Moody fulminando a Ron con su ojo normal —, las figuras de autoridad siempre atraen problemas, pero supongo que Dumbledore cree que tú puedes soportar cualquier embrujo, porque si no, no te habría nombrado a ti…

Ron se asustó un poco ante aquella interpretación del asunto, pero se libró de tener que contestar gracias a la llegada de su padre y de su hermano mayor.

— Es una forma muy desagradable de considerarlo — se quejó Tonks. — ¿Tenías que asustar al pobre Ron?

— Cuando uno está en una posición de poder, no puede asustarse tan fácilmente — gruñó Moody.

La señora Weasley estaba de tan buen humor que ni siquiera protestó porque hubieran llevado a Mundungus con ellos; éste llevaba un largo abrigo que tenía extraños bultos en sitios donde no debía tenerlos, y declinó el ofrecimiento de quitárselo y dejarlo con la capa de viaje de Moody.

— Algo tramaba — dijo Alicia con una mueca.

Bueno, creo que la ocasión merece un brindis —anunció el señor Weasleycuando todos tenían ya su copa. Levantó la suya y dijo—: ¡Por Ron y por Hermione, los nuevos prefectos de Gryffindor!

Ron y Hermione sonrieron encantados mientras los demás bebían a su salud, y luego todos aplaudieron.

Algunas personas aplaudieron en el comedor, pero fueron aplausos aislados seguidos de muchas risitas. Harry pensó que los niños de primero se lo estaban pasando demasiado bien.

Yo nunca fui prefecta —comentó alegremente Tonks, que estaba detrás de Harry, cuando todos fueron hacia la mesa para servirse. Ese día llevaba el cabello de color rojo tomate, y largo hasta la cintura; parecía la hermana mayor de Ginny

— Ojalá — exclamó Ginny.

Tonks sonrió y le guiñó un ojo.

— Lo que faltaba: más Weasleys — se oyó decir a Nott, pero no mucha gente le hizo caso.

El jefe de mi casa decía que me faltaban ciertas cualidades indispensables.

¿Como cuáles? —preguntó Ginny, que estaba sirviéndose una patata asada.

Como la capacidad de comportarme —respondió Tonks.

Muchos se echaron a reír, incluida la propia Tonks.

Ginny rió; Hermione no sabía si sonreír o no, y solucionó el dilema bebiendo un enorme trago de cerveza de mantequilla y atragantándose con él.

— No hacía falta que te atragantaras, podías ser sincera — le dijo Tonks a una Hermione que estaba roja como un tomate.

¿Y tú, Sirius? —preguntó Ginny mientras le daba una palmada en la espalda a Hermione.

Sirius, que estaba junto a Harry, soltó su atronadora risa.

A nadie se le habría ocurrido nombrarme prefecto porque me pasaba demasiado tiempo castigado con James. El bueno era Lupin, a él sí le dieron la insignia.

Snape le lanzó una mirada despectiva a Sirius.

— ¿El profesor Lupin fue prefecto? — dijo Dean, sorprendido. — Nunca nos lo dijo.

— La verdad es que le pega — sonrió Parvati, y Lupin les devolvió la sonrisa a ambos.

Creo que Dumbledore albergaba esperanzas de que yo ejerciera cierto control sobre mis mejores amigos —terció Lupin—. Ni que decir tiene que fracasé estrepitosamente.

Harry se animó al descubrir que su padre tampoco había sido prefecto y entonces la fiesta empezó a resultar más agradable; se llenó el plato y, de pronto, todo el mundo parecía mucho más simpático.

La cara de Snape se tornó aún más sombría. La de Sirius, por el contrario, parecía haberse iluminado.

Ron no paraba de hablar, entusiasmado, de su nueva escoba con todo el que estuviera dispuesto a escucharlo.

—… de cero a ciento diez en diez segundos. No está mal, ¿eh? Imagínate, la Cometa 290 sólo tiene una aceleración de cero a sesenta, y eso con un viento de cola apropiado, según El mundo de la escoba.

— No está nada mal esa Barredora — dijo Wood. — La Cometa 290 parece de juguete a su lado, aunque claro, no llega al nivel de una Nimbus…

Angelina tuvo que mandarlo a callar para que la lectura continuara.

Hermione hablaba muy seriamente con Lupin de su opinión sobre los derechos de los elfos.

Mire, es tan absurdo como la segregación de los hombres lobo, ¿no le parece? Todo proviene de esa horrible tendencia de los magos a considerarse superiores al resto de las criaturas…

— No puede compararse — dijo una chica de cuarto. —Los hombres lobo son humanos la mayoría del tiempo. Los elfos, no.

— Que no sean humanos no significa que no merezcan tener derechos — replicó Hermione, indignada.

La señora Weasley y Bill discutían sobre el pelo de este, como siempre.

—… se está descontrolando, y eres tan guapo… Te quedaría mucho mejor corto, ¿no crees, Harry?

Oh… No sé… —contestó él, un tanto alarmado cuando le pidieron su opinión; se alejó de ellos y fue hacia Fred y George, que estaban apiñados en un rincón junto a Mundungus.

Varias personas se echaron a reír.

— ¿Qué pasa, Potter? — sonrió una chica de séptimo. — Tenías la oportunidad de decirle a Weasley lo guay que te parecía su pelo largo y la desperdiciaste.

— ¿Por qué se alarmó cuando le pidieron su opinión? — preguntó un chico de segundo, confuso.

— Supongo que porque no quería llevarle la contraria a la señora Weasley — replicó otro.

Éste dejó de hablar en cuanto vio a Harry, pero Fred le guiñó un ojo e hizo señas al muchacho para que se acercara.

No pasa nada —aseguró Fred a Mundungus—. Podemos confiar en Harry; es nuestro patrocinador.

La señora Weasley entrecerró los ojos.

— ¿Qué os traíais entre manos con Mundungus?

Fred y George intercambiaron miradas preocupadas.

Mira lo que nos ha traído Dung —dijo George mostrándole a Harry una mano llena de unas cosas negras que parecían vainas resecas.

La señora Weasley apretó la mandíbula, enfadándose cada vez más.

Emitían un ruidito vibrante pese a estar completamente quietas—. Son semillas de tentácula venenosa. Las necesitamos para los Surtidos Saltaclases, pero son una Sustancia No Comerciable de Clase C, y por eso nos ha costado un poco conseguirlas.

¿Cuánto dices, Dung? ¿Diez galeones el lote? —preguntó Fred.

— Estabais… Vosotros… — La señora Weasley se había quedado sin habla. Se había puesto roja y parecía faltarle el aire. Para sorpresa de Harry, fue el señor Weasley el que habló:

— Hacer chanchullos no os salió bien con Bagman — dijo. — Y sabéis que Mundungus no es de fiar. ¿Es que no habéis aprendido nada?

El señor Weasley no gritaba, ni se ponía furioso, pero había algo en su semblante serio y calmado que hacía que te sintieras como un niño pequeño cuando te regañaba.

Fred y George se quedaron callados y cabizbajos.

Ya sabes los problemas que he tenido para hacerme con ellas —respondió Mundungus abriendo aún más los caídos y enrojecidos ojos—. Lo siento, muchachos, pero no puedo bajar de veinte.

A Dung le encanta bromear —le dijo Fred a Harry.

Sí, hasta ahora su mejor chiste fue pedirnos seis sickles por una bolsa de púas de knarl —añadió George.

— Os quería timar. Delante de toda la familia — La señora Weasley seguía sin recuperar el habla normal. Estaba muy roja y Harry se preguntaba cuándo estallaría. — No volváis a hacer trapicheos con él. ¡No volváis a dirigirle la palabra!

— Vale, mamá — dijo Fred rápidamente, quizá para intentar evitar la explosión que cada vez parecía más cercana.

— Como quieras — añadió George.

Tened cuidado —les advirtió Harry con disimulo.

¿Qué pasa? —inquirió Fred—. ¡Ah, no te preocupes! Mamá está muy ocupada arrullando al prefecto Ron.

La señora Weasley hizo un ruido raro con la garganta. Harry estaba seguro de que la lista de castigos de los gemelos acababa de aumentar exponencialmente.

Pero Moody os podría estar vigilando —señaló Harry. Mundungus, nervioso, giró la cabeza.

Es verdad —gruñó—. Está bien, chicos, os las dejo por diez si os las lleváis ahora mismo.

¡Gracias, Harry! —exclamó Fred con gran alegría cuando Mundungus vació sus bolsillos en las manos de los gemelos y se escabulló hacia donde estaba la comida —. Será mejor que las subamos a la habitación…

— No entiendo por qué han permitido que ese hombre esté en la Orden — dijo Katie, asqueada.

— Dicen que es fiel a Dumbledore, pero yo creo que solo es fiel a su dinero — Angelina debía tenerle todavía más asco que Katie, a juzgar por su cara.

Harry vio cómo se marchaban y se quedó un tanto preocupado. Se le acababa de ocurrir que el señor y la señora Weasley querrían saber cómo financiaban Fred y George su negocio de artículos de broma cuando por fin lo descubrieran, lo cual acabaría pasando tarde o temprano.

— Ahora ya no tienes que preocuparte por eso — dijo Dean, optimista.

Harry le lanzó una mirada aprensiva a la señora Weasley.

En su momento había resultado muy sencillo entregar a los gemelos el premio en metálico del Torneo de los tres magos, pero ¿y si eso acababa provocando otra pelea familiar y una crisis parecida a la que había causado Percy? ¿Seguiría considerando la señora Weasley a Harry como un hijo si se enteraba de que él había contribuido a que Fred y George empezaran una carrera que ella consideraba inadecuada?

— Oh, Harry — La señora Weasley suspiró. — No es lo mismo, cielo. Sigue sin gustarme todo esto, pero no estoy enfadada contigo. Tu intención era buena…

Harry se sintió mejor. Los gemelos también parecieron aliviados.

Se quedó plantado donde lo habían dejado los gemelos, sin otra compañía que el peso de su sentimiento de culpa en el fondo del estómago,

— Ay, pobrecito — dijo Parvati.

y entonces oyó que alguien pronunciaba su nombre. La profunda voz de Kingsley Shacklebolt se oía incluso en medio de todo aquel alboroto.

Kingsley pareció sorprendido.

¿… por qué Dumbledore no ha nombrado prefecto a Potter? —preguntaba Kingsley.

Debe de tener sus razones —respondió Lupin.

Pero así le habría demostrado que confía en él. Es lo que habría hecho yo — insistió Kingsley—, sobre todo ahora que El Profeta se mete con él sin parar.

— ¿Escuchaste esa conversación? — Lupin estaba muy sorprendido, al igual que Kingsley.

— Solo un poco. Fue sin querer — se apresuró a decir Harry, mientras buena parte del comedor ya estaba llamándolo cotilla.

Harry no se dio la vuelta; no quería que Lupin y Kingsley supieran que los había oído.

— Mala suerte — dijo Ron, dándole una palmadita en la espalda.

Pese a que no tenía ni pizca de hambre, siguió el ejemplo de Mundungus y se dirigió hacia la mesa. El placer que había empezado a encontrar en la fiesta se había evaporado con la misma rapidez con que había llegado; le habría gustado estar arriba, en la cama.

— Menuda montaña rusa de emociones — dijo Lavender.

"Y lo que queda", pensó Harry, recordando cómo había acabado aquella noche.

Ojoloco Moody olfateaba un muslo de pollo con lo que le quedaba de nariz; evidentemente, no detectó ni rastro de veneno, porque le asestó un mordisco y arrancó un buen trozo de carne.

— ¿Puede detectar veneno con la nariz? — preguntó Colin, impresionado.

— Solo ciertos tipos — replicó Moody. — Requiere mucho entrenamiento.

—…el mango es de roble español, con barniz antiembrujos y control de vibración incorporado… —le decía Ron a Tonks.

Wood asintió, interesado en el tema.

La señora Weasley bostezó sin disimulo.

Bueno, creo que voy a ocuparme de ese boggart antes de acostarme… Arthur, no quiero que los niños se vayan a dormir demasiado tarde, ¿entendido? Buenas noches, Harry, querido —añadió, y salió de la cocina.

La señora Weasley se removió un poco en su asiento, nerviosa. Harry vio cómo le tomaba la mano a su marido.

El muchacho dejó su plato y se preguntó si sería capaz de seguirla sin llamar la atención.

¿Estás bien, Potter? —le preguntó entonces Moody.

Sí, muy bien —mintió él.

— Tendrías que dejar de mentir cada vez que alguien te pregunta eso — susurró Hermione, preocupada.

Harry no estaba de acuerdo, pero sabía que decirlo no era buena idea.

Moody bebió un sorbo de su petaca; su ojo azul eléctrico miraba de soslayo a Harry.

Ven aquí, tengo una cosa que quizá te interese —dijo, sacando una vieja y destrozada fotografía mágica de un bolsillo interior de su túnica—. La Orden del Fénix original —gruñó Moody—. La encontré anoche mientras buscaba mi capa invisible de recambio, dado que Podmore no ha tenido la decencia de devolverme la que le presté, que por cierto es la buena… Pensé que a alguien le gustaría verla.

Harry tragó saliva. El resto del comedor parecía muy interesado en la foto, pero él no tenía ningunas ganas de volver a verla ni de escuchar hablar de ella.

Harry cogió la fotografía. En ella había un grupo de gente que le devolvía la mirada; algunos lo saludaban con la mano y otros se levantaban las gafas.

— Ojalá pudiéramos verla — se quejó un niño de primero.

Ése soy yo —dijo Moody, señalándose, aunque no hacía ninguna falta. El Moody de la fotografía era inconfundible, pese a que no tenía el cabello tan gris y su nariz estaba intacta—. Y el que está a mi lado es Dumbledore;

— Me encantaría ver a Dumbledore de joven — dijo Angelina.

al otro lado tengo a Dedalus Diggle… Ésa es Marlene McKinnon; la asesinaron dos días después de que se tomara esta fotografía; de hecho, mataron a toda su familia. Ésos son Frank y Alice Longbottom…

El ambiente se tensó tan rápido que parecía que hubiera entrado un dementor a la sala. Una centena de miradas cayó sobre Neville que, pillado por sorpresa, dejó escapar un jadeo.

El estómago de Harry, que ya estaba un poco revuelto, se encogió al ver a AliceLongbottom; su cara, redonda y simpática, le resultaba muy familiar pese a que no la conocía, porque era la viva imagen de su hijo Neville.

El silencio era total. Neville consiguió mantener una expresión neutra, aunque cualquiera que lo mirara a los ojos podía ver exactamente lo mal que lo estaba pasando.

—… pobrecillos —gruñó Moody—. Preferiría morir a que me pasara lo que les pasó a ellos…

— Cualquiera lo preferiría — murmuró Sirius, intentando que Neville no lo escuchara.

Y ésa es Emmeline Vance, ya la conoces, y ese otro es Lupin, evidentemente… Benjy Fenwick, que también se fue al otro barrio; sólo encontramos unos cuantos trozos de su cuerpo…

— ¿Por qué le está contando todo eso? — dijo una niña de primero con un hilo de voz.

Algunos miraron con cautela a Moody, pero él no respondió.

Moveos un poco —añadió, dándole unos golpecitos a la fotografía, y los retratados se desplazaron hacia un lado para que los que quedaban tapados pudieran pasar hacia delante.

»Ese de ahí es Edgar Bones, el hermano de Amelia Bones… También se los cargaron a él y a su familia; era un gran mago…

Susan Bones se puso muy blanca y Hannah le pasó el brazo sobre los hombros.

Sturgis Podmore, vaya, qué joven está… Caradoc Dearborn, que murió seis meses después; nunca encontramos su cadáver…

Hubo muecas por todo el comedor. Nadie se atrevía a decir nada.

Hagrid, por supuesto, está igual que siempre… Elphias Doge, también lo conoces, no me acordaba de que antes solía llevar ese ridículo sombrero… Gideon Prewett, hicieron falta cinco mortífagos para matarlos a él y a su hermano Fabián, que pelearon como verdaderos héroes…

La señora Weasley estaba tan blanca como Susan. Arthur le tomaba la mano con fuerza.

Moveos, moveos…

Los retratados se empujaron unos a otros y los que estaban ocultos detrás pasaron al primer plano de la imagen.

Ése es Aberforth, el hermano de Dumbledore; sólo lo vi ese día, era un tipo extraño…

— ¿En qué sentido? — se atrevió a preguntar Seamus.

— En muchos — replicó Moody, pero no explicó nada más.

Y Dorcas Meadowes, a quien Voldemort mató personalmente… Sirius, cuando todavía llevaba el pelo corto… Y… ¡ahí está, pensé que esto te interesaría!

A Harry le dio un vuelco el corazón. Su padre y su madre lo miraban sonrientes, sentados uno a cada lado de un individuo menudo y de ojos llorosos a quien Harry reconoció de inmediato: era Colagusano, el que había revelado a Voldemort el paradero de sus padres, ayudándolo así a provocar su muerte.

— Justo lo que Harry necesitaba esa noche: ver al culpable del asesinato de sus padres — dijo Tonks con sarcasmo. — Alastor, no deberías habérselo enseñado…

— El chico es fuerte — gruñó Moody.

¿Qué me dices? —le preguntó Moody. Harry levantó la cabeza y miró el rostro, picado y lleno de cicatrices, de Moody. Era evidente que Ojoloco tenía la impresión de que acababa de darle una alegría a Harry.

— Parece que me equivocaba — Moody no parecía muy arrepentido.

Vaya —dijo éste, y una vez más intentó sonreír—. Esto…, mire, acabo de recordar que he olvidado meter en el baúl…

Pero se libró de tener que inventar un objeto que no había metido en el baúl, porque Sirius acababa de decir:

¿Qué es eso que tienes ahí, Moody?

Ojoloco se volvió hacia Sirius, y Harry cruzó la cocina, se escabulló por la puerta y subió la escalera antes de que alguien pudiera retenerlo.

Moody no se disculpó, aunque Harry pensó que, si hubieran estado solos, quizá lo habría hecho. Varias personas lo miraban con reproche, mientras otras preferían mirar a Harry con expresiones de profunda tristeza.

No sabía por qué estaba tan conmocionado; al fin y al cabo, ya había visto otras fotografías de sus padres y había conocido a Colagusano… Pero verlos aparecer así, cuando menos se lo esperaba… Eso a nadie le gustaría, pensó con enfado…

— Debí haberlo pensado mejor — admitió finalmente Moody.

— ¿Tú crees? — respondió Tonks, exasperada.

Y además, verlos rodeados de esas otras caras sonrientes… Benjy Fenwick, al quehabían encontrado hecho pedazos, y Gideon Prewett, que había muerto como un héroe, y los Longbottom, a los que habían torturado hasta la locura…

La gente no sabía si compadecerse de Harry o de Neville. La realidad era que ambos chicos habrían preferido que nadie los mirara ni intentara consolarlos.

Todos condenados a saludar alegremente con la mano desde la fotografía, sin saber que estaban destinados a morir… Quizá Moody lo encontrara interesante, pero a Harry le resultaba inquietante…

— Es que es inquietante — dijo Hermione en voz baja.

— Da muy mal rollo — añadió Ron, quien tenía erizada la piel de los brazos.


A continuación subió la escalera de puntillas y pasó por delante de las cabezas de elfo reducidas, contento de volver a estar solo, pero cuando llegaba al primer rellano oyó ruidos. Había alguien llorando en el salón.

¿Hola? —dijo Harry.

La señora Weasley se tensó, pero muy poca gente se dio cuenta. Entre el alumnado, la confusión era total.

— ¿Era Kreacher? — preguntó Parvati, pero Harry no respondió.

No obtuvo respuesta, pero los sollozos continuaron. Subió de dos en dos los escalones que faltaban, cruzó el rellano y abrió la puerta del salón.

Dentro había alguien encogido de miedo contra la oscura pared, con la varita mágica en la mano, mientras los sollozos sacudían con violencia su cuerpo.

— ¿Qué diantres había pasado? — resopló Dean, preocupado.

Tirado sobre la polvorienta alfombra, en medio de un rayo de luz de luna, y sin duda alguna muerto, estaba Ron.

Se oyeron jadeos y gritos ahogados por todas partes.

— ¡Imposible! — exclamó Lavender, asustada. — ¡Ron está aquí, está bien!

— ¿Harry estaba teniendo visiones? — dijo Seamus, que había empalidecido.

— ¡Tenía que ser una visión falsa!

— A lo mejor se quedó dormido — sugirió alguien.

Buena parte del comedor seguía discutiendo, pero ninguno de los Weasley podía articular palabra. Todos miraban a Harry, exceptuando a los señores Weasley.

— ¿Me viste muerto? — preguntó Ron con dificultad. — ¿Qué diablos fue eso? No me dijiste nada.

— No era real — se apresuró a decir Harry. — Era el boggart.

— ¿El boggart? — Hermione también estaba muy pálida. De hecho, todos los Weasley tenían un aspecto horrible de repente. Parecía como si las palabras "muerto" y "Ron" juntas hubieran absorbido toda su energía.

— Ahora lo escucharéis, supongo — respondió Harry.

Por suerte, el chico de Hufflepuff siguió leyendo rápido.

Harry tuvo la sensación de que sus pulmones se quedaban sin aire; notó que se hundía en el suelo y el cerebro se le paralizó. Ron muerto, no, no podía ser…

Recordando aquel momento, a Harry se le puso la piel de gallina. Sin quererlo, de forma inconsciente, puso la mano sobre la rodilla de Ron y apretó con fuerza. Solo se dio cuenta de que lo había hecho cuando Ron puso la mano sobre la suya y le devolvió el apretón.

«Espera un momento», pensó; no podía ser, Ron estaba abajo…

¡Señora Weasley! —gritó Harry con voz ronca.

¡Ri-ri-riddíkulo! —sollozaba la señora Weasley, apuntando con su temblorosa varita al cuerpo de Ron.

Hubo un suspiro de alivio colectivo al darse cuenta todos de lo que estaba sucediendo. La señora Weasley, sin embargo, parecía a punto de llorar.

¡Crac!

El cuerpo de Ron se transformó en el de Bill, que estaba tumbado boca arriba con los brazos y las piernas extendidos y los ojos muy abiertos e inexpresivos. La señora Weasley sollozó aún más fuerte.

— Oh, no… — Bill miró a su madre, que rompió en sollozos en los brazos del señor Weasley. Fleur agarró a Bill de la muñeca con fuerza.

¡Ri-riddíkulo! —volvió a exclamar.

¡Crac!

El cuerpo del señor Weasley sustituyó al de Bill; llevaba las gafas torcidas y un hilillo de sangre resbalaba por su cara.

El señor Weasley apretó a su mujer con más fuerza, susurrando cosas que Harry no escuchaba (ni quería escuchar).

¡No! —gimió la señora Weasley—. No… ¡Riddíkulo! ¡Riddíkulo! ¡RIDDÍKULO!

¡Crac! Los gemelos muertos.

El sonido que hizo George en ese momento le partió el corazón a Harry.

¡Crac! Percy muerto. ¡Crac! Harry muerto…

¡Salga de aquí, señora Weasley! —gritó Harry contemplando su propio cuerposin vida, que yacía sobre la alfombra—. ¡Deje que alguien…!

Ninguno de los Weasley estaba bien. Percy miraba a su madre con asombro, como si le sorprendiera haber estado incluido a pesar de la pelea. George parecía a punto de llorar, una expresión que Harry jamás habría querido ver en su cara. Ginny dejó escapar un suspiro tembloroso y Harry decidió, en un arrebato de valentía, cogerle la mano para apoyarla.

Y así, tomando las manos de Ron y de Ginny, siguió escuchando la lectura que cada vez se tornaba más oscura. ¿Qué pasaría cuando leyeran el futuro y ya no supieran que estaban a salvo? ¿Qué pasaría cuando se leyera lo de Fred?

¿Qué está pasando aquí?

Lupin había entrado corriendo en la habitación, seguido de Sirius y luego de Moody, que estaba furioso. Lupin miró a la señora Weasley y después el cadáver de Harry echado en el suelo, y al parecer lo entendió todo en un instante. Sacó su varita mágica y dijo con voz firme y clara:

¡Riddíkulo!

El cadáver de Harry desapareció y una esfera plateada quedó suspendida en el aire sobre la alfombra. Lupin sacudió una vez más su varita y la esfera desapareció tras convertirse en una bocanada de humo.

— Menos mal que el profesor Lupin lo comprendió rápido — dijo Dean con voz ronca.

— Y menos mal que nadie más entró en la habitación — añadió Charlie, que también tenía mal aspecto. — Menudo trauma…

La señora Weasley seguía llorando, aunque con menos fuerza. Varios de sus hijos le susurraron palabras de apoyo o le dieron palmaditas en la espalda y en los brazos.

¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! —exclamó la señora Weasley, y rompió a llorar con desconsuelo tapándose la cara con las manos.

Molly —dijo Lupin con tono sombrío acercándose a ella—. Molly, no… —La mujer se abrazó a Lupin y lloró a lágrima viva sobre su hombro—. Sólo era un boggart, Molly —susurró Lupin para tranquilizarla mientras le acariciaba la cabeza— Sólo era un estúpido boggart…

— Gracias — El señor Weasley miró directamente a Lupin, que hizo un gesto con la cabeza como diciendo "No hay de qué".

¡Los veo m-m-muertos continuamente! —gimió la señora Weasley sin separarse de Lupin—. ¡C-c-continuamen-te! S-s-sueño con ellos…

— Para los miembros de la Orden, la guerra comenzó en junio — dijo la profesora McGonagall. También estaba más pálida que de costumbre. — La guerra no se limita a los duelos o a las batallas. La presión que ejerce mentalmente es mayor de lo que nadie puede imaginar hasta que lo vive.

Todos los estudiantes se quedaron en silencio, asustados y preocupados.

Sirius se quedó mirando el trozo de alfombra en el que había estado tumbado el boggart adoptando la forma del cuerpo de Harry.

Sirius le dedicó a Harry una débil sonrisa.

Moody, por su parte, observaba al muchacho, que esquivó su mirada. Harry tenía la extraña sensación de que el ojo mágico de Moody lo había seguido desde que había salido de la cocina.

Moody no lo confirmó, pero tampoco negó nada.

N-n-no se lo cuentes a Arthur —gimoteaba la señora Weasley, restregándose desesperadamente los ojos con los puños de la túnica—. N-n-no quiero que sepa… lo t-t-tonta que soy… —Lupin le dio un pañuelo y la señora Weasley se sonó—. Lo siento mucho, Harry. ¿Qué vas a pensar de mí? —dijo con voz temblorosa—. Ni siquiera soy capaz de librarme de un boggart…

— No eres tonta… — Esta vez, Harry sí que escuchó lo que el señor Weasley susurraba. Decidió bloquear los sonidos que llegaban desde ese lado y centrarse en la lectura, porque sentía que estaba irrumpiendo en algo privado.

No diga tonterías —contestó Harry intentando sonreír.

Es que estoy t-t-tan preocupada… —añadió ella, y las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos—. La mitad de la f-f-familia está en la Orden; si salimos todos con vida de ésta, será un m-m-milagro…

Solo hacía falta ver las caras de los Weasley para saber que todos estaban pensando en Fred.

— Dejad de mirarme así — se quejó él. — No me va a pasar nada. Ni a mí ni a nadie, para eso estamos leyendo.

Y P-P-Percy no nos dirige la palabra… ¿Y si le p-p-pasa algo espantoso antes de que hayamos hecho las p-p-paces con él?

— Eso no sucederá — murmuró Percy.

¿Y qué s-s-sucederá si morimos Arthur y yo, quién c-c-cuidará de Ron y Ginny?

— Se los echaremos de comer a Buckbeak — dijo Sirius.

— ¡Sirius!

Pero la señora Weasley soltó una risita. Se separó de su marido, limpiándose la cara con la manga de la túnica.

¡Basta, Molly! —exclamó Lupin con firmeza—. Esto no es como la última vez. La Orden está más preparada, ahora le llevamos ventaja y sabemos qué pretende Voldemort… —La señora Weasley soltó un grito ahogado al oír ese nombre—. Vamos, Molly, ya va siendo hora de que te acostumbres a oír su nombre. Mira, no puedo prometer que nadie vaya a resultar herido, eso no puede prometerlo nadie, pero estamos mucho más preparados que la última vez. Entonces tú no pertenecías a la Orden y por eso no lo entiendes. En el último enfrentamiento, los mortífagos eran veinte veces más numerosos que nosotros y nos perseguían uno por uno.

Las personas que no estaban muy informadas sobre la primera guerra parecían muy asustadas. Los que la habían vivido, sin embargo, solo parecían tremendamente cansados. Era el tipo de cansancio que no venía de algo físico, sino emocional.

Harry volvió a pensar en la fotografía, en los rostros sonrientes de sus padres, consciente de que Moody seguía mirándolo.

Y no te preocupes por Percy —dijo de pronto Sirius—. Ya rectificará.

Percy asintió.

Sólo es cuestión de tiempo que Voldemort dé la cara; en cuanto lo haga, el Ministerio en masa nos suplicará que lo perdonemos. Aunque yo no estoy seguro de que vaya aaceptar sus disculpas —añadió con amargura.

— No tienes por qué — le dijo Percy a Sirius con la voz algo ronca.

— Si ellos te perdonan, yo también — replicó Sirius. Percy pareció sorprendido.

Y respecto a eso de quién cuidaría de Ron y Ginny si faltarais Arthur y tú — terció Lupin, esbozando una sonrisa—, ¿qué crees que haríamos, dejarlos morir de hambre?

La señora Weasley también sonrió tímidamente.

— También estamos nosotros — dijo Bill, señalándose a sí mismo y a Charlie. — No dejaríamos a Ron y a Ginny solos.

La señora Weasley parecía mucho más tranquila.

Qué tonta soy —volvió a murmurar secándose las lágrimas.

Sin embargo, unos diez minutos más tarde, cuando entró en su dormitorio y cerró la puerta, Harry seguía sin pensar que la señora Weasley fuera tonta.

— Oh, Harry… — La señora Weasley le sonrió con dulzura y Harry temió que fuera a ponerse a llorar de nuevo. Por suerte, pudo mantener la compostura.

Aún veía a sus padres sonriéndole desde la vieja fotografía sin saber que sus vidas, como las de muchos de los que los rodeaban, estaban llegando a su fin. La imagen del boggart que se hacía pasar por el cadáver de cada uno de los miembros de la familia Weasley seguía apareciendo ante sus ojos.

Nadie dijo nada, pero estaba claro que no había ni una persona en el comedor que pensara que Harry estaba exagerando o siendo dramático. El boggart parecía haberlos dejado a todos muy impresionados.

Y entonces, sin previo aviso, la cicatriz de su frente volvió a producirle un intenso dolor y se le contrajo el estómago.

Algunos jadearon.

— Que duela tanto que le afecte al estómago es preocupante — se oyó decir a la señora Pomfrey.

¡Para ya! —ordenó con firmeza al mismo tiempo que se frotaba la cicatriz; inmediatamente el dolor empezó a remitir.

— Ojalá dejara de doler con tan solo ordenárselo — dijo Colin.

— Sería útil — replicó Harry.

Un primer síntoma de locura: hablar contigo mismo —dijo una voz traviesa desde el cuadro en blanco de la pared.

— ¿De quién es ese cuadro y por qué siempre se ríe de Potter? — preguntó McLaggen, pero nadie supo responderle.

Harry no le hizo caso. Se sentía mayor, más que nunca, y le parecía increíble que, apenas una hora antes, hubiera estado preocupado por una tienda de artículos de broma y por quién había recibido una insignia de prefecto y quién no.

Se hizo un silencio solemne. Harry miró hacia la mesa de profesores y notó lo sombrías que se habían vuelto sus expresiones.

— Durante un momento, tuviste las preocupaciones normales de un chico de quince años — dijo la señora Pomfrey, rompiendo el silencio. — Es una pena que la noche acabara así.

— Ese es el final — anunció el chico.


°LA HISTORIA NO ME PERTENECE, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTOR LUXERII



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