La vista:
El corazón de Harry latía con violencia contra su nuez. Tragó saliva, giró el pesado pomo de hierro de la puerta y entró en la sala del tribunal.
Varias personas se inclinaron hacia delante en sus asientos. Sin embargo, la chica de segundo anunció en ese preciso instante que se trataba del final del capítulo.
Ignorando la decepción generalizada, Dumbledore se levantó y habló:
— Es la hora de comer. Podéis salir del comedor, pero nos veremos aquí dentro de una hora. Espero que este descanso os sea productivo.
El ambiente se llenó con el ruido de sillas siendo arrastradas y con las voces de docenas de estudiantes.
Harry también se levantó y, una vez más, presenció cómo los sofás, sillones y almohadas del comedor desaparecían frente a sus ojos y eran reemplazados por las cuatro mesas de las casas, todavía vacías de comida y bebida.
Tenía hambre, no podía negarlo, pero también sentía ganas de alejarse de todo el mundo durante un rato. Le habría resultado difícil expresar en palabras lo agobiante que acababa siendo estar metido en una estancia con tantísima gente durante horas.
Por suerte, no era necesario que lo expresara, ya que sus amigos parecían sentir lo mismo. Por ello, cuando les dijo que necesitaba un poco de aire, ninguno de ellos desaprovechó la oportunidad de salir del comedor junto a él.
Antes de irse, Sirius le sonrió tentativamente, como preguntándose si todo estaba bien. Harry le devolvió la sonrisa. Se sentía mucho mejor que antes.
Harry salió del comedor junto a Ron, Hermione y Ginny. Caminaron un rato, ignorando las miraditas de los otros estudiantes que también habían decidido tomar unos minutos para estirar las piernas o para ir al baño.
Harry no supo cómo fue, si quizá Hermione los guió sutilmente hacia el que era uno de sus lugares favoritos en el mundo, pero acabaron en la biblioteca. Nada más entrar y comprobar que estaba vacía, se dirigieron hacia el lugar recóndito que les gustaba para tener un poco de privacidad. No era la primera vez que se sentaban allí en el suelo, rodeados de estanterías que bloqueaban la vista a cualquiera que intentara espiarlos, y Harry debía admitir que le agradaba mucho ese pequeño escondite. Sentía que esos momentos robados de silencio con sus amigos le daban energía para aguantar las horas de discusión en el comedor.
— Menudo estrés — se quejó Ron, rompiendo el silencio tras un par de minutos. — Ojalá pudiéramos leer más rápido.
— Si la gente dejara de interrumpir, ya habríamos acabado el quinto libro — notó Ginny.
— O el sexto — bufó Hermione. — Si solo leyéramos y dejáramos de hacer pausas, hasta podríamos haber terminado todos los libros.
Se hizo el silencio de nuevo.
Al poco tiempo, Harry notó que sus amigos intercambiaban miradas. Sintió que le querían decir algo, pero no supo el qué hasta que Hermione le echó valor y le preguntó:
— ¿Cómo estás, Harry?
— Bien — replicó él.
— Y… ¿con Sirius? — dijo Hermione. — No esperábamos que le dijeras lo que le has dicho esta mañana, aunque creo que lo habéis arreglado después, ¿no? Es decir… — se apresuró en añadir:— No te estoy juzgando por hablarle así. Soy consciente de que tienes toda la razón. Sirius no estaba allí para ti mientras crecías, eso es innegable…
Harry la cortó.
— Estaba de mal humor esta mañana y lo he pagado con Sirius. Ya lo he hablado con él y está todo bien.
Sus amigos volvieron a intercambiar miradas.
— La verdad es que estás muy raro desde esta mañana — dijo Ron.
Hermione bufó.
— Con todo lo que estamos leyendo, ¡con la situación en la que estamos! ¿Cómo no va a estar raro? Debe sentirse agotado.
— Pues yo creo que hay algo más — dijo Ginny, sin piedad. Tenía los ojos fijos en Harry. — Nos oculta algo, ¿verdad, Harry?
Harry se sorprendió al escuchar eso.
— ¿Eh?
— No intentes negarlo — siguió Ginny. — Llevas actuando raro desde esta mañana. Desde que saliste del comedor.
— Desde antes — intervino Ron. — Anoche pasó algo, estoy seguro. Cuando llegó de hablar con el profesor Dumbledore y con Percy… no te ofendas, Harry, pero parecía que te había pasado el autobús noctámbulo por encima.
Harry no sabía qué decir.
— Sea lo que sea, puedes contárnoslo. Lo sabes, ¿verdad? — dijo Hermione con suavidad.
Lo primero que cruzó por la mente de Harry fue la profecía. Todavía no le había dicho nada a nadie y, si era sincero, le aterraba la idea de hacerlo. ¿Y si sus amigos se asustaban? ¿Y si decidían abandonarle? Harry no podría culparles si así sucediera… ¿Quién querría quedarse a luchar junto a él, cuando estaba condenado?
— ¿Harry?
Harry se sobresaltó. Se alegró mucho de que Ginny hubiera interrumpido sus divagaciones, porque se estaban volviendo muy oscuras. Tanto Ginny como Ron y Hermione lo observaban con expresiones preocupadas.
— Menuda cara tienes. ¿En qué estás pensando? — preguntó ella.
Esta vez, lo que pasó por su mente fue la presencia de los Dursley en Hogwarts. Era otro secreto que todavía no había revelado a sus amigos. ¿Debería hacerlo? Ciertamente, si tenía que elegir entre contarles lo de los Dursley o lo de la profecía…
— Tenéis razón — dijo, eligiendo bien las palabras. — Os he estado ocultando algo.
— ¿El qué? — Hermione estaba ansiosa.
— ¿Os acordáis de la encapuchada que ha leído el primer capítulo de hoy?
— Sí — respondió Hermione rápidamente. — Has salido del comedor tras ella. Has averiguado quién es, ¿verdad?
— Sí — respondió Harry, pensando que no tenía sentido alargar el momento de la verdad. — Es tía Petunia.
Hubo un momento de silencio. Harry pensó que las caras de sus amigos eran dignas de ser enmarcadas en un cuadro.
— ¿CÓMO?
Harry pegó un salto. La persona que había gritado no había sido ni Hermione, ni Ron, ni Ginny.
De detrás de una estantería, salieron los gemelos Weasley.
— ¿Qué has dicho? — exclamó Fred.
— ¿Desde cuándo estáis ahí? — preguntó Hermione, que también había brincado del susto.
— Llevan unos minutos fingiendo ser la pared — Ginny rodó los ojos. — Harry, ¿lo dices en serio? ¿Estás seguro?
— He hablado con ella — respondió Harry. — ¿Estáis solos, no? — les dijo a los gemelos, que asintieron.
— Sí, hemos visto que estabais teniendo una pequeña reunión clandestina en vez de comer con todos los demás y decidimos que era mejor no dejaros solos mucho rato — dijo Fred.
— Es que suelen pasar cosas extrañas cuando estáis murmurando por las esquinas… hacéis pociones multijugos, os enfrentáis a troles, a perros de tres cabezas, esas cosas — añadió George. — Pero no cambies de tema. ¿Es de verdad? ¿Tu tía está en Hogwarts?
— No solo mi tía — dijo Harry, abatido. — Mi tío y mi primo también están aquí, aunque con ellos no he hablado.
Ron lo miraba con la boca abierta. Ginny estaba muy seria y Hermione, confusa.
— No tiene sentido — dijo ella tras unos instantes. — ¿Por qué iban a traer a los Dursley a Hogwarts? Ni siquiera estoy segura de que sea posible…
— Al parecer, los muggles pueden entrar a Hogwarts con permiso del director y ayuda de un mago — respondió Harry. — Yo tampoco lo sabía.
— ¿Pero por qué iban a traerlos? — saltó Fred. — ¿En qué está pensando Dumbledore?
Estaba claro que los gemelos se sentían muy indignados. Harry se sintió muy agradecido al notarlo.
— Porque el objetivo de todo esto es acabar con Voldemort — contestó Harry, recordando lo que le había contado el encapuchado con el que había hablado esa mañana. — Llegará un momento en el que, inevitablemente, Voldemort se dará cuenta de que vamos a por él.
— Ah — exclamó Hermione. — Claro. Se trata de proteger a los Dursley…
— Exacto — afirmó Harry. — La gente del futuro cree que Voldemort intentará lo que sea para acercarse a mí. No puede entrar en Hogwarts, así que su única opción será intentar hacerme salir. Tener a los Dursley aquí evita que Voldemort los use como cebo.
Ron hizo una mueca.
— No me gusta la idea de que estemos protegiéndolos. No se lo merecen.
— Tampoco quiero que acaben muertos por mi culpa — replicó Harry.
Ginny negó con la cabeza.
— No sería tu culpa, eso tenlo claro. Aun así, me alegro de que estén a salvo.
Fred la miró raro y Ginny añadió:
— No es que me preocupen ellos, pero ya lo has oído: Harry se sentiría culpable si les pasara algo. Así al menos podrá tener la conciencia tranquila.
— ¿De qué has hablado con ella? — le preguntó Ron a Harry. — ¿Y por qué han hecho que lea delante de todos?
— Pues… de nada en especial — mintió Harry. — Parece ser que los Dursley están escuchando la lectura desde algún lugar del castillo.
Hermione jadeó.
— ¿Han estado escuchando todo este tiempo? — exclamó. Al mismo tiempo, Ginny soltó una carcajada.
— Deben estar furiosos, con todo lo que se ha dicho de ellos — dijo entre risitas.
— ¡Ginny! Eso no es bueno — la regañó Hermione. — Imagina cómo van a tratar a Harry después de todo esto.
— Ahora ya da igual — le recordó Ron. — Harry no va a volver con ellos nunca más. Se irá con Sirius, o con nosotros.
Harry sonrió. Esas palabras significaban más de lo que Ron podía imaginar.
— Exacto — se metió George. — Espero que estén escuchando todo lo que decimos y que les duela. Lo que no entiendo es por qué han hecho que ella lea frente a todos.
—El capítulo contaba todo lo de los dementores — notó Ginny. — Seguramente sea por eso. Sean quienes sean los encapuchados, debían querer que ella leyera cómo Harry le salvó la vida a Dudley… Y que lo hiciera frente a todos. Es como un castigo, ¿no?
— Por si quedaba alguna duda de que la gente del futuro está de nuestra parte — sonrió George. — Además, sabemos que Percy es uno y yo soy otro.
— Hay otra cosa que no entiendo… — dijo Hermione, pensativa. — ¿Recordáis lo que pasó cuando la señora Dursley intentó salir del comedor? Luna se levantó y la detuvo.
— Fue genial — sonrió Ron.
— Fue raro — le corrigió Hermione. — Luna sabía que se trataba de Petunia Dursley. No solo eso, parecía que la señora Dursley también la conocía.
Harry no se había parado a pensar en ese tema. ¿Qué tenía que ver Luna con los Dursley? O, mejor aún, ¿qué tenía que ver con la gente del futuro?
Ninguno de los seis amigos tenía respuesta para eso.
— Leer en público a mí también me pone nerviosa. Ya verás como con estas decoraciones navideñas te sientes mejor.
Si Luna era consciente de las miradas desdeñosas que estaba recibiendo por parte de sus interlocutores, no lo demostró. Bajo su atenta mirada, siguió haciendo levitar los ramitos de flores de Navidad, el muérdago y las bolas de Navidad de colores que estaba colocando por toda la estancia.
— Esta la puedes poner tú, si quieres — le dijo Luna a Dudley, que tenía la vista fija en una enorme bola azul dentro de la cual parecía estar nevando.
— No le dirijas la palabra a mi hijo — gruñó Vernon Dursley, cogiendo a Dudley del hombro y apartándolo de Luna. — Déjanos en paz.
Ella se encogió de hombros.
— Como quieras. De todas formas, tengo que irme enseguida. Hoy la lectura está muy interesante, ¿no creéis?
— Cierra la boca — le espetó Petunia.
Luna comenzó a caminar hacia la puerta.
— Ah, por cierto — dijo, parando en seco. — Cuidado con el muérdago. Suele estar infestado de Nargles.
— ¿Qué demonios se supone que es eso? — exclamó tía Petunia. — ¡Saca esa cosa de nuestra habitación ahora mismo!
En la estancia contigua, escuchando todo lo que sucedía se hallaban dos personas cuyos rostros y cuerpos estaban cubiertos por una túnica negra con capucha.
— Dejar que Luna se encargara de los Dursley ha sido la mejor decisión que hemos tomado — dijo la primera persona, al tiempo que se escuchaba a tía Petunia chillar "¡No quiero naragoles cerca de mi familia!"
— Y tanto — la segunda persona se reía por lo bajo. — Creo que ha sido la mejor decisión de mi vida.
— Sigo sin creérmelo. Está claro por qué la enviaron a Ravenclaw…
— Pfff, supéralo ya — dijo la segunda persona. — Adivinó tu identidad, te guste o no. Es mucho más perceptiva de la gente piensa. Yo ya os lo dije antes de venir: si alguien iba a descubrirnos, sería Luna.
La primera persona soltó un bufido.
— ¡Llevé muchísimo cuidado! De verdad, todavía no entiendo cómo supo quién soy.
— Ya te lo he dicho — habló la segunda persona con paciencia. — Es muy perceptiva. Y nadie se la toma en serio ni le hace el menor caso, así que le resulta fácil enterarse de las cosas. Considéralo un don.
La primera persona seguía enfurruñada, a lo que la segunda añadió:
— Además, mira el lado bueno. Ahora tenemos a quien vigile a los Dursley de cerca. Hay que admitir que no damos abasto para todo.
— Nunca pensé que pudiera ser tan entretenido ver a Luna hablar con los Dursley — admitió la primera voz. En ese momento, tía Petunia agitaba las manos frenéticamente alrededor de Dudley, como si estuviera espantando enormes moscardones.
— Para ellos, debe ser como estar en el purgatorio.
Harry, Ron, Hermione, Ginny y los gemelos se encontraban todavía en la biblioteca. Todos eran conscientes de que cada minuto que pasaban allí era un minuto menos que tenían para comer, pero a ninguno le importaba demasiado. La tranquilidad de estar en un lugar alejado del resto del colegio valía más que el guisado de carne que no estaban comiéndose.
Sin embargo, cuando el estómago de Ron rugió por tercera vez, el grupo decidió regresar al Gran Comedor.
— Yo me quedo un poco más — les dijo Harry mientras los demás se levantaban. — Voy enseguida.
— ¿Seguro? ¿Quieres que nos quedemos contigo? — le preguntó Hermione, sonando algo preocupada.
— No hace falta. No tardaré.
Sus amigos se marcharon y Harry se quedó allí solo. Apoyó la cabeza en el mueble que tenía a su espalda y cerró los ojos. Pensaba que unos minutos de silencio y soledad le ayudarían a ordenar sus ideas.
Se sentía mal por no haberle contado a sus amigos lo de la profecía. Le había faltado valor. Pero, al mismo tiempo, sentía un gran alivio... Era consciente de que solo estaba posponiendo lo inevitable, pero pensó que, si ganaba un día más de paz, merecía la pena.
Escuchó pasos que se acercaban y no le dio tiempo a esconderse antes de que esa persona se adentrara en su pequeño escondite.
Era Ginny.
— Hey. ¿Me puedo sentar?
— Eh... Claro.
Harry tragó saliva, nervioso. ¿Qué hacía ella allí? ¿No se había marchado con Hermione y con sus hermanos?
Ginny tomó asiento en el suelo, a su lado. Llevaba el cabello suelto y la luz invernal le sacaba destellos que captaron la mirada de Harry. Estaba muy guapa.
— ¿Sabes qué? Eres más transparente de lo que crees, Harry.
Harry se tensó. ¿Había adivinado Ginny lo que había estado pensando? Porque si era así, se tiraría ahora mismo desde la torre de Astronomía.
— ¿Qué quieres decir?
— Estoy segura de que hay algo más que te preocupa, aparte de lo de los Dursley. Es obvio — respondió Ginny, y Harry se relajó.
Pensó qué decir durante unos momentos. Ginny no lo presionó: solo se quedó allí sentada, mirando en dirección al ventanal que tenían más cerca. El día estaba nublado.
Por algún motivo, la idea de contarle a Ginny lo de la profecía le resultaba menos agobiante que contárselo a Ron y a Hermione. Quizá era porque ya sabía cómo reaccionarían sus dos amigos: Hermione se pondría histérica y Ron se asustaría. Pero Ginny… Harry no tenía ni idea de cómo reaccionaría ella.
Abatido, se dio cuenta de que, si se lo contaba, estaría renunciando a cualquier oportunidad, por mínima que fuera, de poder salir con ella. Ninguna chica estaría lo suficientemente loca como para salir con alguien con una diana sobre su cabeza.
Pero, si era sincero consigo mismo, tampoco creía tener ninguna oportunidad de salir con Ginny, de todos modos. Era la hermana pequeña de Ron. Y ya había visto lo mal que a Ron le sentaba que Ginny tuviera novio (todavía no le dirigía la palabra a Corner y lo miraba con desdén, aunque Harry no podía culparlo, porque él también lo hacía).
— Ayer, cuando acabó la lectura, estuve hablando con Dumbledore y con la gente del futuro. Bueno, eso ya lo sabes...
Ginny asintió. Si estaba desesperándose con la lentitud de Harry, no lo dijo, y él lo agradeció internamente.
— Me contaron el motivo por el que ha pasado todo esto.
— ¿Te refieres al motivo por el que han viajado atrás en el tiempo? Pensaba que era para derrotar a...
— No solo a eso. Todo. Me refiero a todo — Harry reunió valor y miró a Ginny a la cara. — Me contaron el motivo por el que Voldemort me persigue. La razón por la que mató a mis padres.
Ginny abrió la boca, pero volvió a cerrarla, aturdida. Tras unos segundos de silencio, se atrevió a decir:
— ¿Y cuál es? ¿Por qué...?
Harry apartó la mirada y la dirigió al ventanal, a través del cual solo podían verse las nubes grisáceas de mediados de diciembre.
— Hay una profecía — respondió finalmente con voz queda. — La profesora Trelawney no es un fraude total, ya sabes lo de Pettigrew...
— Sí, hizo una profecía frente a ti — dijo Ginny. — ¿Quieres decir que también hizo una sobre ti?
Harry asintió.
— Antes de que naciera. — Se quedó en silencio, sin saber cómo continuar. Sabía que Ginny deseaba conocer los detalles, pero no estaba seguro de tener el valor para contárselos.
— ¿Por qué te lo contaron? — preguntó Ginny.
Sorprendido, Harry volvió a mirarla. Esa no era la pregunta que había esperado. Había supuesto que le preguntaría qué decía la profecía.
— ¿Cómo que por qué...?
— ¿Por qué ahora? — siguió Ginny. — ¿Qué más da por qué Quien-Tú-Sabes fue a por tus padres? Vamos a derrotarlo. Cuando acabe la lectura, sabremos cómo hacerlo y sus motivos ya no valdrán para nada. ¿No?
— La cuestión es que la profecía menciona la derrota de Voldemort — respondió Harry. Miró a Ginny a los ojos y, tras tomar aire, recitó en voz baja: — El único con poder para derrotar al Señor Tenebroso se acerca. Nacido de los que lo han desafiado tres veces, vendrá al mundo al concluir el séptimo mes… Y el Señor Tenebroso lo señalará como su igual, pero él tendrá un poder que el Señor Tenebroso no conoce… Y uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida… El único con poder para derrotar al Señor Tenebroso nacerá al concluir el séptimo mes…
Se hizo el silencio. Ginny se había quedado con la boca abierta y Harry apartó la mirada, angustiado.
— Vaya... Vaya. Entonces...
Harry no respondió. No sabía qué decir. Tras unos segundos más, Ginny salió de su estupor:
— Así que Quien-Tú-Sabes escuchó esa profecía y, como un cobarde, decidió acabar contigo cuando aún eras un bebé. Es patético.
Harry no se lo había planteado de esa manera, pero pensó que Ginny tenía razón. Voldemort se había sentido tan intimidado por la profecía que había decidido atacar a un bebé. Sí que era un poco patético...
Ginny suspiró.
— Bueno, ahora queda claro por qué intenta matarte todos los años. Yo pensaba que estaba obsesionado contigo o algo así. Intentará atacarte otra vez, así que tendremos que prepararnos — le sonrió a Harry, aunque se notaba que estaba nerviosa. — Menos mal que los libros nos van a decir cómo hacerlo.
— ¿Prepararnos? — repitió Harry, sorprendido. — Ya lo has oído. Tendré que luchar contra él.
— La profecía no especifica en ningún momento que tengas que hacerlo solo — dijo Ginny.
— Sí que lo hace. Él único con poder para derrotar al Señor Tenebroso... Y uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida…
— Eso solo significa que tendrás que enfrentarte a él cara a cara — replicó Ginny. — No dice que no puedas tener detrás de ti a todo un ejército ayudándote.
Harry la miró con la boca abierta.
— Pero...
— ¿Pero qué? — lo retó Ginny.
— ¿Es que no te asusta?
— ¿El qué?
— Ahora sabes que Voldemort vendrá a por mí. A donde yo vaya, él irá. Uno tendrá que morir a manos del otro... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?
— Perfectamente — replicó Ginny.
— No es seguro estar cerca de mí.
— Mientras Quien-Tú-Sabes ande suelto, no es seguro estar en ninguna parte — respondió ella.
— Pero el lugar menos seguro es a mi lado — contestó Harry, abatido.
— Mi familia está formada por los mayores traidores a la sangre que puedes encontrar. Te puedo asegurar que alejarnos de ti no va a ponernos a salvo — Ginny le lanzó una mirada severa que recordaba a McGonagall. — ¿Es por eso por lo que no se lo has contado todavía a nadie más? ¿De verdad crees que te abandonaremos?
Harry no se atrevió a responder, pero Ginny sabía la respuesta sin necesidad de oírla.
— Eres imbécil, que lo sepas.
Harry jadeó y, con el shock, pudo volver a mirarla a la cara.
— Nos vamos a quedar a tu lado. Hasta el final — Ginny tomó la mano de Harry y la apretó con fuerza. — Quieras o no.
— No… No es que no quiera — contestó Harry. — Es que no es seguro.
— No es tu decisión — replicó Ginny, con un tono que no daba pie a discusión. — Es la mía, y la de mis hermanos, y la de mis padres. La mitad de mi familia ya estaba en la Orden antes de que tú supieras de su existencia. Mis tíos maternos murieron en la primera guerra… Si hay una segunda, mi familia no se va a quedar de brazos cruzados esperando a que nos maten a todos. Vamos a luchar, Harry, y lo vamos a hacer a tu lado.
Harry no supo qué contestar, pero tampoco hacía falta que dijera nada. Le sonrió a Ginny, conmovido, y ella le apretó con más fuerza la mano.
— ¿Vamos a comer? Me muero de hambre — dijo ella, y el cambio de tema tan brusco casi hizo reír a Harry.
Se levantaron y salieron de la biblioteca. A Harry le dio un poco de pena tener que soltar la mano de Ginny, pero aplastó ese pensamiento tan rápido como pudo.
De pronto, se escuchó un fuerte golpe proveniente de un pasillo cercano, seguido por el sonido de una voz que, indudablemente, estaba hechizada. Harry y Ginny intercambiaron miradas durante un instante y, sin decir palabra, caminaron hacia el extremo del pasillo.
Al asomarse, vieron que uno de los encapuchados del futuro estaba allí de pie y, frente a él, se hallaba Nott.
— Que me dejes pasar — decía Nott. Se estaba poniendo en pie y Harry supo de inmediato que el ruido que habían escuchado había sido provocado por Nott al chocar contra la gran armadura que había en el pasillo. El encapuchado debía haberlo empujado.
— Te he dicho que no. Vuelve al comedor ahora mismo.
— No voy a repetirlo otra vez — escupió Nott. — Déjame pasar. No tienes derecho a hacer esto.
— ¿Has pensado ya en lo que te dije? — lo interrumpió el encapuchado.
Nott se puso blanco. Furioso, le lanzó una mirada llena de odio al desconocido y echó a andar en dirección contraria, hacia el comedor. Se topó de frente con Harry y Ginny, a quienes les espetó:
— ¡Dejadme en paz!
Nott se marchó de allí, dejando solos a Harry, Ginny y al desconocido.
— ¿Qué ha pasado? — preguntó Harry.
— Nada — replicó el encapuchado. — Nott está dando más problemas de lo que esperábamos, pero lo tenemos bajo control.
De pronto, Ginny preguntó:
— ¿Eres Percy?
El encapuchado se encogió de hombros y se dio la vuelta para marcharse.
— ¡Pero respóndeme!
Sin embargo, no hubo respuesta, y Harry y Ginny volvieron a quedarse solos en el pasillo.
— Ugh. Mis hermanos y yo hemos hecho un pacto — Ginny estaba frustrada. — Cada vez que veamos a uno de esos, vamos a atosigarle a preguntas para ver si es Percy. No va a poder huir de nosotros para siempre.
Retomaron su camino hacia el comedor.
— ¿Cómo lo sabréis si no responde? — preguntó Harry.
— Probablemente n lo sepamos — admitió ella. — Pero al menos lo pondremos de lo nervios. Eso le pasa por ocultarse de nosotros. ¿Te puedes creer que ayer estuvo toda la noche huyendo? Después de lo del comedor, no volvimos a verle el pelo. ¡Ni siquiera ha hablado con nuestro Percy!
— Eso no le ha debido sentar muy bien a Percy — sonrió Harry.
— Para nada — Ginny también sonreía, a pesar de la frustración. — Ayer estaba histérico.
Llegaron al comedor, donde tomaron asiento en la mesa de Gryffindor. Ron y Hermione les habían guardado el sitio.
— ¿Todo bien? — preguntó Sirius en cuanto ambos se hubieron sentado.
Harry asintió. Se sorprendió un poco al darse cuenta de que era verdad. Haberle contado la profecía a alguien le había quitado un peso de encima. Se sentía mucho más ligero que antes. Además, la reacción de Ginny… Todavía no se creía que se lo hubiera tomado tan bien.
De buen humor, Harry comenzó a servirse comida. Tenía muchísima hambre. La señora Weasley no dejaba de invitarle a servirse más porciones y, durante un instante, se sintió como si estuviera de vuelta en Grimmauld Place, con toda la Orden hablando al mismo tiempo, rodeado de los Weasleys y de sus amigos…
Casi le dio pena cuando los postres acabaron y la comida desapareció de los platos. Dumbledore se puso en pie, causando que gran parte del comedor se quedara en silencio.
— Espero que estéis preparados para continuar con nuestra tarea — dijo. Sonaba animado. — Por favor, en pie…
Todo el mundo se levantó. El director hizo una floritura con la varita y, como de costumbre, las cuatro grandes mesas desaparecieron para dar paso a sillones, sofás, almohadas, cojines y demás parafernalia. Harry no se había fijado mucho en toda la mañana, pero los colores habían vuelto a cambiar: todo era gris. Más claro, más oscuro, casi blanco, casi negro, pero todo gris. Se preguntó qué había llevado a Dumbledore a elegir esos colores. Hasta ahora, los colores solían tener algo que ver con lo que iban a leer… los tonos de Hufflepuff al leer sobre Cedric, los de la bandera de Irlanda cuando se leía el mundial. ¿A qué venían los grises ahora?
Mientras tomaba asiento, pensó que el gris manchado del sillón que había frente a él le recordaba a los armarios de la cocina de Grimmauld Place. Los tonos blanquecinos quizá eran un guiño al Patronus… Y los grises, a las oficinas del ministerio. Y quizá ese tono grisáceo verdoso era un guiño a Fudge, que estaba de un color muy similar.
— ¿Alguien quiere leer el siguiente?
No mucha gente levantó la mano, quizá porque todos eran conscientes de que el capítulo que iban a leer sería intenso y preferían escucharlo cómodamente en vez de leer en voz alta.
Aun así, hubo voluntarios y Dumbledore escogió a un Slytherin que, por su tamaño, debía estar en primero o segundo. El chico subió algo atropelladamente a la tarima y leyó:
— La vista.
Harry tomó aire, nervioso y, al mismo tiempo, sintiendo una emoción que hacía tiempo que no sentía. Tenía ganas de que todos supieran lo mucho que Fudge y Umbridge se habían esforzado por echarlo de Hogwarts.
Harry no pudo contener un grito de asombro. La enorme mazmorra en la que había entrado le resultaba espantosamente familiar. No sólo la había visto antes, sino que había estado allí.
— ¿Cuándo has estado tú en el ministerio? — dijo Dean.
Terry Boot jadeó.
— ¡Los recuerdos del pensadero! — exclamó, pero pocas personas entendieron a qué se refería.
Era el lugar que había visitado dentro del pensadero de Dumbledore, donde había visto cómo sentenciaban a los Lestrange a cadena perpetua en Azkaban.
Neville hizo una mueca rara.
— ¿Era necesario juzgar a Potter en el mismo sitio que a asesinos y torturadores? — preguntó la profesora Sprout, incómoda. — Solo por realizar un encantamiento patronus…
Fudge no respondió. Estaba muy pálido. Harry había notado que apenas había probado bocado durante la comida.
Las paredes eran de piedra oscura, y las antorchas apenas las iluminaban. Había gradas vacías a ambos lados, pero enfrente, en los bancos más altos, había muchas figuras entre sombras. Estaban hablando en voz baja, pero cuando la gruesa puerta se cerró detrás de Harry se hizo un tremendo silencio.
— Qué incómodo — dijo Angelina.
Una fría voz masculina resonó en la sala del tribunal:
—Llegas tarde.
—Lo siento —se disculpó Harry, nervioso—. No… no sabía que habían cambiado la hora y el lugar.
—De eso no tiene la culpa el Wizengamot —dijo la voz—. Esta mañana te hemos enviado una lechuza. Siéntate.
— Pues lo de la lechuza no ha salido en el libro — dijo Zacharias.
— Porque sería mentira — replicó Padma. — Eso, o la mandaron tan tarde que Harry ya no estaba en casa.
Ese comentario provocó que varias personas miraran con recelo a Fudge.
Harry miró la silla que había en el centro de la sala, que tenía los reposabrazos cubiertos de cadenas. Había visto cómo aquellas cadenas cobraban vida y ataban a la persona que se había sentado en la silla.
Algunos intercambiaron miradas preocupadas.
Echó a andar por el suelo de piedra y sus pasos produjeron un fuerte eco. Cuando se sentó, con cautela, en el borde de la silla, las cadenas tintinearon amenazadoramente, pero no lo ataron. Estaba muy mareado, a pesar de lo cual miró a la gente que estaba sentada en los bancos de enfrente.
— Bien, bien. Con valentía — murmuró Sirius, y Harry se sintió un poco orgulloso.
Había unas cincuenta personas que, por lo que pudo observar, llevaban túnicas de color morado con una ornamentada «W» de plata en el lado izquierdo del pecho; todas lo miraban fijamente, algunas con expresión muy adusta, y otras con franca curiosidad.
Umbridge frunció el ceño al oír eso.
En medio de la primera fila estaba Cornelius Fudge, el ministro de Magia. Fudge era un hombre corpulento que solía llevar un bombín de color verde lima, aunque ese día no se lo había puesto; tampoco lucía aquella sonrisa indulgente que le había dedicado a Harry cuando en una ocasión habló con él.
— Es que eso fue cuando le caías bien — dijo Fred.
George suspiró dramáticamente.
— En un año cambian mucho las cosas.
Una bruja de mandíbula cuadrada y con el pelo gris muy corto estaba sentada a la izquierda de Fudge; llevaba un monóculo y su aspecto era verdaderamente severo.
— Puede que su aspecto sea severo, pero es una mujer justa — dijo Tonks en voz alta.
Susan Bones le sonrió.
A la derecha de Fudge había otra bruja, pero estaba sentada con la espalda apoyada en el respaldo del banco, de manera que su rostro quedaba en sombras.
Hubo murmullos llenos de curiosidad.
—Muy bien —dijo Fudge—. Hallándose presente el acusado, por fin podemos empezar. ¿Están preparados? —preguntó a las demás personas que ocupaban el banco.
—Sí, señor —respondió una voz ansiosa que Harry reconoció al instante.
Era Percy, el hermano de Ron, que estaba sentado al final del banco de la primera fila.
Percy tragó saliva. Era obvio que, si se leía la vista, Percy tendría que aparecer, pero eso no hacía la situación menos incómoda.
Harry miró a Percy esperando ver en su rostro alguna señal de reconocimiento, pero no la encontró. Percy tenía los ojos clavados en su pergamino, y una pluma preparada en la mano.
— Menudo snob — se quejó un chico de segundo.
— Estaba trabajando — murmuró Percy, pero ni siquiera se atrevió a decirlo en voz alta porque hasta él sabía que era una excusa muy pobre.
—Vista disciplinaria del doce de agosto —comenzó Fudge con voz sonora, y Percy empezó a tomar notas de inmediato— por el delito contra el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad y contra el Estatuto Internacional del Secreto de los Brujos, cometido por Harry James Potter, residente en el número cuatro de Privet Drive, Little Whinging, Surrey.
Estar leyendo toda esa palabrería hizo que el ambiente del comedor se tornara solemne, como si realmente estuvieran presenciando un acto oficial.
»Interrogadores: Cornelius Oswald Fudge, ministro de Magia; Amelia Susan Bones, jefa del Departamento de Seguridad Mágica; Dolores Jane Umbridge, subsecretaria del ministro. Escribiente del tribunal, Percy Ignatius Weasley…
— ¿Escribiente? ¿Eso existe? — preguntó Dennis.
— ¡Qué palabra tan rara! ¿No sería escriba? ¿O escritor? — añadió Colin.
Varios Ravenclaw se enfrascaron en una conversación al respecto y Flitwick tuvo que pedir silencio para continuar.
—Testigo de la defensa, Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore —dijo una voz queda por detrás de Harry, quien giró la cabeza con tanta brusquedad que se hizo daño en el cuello.
Dumbledore sonrió ligeramente. Harry tuvo que contener un bufido.
En ese instante Dumbledore cruzaba con aire resuelto y sereno la habitación; llevaba una larga túnica de color azul marino y la expresión de su rostro era de absoluta tranquilidad. Su barba y su melena, largas y plateadas, relucían a la luz de las antorchas; cuando llegó junto a Harry miró a Fudge a través de sus gafas de media luna, que reposaban hacia la mitad de su torcida nariz.
— Si el profesor Dumbledore está allí, todo irá bien — dijo una niña de primero a la que el director le dedicó una sonrisa. Umbridge, por el contrario, la miró con desdén.
Los miembros del Wizengamot murmuraban, y todas las miradas se dirigieron hacia Dumbledore. Algunos parecían enfadados, otros un poco asustados; dos de las brujas más ancianas de la fila del fondo, sin embargo, levantaron una mano y lo saludaron.
— No todo el Wizengamot está de parte de Fudge — susurró Hermione. — Es un alivio.
Al ver a Dumbledore, una profunda emoción surgió en el pecho de Harry, un reforzado y esperanzador sentimiento parecido al que le había producido la canción del fénix.
Harry se ruborizó. No miró a Dumbledore y, por primera vez, agradeció que el director tampoco pudiera mirarlo.
Estaba deseando mirar a Dumbledore a los ojos, pero éste no lo miraba a él: tenía la vista clavada en Fudge, que no podía disimular su nerviosismo.
—¡Ah! —exclamó el ministro, que parecía sumamente desconcertado—. Dumbledore. Sí. Veo que…, que… recibió nuestro mensaje… de que habíamos cambiado el lugar y la hora de la vista…
— Si lo ha avisado, ¿por qué está tan desconcertado? — preguntó Jimmy Peakes.
— Seguro que ni siquiera le envió la lechuza. Está mintiendo otra vez — dijo Romilda Vane, enfadada.
Fudge comenzaba a sudar.
—Pues no, no lo he recibido —contestó Dumbledore con tono alegre—. Sin embargo, debido a un providencial error, llegué al Ministerio con tres horas de antelación, de modo que no ha habido ningún problema.
Hubo algunas risitas.
—Sí…, bueno… Supongo que necesitaremos otra silla… Esto…, Weasley, ¿podría…?
—No se moleste, no se moleste —dijo Dumbledore con amabilidad; sacó su varita mágica, la sacudió levemente y una mullida butaca de chintz apareció de la nada junto a la silla de Harry.
Muchos alumnos parecieron impresionados.
Dumbledore se sentó, juntó las yemas de sus largos dedos y miró a Fudge por encima de ellos con una expresión de educado interés. Los miembros del Wizengamot seguían murmurando y moviéndose inquietos en los bancos; solo se calmaron cuando Fudge volvió a hablar.
— Panda de inútiles — murmuró Ron.
—Sí —repitió éste moviendo sus notas de un sitio para otro—. Bueno. Está bien. Los cargos. Sí… —Separó una hoja de pergamino del montón que tenía delante, respiró hondo y leyó en voz alta—:
— Se nota que está nervioso — dijo Katie.
— No se esperaba para nada la llegada del profesor Dumbledore — Angelina parecía estar disfrutando la escena.
Los cargos contra el acusado son los siguientes: que a sabiendas, deliberadamente y consciente de la ilegalidad de sus actos, tras haber recibido una anterior advertencia por escrito del Ministerio de Magia por un delito similar, realizó un encantamiento patronus en una zona habitada por muggles, en presencia de un muggle, el dos de agosto a las nueve y veintitrés minutos, lo cual constituye una violación del Párrafo C del Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad, mil ochocientos setenta y cinco, y también de la Sección Trece de la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto de los Brujos.
— Lo hacen sonar como si hubiera matado a alguien — le dijo Lavender a Parvati en voz baja. Ambas parecían muy preocupadas.
¿Es usted Harry James Potter, residente en el número cuatro de Privet Drive, Little Whinging, Surrey? —preguntó Fudge, fulminando a Harry con la mirada por encima del pergamino.
Algunos miraron mal a Fudge.
—Sí —respondió él.
—Recibió una advertencia oficial del Ministerio por utilizar magia ilegal hace tres años, ¿no es cierto?
—Sí, pero…
— Fue Dobby — se quejó Charlie. — Esa advertencia no debería contar.
Varias personas le dieron la razón.
—Y aun así, ¿conjuró usted un patronus la noche del dos de agosto? —inquirió Fudge.
—Sí —contestó Harry—, pero…
—¿A sabiendas de que no le está permitido utilizar la magia fuera de la escuela hasta que haya cumplido diecisiete años?
—Sí, pero…
— ¡Pero déjale hablar! — exclamó la señora Weasley. — ¿Qué clase de interrogatorio es si no permiten que el acusado responda a las preguntas?
Gran parte del comedor estaba de acuerdo con la señora Weasley, como bien demostraron las quejas que Harry alcanzó a escuchar.
— Teníamos un poco de prisa — trató de justificarse Fudge, pero McGonagall lo interrumpió.
—Tonterías. Si hubieran tenido prisa, no habrían malgastado el tiempo organizando una vista disciplinaria como si fuera un juicio por asesinato. Solo buscaban expulsar a Potter del colegio y desacreditarlo.
— Yo no… — pero Fudge no tuvo el valor de volver a mentirle a McGonagall a la cara. En su lugar, Umbridge tomó el relevo:
— Esa es su opinión, profesora McGonagall. Sin embargo, es solo eso: una opinión. Le ruego que no interrumpa la lectura para difamar al ministerio.
— No se preocupe, Dolores. No es necesario que yo interrumpa nada para que la reputación del ministerio caiga en picado. Ya se han encargado ustedes dos de destrozar la poca credibilidad que le quedaba.
— No le permito que…
— Por favor— Dumbledore las interrumpió. — La lectura debe continuar. Señor Baddock…
El chico de Slytherin siguió leyendo.
—¿A sabiendas de que se encontraba en una zona llena de muggles?
—Sí, pero…
—¿Completamente consciente de que estaba muy cerca de un muggle en ese momento?
—¡Sí! —exclamó Harry con enojo—. Pero sólo lo hice porque estábamos…
— No me extraña que se enfadara — dijo Cho. — El ministro no quería escuchar nada de lo que decía…
El enfado hacia Fudge no hacía más que crecer entre los estudiantes.
La bruja del monóculo lo interrumpió con una voz retumbante:
—¿Hizo aparecer un patronus hecho y derecho?
—Sí —afirmó Harry—, porque…
—¿Un patronus corpóreo?
—Un… ¿qué? —preguntó Harry.
— ¿Qué es un patronus corpóreo? — preguntó un niño de primero.
— Significa que tiene forma — replicó el profesor Flitwick. — Mientras que un patronus no corpóreo es simplemente una nube de humo.
—¿Su patronus tenía una forma bien definida? Es decir, ¿no era simplemente vapor o humo?
—Sí, tenía forma —asintió Harry impaciente y, a la vez, un poco desesperado—. Es un ciervo. Siempre es un ciervo.
—¿Siempre? —bramó Madame Bones.
— Estaba muy impresionada — sonrió Susan.
— Yo solo me alegro de que esté preguntando por el patronus en vez de intentando acusar a Harry — suspiró Hannah.
—¡Sí! —dijo Harry—. Hace más de un año que lo hago.
—¿Y tiene usted quince años?
—Sí, y…
—¿Dónde aprendió a hacer eso? ¿En el colegio?
—Sí, el profesor Lupin me enseñó en mi tercer año porque…
— Ojalá nos lo enseñaran a todos — se quejó un Ravenclaw de tercero.
—Impresionante —opinó Madame Bones mirándolo con atención—, un verdadero patronus a esa edad… Francamente impresionante.
Algunos de los magos y de las brujas que la rodeaban se pusieron a murmurar de nuevo; unos cuantos movían la cabeza afirmativamente, mientras que otros la movían negativamente y fruncían el entrecejo.
— A los que la movían negativamente, ¿qué les pasa? — bufó Angelina. — ¿Es que no se lo creen?
— Es fácil demostrarlo — añadió Alicia. — Si tenían dudas, solo tenían que pedirle a Harry que hiciera el patronus.
— No creo que pedirle que hiciera más magia ilegal fuera lo más apropiado — dijo Katie con una sonrisita. — Pero habría sido genial ver la cara del ministro si todo el jurado se hubiera puesto a felicitar a Harry por su patronus.
Las tres chicas se echaron a reír por lo bajo.
—¡No se trata de lo impresionante que fuera el conjuro! —advirtió Fudge con voz de mal genio—. ¡De hecho, yo diría que cuanto más impresionante, peor, dado que el chico lo hizo delante de un muggle!
Los que habían fruncido el entrecejo murmuraron en señal de aprobación, pero fue el mojigato movimiento que Percy hizo con la cabeza lo que incitó a hablar a Harry:
Percy se puso muy rojo.
— ¿Mojigato? — repitió, mitad indignado, mitad avergonzado.
Harry se encogió de hombros.
—¡Lo hice por los dementores! —exclamó en voz alta antes de que alguien volviera a interrumpirlo.
Se había imaginado que habría más murmullos, pero el silencio que se apoderó de la sala le pareció incluso más denso que el anterior.
—¿Dementores? —se extrañó Madame Bones tras una pausa, y alzó sus tupidas cejas hasta que estuvo a punto de caérsele el monóculo—. ¿Qué quieres decir, muchacho?
— ¿Ni siquiera lo sabían? — Wood frunció el ceño. — Pensaba que el profesor Dumbledore se lo había explicado a Fudge.
— Y así fue — confirmó el director.
— Entonces fue Fudge el que no se lo dijo a nadie del Wizengamot — bufó Lee Jordan.
Cayeron muchas miradas acusatorias sobre el ministro, que no sabía dónde meterse.
—¡Quiero decir que había dos dementores en aquel callejón y que nos atacaron a mi primo y a mí!
—¡Ah! —dijo Fudge sonriendo con suficiencia mientras recorría con la mirada a los miembros del Wizengamot, como invitándolos a compartir el chiste—. Sí. Sí, ya me imaginaba que escucharíamos algo semejante.
— ¿Cómo que se lo imaginaba? ¡Si ya lo sabía! — resopló Angelina. — Me está poniendo de los nervios.
—¿Dementores en Little Whinging? —preguntó Madame Bones con profunda sorpresa—. No entiendo…
—¿No entiendes, Amelia? —dijo Fudge sin dejar de sonreír—. Déjame que te lo explique. Este chico ha estado pensándoselo bien y ha llegado a la conclusión de que los dementores le proporcionarían una bonita excusa, una excusa fenomenal. Los muggles no pueden ver a los dementores, ¿verdad que no, chico? Muy conveniente, muy conveniente… Así sólo cuenta tu palabra, sin testigos…
— Qué retorcido — se quejó una chica de séptimo.
— El único que está poniendo excusas es él — se oyó decir a alguien de Hufflepuff, aunque Harry no supo quién fue.
—¡No estoy mintiendo! —gritó Harry, y sus palabras ahogaron otro estallido de murmullos del tribunal—. Había dos dementores, que se nos acercaban desde los dos extremos del callejón; todo quedó a oscuras y hacía mucho frío, y mi primo los sintió y salió corriendo…
—¡Basta! ¡Basta! —ordenó Fudge con una expresión muy altanera en el rostro—. Lamento interrumpir lo que sin duda habría sido una historia muy bien ensayada…
— Me están dando ganas de darle un puñetazo — murmuró Ron.
— Ya somos dos — replicó George, también en voz baja.
Dumbledore carraspeó. El Wizengamot volvió a guardar silencio.
—De hecho, tenemos un testigo de la presencia de dementores en ese callejón — dijo Dumbledore—. Un testigo que no es Dudley Dursley, quiero decir.
Hubo murmullos en el comedor.
— No se referirá a la vecina de los gatos, ¿no? — dijo Pansy, escéptica.
El rostro regordete de Fudge pareció deshincharse, como si le hubieran quitado el aire. Clavó por un instante la mirada en Dumbledore y luego, recobrando la compostura, replicó:
—Me temo que no tenemos tiempo para escuchar más mentiras, Dumbledore. Quiero liquidar este asunto cuanto antes…
— ¿Se está negando a escuchar al testigo? — exclamó la profesora McGonagall. — Esto es el colmo.
— Es inaceptable — gruñó Hagrid.
Umbridge le lanzó una mirada llena de asco.
—Quizá me equivoque —repuso Dumbledore en tono agradable—, pero estoy seguro de que los Estatutos del Wizengamot contemplan el derecho del acusado a presentar testigos para defender su versión de los hechos, ¿no es así? ¿No es ésa la política del Departamento de Seguridad Mágica, Madame Bones? —continuó, dirigiéndose a la bruja del monóculo.
—Así es —contestó ésta—. Completamente cierto.
— Me cae bien Madame Bones — declaró Daphne Greengrass. — Tenían razón con lo que han dicho antes: es una mujer justa.
Decir eso hizo que se ganara una mirada molesta por parte de Umbridge, y una sonrisa de Susan Bones.
—Muy bien. ¡Muy bien! —exclamó Fudge con brusquedad—. ¿Dónde está esa persona?
—Ha venido conmigo —afirmó Dumbledore—. Está esperando fuera. ¿Quieres que…?
—¡No! Weasley, vaya usted —ordenó Fudge a Percy, quien se levantó de inmediato, bajó a toda prisa los escalones de piedra del estrado y pasó corriendo junto a Dumbledore y Harry sin mirarlos siquiera.
Percy pareció muy incómodo al leerse ese detalle, pero nadie le dio mucha importancia. Todo el mundo se había acostumbrado a verlo actuar como un cretino, pensó Harry.
Percy regresó pasados unos momentos seguido de la señora Figg. Parecía asustada y más chiflada que nunca. Harry lamentó que no se hubiera quitado las zapatillas de tela escocesa.
Pansy soltó una risita incrédula. A su lado se encontraba Malfoy, que parecía estar aburriéndose.
Dumbledore se puso en pie y cedió su butaca a la señora Figg, y luego hizo aparecer otra para él.
— ¿No habría sido mejor hacer aparecer una butaca nueva para ella? — preguntó un chico de primero. — Quiero decir… Yo prefiero sentarme en una silla que no esté ya caliente por el trasero de otro…
Varios de sus amigos se echaron a reír.
—¿Nombre completo? —preguntó Fudge a voz en grito cuando la señora Figg, muy nerviosa, se hubo sentado en el borde de su asiento.
—Arabella Doreen Figg —respondió con su temblorosa voz.
—¿Y quién es usted exactamente? —siguió preguntando Fudge con una voz altiva que indicaba aburrimiento.
— Qué maleducado — se quejó la profesora Sinistra.
—Soy una vecina de Little Whinging. Vivo cerca de donde vive Harry Potter.
—No tenemos constancia de que en Little Whinging vivan más magos o brujas que Harry Potter —saltó Madame Bones—. Esa circunstancia siempre ha sido controlada con meticulosidad debido a…, debido a lo ocurrido en el pasado.
—Soy una squib —aclaró la señora Figg—. Quizá por eso no me tengan registrada.
— ¿No tienen registrados a los squibs? — preguntó Ernie, sorprendido.
— Al no poder realizar magia, no resulta necesario mantener un registro — explicó Fudge, contento por poder dar una respuesta a un tema que no tuviera que ver con su comportamiento en la vista.
— Pero eso no tiene sentido— intervino una Ravenclaw de séptimo. — Hasta los muggles tienen registros de ciudadanos, aunque no puedan usar magia. No registrar a los squibs es como negar su existencia.
— No seas dramática — le espetó Umbridge.
La chica miró muy mal a Umbridge.
—¿Una squib? —intervino Fudge escudriñando con recelo a la señora Figg—. Lo comprobaremos. Haga el favor de darle los detalles de su origen a mi ayudante, el señor Weasley. Por cierto —añadió mirando a derecha e izquierda—, ¿los squibs pueden ver a los dementores?
—¡Por supuesto! —exclamó la señora Figg con indignación.
— Está claro que Fudge no tiene mucho respeto por los squibs — bufó una chica de tercero.
Harry se preguntó qué estaría pensando Filch. Se hallaba en un extremo de la tarima y no parecía estar enterándose de mucho de lo que se decía.
Fudge la miró desde lo alto del banco mientras arqueaba las cejas.
—Muy bien —admitió con actitud distante—. ¿Qué tiene que contarnos?
—Había salido a comprar comida para gatos en la tienda de la esquina, al final del paseo Glicinia, a eso de las nueve, la noche del dos de agosto —contó la señora Figg, hablando atropelladamente, como si se hubiera aprendido de memoria lo que estaba diciendo—,
— Eso no es bueno — murmuró Hermione. — Podían haber pensado que se había aprendido una mentira de memoria.
cuando oí ruidos en el callejón que comunica la calle Magnolia con el paseo Glicinia. Al acercarme a la entrada del callejón, vi a unos dementores que corrían…
—¿Que corrían? —la interrumpió Madame Bones—. Los dementores no corren, se deslizan.
— Qué tiquismiquis — bufó una chica de segundo. — ¿Qué más da? Es una forma de hablar.
— Pero podría indicar que la señora Figg no había visto nunca un dementor — le explicó una amiga suya. — Por eso se fijó Madame Bones.
—Eso quería decir —se corrigió la señora Figg, y unas manchas rosas aparecieron en sus marchitas mejillas—. Se deslizaban por el callejón hacia lo que me pareció que eran dos chicos.
—¿Cómo eran? —preguntó Madame Bones entornando los ojos hasta que el borde del monóculo desapareció bajo la piel.
—Bueno, uno era muy gordo y el otro delgaducho…
— ¿Los dementores? — preguntó un chico, confuso.
—No, no —dijo Madame Bones impaciente—. Los dementores. Describa a los dementores.
Varias personas se echaron a reír.
— ¡Qué desastre de mujer! — resopló Pansy.
A Harry le sorprendió ver que algunos la miraban mal por ese comentario. Parecía que la señora Figg tenía más de un defensor.
—¡Ah! —exclamó la señora Figg con un suspiro, y las manchas rosas de sus mejillas empezaron a extenderse por el cuello—. Eran grandes, muy grandes. Y llevaban capas.
Harry notaba un espantoso vacío en el estómago. Dijera lo que dijese la señora Figg, él tenía la impresión de que, como máximo, habría visto un dibujo de un dementor, y era imposible que un dibujo transmitiera el verdadero aspecto de aquellos seres: su fantasmagórica forma de moverse, suspendidos unos centímetros por encima del suelo, el olor a podrido que desprendían y aquel horroroso estertor que emitían cuando absorbían el aire que los rodeaba…
El comedor se sumió en un profundo silencio. Resultaba increíble cómo una simple descripción podía causar tanto impacto. La seriedad y la incomodidad eran como si les hubieran comunicado que había dementores al otro lado de la puerta.
En la segunda fila, un mago rechoncho con gran bigote negro se acercó a la oreja de su vecina, una bruja de pelo crespo, para susurrarle algo al oído.
—Grandes y con capas —repitió Madame Bones con voz cortante mientras Fudge resoplaba con sorna—. Entiendo. ¿Algo más?
— Ni siquiera Madame Bones se lo está tragando — se lamentó Seamus.
—Sí —respondió la señora Figg—. Los sentí. Todo se quedó frío, y era una noche de verano muy calurosa, créame. Y sentí… como si no quedara ni una pizca de felicidad en el mundo… y recordé… cosas espantosas.
Su voz tembló un momento y se apagó.
Madame Bones abrió un poco los ojos. Harry vio unas marcas rojas debajo de su ceja, donde se le había clavado el monóculo.
Hubo suspiros de alivio.
— Menos mal que la señora Figg dijo eso último — se escuchó decir a Bill. A su lado, Fleur asentía.
—¿Qué hicieron los dementores? —preguntó Madame Bones, y Harry sintió una ráfaga de esperanza.
Algunas personas sonrieron al oír eso.
—Atacaron a los chicos —afirmó la señora Figg, que hablaba con una voz más fuerte y más segura mientras el rubor iba desapareciendo de su cara—. Uno de los muchachos había caído al suelo. El otro se echaba hacia atrás, intentando repeler al dementor. Ése era Harry. Sacudió dos veces la varita, pero sólo salió un vapor plateado. Al tercer intento consiguió un patronus que arremetió contra el primer dementor y luego, siguiendo las instrucciones de Harry, ahuyentó al que se había abalanzado sobre su primo. Eso fue…, eso fue lo que pasó —terminó la señora Figg de manera no muy convincente.
— Tenía que haber hablado con más seguridad — se lamentó la señora Weasley.
— Bueno, al final salió bien. Eso es lo que importa — dijo el señor Weasley.
Madame Bones se quedó mirando a la mujer sin decir nada. Fudge no la miraba, sino que removía sus papeles. Finalmente, levantó la vista y, con tono agresivo, le espetó:
—Eso fue lo que usted vio, ¿no?
—Eso fue lo que pasó —repitió la señora Figg.
—Muy bien —dijo Fudge—. Ya puede irse.
— Qué borde — se quejó Hannah.
No fue la única que sintió algo de lástima por la señora Figg.
La señora Figg, asustada, miró primero a Fudge y luego a Dumbledore; a continuación se levantó y se fue, arrastrando los pies hacia la puerta, que se cerró detrás de ella produciendo un ruido sordo.
—No es un testigo muy convincente —sentenció Fudge con altivez.
— Claro, como no defiende lo que él quiere oír, intenta desacreditarla — resopló Tonks. — ¿De qué me suena eso?
Fudge se atragantó con su propia saliva.
—No sé qué decir —replicó Madame Bones con su atronadora voz—. De hecho, ha descrito los efectos de un ataque de dementores con gran precisión. Y no sé por qué iba a decir que estaban allí si no estaban.
— Menos mal que había alguien con cerebro en esa sala — gruñó Moody, sorprendiendo a varios alumnos que parecían haber olvidado su presencia.
—¿Dos dementores deambulando por un barrio de muggles y tropezando por casualidad con un mago? —inquirió Fudge con sorna—. No hay muchas probabilidades de que eso ocurra. Ni siquiera Bagman se atrevería a apostar…
—¡Oh, no! Creo que ninguno de nosotros piensa que los dementores estuviesen allí por casualidad —lo interrumpió Dumbledore sin darle mucha importancia.
Ese comentario causó muchos murmullos entre los estudiantes.
— ¿Los enviaron a propósito? — se oyó decir a Roger Davies.
— Supongo — le respondía Lisa Turpin.
La bruja que estaba sentada a la derecha de Fudge, con la cara en sombras, se movió un poco, pero los demás permanecieron muy quietos y callados.
—¿Y qué se supone que significa eso? —preguntó Fudge con tono glacial.
—Significa que creo que les ordenaron ir allí —contestó Dumbledore.
Lupin asintió levemente al escuchar eso. Umbridge se dio cuenta y le lanzó una mirada gélida.
—¡Me parece que si alguien hubiera ordenado a un par de dementores que fueran a pasearse por Little Whinging, habríamos tenido constancia de ello! —bramó Fudge.
— No estoy tan seguro de ello — dijo Amos Diggory. — Parece que hay muchas cosas de las que el ministerio no tiene constancia.
Fudge se iba poniendo cada vez más nervioso. Harry podía ver las gotas de sudor que le caían por la frente.
—No si actualmente los dementores estuvieran recibiendo órdenes de alguien que no es el Ministerio de Magia —repuso Dumbledore sin perder la calma—. Ya te he explicado lo que opino de este asunto, Cornelius.
—Sí, ya me lo has explicado —dijo Fudge con energía—, y no tengo ningún motivo para creer que tus opiniones sean otra cosa que paparruchas, Dumbledore. Los dementores están donde tienen que estar, en Azkaban, y hacen todo lo que nosotros les ordenamos.
— Déjame dudarlo — gruñó Sirius en voz baja.
—En ese caso —prosiguió Dumbledore en voz baja pero con mucha claridad— tenemos que preguntarnos por qué alguien del Ministerio ordenó a un par de dementores que fueran a ese callejón el dos de agosto…
Algunas personas jadearon. Otras, miraron con admiración a Dumbledore.
En medio del absoluto silencio con que fueron recibidas las palabras de Dumbledore, la bruja que estaba sentada a la derecha de Fudge se inclinó hacia delante y Harry pudo verla por primera vez.
Le pareció que era como un sapo, enorme y blanco.
La cara de sorpresa de la profesora Umbridge habría hecho reír a Harry si no fuera porque estaba seguro de que esa descripción iba a meterlo en un buen lío.
Era bajita y rechoncha, con una cara ancha y fofa, muy poco cuello, como tío Vernon, y una boca también muy ancha y flácida.
A este punto, varias decenas de estudiantes estaban mirando fijamente a Umbridge, para quien el shock había dado paso a la furia a una velocidad preocupante.
Tenía los ojos grandes, redondos y un poco saltones.
Se oyeron murmullos. Harry alcanzó a oír a dos Hufflepuff susurrando:
— Es Umbridge, seguro.
— Eso, o su hermana gemela malvada.
— No, la gemela malvada es ella.
Hasta el pequeño lazo de terciopelo negro que llevaba en el pelo, corto y rizado, le recordó a una gran mosca que la bruja fuese a cazar con una larga y pegajosa lengua en cualquier momento.
Ya nadie dudaba de la identidad de esa mujer. Muchos intentaban disimular la risa. Otros, ni siquiera hacían el esfuerzo. Fred y George estaban en ese último grupo: ambos habían dejado escapar una buena risotada. Sirius sonreía y Lupin se tapaba la boca sutilmente con una mano.
—Potter — habló Umbridge con la voz más aguda de lo usual a causa de la rabia. — Castigado.
— No puede castigarlo por algo que solo pensó — la interrumpió la profesora McGonagall.
— ¡Claro que puedo!
— Me temo que no es así, Dolores — intervino Dumbledore. — Señor Baddock, si no le importa…
El chico siguió leyendo, ignorando las protestas de Umbridge.
—La presidencia le concede la palabra a Dolores Jane Umbridge, subsecretaría del ministro —dijo Fudge.
La bruja habló con una voz chillona, cantarina e infantil que sorprendió a Harry, pues estaba esperando oírla croar.
Esta vez, no hubo disimulo alguno. Más de una docena de estudiantes se echó a reír a carcajadas, aunque nadie rió tan fuerte como Sirius. Incluso en la mesa de profesores había risitas: el profesor Flitwick, la profesora Trelawney y Hagrid eran especialmente malos a la hora de disimular su alegría.
— ¡Silencio! — chilló Umbridge, pero nadie le hizo caso. Con sorpresa, Harry notó que muchas de las risas provenían de la casa Slytherin. ¿Estaba Malfoy sonriendo también o Harry tenía alucinaciones?
Tras un minuto de risa incontrolable, la lectura continuó.
—Estoy segura de que no lo he entendido bien, profesor Dumbledore —afirmó con una sonrisa tonta que hizo aún más fríos sus redondos ojos—. ¡Qué necia soy! Pero ¡por un brevísimo instante me ha parecido que insinuaba usted que el Ministerio de Magia había ordenado a los dementores que atacaran a este muchacho!
Era gracioso escuchar al chico de Slytherin leer las palabras de Umbridge porque, de forma inconsciente, su tono de voz había aumentado una octava. Umbridge parecía molesta, pero no dijo nada.
Soltó una risa clara que hizo que a Harry se le erizara el vello de la nuca.
— No me extraña — murmuró Ginny.
Algunos miembros del Wizengamot rieron con ella. Sin embargo, estaba más claro que el agua que ninguno de ellos lo encontraba divertido.
— Esa es tu opinión, Potter — gruñó Umbridge.
—Si es cierto que los dementores sólo reciben órdenes del Ministerio de Magia, y si también es cierto que dos dementores atacaron a Harry y a su primo hace una semana, se deduce, por lógica, que alguien del Ministerio ordenó el ataque — aventuró Dumbledore con educación—. Aunque, evidentemente, esos dos dementores en particular podían estar fuera del control del Ministerio…
—¡No hay dementores fuera del control del Ministerio! —le espetó Fudge, que se había puesto rojo como un tomate.
— Elija una opción — bufó la profesora Sinistra. — O bien hay dementores fuera del control del ministerio, o el ministerio los envió a casa de Potter. No hay otra alternativa.
Fudge no dijo nada. Harry creía firmemente que no era capaz de articular palabra en aquel momento.
Dumbledore, condescendiente, inclinó la cabeza.
—Entonces no cabe duda de que el Ministerio llevará a cabo una rigurosa investigación para averiguar qué hacían dos dementores tan lejos de Azkaban y por qué atacaron sin autorización.
—¡No te corresponde a ti decidir lo que el Ministerio de Magia tiene que hacer o dejar de hacer, Dumbledore! —exclamó Fudge, cuyo rostro estaba adquiriendo un tono morado del que tío Vernon habría estado orgulloso.
Fudge dejó escapar un ruido extraño. Resultaba curioso que, de entre todo lo que se había dicho de él en el comedor, hubiera sido una comparación con Vernon Dursley lo que le hubiera arrancado una reacción.
Harry se preguntó si tío Vernon estaría escuchándolo todo y, en ese caso, qué pensaría de que el ministro de magia le tuviera tanta inquina.
—Por supuesto que no —dijo Dumbledore con la misma serenidad—. Me he limitado a expresar mi convencimiento de que este asunto no dejará de ser investigado.
Dumbledore miró a Madame Bones, que se colocó bien el monóculo y observó con atención a Dumbledore frunciendo el entrecejo.
—¡Quiero recordar a todos los presentes que el comportamiento de esos dementores, suponiendo que no sean producto de la imaginación de este chico, no es el tema de la presente vista! —aclaró Fudge—. ¡Estamos aquí para analizar el atentado de Harry Potter contra el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad!
— Pero es que está relacionado — dijo Lee Jordan sin cortarse un pelo. — Harry hizo el encantamiento porque los dementores estaban allí, no por gusto propio.
— Cómo se nota que el ministro solo quería expulsar a Harry — se lamentó Demelza Robins.
—Claro que sí —coincidió Dumbledore—, pero la presencia de dos dementores en ese callejón está relacionada con el caso. La cláusula número siete del Decreto estipula que se puede emplear la magia delante de muggles en circunstancias excepcionales, y dado que esas circunstancias excepcionales incluyen situaciones en que se ve amenazada la vida de un mago o de una bruja, ellos mismos o cualquier otro mago, bruja o muggle que se encuentre en el lugar de los hechos en el momento de…
—¡Ya conocemos la cláusula número siete, muchas gracias! —gruñó Fudge.
— Pues, si la conoce, lo demuestra de una forma muy rara — dijo Luna. Sonreía ligeramente mientras miraba a Fudge, que la observó como si fuera un bicho raro.
—Por supuesto —aceptó Dumbledore con cortesía—. Entonces estamos de acuerdo en que el hecho de que Harry utilizara un encantamiento patronus en ese momento encaja perfectamente en la categoría de circunstancias excepcionales que describe la cláusula, ¿no?
—Suponiendo que sea cierto que había dementores, lo cual pongo en duda.
— ¿No podían usar un pensadero? — preguntó Colin. — Así verían los recuerdos de Harry.
— No está permitido utilizar pensaderos en juicios oficiales — gruñó Umbridge. — Los recuerdos también pueden ser alterados.
— Claro, acuérdate de Lockhart — le dijo un amigo suyo.
Colin pareció muy decepcionado con esa respuesta.
—Lo ha confirmado un testigo presencial —le recordó Dumbledore—. Si todavía dudas de su veracidad, vuelve a llamarla e interrógala otra vez. Estoy seguro de que no tendrá ningún inconveniente en declarar de nuevo.
—Yo…, eso… no… —rugió Fudge moviendo los papeles que tenía delante—. ¡Quiero liquidar este asunto hoy mismo, Dumbledore!
— Cada vez es más patético — bufó Alicia.
Estaba claro que no era la única que lo pensaba y, sin duda, el ministro lo sabía. El color de su cara era cada vez más preocupante.
—Pero, como es lógico, no te importaría tener que escuchar a un testigo las veces que hiciera falta, a no ser que, por no hacerlo, te arriesgaras a cometer una grave injusticia —insinuó Dumbledore.
— El profesor Dumbledore lo está haciendo genial — susurró Katie, impresionada.
—¡Una grave injusticia! ¡Por las barbas de…! —gritó Fudge—. ¿Te has molestado alguna vez en enumerar los cuentos chinos que se ha inventado este chico, Dumbledore, mientras intentabas encubrir sus flagrantes usos indebidos de la magia fuera del colegio? Supongo que ya te has olvidado del encantamiento levitatorio que empleó hace tres años…
— ¿A qué viene sacar ese tema? — se quejó Sirius. — La vista era para un asunto en concreto, no para sacar los trapos sucios de años anteriores.
Cuando varias personas le dieron la razón a Sirius, Fudge se encogió un poco en su asiento.
—¡No fui yo! ¡Fue un elfo doméstico! —protestó Harry.
—¿Lo ves? —bramó Fudge señalando aparatosamente a Harry—. ¡Un elfo doméstico! ¡En una casa de muggles! Ya me contarás.
—El elfo doméstico en cuestión trabaja en la actualidad para el Colegio Hogwarts —aclaró Dumbledore—. Si quieres puedo hacerlo venir aquí de inmediato para declarar.
— ¿Llevaron a Dobby a la vista? — preguntó Dennis, emocionado.
Harry negó con la cabeza y el chico se quedó un poco decepcionado.
—¡No tengo tiempo de escuchar a elfos domésticos! Además, ésa no fue la única vez que… ¡Recuerda que infló a su tía, por todos los demonios! —chilló Fudge, que luego dio un puñetazo en el estrado y volcó un tintero.
— No tiene derecho a echarle en cara aquello — dijo Charlie en voz alta. — Decidió perdonárselo.
Fudge estaba verde. Harry se preguntó si iba a ponerse malo.
—Y en aquella ocasión tuviste la amabilidad de no presentar cargos contra él, aceptando, supongo, que ni siquiera los mejores magos controlan siempre sus emociones —afirmó Dumbledore con calma mientras Fudge intentaba quitar la mancha de tinta de sus notas.
—Y todavía no me he metido con lo que hace en el colegio.
— Tampoco tiene derecho a hacer eso — siguió Charlie. — Lo que pase en el colegio es asunto de Dumbledore, ¿no?
— Así es — asintió el director.
Fudge parecía a punto de desmayarse. Las miradas asqueadas de tantos alumnos debían pesarle como un saco de piedras.
—Pero como el Ministerio no tiene autoridad para castigar a los alumnos de Hogwarts por faltas cometidas en el colegio, la conducta de Harry allí no viene al caso en esta vista —sentenció Dumbledore con mayor educación que nunca, pero con un deje de frialdad en la voz.
— Me gusta cuando Dumbledore se pone serio — se oyó decir a una chica de sexto. — A veces se me olvida lo inteligente que es.
— Es fácil olvidarlo, con esas pintas — le respondió una amiga suya.
Si Dumbledore lo escuchó, fingió no hacerlo.
—¡Vaya! —exclamó Fudge—. ¡Así que lo que haga en el colegio no es asunto nuestro! ¿Eso crees?
— Eso creemos todos — bufó McGonagall.
—El Ministerio no tiene competencia para expulsar a los alumnos de Hogwarts, Cornelius, como ya te recordé la noche del dos de agosto —dijo Dumbledore—. Y tampoco tiene derecho a confiscar varitas mágicas hasta que los cargos hayan sido comprobados satisfactoriamente, como también te recordé la noche del dos de agosto. Con tus admirables prisas por asegurarte de que se respete la ley, creo que tú mismo has pasado por alto, sin querer, eso sí, unas cuantas leyes.
Hubo risitas y murmullos.
— Se lo ha dejado claro — se oyó decir a Angelina, que sonreía abiertamente.
—Las leyes pueden cambiarse —afirmó Fudge con rabia.
— Y tú estás dispuesto a hacerlo con tal de salirte con la tuya — la profesora McGonagall lo miraba como si fuera un parásito o algo parecido.
—Por supuesto que pueden cambiarse —admitió Dumbledore inclinando la cabeza—. Y por lo visto tú estás introduciendo muchos cambios, Cornelius. ¡Porque, en las pocas semanas que hace que se me pidió que abandonara el Wizengamot, se juzga en un tribunal penal un simple caso de magia en menores de edad!
Sirius soltó una carcajada.
— ¡Dumbledore no se está callando ni una!
El ministro no sabía dónde meterse. A Harry le sorprendía lo bien que estaba aguantando. Todavía no se había echado a llorar.
Unos cuantos magos de los bancos superiores se removieron incómodos en los asientos. Fudge adquirió un tono morado algo más oscuro. La bruja con cara de sapo que estaba sentada a su derecha, sin embargo, se limitó a mirar a Dumbledore con gesto inexpresivo.
— Ya sabías mi nombre — bufó Umbridge. — Esto ya es una falta de respeto intolerable.
— No es mi culpa — murmuró Harry, para que solo sus amigos lo escucharan. — Es la cara que tiene…
Ron soltó una risita.
— No eres el único que la llama sapo — susurró. — Está claro en qué se convertiría si fuera un animago…
Tanto Harry como Ginny rieron por lo bajo. Hermione sonrió, pero trató de disimularlo.
—Que yo sepa —continuó Dumbledore— todavía no hay ninguna ley que diga que la misión de este tribunal es castigar a Harry por todas las veces que ha empleado la magia. Ha sido acusado de un delito concreto y ha presentado su defensa. Lo único que nos queda por hacer a él y a mí es esperar el veredicto.
Dumbledore volvió a juntar las yemas de los dedos y no dijo nada más. Fudge lo observaba con odio, claramente indignado.
— ¿No ha sido un final muy abrupto? — dijo Padma. — Harry ni siquiera ha podido defenderse bien.
— No le estaban haciendo caso de todas formas — replicó Parvati.
Harry miró de reojo a Dumbledore buscando algún gesto tranquilizador; no estaba del todo convencido de que Dumbledore hubiera hecho bien diciéndole al Wizengamot que, en efecto, ya iba siendo hora de que tomara una decisión. Sin embargo, Dumbledore seguía sin percatarse, en apariencia, de que Harry intentaba establecer una mirada cómplice con él, y continuaba dirigiendo la vista hacia los bancos, donde todos los miembros del Wizengamot se habían puesto a hablar entre sí con apremiantes susurros.
Harry se sintió un poco incómodo al leer eso. Debía haber parecido muy patético, tratando de mirar al director a los ojos mientras éste le evitaba.
Saber que había un motivo detrás de ello le aliviaba un poco, pero no eliminaba lo estúpido que se había sentido.
Harry se miró los pies. Su corazón, que parecía haberse inflado hasta adquirir un tamaño desmesurado, latía con violencia bajo las costillas.
— Ay, pobrecito — Lavender lo miró con pena.
Se había imaginado que la vista duraría más, y no estaba seguro de haber causado una buena impresión. En realidad no había hablado mucho. Tendría que haber dado más detalles sobre el ataque de los dementores, tendría que haber explicado cómo había caído al suelo y cómo los dementores habían estado a punto de besarlos a él y a Dursley…
— Tampoco es que te dejaran hacerlo — dijo la señora Weasley. — Lo hiciste lo mejor que pudiste, cielo.
Harry se lo agradeció.
En dos ocasiones levantó la cabeza, miró a Fudge y despegó los labios para hablar, pero su desbocado corazón le apretaba las vías respiratorias, y en las dos ocasiones se limitó a respirar hondo y a agachar de nuevo la cabeza para seguir mirándose los pies.
Harry se fijó en que Hermione le había cogido la mano a Ron y la apretaba, nerviosa.
De pronto cesaron los susurros. Harry estaba deseando mirar a los jueces, pero se dio cuenta de que era muchísimo más fácil seguir examinando los cordones de sus zapatillas.
— Es comprensible — dijo Tonks, y varias personas asintieron.
—Los que estén a favor de absolver al acusado de todos los cargos… —anunció la atronadora voz de Madame Bones.
Harry levantó la cabeza con una sacudida. Vio varias manos levantadas, muchas… ¡Más de la mitad! Respirando entrecortadamente intentó contarlas, pero antes de que hubiera terminado Madame Bones dijo:
—Los que estén a favor de condenarlo…
A pesar de que todos sabían que Harry se había librado, los nervios eran casi palpables.
Fudge levantó la mano; lo mismo hicieron media docena más, entre ellos la bruja que tenía a la derecha, el mago del poblado bigote y la bruja de pelo crespo de la segunda fila.
— Cómo no. El voto de Umbridge no sorprende a nadie — bufó Ginny.
Fudge los recorrió a todos con la mirada. Parecía que tuviera algo atascado en la garganta. Luego bajó la mano, respiró hondo dos veces y dijo con la voz alterada por la rabia contenida:
—Muy bien. Muy bien… Absuelto de todos los cargos.
Para sorpresa de Harry, el comedor se llenó de vítores y aplausos. Era sorprendente la cantidad de gente que se alegraba de que hubiera sido absuelto.
Muy contento, le chocó los cinco a Dean y se dispuso a seguir escuchando la lectura.
—Excelente —dijo Dumbledore con contundencia, y se puso de inmediato en pie. Sacó su varita e hizo desaparecer las dos butacas de chintz—. Bueno, debo irme. Que tengan todos un buen día.
Y sin mirar siquiera una vez a Harry, salió majestuosamente de la mazmorra.
— ¿Por qué no miraba a Harry? — preguntó Parvati.
— ¿Estaba enfadado? — dijo a la vez Neville.
El director no les contestó, a pesar de que muchos alumnos sentían curiosidad.
— Ese es el final — anunció Baddock.
— ¿Le importaría leer el título del siguiente? — pidió Dumbledore. El chico asintió y dijo:
—El próximo capítulo se titula: Las tribulaciones de la señora Weasley.
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